miércoles, 10 de julio de 2024

Julio

Me refiero al mes de julio porque en el noroeste de España, donde ahora me hallo, veo un cielo gris, nubes
repletas de agua deseando descargar su carga como si aquí hiciese falta y como si aún no fuese verano que lo es pero que no lo parece mientras en la otra mitad el sol hace subir los termómetros hasta los números rojos que rozan el 40. Seguramente muchos tendrán envidia de mí y no me extraña ya que puedo decirles que estoy escribiendo esto con una chaqueta y un pantalón fino pero largo puestos ¡a mediados de julio!

No me afecta mucho porque a mi edad solo voy a la playa a pasear o a acompañar a mis nietos que ellos sí desean que luzca el sol y puedan meter sus piececitos en las frías aguas norteñas, aunque ahora me dicen que el agua no está tan fría como antes pero eso no es lo que siento yo que me ducho con agua caliente todo el año para refrigerio de mis huesos.

No sé si es que todos se han hecho mayores al mismo tiempo que yo pero cada vez viene más gente para el norte en estas fechas; tiene sentido, de momento aquí no sufrimos las aglomeraciones lógicas de las zonas con más turistas, no sufrimos el calor agobiante de los treinta y muchos grados, en las playas puedes jugar a la pelota o a las palas sin molestar a nadie porque hay sitio, aquí todo es más tranquilo, más barato y más relajante para aquellos que quieran disfrutar de un tiempo eternamente primaveral; los que busquen mucho sol, calor y playa, tienen que tirar hacia el este o el sur, aquí es otra cosa.

En La Biblia encontramos muchas referencias al sol, casi siempre son simbólicas, otras señalan al Creador y otras, como en el libro del Eclesiastés (el Predicador), hablan del sol propiamente como hablamos nosotros, con la normalidad que se espera de nuestro astro: “Sale el sol, se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta.” (Eclesiastés 1:5). El escritor utiliza la “normalidad” de la vida para comparar la brevedad de nuestra vida con la secuencia continua del tiempo que recorre su ciclo una y otra vez, algo alterado a veces por la contaminación o la influencia egoísta del hombre, pero nosotros tenemos una vida breve y una vez que “nos ponemos” ya no nos volvemos a levantar, no al menos hasta la resurrección final que según la Biblia experimentaremos todos, unos para una eternidad sin Dios (como han elegido) y otro para una eternidad con Dios con todo lo que eso supone de inimaginable.

En los salmos encontramos una analogía del sol con Dios: “Porque sol y escudo es Jehová Dios; gloria y gloria dará Jehová. No quitará el bien a los que andan en integridad.” (Salmo 84:11). El contraste es muy claro: en el mundo andamos espiritualmente en tinieblas pero si tenemos relación estrecha con Dios el es para nosotros como el sol iluminando nuestra vida, descubriendo el sentido y el propósito de Dios para cada uno dándonos un objetivo y una esperanza basadas firmemente en Su Palabra y en las promesas que Ésta contiene para los que “andan en integridad”. Este andar en integridad se refiere a andar rectamente que es la forma de andar del verdadero creyente que es guiado por el Espíritu Santo que vive en su corazón desde el primer momento que cree en Jesucristo como su Señor y Salvador. “No quitará el bien…”, esto es una promesa y al mismo tiempo una seguridad en el sentido que desde la sabiduría de Dios se nos dará todo aquello que redunde en nuestro bien y no se refiere exclusivamente a lo material que es perecedero, sino a lo espiritual que nos relaciona con Dios de una manera íntima y personal de una manera que nos enriquece la vida y le da sentido a todo lo que hacemos.

“Tenía en su mano derecha siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando brilla en todo su esplendor.” (Apocalipsis 1:16). Esta es la visión que tiene el apóstol Juan de Jesús en el lugar de poder y majestad que ya disfruta ahora y dentro de la terrible e impresionante descripción que Juan da de esta visión, me quedo con el aspecto de su rostro que era como el sol cuando brilla en todo su esplendor y al que es imposible mirar sin que te dañe la vista por su potencia y su brillo. Cada cosa descrita tiene una interpretación espiritual y simbólica pero la descripción del rostro sigue la línea de diferentes descripciones que encontramos en la Biblia: “A vosotros los que teméis mi nombre os nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación;” (Malaquías 4:2). Una vez más aquí el Sol de justicia se identifica con Cristo a quien describe como un sol creciente en representación de la Justicia con mayúsculas que traerá en su regreso.

“El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, que venía a este mundo.” (Juan 1:9). La afirmación que hace Juan de que Dios es luz y no hay ninguna tinieblas en Él hace referencia a lo que señala en Santiago 1:17 de que Dios es el padre de las luces y aquí en Juan se entiende en perfecta conexión con la revelación de Cristo.

El mismo Jesús habló de sí mismo así: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue de ningún modo andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12). Otra vez vemos el mismo paralelo ya que el contraste entre la luz y las tinieblas nos indica que la luz es el símbolo de la salvación mientras que las tinieblas simbolizan la confusión, el caos y la condenación. Jesús en persona es “la luz del mundo” y como leíamos antes se trata de la luz verdadera, única, irrepetible, solo Él puede iluminar nuestra vida con la Luz y la Verdad que emanan de Él Mismo.

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