viernes, 28 de diciembre de 2018

Jesucristo es supremo

Jesucristo es supremo
En estas fechas se habla mucho del Belén, del nacimiento de Jesús, en definitiva de la Navidad, sin pensar, tal vez que la Navidad viene de la palabra natividad que viene a significar el nacimiento de la divinidad. En otras palabras, ¿quién es Jesús y qué ha hecho para que se le recuerde todos los años en la fecha de su nacimiento aproximado? Y digo aproximado porque desde que se usa este calendario, las fechas se han “acomodado” en cierto modo para que coincidan con estas fiestas, pero no es la fecha exacta del nacimiento de Jesús, aunque ese no es el tema que nos ocupa ahora sino contestar a la pregunta: ¿Quién es Jesús y qué ha hecho?
Pablo contestó a esa pregunta en su carta a los Colosenses, en el capítulo 1, con una revelación asombrosa que nos lleva a unas descripciones de la persona de Jesucristo que superan toda inteligencia humana y cualquier otra demostración de saber que no sea la propia del Único que puede revelárnosla: Dios mismo.
Primeramente afirma que Cristo es la imagen visible del Dios invisible. Esto es impresionante porque la misma Palabra de dios nos dice que a dios nadie le vió jamás, sin embargo Jesús ha venido a este pequeño planeta para reflejarlo y revelarlo (Colosenses 1:15). Esta afirmación corrobora otra verdad que recorre la Escritura y deja constancia, muy especialmente, en el evangelio de Juan: que Jesús, además de hombre, también es Dios, porque solo siendo Dios puede manifestar Su imagen, por eso un poco más adelante puede decir que “en Cristo habita corporalmente la plenitud de la deidad” (Colosenses 1:19). El mismo Jesús dijo: “El que me ha visto a mí ha visto al Padre”  y también: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 14:9; 10:30).
Seguramente algún lector se estará haciendo mil preguntas ¿cómo es posible? Evidentemente la palabra “imagen” aquí no se está refiriendo a una fotografía repetida de Dios, Jesús no puede mostrar la imagen perfectísima de Dios, pero en su dimensión divina – humana, Cristo es la misma imagen del Padre o como escribió Gregorio Nacianceno, un arzobispo cristiano de Constantinopla del siglo IV, “se le llama ‘imagen’ porque es consubstancial y porque, en cuanto tal, procede del Padre, sin que el Padre proceda de Él. La naturaleza de una imagen consiste, en efecto, en ser una imitación del arquetipo del que se dice imagen… en el caso del Hijo tenemos la imagen de un ser vivo, una imagen que tiene más semejanza que la que tiene cualquier ser engendrado con su progenitor…”
Sé que cuando surge el misterio de la Trinidad, nuestro cerebro se colapsa y no da para más porque es muy difícil poner en palabras estos misterios divinos que, sin embargo, surgen y constan en la Palabra de Dios constantemente y por lo cual siempre vamos a parar a ellos, solamente para demostrar a Jesucristo, como Hijo de Dios, el Verbo de Dios hecho hombre, descrito en estos textos de Colosenses con la maestría que solo la inspiración del Espíritu Santo de Dios puede demostrar.
En segundo lugar, Pablo escribe que Cristo ya existía antes de que las cosas fueran creadas y es supremo sobre toda la creación. Otras versiones dicen que “es primogénito de toda creación”. Efectivamente Cristo es Dios, ya existía como dice Juan 1:1: “En el principio era el Verbo…” No en el principio de Génesis 1:1, sino antes de que existiese nada ya era: “Yo soy”. Jesús es el primogénito en el sentido de la relación que marca la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, así que primogénito no se refiere en nuestro sentido al heredero en el orden de sucesión, sino al único de esa manera, porque siendo el Hijo de Dios, ambos, en unidad con el Espíritu, tienen una existencia eterna y Cristo, en cuanto es Verbo eterno de Dios, es el primogénito de toda creación, no porque haya sido creado, ni porque deba ser tenido en cuenta como una criatura más, sino porque Él tiene la excelencia de ser el Único Dios verdadero y la causa y el motivo de toda la creación de Dios. Así afirma el texto a continuación: “Porque, por medio de él, Dios creó todo lo que existe en los lugares celestiales y en la tierra. Hizo las cosas que podemos ver y las que no podemos ver, tales como tronos, reinos, gobernantes y autoridades del mundo invisible. Todo fue creado por medio de él y para él.” (Colosenses 1:16). ¡Jesucristo es Dios! y por esa razón puede ser presentado como el Creador de todo, visible e invisible. Quisiera destacar la frase “todo fue creado por medio de él y para él”. De nuevo Cristo es mostrado como el supremo Autor, y también como el Sustentador de todo lo creado, como dice Hebreos 1:3, “quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”. No hay duda que la Palabra de Dios nos está diciendo claramente que todo lo creado está siendo sustentado por la autoridad de Jesucristo, manteniendo un orden, poniendo reglas, límites, órdenes divinas para que toda se sostenga bajo el mandato y las directrices de un Dios Creador. De manera que Colosenses 1:16 nos confirma que tanto la creación como su sostenimiento actual son consecuencia de la Palabra del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, el humilde carpintero. ¡Que grande es nuestro bendito Salvador!
“Cristo también es la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo. Él es el principio, supremo sobre todos los que se levantan de los muertos. Así que él es el primero en todo.” (Colosenses 1:18). Al igual que es el origen y la causa de la creación, Cristo es el origen y la causa del reino espiritual de los creyentes, Él es quien da vida y crecimiento a Su iglesia. La iglesia es un organismo vivo formado por todos los que hemos creído en Jesús como el Autor de la vida y la salvación, y, como Cabeza de este organismo, su vida depende de Él, controla a todos sus miembros, nos controla a ti y a mí, dependemos de esa comunión y vivimos en ella. La iglesia no puede existir por gracia sin la comunicación de vida que procede de Cristo mismo.
Cristo es supremo en todo, y en Su iglesia por supuesto, también. Cristo merece el primer lugar en la honra porque además conquistó la muerte, ganó nuestros corazones con su gran amor y con su sacrificio perfecto por lo que Él lo es todo para nosotros: supremo y Rey, Salvador y Señor, eternamente, por tanto debemos darle la mejor posición honorífica en nuestra vida. ¡Que así sea!

