domingo, 29 de junio de 2014

Fe o miedo

Si Dios está conmigo a donde quiera que yo vaya ¿Cómo podría tener miedo?
Ya he escrito alguna vez sobre el cáncer del miedo que nos quiere dominar, pero a medida que sigo avanzando en edad y por tanto en experiencia, a medida que avanzo de la mano de Dios, aprendo cada día algo nuevo y esta vez he aprendido que el tener miedo es opuesto a llamarse cristiano ¿Por qué? Porque los cristianos vivimos por fe, creemos en nuestro Salvador por fe, le seguimos por fe y esperamos una salvación y una vida eterna por fe ¿Por fe en qué? En la palabra y las promesas de Dios. Y si Dios nos está prometiendo que pase lo que pase todo va a ir bien porque Dios tiene el control de nuestras vidas, el miedo está diciéndonos o queriéndonos convencer exactamente de lo contrario: “tengo miedo porque las cosas no van a ir bien”.
Por lo que llego a la conclusión de que el miedo también es una tentación de Satanás y para el cristiano una prueba de su fe en la fidelidad de Dios.
Yo creo que una de las frases que más se repite en la Biblia es la promesa de Dios de que “no te dejaré ni te desampararé” y la diferencia entre Dios y nosotros es que lo que él promete lo cumple siempre; el problema es que nosotros no parece que le queramos creer y ahí es cuando nos ataca el miedo, el temor a lo que va a pasar ante algo a lo que nos vamos a enfrentar solos… porque así lo hemos querido. ¿Cómo es que así lo hemos querido? Desde el momento en que hacemos frente a cualquier problema como cristianos sin contar con las promesas y la ayuda de Dios, es que, evidentemente, no le estamos creyendo y, además, estamos pecando de incredulidad porque Dios quiere que tengamos fe en Él y sin fe es imposible agradar a Dios (He.11:6).
Precisamente esa es una de las grandes diferencias entre los que verdaderamente han creído en Jesucristo y en su salvación y los que no. En esta vida todos tenemos problemas, dificultades, enfermedades, en fin, un sinfín de contratiempos fruto del distanciamiento y la enemistad entre el hombre y Dios. El hombre natural se enfrenta a todo eso solo, con sus principios, su capacidad, sus conocimientos y todos aquellos recursos humanos de los que pueda echar mano. El hombre espiritual, el verdadero cristiano, se enfrenta a los mismos problemas… pero no solo porque Dios nos ha prometido “no te dejaré”, o en palabras de Jesús cuando estuvo en la tierra: “no os dejaré solos” y su presencia más cercana y tangible se personó en la persona del Espíritu Santo morando en nuestro interior (2 Ti.1:14).
Como consecuencia de esto, hay algunos textos muy interesantes que nos recuerdan que el miedo no tiene justificación en nosotros y, tal vez el más claro, sea 2 Timoteo 1:7.- “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” Si el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu que nos incite al temor entonces en nuestra vida no debería haber temor… debería haber fe, fe en la seguridad y en la certeza de que las promesas de Dios se van a cumplir en nosotros y la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida nos va a proveer la ayuda y los recursos necesarios para hacer de nuestra vida un servicio prioritario a las cosas de Dios ¡sin temor!, sabiendo que esos recursos son divinos, producen hechos extraordinarios en el Nombre de Jesús a través y en nuestra vida y nos animan a vencer el miedo  y, por supuesto, a no avergonzarnos (como dice el texto siguiente), de dar testimonio de nuestro Señor, ya que el miedo es el obstáculo mayor para testificar a los demás de lo que ha hecho Cristo en nuestras vidas.
El apóstol Pablo insiste mucho en este asunto: “Si Dios está conmigo ¿quién contra mí?”, o, en otras palabras, “Si Dios está conmigo a donde quiera que yo vaya ¿Cómo podría tener miedo?” Es la respuesta lógica de aquellos que han comprendido que Dios no miente, no falla porque cada día se renueva su fidelidad y que, por tanto, podemos tener la plena certeza de que lo que Dios ha prometido que va a cumplir ¡ya está hecho!
Entiendo que es una lucha innata porque parece como que el miedo formase parte de nuestra naturaleza, como una emoción primaria igual que puede ser otra emoción cualquiera: tristeza, alegría, pena, angustia… Pero hay emociones que vienen lógicamente como consecuencia de las circunstancias que nos rodean como, por ejemplo, he mencionado en primer lugar la tristeza. Se nos va un ser al que queríamos mucho ¿Cómo reaccionamos? Con tristeza… hasta que nos hacemos a la idea y nos acostumbramos a su ausencia.
¿Alegría? Pues lo contario ¿no? Esa persona que estaba tan lejos que hacía tantos años que no veíamos y que, de repente, te dice que viene unos días a verte… ¡qué alegría! O la noticia de que nuestra hija, nuestro hijo va a ser madre-padre… ¡Qué alegría! Y así sucesivamente con todas nuestras emociones… pero ¿el miedo? El miedo en un hijo de Dios no tiene cabida porque es una equivocación pensar que Dios nos va a fallar, porque, en el caso de que pensemos eso, le estaremos haciendo a él mentiroso y “Dios no es hombre para que mienta”, ni para que actúe como si se tratase de un débil ancianito: “No permitirá que resbale tu pie, ni se adormecerá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni se dormirá…” (Sl.121:3-4).

