Dentro de la serie sobre las clásicas preguntas que todo el mundo se hace, afrontamos la de “¿Qué sentido tiene la vida?” Cuando pienso en buscar una respuesta me acuerdo del libro del Eclesiastés en donde su autor llega a decir: “Observé todo lo que ocurría bajo el sol, y a decir verdad, nada tiene sentido, es como perseguir el viento” (Ecl.1:14). Y esta afirmación se convierte en una constante a lo largo de todo el libro que hasta se conoce a nivel popular: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, que en una traducción a un lenguaje de hoy viene a decir: “Nada tiene sentido, dice el Maestro, ¡ningún sentido en absoluto!” (Ecl.1:2).
Asusta esta afirmación tan rotunda y pesimista, especialmente las palabras “nada” y “todo”: “Nada tiene sentido”, “Todo es vanidad”. Invita a la desesperación si lo dejamos ahí sin más, sin analizar qué nos está diciendo el Predicador o el Maestro como señalan otras traducciones. Así que analicemos para no quedarnos petrificados en tanta desolación y la primera pista que encontramos es que nos dice que estuvo observando todo lo que ocurría “bajo el sol”, ya desde el inicio del libro se explica así: “¿Qué obtiene la gente con trabajar tanto bajo el sol?” (Ecl.1:3, Versión NTV (Nueva Traducción Viviente)); “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su duro trabajo con que se afana debajo del sol?” (Versión RVA (Reina Valera Actualizada)). Esta ‘pista’ de “bajo el sol” se repite unas treinta veces a lo largo del libro, dando a entender que su atenta y minuciosa observación está al alcance de cualquiera, es una observación hecha al nivel más elemental, podríamos traducirla como “lo que se hace en este mundo”; en otros texto dice “debajo del cielo”, por ejemplo en el cap. 1, verso 13.- “Me dediqué a buscar el entendimiento y a investigar con sabiduría todo lo que se hacía debajo del cielo”. Con estas expresiones, lo que el autor anota de su tremenda experiencia de probar, buscar, gustar, analizar… todo lo que hay, lo hace cortando cualquier vínculo directo con el Cielo, sin tener en cuenta en la visión y en el análisis a Dios, es una observación “a ras de tierra”, plana, sin más pretensión que buscarle sentido a la vida sin tener en cuenta a Dios y, buscarle sentido a la vida sin Dios, llega a la conclusión de que no tiene sentido, es vanidad, futilidad, es como “perseguir el viento”.
“¿Qué provecho…?” “¿Qué obtiene la gente con trabajar tanto…?” Haciéndonos la pregunta a este nivel plano viene a decir: “Te pasas la vida trabajando, esforzándote, y ¿qué es lo que queda al final de todo ello?” Bueno, siempre hay quién le busca sentido a su trabajo, intentamos dejar un mundo mejor o, al menos, dejar algo válido para nuestros hijos, para los que vienen detrás… El Maestro observa esto, observa el continuo hacer y deshacer de la humanidad (“Las generaciones van y vienen, pero la tierra nunca cambia… Todo es tan tedioso, imposible de describir. No importa cuánto veamos, nunca quedamos satisfechos… No importa cuánto oigamos, nada nos tiene contentos. La historia no hace más que repetirse; ya todo se hizo antes.” (Ecl.1:4, 8-9)). Parece como si el Maestro se encontrase envuelto en una espiral negativa, en una negrura sin respuestas, en un absurdo fruto del azar. Así es como lo ve el mundo incrédulo: un sinsentido. Las generaciones se van sucediendo, la historia se va desarrollando, a veces con logros, otras con fracasos, pero los protagonistas de esa historia que parece que se repite, aparecen y desaparecen en una cadena interminable de personas y nombres que se van perdiendo en el tiempo y en el olvido… ¿Cuál es, en realidad, el sentido y significado del hombre?
Podemos caer en la frustración en la que parece caer el Predicador, podemos pensar que nada tiene sentido, podemos pensar que no vale la pena luchar tanto. Este testigo lo ha vivido todo, todo lo ha experimentado, todo lo ha comprado… y desde su posición privilegiada ha llegado a la conclusión de que todo es efímero, pasajero, sin valor. Y encima, por si todo no fuese lo suficientemente complicado, a pesar del esfuerzo de las personas buenas que tratan de avanzar, aunque lo hagan por sus hijos, por sus descendientes, sigue habiendo guerras, hambrunas, injusticias, robos, necesidad, muerte.
El cuadro pintado podría ser una sombra de muerte sin esperanza, pero el cuadro no está terminado. En una de las esquinas asoma un rayo de luz, tiene fuerza, envía calor, se agita, trae esperanza. Al final del libro, el Predicador llega a una conclusión: “Mi conclusión final es la siguiente: teme a Dios y obedece sus mandatos, porque ese es el deber que tenemos todos. Dios nos juzgará por cada cosa que hagamos, incluso lo que hayamos hecho en secreto, sea bueno o sea malo.”
Hay calor, hay luz en la experiencia de la nueva vida en Cristo. El cristiano tiene un propósito para su vivir diario, busca una meta, le alumbra una esperanza real: Cristo ha estado en este mundo y lo ha anunciado a todos aquellos que le quieren escuchar: “¿Qué debemos hacer? Jesús les dijo: La única obra que Dios quiere que hagan es que crean en quien Él ha enviado” (Juan 6:28-29). Esa es la obra provechosa. Creer en Él y tener vida con sentido, con provecho. “¿Qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma? (dicho por Jesús, en Mateo 16:26).