jueves, 27 de diciembre de 2018

Ángeles

ángel
Son protagonistas en muchos momentos de la historia y no deja de ser interesante comprobar que los admitimos de forma natural como si formasen parte del paisaje; se llega a dudar más de otros personajes históricos que de los ángeles, aunque tal vez en el subconsciente de las personas se pueda pensar en ellos como se piensa en Papa Noel, los elfos o los duendes del bosque.
Sin embargo, la Palabra de Dios nos da mucha información sobre los ángeles, seres espirituales creados por Dios para servirle. Hay algún texto que nos dice que se cuentan por millones de millones (Apocalipsis 5:11), algo que aumenta mucho las probabilidades de que en algún momento tengamos a alguno cerca sin saberlo, como sucede en algunos de los relatos bíblicos. Este texto de Hebreos es muy revelador: “Los ángeles son sirvientes, espíritus enviados para cuidar a quienes heredarán la salvación” (Hebreos 1:14). Hay otra promesa que también nos infunde ánimo pensando que están al lado de los creyentes para protegerles y servirles: “El ángel del Señor es un guardián; rodea y defiende a todos los que le temen” (Salmo 34:7). Es evidente que una de sus labores más comunes es la de proteger, no sabemos cómo, suponemos que recibirán órdenes directas de Dios, pero sí los vemos protegiendo, por ejemplo a los niños: “Cuidado con despreciar a cualquiera de estos pequeños. Les digo que, en el cielo, sus ángeles siempre están en la presencia de mi Padre celestial” (Mateo 18:10). (El calificativo “pequeños”, se puede aplicar aquí también a los ‘pequeños en edad espiritual’ en la congregación o a los ‘recién convertidos).
Se da por hecho su presencia en las cercanías de Belén, allí donde nació Jesús, el Salvador del mundo, de manera que cuando se celebra la Navidad con todos sus detalles, los ángeles forman parte del atrezo como unas figuras humanas, con alas, jóvenes, de buen parecer, confundiéndose con el paisaje, pero, si lo meditamos un momento, deberían de ser objeto de nuestra atención por lo que de celestial tienen. No son divinos, ni independientes, no están sometidos a las limitaciones del cuerpo humano, obedecen a Dios, obtienen su poder y su fuerza de Él. Hebreos nos da algunos detalles interesantes sobre los ángeles: “El Hijo es muy superior a los ángeles, de hecho la orden es: que lo adoren todos los ángeles de Dios” Hebreos 1:4, 6. Más detalles: “Pero con respecto a los ángeles, Dios dice: Él envía a sus ángeles como los vientos y a sus sirvientes como llamas de fuego” (Hebreos 1:7). Sus ángeles, sus sirvientes, la Biblia da por hecho su existencia, y aparecen desempeñando papeles muy importantes en el desarrollo de la historia y, muy especialmente, en los acontecimientos que rodean la llegada de Dios a la tierra en la persona de Jesucristo. La traducción de ángel es ‘mensajero’, labor que desempeñan en muchas ocasiones para llevar recados importantes a muchas de las personas implicadas o con relación en el Plan de la Salvación. A algunos incluso se los destaca por su nombre: Gabriel es enviado a Nazaret para anunciarle a María el milagroso nacimiento de Jesús; otro ángel del que no conocemos el nombre, entrega otro mensaje a José, el prometido de María, para que entienda los motivos de su embarazo y para que empiece a comprender que detrás de ese milagros y de otras cosas maravillosas e increíbles que va a ver, está Dios mismo, intercediendo por su criatura para abrir una puerta a la salvación, el escape a la condenación Más tarde será otro ángel el que volverá a decirle a José que huyan a Egipto cuando Herodes pretendía asesinar al “Rey de los Judíos”.
Es en los campos cercanos a Belén donde los ángeles protagonizan una de las escenas más impresionantes y gloriosas cuando, esa misma noche, una multitud de ellos canta y alaba a Dios con un cántico que los pastores del lugar pudieron oír totalmente asombrados, temerosos, sorprendidos y a punto de entrar en shock ¿qué era aquello que estaban viendo? ¿quién es ese niño que anunciaban estos ejércitos celestiales? Sí, podemos hablar de ejércitos celestiales porque el texto sigue diciendo: “Cuando los ángeles regresaron al cielo…” ¡Qué impresionante poder haber formado parte de este grupo de testigos de semejante aparición! Seguramente muy poca gente les hizo caso, tal vez en alguna ocasión los trataron de locos, pero dentro de aquellas gentes humildes que habían tenido el privilegio de ser testigos directos de estas manifestaciones, había una persona ‘que guardaba todas estas cosas en el corazón y pensaba en ellas con frecuencia’: la virgen María.
A lo largo de la vida de Jesús en la tierra, aparecen ángeles sirviendo y fortaleciendo al Hijo de Dios, en una muestra del cuidado y protección que Dios tiene con Jesús y con sus siervos. Cuando Jesús está orando en el Monte de los Olivos “…apareció un ángel del cielo y lo fortaleció” (Lucas 22:43); en la resurrección, fue un ángel del Señor el que con el poder de un terremoto, descendió del cielo, corrió la piedra que tapaba la tumba precintada a un lado y luego se sentó sobre ella ¿Por qué 
sabían los testigos que se trataba de un ángel? “Su rostro brillaba como un relámpago y su ropa era blanca como la nieve”, lo describe el evangelista (Mateo 28:2-3). Los guardias que habían puesto allí temblaron de miedo cuando lo vieron y cayeron desmayados por completo.
Además de las mencionadas, hay muchas apariciones de los ángeles en el relato bíblico, ya que además de obedecer a Dios como mensajeros, también son enviados para alentar o socorrer a los hijos de Dios: “¡Pero anímense! Ninguno de ustedes perderá la vida, aunque el barco se hundirá. Pues anoche un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien sirvo estuvo a mi lado y dijo: “¡Pablo, no temas, porque ciertamente serás juzgado ante el César! Además, Dios, en su bondad, ha concedido protección a todos los que navegan contigo”.” (Hechos de los Apóstoles 27:23-24). Las palabras de Pablo atestiguan la presencia real de un ángel animándolo en momentos de gran dificultad; esto es porque cuando los siervos de Dios se hallan en peligro o dificultad, en ocasiones, según el propósito divino, los ángeles son enviados para protegerlos: “Pues él ordenará a sus ángeles que te protejan por donde vayas.” y “…y llegaron ángeles a cuidar de Jesús.” (Salmo 91:11; Mateo 4:11). En el Antiguo Testamento, aparecen en algunos momentos en forma humana, como cuando visitaron a Abraham para darle la buena noticia de que iba a tener un hijo de Sara (Génesis 18:2; 19:1); o en los encuentro proféticos que vivió Ezequiel (Ezequiel 9:2). Pero hay un relato que me gusta especialmente y se encuentra en 2 Reyes 6:15-18 cuando el sirviente del profeta Eliseo tiene miedo a causa del gran ejército arameo: “-¡Oh señor! ¿Qué vamos a hacer ahora? – gritó el joven a Eliseo. - ¡No tengas miedo! – le dijo Eliseo-. ¡Hay más de nuestro lado que del lado de ellos! Entonces Eliseo oró: “Oh Señor, ¡abre los ojos de este joven para que vea!”. Así que el Señor abrió los ojos del joven, y cuando levantó la vista vio que la montaña alrededor de Eliseo estaba llena de caballos y carros de fuego.”
En la Biblia se nos revela de la existencia de dos clases de ángeles: los que sirven a Dios y le obedecen, y los que no lo hacen, los que se rebelaron contra Dios: “Dios ni siquiera perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al infierno, dentro de fosas tenebrosas, donde están encerrados hasta el día del juicio.” (2 Pedro 2:4). Judas 6 nos amplía esta terrible información: “Y les recuerdo de los ángeles que no se mantuvieron dentro de los límites de autoridad que Dios les puso, sino que abandonaron el lugar al que pertenecían. Dios los ha tenido firmemente encadenados en prisiones de oscuridad, en espera del gran día del juicio.” Algunos ángeles, a pesar de haber sido creados perfectos, se llenaron de rebeldía y orgullo y rechazaron la posición que Dios les había otorgado, de manera que esa fue la causa de su caída y por eso están confinados a las tinieblas hasta el día del juicio.
Termino esta pequeña meditación con un ejemplo de los verdaderos ángeles santos de Dios: “Yo, Juan, soy el que vio y oyó todas estas cosas. Cuando las oí y las ví, me postré para adorar a los pies del ángel que me las mostró. Pero él dijo: “no, no me adores a mí. Yo soy un siervo de Dios tal como tú y tus hermanos los profetas, al igual que todos los que obedecen lo que está escrito en este libro. ¡Adora únicamente a Dios!”. (Apocalipsis 22:8-9). ¡Que grande vernos incluidos, juntos con los ángeles, en el grupo de los que adoramos solamente al único Dios y Salvador!

