Como hijos adoptados de Dios sabemos que nuestra vida está controlada y guiada por Dios mismo y Él nos asegura que todas las cosas que nos puedan pasar son útiles para que Dios nos haga crecer en su fe. Esto es, todas las cosas que nos pasen que consideremos buenas o malas desde nuestro corto punto de vista, desde el infinito punto de vista de Dios contribuyen al bien final y cumplen una obra: "cooperar juntas para el bien de los que aman a Dios". O sea, Dios las permite con el fin de formarnos.
Esto no deja de sorprendernos muchas veces aunque lo sepamos, especialmente cuando tenemos una enfermedad, o sufrimos un accidente, o perdemos a un ser querido, o perdemos un trabajo, etc. etc. Todas estas cosas duelen y sin embargo están bajo Su control: Él las está permitiendo y midiendo dentro de su plan y proyecto sagrado y sublime. El Dios de amor, el Dios sabio tiene un plan para cada uno de nosotros. Por eso los creyentes no creemos en las casualidades ni en el destino. Creemos en Dios quién está dirigiendo nuestros acontecimientos conforme a su sabio y perfecto plan. A veces llegamos a enterarnos de las consecuencias de algo que nos ha sucedido. Otras no lo vamos a saber hasta que estemos en Su presencia. Pablo escribió: Ahora vemos mediante espejo, borrosamente; más entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré tan cabalmente como soy conocido." (1 Corintios 13:12).
Por lo que aprendemos en la Biblia sabemos que Dios no hace las cosas al azar ni al buen tuntún, siempre tienen un propósito. Cuando creemos en Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador el propósito de Dios es moldearnos conforme a la imagen de Su Hijo (Romanos 8:29). Él quiere reproducir en los creyentes algunas de las perfecciones morales de Jesucristo: su mansedumbre, su piedad, su paciencia, su obediencia al Padre, de manera que como un escultor que tiene ante él un hermoso modelo, toma a los creyentes en estado bruto y mediante sucesivos retoque va quitando todo aquello que sobra de nuestra brutalidad para aproximarnos a la figura perfecta de Jesucristo. Un poco de nuestro "YO" de aquí, otro poco de nuestra voluntad por allí, bastante del orgullo o de la impaciencia, también de nuestra aspereza ¿y cómo lo hace? Por medio de todas las cosas que nos van sucediendo sean buenas o sean malas. Siempre se pone como ejemplo al tallista de los diamantes, una de las piedras más duras sino la que más. Esos 'golpes perfectos y medidos' van inspeccionándolo aunque sean golpes dolorosos, hasta que consigue sacar su máximo esplendor y belleza. Otro ejemplo muy conocido del Antiguo Testamento muestra a Dios como un alfarero: Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre las dos ruedas. Y siempre que la vasija que él hacía se echaba a perder en su mano, volvía a hacer otra vasija, según le parecía mejor hacerla." (Jeremías 18:3-4). El alfarero cuando pone un trozo de barro sobre la rueda tiene un propósito. Si yo que no sé nada de alfarería me pongo a mirar su trabajo, veré que está trabajando seriamente, profesionalmente, se le nota seguridad, sin embargo yo no veré nada nada más que movimientos de ballet hermosos, coordinados, quita por allá, pon por acá, no tendré ni idea de lo que va a salir de aquello, pero el alfarero estoy convencido de que sí.
Igualmente Dios tiene un plan perfecto y Él sabe ciertísimamente lo que está haciendo, de ahí que cuando nos pone en la rueda de nuestras circunstancias, su objetivo es hacer lo que Él en su infinita sabiduría tiene proyectado.Nosotros no lo sabemos, el que observa tampoco, pero algún día lo sabremos "entonces veremos cara a cara."
Job llegó a decir después de todas las tremendas pruebas que tuvo que sufrir: "Yo hablaba sin discernimiento; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía... De oídas te conocía; más ahora mis ojos te ven." (Job 42:3, 5).