lunes, 18 de abril de 2016

Terremoto

terremotoAyer, domingo 17, nos hemos levantado con la noticia de un terremoto en Ecuador que, hasta el momento, llevaba registrados 270 muertos. También el sábado ha habido varios de menor intensidad en Japón; lo último que he podido saber es que había unos 40 muertos.
No puedo evitar recordar las palabras de Jesús cuando oigo estas terribles noticias: “Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.” (Mateo 24:7-8); es parte de la respuesta que dio cuando sus discípulos le preguntaron sobre que señales habría del fin del mundo. Ya sé que los terremotos los ha habido siempre a través de la historia y no sé si se ha hecho algún tipo de estudios de estos estadísticos para saber si se han incrementado en los últimos años, pero cuando oigo de alguno me acuerdo de esas palabras de Jesús, palabras que, como cualquier profecía, generan muchas opiniones y teorías que se deben afrontar siempre con mucho cuidado y humildad desde nuestra ignorancia. No voy a entrar a diseccionar la profecía ni las mencionadas teorías porque ni es el momento ni el lugar para hacerlo, solo quiero dejar constancia del valor que tiene estar atento a estas “señales” que nos recuerdan lo vulnerables e indefensos que estamos ante las fuerzas descontroladas de la naturaleza cuando nos cogen por medio.
En lo que parecen coincidir los comentaristas es que las guerras, las enfermedades que éstas generan, así como el hambre y los terremotos, que supongo hacen referencia a cualquier tipo de catástrofe producida por la propia naturaleza, sucederán al final de los tiempos que es lo que le preguntaban los discípulos a su Maestro, un tiempo que Él denominó “principio de dolores”, dolores que muchas veces se traducen por angustia y otras veces por desesperación; se comparan estos “dolores” a los preliminares de un parto que no son tan fuertes que los que se tienen en el momento de dar a luz. Ese momento de “dar a luz” es el que en la Biblia se llama el tiempo de la tribulación del que se habla especialmente en el libro del Apocalipsis en el capítulo 6, donde habla de acontecimiento en un tiempo posterior a la Iglesia y que preceden a la segunda venida del Hijo de Dios. Me consta que hay otras teorías que creen que la Iglesia estará aún en este mundo cuando suceda la gran tribulación, pero yo sigo la línea comentada.
También es verdad que cuando ha habido las grandes guerras mundiales o grandes terremotos, en seguida se empezaba a especular si estábamos llegando al fin del mundo ya que la expresión “últimos tiempos” en la Biblia se refiere al tiempo que va desde que Jesús ascendió al cielo hasta ahora. Pero la profecía en palabras de Jesús habla de que el incremento de las guerras entre las naciones precederá a su segunda venida, ya que toda esa actividad militar culminará en una guerra final mencionada en el cap. 19 de Apocalipsis, la llamada “batalla de Armagedón”. La mejor descripción de todo lo que sucederá en ese tiempo es leyendo el libro del Apocalipsis y así se puede entender el alcance de las palabras del Maestro.
En medio de ese terrible ambiente de guerra, enfermedad y hambre, el planeta tierra se conmoverá de manera violenta produciendo los terremotos anunciados, una forma utilizada muchas veces por Dios para juicio “Porque las cosas invisibles de él [Dios], su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Pero el hombre nunca quiso saber nada de Dios ni tenerlo en cuenta, pero bien que se pregunta irónicamente “¿Dónde está Dios, si es que existe, para avisarnos de esta catástrofe?” La prueba de que lo necesitamos es que, cuando Él forma parte de nuestra vida diariamente, cuando llegan estas catástrofes o las de cualquier otro tipo, los creyentes nos agarramos de Sus promesas de manera que podemos decir con confianza: “¿Qué pues diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31). Como escribió el Doctor Lacueva: “Los discípulos eran hombres de poca fe, alarmados por la tormenta cuando llevaban consigo a Cristo en la barca. Si nuestra fe en Cristo es firme, la barquilla de nuestra alma no estará a merced de las olas”.


lunes, 11 de abril de 2016

¿Dónde está tu Dios?

“Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?... Mientras mis huesos se quebrantan, mis enemigos me afrentan diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?” (Salmo 42:3 y 10)
buscando
Es fácil caer en la duda cuando las cosas vienen mal dadas, cuando no salen como nos gustaría, cuando hay enfermedad, cuando la situación es complicada, cuando… cuando… ¿cuántas situaciones podríamos describir? La duda es un aguijón que picotea con insistencia “¿Dónde está la ayuda de Dios? ¿Por qué no responde ahora que necesitas Su socorro?” Es un ataque a nuestra fe pero también lo es a Dios mismo. El Salmo que cito en su versículo 10 parece que estuviese recordándonos la experiencia de Jesús en la cruz mientras sufría este mismo tipo de ataque: “Ha confiado en Dios. Que lo libre ahora si le quiere, porque dijo: Soy Hijo de Dios.” (Mateo 27:43). Salvando la distancia es similar al maltrato verbal que pueda sufrir cualquier cristiano que ha asegurado que es hijo de Dios (Juan 1:12), que de repente se ve sometido a una fuerte crisis y que sirve de pretexto para que lo que lo conocen le hagan la misma pregunta: “¿Dónde está tu Dios ahora? ¿No confías en Él? ¿No tiene poder para librarte de esa situación…?”
¿Qué se hace en esta situación? ¿Nos callamos? Es una buena ocasión para probar nuestra fe. De hecho, Dios permite las pruebas y las tentaciones para enseñarnos a no confiar en nosotros mismos sino para que confiemos exclusivamente en el Señor Jesucristo, para enseñarnos lo que Él tiene en mente para nosotros. Son los momentos para poner en práctica la teoría que tenemos acumulada. Lo hemos dicho, lo hemos repetido: Mi vida, lo que tengo, lo que soy, está en manos de mi Dios. ¿Sí? Pues muy bien, ¡ahora es el momento de demostrarlo! ¿Confío en Dios o confío en mis fuerzas, en mis recursos?
Los acosadores estarán observándonos. Aquellos que observaban a Jesús no tenían ni idea de lo que estaba pasando en aquella cruz. No sabían que si Dios venía a ayudar a Jesús y lo bajaba de la cruz, toda la obra de salvación se vendría abajo con Él. Jesús estaba pagando el castigo de nuestra salvación. Sólo Él podía hacerlo. Si Él descendía de la cruz ¿qué otra solución tendríamos para nuestra vida, para nuestro encuentro con Dios? Ninguna. Él es la única puerta. Estaríamos condenados en nuestros pecados. No habría esperanza. Jesús había venido a eso a esta tierra: A revelar a Su padre y a cumplir el plan de salvación elaborado desde la eternidad por amor a la humanidad. Dios no podía estar con Su Hijo en aquel terrible momento porque Su Hijo llevaba el pecado de todos, y Dios no puede tener relación con el pecado. Pero aquellos que se burlaban de Él no lo sabían, no habían ni siquiera querido saberlo, no le oían, le odiaban, le despreciaban, como han seguido despreciando a todos los que han querido seguir al crucificado… y después resucitado. “¿Cristiano? ¿Dónde está tu Cristo ahora que lo estás pasando mal?”
¿Qué hizo Jesús? Sencillamente oró por aquellos que se burlaban: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ¿Parece sencillo? No lo es. Jesús nos enseñó a amar a nuestros enemigos, pero a nosotros nos cuesta… y menos, perdonarlos, por eso, cuando se burlan, intentamos balbuceantes disculpas, o nos escondemos, o cualquier otra cosa… menos encomendarnos a Dios. ¡Es poner en práctica lo que ya sabemos! ¿Dónde está mi Dios? ¡Muy cerca! Y mucho más cerca cuando somos atacados, cuando soportamos el odio o la injusticia de los que se burlan… de los que se burlan por su propia inseguridad, porque necesitan saber si hay algo o no, y si nosotros parece que creemos en algo… “¡que lo demuestren!”
Y ahí está nuestra oportunidad. Si nos mantenemos firmes en la fe, seguros en las promesas divinas, si no cedemos bajo la presión, entonces les estaremos demostrando que Dios está vivo y nos sostiene porque siempre cumple sus promesas y nunca nos dejará solos… aunque a “ellos” les parezca que sí.
Una cosa es lo que a ellos les parezca y otra es la certeza de la realidad de Dios, Señor, Creador, Salvador y Padre.