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Incertidumbres

gente
Escucho en la radio muchos anuncios sobre la necesidad de poner una alarma en nuestras casas, por seguridad, por miedo a que entren en nuestra casa y nos roben o nos hagan alguna maldad. Escucho el anuncio con tanta asiduidad que casi llega a convencerme y me obliga a razonar sobre él, a pensar si realmente es tan efectiva esa seguridad, si en el caso de que alguien entrase en mi casa, esos guardias protectores estarían en segundos a nuestro alrededor protegiéndonos de esas bandas organizadas para robar o hacer daño.
La verdad es que echando una mirada a lo que nos rodea, las cosas no nos dan más pie que a sentirnos indefensos, desprotegidos, candidatos a vivir en una incertidumbre total. Bueno, hay la otra opción, la de no mirar; hay personas que no sé cómo lo hacen pero viven totalmente despreocupados, o dan esa apariencia; son personas que sólo cuando son víctimas de alguna tragedia, es como si se despertasen en ese momento a la realidad de la vida y se preguntan sorprendidos: “¿Es posible que me este sucediendo esto? ¿Estas cosas existen?” A veces se trata de gente que ha sido criada en un ambiente de protección tal que no son realistas, viven en una burbuja y se sorprenden cuando ésta estalla y los descubre desnudos ante la realidad de que existen sufrimientos, injusticias, inmoralidad, dificultades… y que, finalmente, todo acaba en la muerte. Sí, es una perspectiva triste y pesimista de la vida, pero lo menciono porque hay personas que viven en esa situación día tras día. Y no se trata sólo de aquellos que les ha tocado ser protagonistas de las peores condiciones: los refugiados que huyen de las guerras y del hambre; los que viven en auténticas ciudades de chabolas; los que nacen en países subdesarrollados, en medio de guerras fratricidas y de hambrunas fruto casi siempre de esas guerras, a veces alimentadas por países que se enriquecen vendiendo armas y negociando con los alimentos que podrían paliar esas hambrunas inhumanas. Hay personas que viven en esa incertidumbre y viven cerca de nosotros, pasan por nuestro lado, no sabemos quiénes son pero están convencidos que la vida es una carga demasiado pesada.
¿Sabes? La vida sin Dios es muy difícil. Él lo sabe y nos comprende porque ha estado viviendo en medio de nosotros en la persona de Jesús y no lo hizo en la zona rica, sino en la zona pobre, en donde estaban los necesitados y los enfermos, los excluidos de la sociedad, los parias, los pobres, las prostitutas, los leprosos declarados inmundos a los que nadie tocaba y se les pedía que viviesen apartados de la gente, lejos, desechados, despreciados… ¡fuera! Jesús estuvo aquí, comprobando los sufrimientos de la vida, los sufrimientos producidos por el pecado, los sufrimientos derivados de nuestro alejamiento de Dios y lloró con ellos, lloró por las personas, se conmovió ante la presencia de la necesidad, la enfermedad y la muerte… ¿Por qué lloró? Por amor. Y porque nos amó fue odiado, abandonado, escupido, aborrecido, condenado. Él nos comprende bien y sabe que la vida sin Él no tiene propósito ni sentido y por eso desea mostrarnos que nos ama, que quiere liberarnos de nuestras preocupaciones, que ha prometido su compañía y su ayuda y nunca nos va a dejar solos ante todo aquello que se nos presente como una barrera, un obstáculo, para seguir.
Cuando escucho ese anuncio sobre la necesidad de poner una alarma pienso: “Está bien, es una cosa que puede resultar disuasoria para los amigos de lo ajeno, pero el Señor me ha prometido: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende.” (Salmo 34:7).” Cuando veo venir de lejos un problema y automáticamente empieza a agobiarme la ansiedad, recuerdo: “Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros.” (1 Pedro 5:7), y la echo sobre Él porque sé que tiene cuidado de mí y de mi familia. ¿Te parece ilusorio? No lo es, no hay nada más real que Dios y además nos lo demuestra cada día, sea un día de sol brillante o uno de esos días oscuros, llenos de nubarrones y de tormentas. Descansando en Dios, al final siempre veremos el arcoíris como la firma que certifica su presencia.
Jesús nos entiende y se interesa por cada uno personalmente, quiere, con sinceridad, con transparencia, por amor, ayudarnos y sacarnos de esa incertidumbre. Aún cuando a pesar de todo tememos, sus palabras resuenan fuertemente en medio del viento y de la lluvia: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”  Yo puedo consolaros, deseo mostraros mi amor, no te voy a abandonar nunca, y si vienes a mí, confiesas tus pecados y me pides perdón, yo voy a perdonarte y a cambiar tu vida, porque precisamente para eso he muerto en la cruz, para pagar por tus pecados, para que te vuelvas a mí y para que tengas una vida con propósito ahora y por siempre.
Esas son las palabras de Dios que encontramos en la Biblia. Yo las he creído y vivo una vida con propósito porque vivo en Él y para Él. Esto no significa que se van a acabar los problemas porque en el mundo siempre los encontraremos, pero lo que sí significa es que ahora los problemas no los voy a afrontar solo: Dios, el creador y Señor de todo, va a estar enfrentándolos conmigo y eso es grandioso, saber que lo hace porque me ama y que por medio de Jesucristo, me ha hecho su hijo.
Tú puedes vivir lo mismo. Pídeselo con sinceridad. Él te va a contestar.

