jueves, 23 de marzo de 2017

Lo peor de nosotros

GuerraYa me ha pasado en otras ocasiones: veo una película y quedo conmocionado, afectado por lo que descubre, dolido ante la realidad, triste ante la injusticia que proclama. "Hijos del Tercer Reich" es una mini serie alemana que cuenta en tres capítulos el cambio que ejerce en cinco amigos el vivir en primera persona las consecuencias de la segunda Guerra Mundial. Hay una frase de uno de los personajes que más me ha gustado que lo resume perfectamente: "La guerra sólo va a sacar a la luz lo peor de nosotros".
El guionista Kolditz, en una entrevista que le hicieron en el periódico el País declaró: "No presentamos a los alemanes como víctimas. Los protagonistas experimentan una transformación a lo largo de la serie, donde cometerán actos deleznables. Eso es lo peor de las guerras: no que los asesinos maten, sino que la gente normal, como usted o como yo, acabemos convirtiéndonos en máquinas de aniquilar”.
Esa transformación tan real fue lo que me dejó tan triste, el comprobar como cuando sale a la luz lo peor del hombre, pierde los valores humanos, pierde la condición de persona y se embrutece de una forma diabólica que asusta y hace perder la fe en el hombre a aquel que la tenga.
La mayoría de las buenas películas que tienen como argumento cualquiera de las guerras, retratan con fidelidad en lo que se convierte una ciudad, un país, cuando sufre el mal de la guerra. Hoy lo estamos viendo en los telediarios, lo que se ha dado en llamar, irónicamente, "la guerra en directo". Siria es el país protagonista y los escombros de lo que fue un bello país, el escenario dantesco en donde se matan personas por un supuesto objetivo político o militar, arrastrando con ellos a inocentes niños, sufridas madres, pobres ancianos y una población que huye de esa miseria, una población que conocemos como "los refugiados", que se encuentran las puertas de los países cerradas ante su llamada tétrica de socorro. Esa es la otra cara de la moneda: los países a los que pueden escapar, llenos de personas civilizadas y cultas, miran para otro lado como si los que se arremolinan ante sus puertas fueran un rebaño pestilente de ganado.
Así que podemos decir que la guerra ha sacado a la luz lo peor de nosotros en los sitios donde la hay y en donde no. Así somos en el fondo: portadores de un corazón egoísta, solidario con lo que le conviene, hipócrita y anti cívico. "Lo peor de nosotros".
Ante la pantalla de la verdad representada en la ficción y en la vida, nos sentimos impotentes porque reconocemos nuestras carencias. Solo un corazón lleno de amor puede ser transformado y transforma a la persona poniendo carne donde hay piedra, amor donde hay odio, generosidad donde hay egoísmo. Solo un corazón limpio de suciedad puede vivir esa metamorfosis. Solo Jesús lo puede hacer si creemos y se lo pedimos. Él es Dios, Él quiere tenernos en su familia, Él ha hecho lo necesario para que podamos vivir una vida con valores, principios y un propósito. No pierdes nada en pedirle ayuda para encontrarte con Él. Vale la pena porque vale una eternidad.

miércoles, 15 de marzo de 2017

El hospital

blanco de hospital
Lo evitamos pero no nos queda otra que ir cuando toca, sea por nosotros, por una persona querida, por un familiar... Es tan grande que te pierdes en sus laberínticos espacios, pasillos, escaleras, ascensores que no detienen su continuo trajín, un ir y venir de gentes de todas las edades, bueno, niños los menos, si no son ellos los protagonistas se quedan en el hall de la entrada como enmascarando con su alegre bullicio el triste rumor que sale de su insaciable boca. Mejor que no sean ellos los protagonistas; los que conocen el dolor antes que la vida... ¡que penita dan! ¡tan niños y tan mayores al tiempo! aceptando el dolor como algo normal que les ha "regalado" la vida, asumiéndolo con heroica resignación, mucho más valientes que nosotros, mucho más maduros.
El dolor fluye de sus paredes, está impregnado de dolor; lo ves en los ojos de los ocupantes de esos pares de camas, dos por habitación, dos mesitas, dos sillones duros de dolor para que el que se quiera dormir en ellos, no lo consigan y sí se lleven los huesos rechinando de quejumbrosos ayes para que se sientan partícipes y solidarios con los que se tienen que quedar allí, postrados por el dolor que no han pedido, que no han querido, pero que un día ha llamado a su puerta buscando un inquilino involuntario, con mirada aterrada, suplicante, ojerosa, triste...
El dolor pasea por aquellos largos pasillos; se ayuda de muletas, andadores, soportes de suero, orina o lo que sea, soportes con ruedas que son trasladados como repugnantes estandartes anunciando la vejación del que los porta. Se apoya en un brazo solidario, cariñoso, sufrido, con un andar parsimonioso, grave, sin prisa, aburrido, cansino. A veces se para para intercambiar grados de dolor con otros peregrinos del pasillo sin salida franqueable para los que lo arrastran. Los demás si tienen salida por una de esas bocas que escupen caras aliviadas, satisfechas del deber cumplido y de no tener que seguir paseando por esos pasillos atestados de dolor blanquecino, blanco de fluorescente, blanco de camas blancas que se cruzan con uno en dirección a... Blanco de batas blancas, de gorros blancos, de envases de jeringuillas blancos, de medicamentos, de algodón, de tela... blanca.
Van malvestidos, con pijamas arrugados y flojos, con camisones incompletos que a la mínima muestran las "vergüenzas", con batas gastadas del uso indiscriminado, para pasear, para estar en cama, para ir al baño, para visitar la sala de espera dónde se puede encontrar uno con conversaciones ajenas, historias nuevas, algo en la televisión... Los asientos también son incómodos allí, debe de ser para que no estén ocupados mucho tiempo, para que los dejen libres, para que lleguen otros. Es un lugar que da la sensación de movimiento, de una maquinaria que nunca se para, ni siquiera de noche. El dolor no tiene horas y entra y sale continuamente, incansable, buscando respuestas, una sonrisa, una lágrima, un abrazo, un consuelo...
Esta semana he visitado un hospital.