Voy a terminar este comentario con otro hermoso pasaje: “Porque él mismo ha dicho: Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé. De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi socorro y no temeré. ¿Qué me podrá hacer el hombre? (He.13:5-6). Las dos citas que da aquí la Carta a los Hebreos están sacadas del Antiguo Testamento y como promesas de Dios, se han venido repitiendo a lo largo de la historia de la humanidad, como Palabra de Dios, invariable, fiel. Estas palabras han ayudado a miles de cristianos a lo largo de los siglos y de las diferente edades y llegan incólumes, intachables, vivas, hasta nosotros. Son la fuerza, la roca en la que nos podemos sustentar, firmemente, más que firmemente, diría yo, porque Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos y al ser sin variación sus promesas también son invariables. Nuestra confianza y nuestro contentamiento se basan en las promesas de Dios. Si Dios nos ha librado del temor a la muerte ¿cómo entonces es que podemos temer a cosas menores? Los hombres pueden quitarnos nuestras posesiones materiales; pueden quitarnos incluso el cuerpo material que habitamos pero no nos pueden tocar la vida y la riqueza eterna que tenemos en Jesucristo, nuestro bendito Salvador. Amén.

jueves, 5 de junio de 2014

La Fe

La fe es la constancia de las cosas que se esperan, la comprobación de los hechos que no se ven.
Creemos por fe

Creemos por fe; creemos en lo que Dios nos cuenta en Su Palabra por medio de la fe… es más, la fe viene al leer esta Palabra Sagrada de manera que se produce una obra de Dios en nosotros por medio del Espíritu Santo. La fe es un don del Espíritu. Es la que nos hace tener esa constancia, ese convencimiento de que Dios está ahí. Los apóstoles le dijeron a Jesús: “Auméntanos la fe”. Cómo será de pequeñita nuestra fe que Jesús les/nos respondió: “Si tuvieseis fe como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: ¡Desarráigate y plántate en el mar! Y el árbol os obedecería.” ¡Mucho nos queda por ver y aprender!
Lo grande de todo esto es que somos salvos por medio de la fe ¿Cómo es esto? Bueno, el Señor nos salva por gracia (favor inmerecido), por medio de la fe según dice en Efesios 2:8. ¿De qué nos salva? De la muerte eterna. Ser salvado es pasar de muerte a vida y esto sólo nos lo puede regalar Dios gracias a que Jesús pagó por nosotros el precio de nuestro pecado. Ahí actúa la gracia infinita de Dios, la gracia perdonadora de Dios porque la salvación es de Dios.
Pero entonces ¿qué significa que es “por medio de la fe”? Bueno, la fe es el instrumento que Dios nos da para alcanzar la salvación. La fe es el medio, no la causa, y es también un don de Dios. De Él viene todo para que podamos ser salvos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es DON de Dios. No es por obras para que nadie se gloríe.”
La fe es el instrumento, el canal por medio de la cual se reciben los beneficios de la obra de Cristo y, además, es el único medio. Jesús predicó esto con insistencia: “El que oye mi palabra y cree…” Oír… la Palabra, creer… a consecuencia de Ella. Nada puede proceder de nosotros para alcanzar la salvación. La confianza de que lo que leemos procede de Dios mismo y la aceptación de que lo que hizo Jesús (narrado en esa Palabra), nos salva, es una demostración de que ese regalo de Dios, esa fe, ha entrado en nuestro corazón. “…para vosotros (esta fe) es indicio de salvación; y esto procede de Dios.” (Fil.1:28) “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Ro.5:1). Además, es imposible agradar a Dios sin fe (He.11:6), porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe…” No se trata de aceptar la existencia de Dios así, sin más, como un pobre crédulo. Es por medio de la fe que, casi podríamos decir, “vemos” al Invisible: “A Dios nadie le vio jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” (Jn.1:18) “Tanto tiempo he estado con vosotros, Felipe, ¿y no me has conocido? El que me ha visto, ha visto al Padre (Jn.14:9).
Entonces vamos entendiendo la función de la fe porque es imposible intentar acercarse a Dios para adorarlo, pensando que no existe. Es imposible. No puedo tener comunión personal con alguien como si estuviese inventándome un “amigo invisible”. La fe, dada por Dios, me revela su existencia. Es como una combinación de todo. Tu coges la Biblia y lo primero que lees es “En el principio creó Dios…” y ¡ya está Dios ahí! La Biblia comienza haciendo esa tremenda declaración que el hombre rechaza de plano: ¡Dios es el creador de todo cuanto existe! ¡Y ya está! Él estaba ahí, y en otros pasajes nos dice que ya estaba antes de ese principio de la creación porque Él es eterno, no hay tiempo ni influencia de tiempo en Él. ¿Cómo podemos explicar nosotros a Dios con nuestras cortas palabras? ¿Cómo medirlo? “En el principio… Dios” y… ¡gracias, Señor, porque por fe creo que fue así!