lunes, 29 de octubre de 2018

Respuestas bíblicas

de Editorial La Buena Semilla www.labuenasemilla.net
escudriñar las Escrituras

¿Cómo saber más sobre la vida eterna?

“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39).

¿Qué dice la Biblia acerca del más allá?

“Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27).

¿Qué se debe hacer para escapar del juicio?

“Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31).

¿Bastan las buenas obras para obtener la vida eterna?

“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).
“Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia...” (Tito 3:5).

¿Se puede estar seguro de tener la vida eterna?

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13).

¿Acepta Dios a cualquiera, sin tener en cuenta su pasado?

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
“Al que a mí viene, no le hecho fuera” (Juan 6:37).

¿Es posible tener la certeza de que nuestros pecados son completamente perdonados?

“Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).
“Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo (Dios) alejar de nosotros nuestras rebeliones” (Salmo 103:12).

¿Qué sucede con los que aceptan a Jesucristo en su vida?

“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12).
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17).
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Isaías 55:7).

¿Cómo saber que Dios nos escucha?

“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo” (Romanos 10:13).
“Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3).
“He aquí no se ha acortado la mano del Señor para salvar, ni se ha agravado su oído para oír” (Isaías 59:1).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)

sábado, 20 de octubre de 2018

La violencia

violencia, odio, ira, maldad, muerte
Ya desde bien pequeñitos se adivina el germen de violencia en las personas. Observo los juegos de los niños cuando acompaño a mi nieta al parque: rondan los 4 años de vida y ya tienen el mal gesto dispuesto, incluso la bofetada o el empujón cuando las cosas no les vienen dadas a su antojo y si, en un intento de mediar para que reine la paz, les preguntas que ha sucedido, la reacción es unánime: “¡Él me pegó!”. Es el reflejo de la violencia mucho más seria que se vive en el mundo de los adultos.
He leído recientemente el libro “Fariña” y una de las cosas que me ha impresionado es ver como gente humilde, descendientes de pescadores, artesanos, gente ‘corriente’, pueden convertirse en ‘profesionales del contrabando’, narcos, e incluso asesinos por la influencia ambiciosa del poder del dinero y del poder que da el manejar vidas al antojo, sin escrúpulos, sin, por supuesto, pensar ni por un minuto el daño que podemos ocasionar al prójimo. “¡Él me pegó!” sería la reacción unánime a la pregunta: “¿Qué está sucediendo?”.
Un simple repaso a la historia de la humanidad nos deja sin respiración si intentamos calcular cuanta violencia ha habido en el mundo. Desde el terrible día en que Caín mató a su hermano Abel, comprobamos que el corazón humano es egoísta y está prontamente dispuesto para actuar con mal y violentamente ante su prójimo. “Pues del corazón salen los malos pensamientos, el asesinato, el adulterio, toda inmoralidad sexual, el robo, la mentira y la calumnia” (Mateo 15:19, Nueva Traducción Viviente). ¿Del corazón humano? ¿Y se puede erradicar esta enfermedad? Preguntémosle al Médico por excelencia: La Biblia dice: “El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es? Pero yo, el Señor, investigo todos los corazones y examino las intenciones secretas.” (Jeremías 17:9-10, NTV). Desde aquel fatídico día en que la humanidad prefirió emanciparse de la compañía divina, Dios se preocupó de su criatura y de su corazón. A través de sus profetas anunció: “Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo.” (Ezequiel 36:26, NTV). ¡Entones sí se puede erradicar esa enfermedad! El Creador ha provisto un cambio. ¿Cómo, si vemos que por generaciones el mundo parece que va enfilado hacia su propia destrucción por no ser capaz de controlar esa ira loca que lo controla? La única solución que hay para cambiar un corazón endurecido es la que Dios da por amor, mediante su Hijo Jesucristo, dando una vida nueva a aquellos que lo aceptan como Salvador, una vida nueva con un corazón nuevo, limpio, renovado, en el que Dios derrama su amor mediante su Espíritu: “Pues sabemos con cuanta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor” (Romanos 5:5, NTV). Sí, con Jesús se puede cambiar, se puede tener una vida nueva marcada por la pureza y el amor. ¡Qué contraste de palabras! Pureza, amor… odio, venganza, violencia, muerte.
“Sí, Señor, quiero ese cambio. Renuévame Señor, no quiero seguir así, deseo ese corazón tierno y receptivo para ver a los que me rodean como personas necesitadas de cariño y de atención; para fomentar la solidaridad, el compañerismo, las buenas formas, el servicio, el civismo. Pero sobre todo, deseo ese cambio para agradecerte lo que has hecho por mí y conocerte cada día un poquito más, mi Dios, mi Rey, mi Señor y Salvador.” Amén.

