miércoles, 4 de enero de 2012

Crisis? What crisis?

En 1975 el grupo musical británico Supertramp lanzaba un disco con este título: “¿Crisis, qué crisis?” Posiblemente “crisis” sea la palabra más repetida en lo que ha sido el final del 2011 y el inicio del nuevo 2012. Nunca tanto hemos oído hablar de dinero, finanzas, bancos, políticos, todo rodeado siempre por esta palabra que se ha mezclado en nuestras vidas como si de una planta trepadora y envolvente se tratase, como si quisiese formar parte de nuestra diaria existencia, con una enfermiza obsesión por entumecer nuestros movimientos, nuestras fuerzas, nuestro optimismo para avanzar en este camino que nos ha tocado recorrer...
Pero, si últimamente lo que más se oye y se repite, especialmente en los medios informativos, es sobre la “crisis financiera”, a lo largo de estos últimos años se ha hablado de otros tipos de crisis: crisis de gobierno, crisis de valores o moral, crisis matrimonial o de pareja, crisis de autoridad, crisis de ansiedad, crisis religiosa, crisis, crisis, crisis...
¿Alguna de estas crisis afecta a tu vida?
Seguramente, aunque sea indirectamente, algunas de estas crisis nos afecta de una manera o de otra. Una crisis de gobierno afecta a la estabilidad del país y por tanto nos afecta. La crisis de valores afecta a nuestro vivir diario, a la relación con nuestros conciudadanos, a la educación de nuestros hijos... Y no digamos una crisis de pareja, o de ansiedad que afecta directamente a nuestra salud.
Parece como si todo se confabulara para complicarnos la vida. Como comentaba al principio, cuando surge una crisis, del tipo que sea, lo primero que sentimos, yo al menos así lo creo, es una falta de estabilidad, inseguridad, dudas, miedos...
Uno de los “protagonistas” de la Biblia sabía mucho sobre esto y lo dejó escrito. Hablo de David, el autor de la mayoría de los Salmos. En muchos de ellos se aprecia claramente su estado de ánimo en momentos de crisis, lo que nos habla también de la familiaridad con que nos llegan los sentimientos y las inquietudes de los escritores bíblicos, ya que sus dificultades, sus anhelos, sus pruebas, son una muestra real, vívida, tangible, de los nuestros. Un ejemplo de esto que digo lo podemos ver en el Salmo 13.

¿Hasta cuándo, oh Jehová?
¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo esconderás tu rostro de mi?

Charles Spurgeon comenta sobre este texto: “¡Ah David!, ¡qué necias son estas palabras! ¿Puede Dios olvidar? ¿Puede el Omnisciente fallar en el recuerdo? Por encima de todo, ¿puede el corazón de Jehová olvidar a su hijo amado? ¡Ah, hermanos, echemos lejos de nosotros la idea, y escuchemos la voz de nuestro Dios del pacto, por boca del profeta: “He aquí te tengo grabado en las palmas de mis manos; tus muros están continuamente delante de mí”!

¿Hasta cuándo tendré conflicto en mi alma,
Y todo el día angustia en mi corazón?
¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo sobre mí?

W. Wilson dice a propósito de este versículo: “Hay muchas situaciones en la vida del creyente en que las palabras de este Salmo pueden ser una consolación y ayuda para revivir la fe que se hunde. Cierto hombre que yacía en el estanque de Betesda, tenía una enfermedad desde hacía treinta y ocho años (Juan 5:5). Una mujer que tenía espíritu de enfermedad pasó dieciocho años antes de ser “liberada” (Lucas 13:11). Lázaro, toda su vida había sufrido de la enfermedad y la pobreza, hasta que fue librado por la muerte y transferido al seno de Abraham (Lucas 16:20-22). Así pues, todo el que se sienta tentado a usar las quejas de este Salmo, tenga la seguridad en su corazón de que Dios no olvida a su pueblo, que al final vendrá la ayuda, y, entretanto, todas las cosas cooperan para bien a favor de los que le aman.”
Estas palabras de Wilson se confirman en la experiencia del salmista. Observemos, sino, el cambio que se realiza a partir del verso 5:

Pero yo confío en tu misericordia;
Mi corazón se alegra en tu salvación.

David comienza muchos de sus salmos en un estado de crisis debido a las muchas pruebas y dificultades que pasó. Creo que están escritas para nuestra ayuda y consuelo. Cuando depositamos nuestra confianza en Dios, es verdad que no estaremos libres de dificultades, pruebas, momentos de tensión y de crisis, pero también es verdad que no las afrontaremos solos: Él va estar siempre a nuestro lado.

Aunque ande en valle de sombra de muerte,
No temeré mal alguno,
Porque tú estarás conmigo.
(Salmo 23:4)

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