domingo, 7 de octubre de 2018

Opuestos a Dios

lo normal lo anormal malo bueno
Hace unos años leí la historia siguiente en la hoja del calendario de La Buena Semilla: “Un juez
jubilado, cuyos escritos modificaron las decisiones de la Corte Suprema de su país, hizo el siguiente comentario: Hoy, la mayoría de la gente quiere que “lo que es anormal sea normalizado” y “lo que es normal se vuelva anormal””.
La Biblia predijo esta situación en palabras del profeta Isaías de esta manera: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20).
“¡Ay de los que…!” Ya estamos viviendo es esa situación y la palabra de Dios pronuncia un ¡Ay! de aviso, una advertencia divina para aquellos que a lo malo llaman bueno y a lo bueno llaman malo. Es una forma clara y rotunda de ir contra lo que Dios creó o estableció en una oposición frontal contra todo lo que suene a divino, en una actitud egocéntrica y autosuficiente, en una posición que aboca al abismo del caos en el que se está cayendo la sociedad por darle la espalda al Dios santísimo. Por ejemplo, el matrimonio: “Así que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen. A imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó. Luego Dios los bendijo con las siguientes palabras: Sean fructíferos y multiplíquense. Llenen la tierra y gobiernen sobre ella. Reinen sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que corren por el suelo… Entonces Dios miró todo lo que había hecho, ¡y vio que era muy bueno!... El hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo.” Muchos siglos después, Jesús corroboró esas palabras contestando a unos fariseos una pregunta relativa al divorcio: “Jesús respondió: ¿No han leído las Escrituras? Allí está escrito que, desde el principio, “Dios los hizo hombre y mujer”. Y agregó: Esto explica porque el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo. Como ya no son dos sino uno, que nadie separe lo que Dios ha unido”. Es en ese marco del matrimonio instituido por Dios “en el principio” de todo, en donde se puede vivir la plenitud de la sexualidad sin embargo, la sociedad actual ha llegado a la conclusión de que la institución del matrimonio se ha convertido en una atadura sofocante y anticuada y por tanto, se inventa muchas posibilidades de matrimonios, diferentes al establecido por Dios, con el único y egoísta objetivo de que “lo importante es que UNO sea feliz”. De nuevo vuelvo a leer la profecía de Isaías, escrita unos 700 años antes de Cristo, por medio de la cual Dios advierte que nuestra sociedad enfermaría desde la cabeza hasta los pies. Alguien me puede reprochar que estas palabras van dirigidas al pueblo rebelde de Judá, y es verdad, pero pueden analizar las palabras de este mensaje y ver en qué se diferencia ese pueblo de la sociedad actual, y donde pone ‘pueblo de Judá’, pongan ‘sociedad actual’ y verán a quién van dirigidas: “¡Escuchen oh cielos! ¡Presta atención, oh tierra! Esto dice el SEÑOR: Los hijos que crié y cuidé se han rebelado contra mí. Hasta un buey conoce a su dueño, y un burro reconoce los cuidados de su amo, pero Israel no conoce a su amo. Mi pueblo no reconoce mis cuidados a su favor. ¡Qué nación tan pecadora, pueblo cargado con el peso de su culpa! Está lleno de gente malvada, hijos corruptos que han rechazado al SEÑOR. Han despreciado al Santo de Israel y le han dado la espalda. ¿Por qué buscar más castigo? ¿Se rebelarán para siempre? Tienen la cabeza herida y el corazón angustiado. Desde los pies hasta la cabeza, están llenos de golpes, cubiertos de moratones, contusiones y heridas infectadas, sin vendajes ni ungüentos que los alivien. Su país yace en ruinas y sus ciudades han sido incendiadas. Los extranjeros saquean sus campos frente a sus propios ojos y destruyen todo lo que ven a su paso. La hermosa Jerusalén está abandonada como el refugio del cuidador en un viñedo, como la choza en un campo de pepinos después de la cosecha, como una ciudad indefensa y sitiada. Si el Señor de los Ejércitos Celestiales no hubiera perdonado la vida a unos cuantos entre nosotros, habríamos sido exterminados como Sodoma y destruidos como Gomorra. Escuchen al Señor, líderes de “Sodoma”. Escuchen la ley de nuestro Dios, pueblo de “Gomorra””. (Isaías 1:2-10).
La sociedad con todas sus herramientas se ha encargado de orientar a todo el mundo hacia la perversión sexual, la violencia y la anarquía, de manera que las relaciones normales, el respeto a la ley y el valor de la vida son atacados por todas partes.
Vivir opuestos a Dios es una constante desde la entrada del pecado en el mundo (Génesis 3), sin tener en cuenta la soberanía, la sabiduría y la perfección del Dios de los cielos. Pero hay un pueblo diferente, apartado (santificado) por Dios mismo, “un pueblo elegido. Son sacerdotes del Rey, una nación santa, posesión exclusiva de Dios. Por eso pueden mostrara otros la bondad de Dios, pues él los ha llamado a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa. Antes no tenían identidad como pueblo, ahora son pueblo de Dios. Antes no recibieron misericordia, ahora han recibido la misericordia de Dios”. Los cristianos obedecen la palabra de Dios y deben separarse de todo lo que signifique desobedecer las leyes divinas. Cuando la palabra de Dios dice: “No amen a este mundo ni las cosas que les ofrece” (1 Juan 2:15), no está poniendo sobre aviso respecto a lo que haya en el mundo que nos pueda atraer y embaucar en sus redes porque en muchas ocasiones, estas cosas se oponen al amor, la paz y el gozo que hayamos junto a Dios, hoy y por toda la eternidad.

martes, 4 de septiembre de 2018

¿Por qué tengo que morir?

morir, vivir, preguntas, respuestas, sentido
Mi pregunta de hoy es un poco drástica pero realista como la muerte misma: ¿Por qué tengo que morir? ¿Por qué tenemos que morir?
La muerte es un hecho, es natural e inevitable en todos los seres vivos. Las células se van gastando con el tiempo y finalmente mueren, igual que los órganos, se van gastando, se debilitan o se enferman y con el tiempo y por el desgaste, a veces por el abuso, van apareciendo achaques que activan las alarmas que nos avisan de que nuestro cuerpo se va debilitando y que estamos más cerca de la muerte. Al filósofo alemán Martin Heidegger, se le atribuye una frase que todos hemos asimilado porque no queda otra: “Tan pronto como el hombre empieza a vivir, ya es lo bastante viejo como para morir”. La Biblia afirma que “cada persona está destinada a morir una sola vez”, pero hubo un momento en la historia en que esto no era así:
En la historia de la Creación en el libro del Génesis, la muerte era una posibilidad. Dios sólo puso una prueba a la obediencia del Hombre: “El Señor Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que se ocupara de él y lo custodiara; pero el Señor Dios le advirtió: “Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás.” (Génesis 2:15-17). O sea, si el hombre y la mujer desobedecían esta única restricción, morirían, sino, no. La muerte no era el plan de Dios para ellos. Posiblemente habría desgaste físico por efecto del tiempo, pero si no habría muerte, Dios podría renovarlo de alguna manera, por ejemplo, en Génesis 2:9 se menciona “el árbol de la vida”.
Pero la primera pareja no quiso someterse a la soberanía de Dios y la posibilidad se cumplió tal y como habían sido advertidos: Instantáneamente murieron espiritualmente, perdieron aquella relación con Dios que tenían al principio, pasaron de tener relación con Él a tenerle miedo, de amigos a enemigos: “Con el sudor de tu frente obtendrás alimento para comer hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado. Pues fuiste hecho del polvo y al polvo volverás.” (Génesis 3:19). A partir de aquí la Biblia recuerda y sentencia: “Y de la manera que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después el juicio” (Hebreos 9:27). “Está establecido” ¿por quién? Por Dios soberano, creador, y así se lo comunicó al hombre cuando pecó, como hemos visto en Génesis 3:19 de lo cual había sido advertido previamente, como ya hemos visto. En Romanos 5:12 podemos ver la explicación de la universalidad del pecado: “Cuando Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la muerte, de modo que la muerte se extendió a todos, porque todos pecaron.”
Esta es la respuesta a la pregunta inicial: La paga, el sueldo, la retribución del pecado es la muerte. Muerte espiritual primero, muerte física después. La Biblia afirma que todos hemos pecado y por tanto nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. También afirma que no hay ni un solo justo. Todos pecamos, sea de pensamiento, sea de hecho. Si alguien dice que nunca ha pecado (un solo pecado ante la Ley de Dios ya nos hace culpables), “lo único que hacemos es engañarnos a nosotros mismos y no vivimos en la verdad” (1 Juan 1:8).
Sin embargo la Palabra de Dios nos dice que desde el principio Dios ha hecho todo lo necesario para que podamos recuperar nuestra relación con Él y de esa forma recuperar el sentido primero de la vida y la Creación. Cuando afirma que “la paga del pecado es muerte” hay una segunda parte en el texto: “Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Dios nos da un regalo conseguido por medio de su Hijo, el regalo de la vida eterna que Él tenía programada cuando nos creó y que frustramos a causa de nuestra rebeldía. Aún hoy sigue siendo así: Dios nos regala la posibilidad de ser salvos, pero la inmensa mayoría lo rechaza. Prefiere su independencia antes de aceptar la soberanía y la dependencia del Creador. Seguimos prefiriendo la rebeldía que nos aboca a la muerte espiritual y física eternas. Pero Dios insiste en regalarnos la salvación por gracia, no por medio de nuestras obras, de lo que queramos aportar para conseguirla. No. El sacrificio de Jesús ha sido perfecto y completo, no se le puede añadir nada; sólo nos pide que creamos en Él y que, arrepintiéndonos, aceptemos que Él ha pagado el precio por nuestros pecados, lo que nos correspondía pagar a nosotros, lo ha pagado Él en nuestro lugar. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres. Su muerte nos da la vida, vida terna, restauración, liberación, sentido y esperanza. Jesús Dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Como “está establecido” incluso los creyentes tendremos que morir. Cuando la Biblia habla del creyente que muere dice que “duerme”. José Mª Martínez escribió: “La muerte del cuerpo no es un salto de la existencia a la inexistencia. La muerte es el tránsito de lo esencial de la persona, su “yo” (alma o espíritu), a un modo diferente de existir, determinado por el tipo de relación mantenida con Dios a este lado de la tumba.” Pablo escribió: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Los creyentes, mientras vivamos en este planeta, Cristo es el objetivo de nuestra vida cristiana: queremos obedecerle, imitarle, seguirle, anunciarle… Jesucristo es nuestra razón de vivir. Para el creyente, “dormir en el Señor”, morir, significa el encuentro con Cristo, lo veremos como Él es, ya estaremos con Él para siempre, porque partir para estar con Cristo es mucho mejor.

sábado, 25 de agosto de 2018

Cantar de alegría

florJusto regresas de las vacaciones y aparece ese puntito de congoja, ¿depre postvacacional?, uno de los
clásicos en los noticieros, como lo de los gastos antes del colegio o lo de la cuesta de septiembre. Las vacaciones pueden tener algún momento malo por mil y una circunstancias, pero, en general, se disfruta en ellas y cuando hay disfrute, comodidad, desconexión de la rutina diaria, encuentros agradables, experiencias, etc., la verdad no apetece en absoluto que se terminen.
Pero se terminan y en algunos casos se agradece, aunque ello suponga volver al tajo rutinario, eso sí, con fuerzas renovadas.
Los creyentes tenemos un plus: Hoy me lo ha recordado la lectura del Salmo 33, un himno de alabanza que nos recuerda que nuestro Dios está ahí siempre, por encima de nuestros cortos espacios de tiempo, sean vacacionales o rutinarios, y eso supone una certeza y una esperanza que nos colma y que hace brotar de nuestro interior un canto de alabanza agradecido: “Alegraos, oh justos, en Jehová; a los rectos es hermosa la alabanza. Dad gracias a Jehová con lira; cantadle con arpa de diez cuerdas. Cantadle un cántico nuevo; hacedlo bien, tocando con júbilo.”
A mí me ha supuesto una especie de recriminación por ese puntito de congoja. Es verdad que somos humanos y que la “buena vida” está muy bien, pero como dice Eclesiastés, todo tiene su momento. El hecho de tener relación con Dios hace que cada día sea nuevo sabiendo que estamos dentro de Su Plan y que tengamos mil motivos para alabarle sean cuales sean las circunstancias, ya que “todas las cosas ayudan para bien a los que le aman” (Romanos 8 :28).
El salmista exhibe una buena razón para que cantemos con alegría, una razón muy clara y sencilla: se centra en lo que Dios es y en lo que hace: “Porque recta es la palabra de Jehová, y toda su obra ha sido hecha con verdad. El ama la justicia y el derecho; de la misericordia de Jehová está llena la tierra.” Hay una conjunción tan perfecta que el carácter de Dios y su obra no pueden separarse de su palabra y esto es algo que se puede vivir y palpar, manteniendo una buena sintonía y comunión con Dios. Es más que una experiencia, es una forma de vida, es la forma, la válida, la que produce fruto, la que da sentido a todo: “Nuestra alma espera en Jehová; El es nuestra ayuda y nuestro escudo. Por eso, nuestro corazón se alegra en él, porque en su santo Nombre hemos confiado. Sea tu misericordia, oh Jehová, sobre nosotros, según lo esperamos de ti.”

miércoles, 18 de julio de 2018

¿Estamos solos en el universo?

solos en el universo
A punto de salir de vacaciones y por tanto entrar en ese exclusivo grupo de aquellos pocos y privilegiados que no tienen medios técnicos para escribir y publicar, afronto una pregunta más de lo que he dado en llamar la serie sobre las clásicas preguntas que todo el mundo se hace: “¿Estamos solos en el universo?”; “¿hay vida en otros planetas?”.
Teniendo en cuenta los miles de millones de planetas que se calcula que hay en el espacio se supone que sí, que debería haber vida en otros lugares, aunque hasta el momento no se haya encontrado. Por supuesto los evolucionistas aseguran que igual que en la Tierra se ha desarrollado la vida a través de un organismo microscópico, puede haber ese tipo de organismos latentes en otros planetas a la espera de otra hipotética evolución. Científicamente no hay nada probado, que yo sepa, por lo que la pregunta sigue ahí latente, más como una curiosidad ya que una respuesta negativa abriría las puertas a la imaginación y al suspense por saber cómo se desarrolla la vida en otros planetas por ahí perdidos.
Los astrónomos que se dedican a enviar y a rastrear señales procedentes del espacio exterior, cada vez están más desanimados y pesimistas en “contactar” con alguien ya que llevan más de 50 años haciéndolo y no hay respuesta; seguro que habrá optimistas que aún la esperen pero las distancias son tan grandes en esa “ventana silenciosa” a la que nos asomamos que, aunque le pongamos mucha ilusión, da la sensación de que recibir algún tipo de señal procedente de otra hipotética civilización, parece más que improbable.
Los cristianos buscamos respuestas en la Biblia: ¿hay algo sobre esto en la revelación dada por Dios a los hombres? No… ¿o sí? Con claridad, no, pero es evidente que la revelación divina va dirigida a nosotros, centro de la creación de Dios y que el plan de salvación elaborado desde antes del principio de los tiempos (2 Timoteo 1:9) es para nosotros a causa de que nos rebelamos contra el Creador queriendo ser independientes y autosuficientes. Si además pensamos que Jesucristo es el unigénito Hijo de Dios, Dios encarnado para habitar entre sus criaturas, ¿qué sucede en el resto de las civilizaciones? ¿ellos no se han rebelado? ¿se ha encarnado Dios en otro tipo de criaturas para vivir entre ellos? ¿no ha sido necesario? Temo entrar en algún tipo de blasfemia haciéndome este tipo de preguntas, así que me voy a centrar en la Escritura. ¿Qué dice? “En el principio, Dios creó los cielos y la tierra.” Aquí tenemos la primera pista. La tierra protagonista exclusiva de esta maravillosa creación. El resto… ¡los cielos! Y aquí entran los miles de millones de estrellas, planetas, galaxias, etc., una inmensa cantidad de materia en el universo de cuyas dimensiones nuestra mente es incapaz de plasmar en cifras. La sencillez del relato bíblico lo plasma así: “Dios hizo dos grandes luces: la más grande para que gobernara el día, y la más pequeña para que gobernara la noche. También hizo las estrellas.” (Génesis 1:16). Si nos fijamos, el relato está centrado en la tierra, en cómo iba a ser alumbrada, en cómo iban a entrar y salir las estaciones, en qué distancia exacta tendría que haber entre ella y el sol para que la creación fuese posible y las plantas y los animales no se abrasasen. Y lo más importante: “Dios creó a los seres humanos a su propia imagen…, hombre y mujer los creó” (Génesis 1:27). ¡Sublime! El Creador prepara el sitio, lo llena de plantas y animales y luego, como broche final, crea al hombre y a la mujer y luego, como Creador y Señor de toda la creación, los bendice y les da instrucciones: “Sean fructíferos y multiplíquense. Llenen la tierra y gobiernen sobre ella. Reinen sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que corren por el suelo.” (Génesis 1:28). Esto es solo el inicio. Después la historia nos cuenta en que desencadenó el deseo del hombre y la mujer de ser “dioses” hasta el punto de que supimos que “Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3:16). 
¡Dios amó al mundo! A mí no me cuadra que si hubiese otros mundos no lo supiésemos a través de la Biblia porque Dios desarrolla su inmenso plan de salvación por el mundo, este mundo que Él ha creado y al que ama tanto. No se atisban otros en estas palabras y menos pensando que el Hijo de Dios murió crucificado por los pecados de todo el mundo. Este mundo. El mundo en el que Dios nos ha puesto para que lo gobernemos. ¿Y qué hacemos, lo gobernamos o lo gastamos mal-usándolo? En nuestra soberbia, preferimos gastar miles de millones en buscar si hay agua en Marte o algún tipo de microbio que nos dé pie a pensar que la creación tal y como se relata en la Biblia es un mito, que realmente todo ha sido fruto del azar, mientras que en nuestro planeta hay millones de personas que se mueren de sed y de hambre ¿hay algo más sin sentido? Dicen que si encontramos agua en otro planeta por ahí fuera, tenemos más posibilidades de cambiarnos a él cuando la Tierra termine sus recursos. O sea, millones gastados en buscar una solución a un problema futuro que aún no se ha dado, solución que supongo sería para unos pocos escogidos, privilegiados y ricos, mientras aquí, ahora, se están ya muriendo por inanición.
A la luz de la Palabra de Dios, y dejando claro que en Ella no se dice nada al respecto, creo que sí estamos solos en el universo como civilización, como planeta habitado. Aunque hay un lugar en donde está Dios y miles de millones de criaturas suyas, ángeles, serafines, arcángeles, etc., que sí se mencionan en la Biblia, que en ocasiones están entre nosotros, y que más pronto que tarde conoceremos, cuando el fin de los tiempos se cumpla, según el reloj del Creador, Soberano, Rey y Señor.

viernes, 29 de junio de 2018

El Amor

que nuestro amor no quede solo en palabras
El amor es uno de los temas favoritos del apóstol Juan en sus cartas. Él lo lleva a la práctica; no habla en sentido poético, romántico… tampoco se refiere al amor “eros”, no, él habla del amor como aquello que tiene que fluir con naturalidad de un verdadero creyente, de un verdadero hijo de Dios, de alguien que tiene a Jesucristo como su Señor y Salvador, como su Modelo por excelencia, como su Maestro, aquel a quien quiere obedecer y seguir.
“Queridos hijos, que nuestro amor no quede solo en palabras; mostremos la verdad por medio de nuestras acciones”. Antes había escrito: “Si alguien tiene suficiente dinero para vivir bien y ve a un hermano en necesidad pero no le muestra compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en esa persona?” Es fácil llenarse la boca de hermosas palabras; incluso auto engañarse con una supuesta piedad, fervorosa, devota. Pero el amor verdadero, no se puede expresar con palabras sino va acompañado de hechos. Jesús es un claro ejemplo de esto; el apóstol lo describe así: “Conocemos lo que es el amor verdadero, porque Jesús entregó su vida por nosotros”. Jesús habló mucho sobre el amor, y aconsejó sobre que incluso debemos amar a nuestros enemigos, pero evidentemente no se quedó solo con las palabras: lo expresó con hechos con la demostración más grande y sublime del amor divino, entregando su vida voluntariamente, en sustitución por la de los pecadores, muriendo por sus enemigos: “Casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores… Pues, como nuestra amistad con Dios quedó restablecida por la muerte de su Hijo cuando todavía éramos sus enemigos, con toda seguridad seremos salvos por la vida de su Hijo.” (Romanos 5:7-8, 10).
Así que como Dios no sólo habla del amor sino que ama, igualmente sus hijos debemos amar con nuestros hechos: “Nuestras acciones demostrarán que pertenecemos a la verdad, entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios.” “Pertenecer a la verdad” es, según la Biblia, ser ciudadanos del cielo, o lo que es lo mismo, pertenecer a Dios y obedecerle siguiendo a Cristo. Conocemos que “somos de la verdad” cuando en la práctica demostramos ese amor, primeramente a los hermanos en la fe y luego con nuestro prójimo en general: “Y su mandamiento es el siguiente: debemos creer en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y amarnos unos a otros, así como él nos lo ordenó.” Este mandamiento se repite en las cartas de Juan continuamente, prueba evidente de que al Juan discípulo se le habían grabado a fuego las instrucciones de Jesús: “Así que ahora les doy un nuevo mandamiento: ámense unos a otros. Tal como yo los he amado, ustedes deben amarse unos a otros. El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos.” (Juan 13:34-35). “Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado… Este es mi mandato: ámense unos a otros.” (Juan 15:12, 17).
Y en esa misma línea vemos como responden sus cartas: “Queridos amigos, sigamos amándonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es un hijo de Dios y conoce a Dios; pero el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” He ahí la clave, he ahí la evidencia sobre si la persona tiene comunión con Dios o no. El amor genuino tiene su origen en Dios; el amor forma parte de la naturaleza divina, no se trata de un atributo sino de lo que Dios es y el creyente recibe de ese amor en su corazón, según nos explica el apóstol Pablo en su carta a los Romanos: “Sabemos con cuanta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor.” De manera que los creyentes aman como impulsados por el sentimiento divino que Dios mismo produce en nosotros. “No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.” Podría decir que esto es el broche de oro final. Aunque nosotros no éramos dignos de su amor, Él envió a su Hijo igualmente porque Él es Amor, tomó la iniciativa amándonos primero y proporcionándonos la manera de que pudiésemos tener relación con Él gracias a su Amor , Gracia y Misericordia. “Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento, para que podamos conocer al Dios verdadero. Y ahora vivimos en comunión con el Dios verdadero, porque vivimos en comunión con su Hijo, Jesucristo. Él es el único Dios verdadero y Él es la vida eterna.” (1 Juan 5:20).

lunes, 11 de junio de 2018

El prójimo

Colaboración de Manuel José Díaz Vázquez

Porción de la Escritura: Lucas 10:25-37
¿quien es mi prójimo?
Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?  Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? 
Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. 

Cuando el intérprete del la ley le preguntó al Señor: “¿Y quién es mi prójimo?”, se encontraba lejos de sospechar que él mismo iba a contestar su pregunta, tan centrado estaba en su propia justificación cuando la hizo. 
No vamos a detenernos a estudiar toda la porción, sino, solamente, a extraer dos puntos esenciales acerca del término “prójimo”, que vienen a ser como las dos caras de una misma moneda. 
Cuando el Señor contesta al intérprete de la ley con esta parábola, a medida que la vamos leyendo tenemos la impresión de que el herido representa al prójimo y las personas que pasan a su lado expresan diferentes actitudes con respecto a él. Luego, vamos reflexionando acerca de los detalles: el sacerdote, el levita, el samaritano y lo que hacen cada uno de ellos, reparando en el hecho de que los dos primeros son judíos… Pero da la impresión de que la pregunta pasa a un segundo plano. Y sin embargo, ya está contestada. Mi prójimo es cualquiera: cualquier hombre. Haríamos mal en restringir el ámbito del término a los más próximos como se puede derivar de su etimología griega: familia, amigos, vecinos, conciudadanos, camaradas, compañeros, hermanos… El concepto incluye a cualquier hombre que nos encontremos en nuestro camino existencial, por decirlo así. Depende de mis movimientos. Si yo estoy en el local de la iglesia, mis prójimos son mis hermanos, pero si salgo de ella, mis prójimos son los transeúntes anónimos que me voy encontrando por el camino sean o no de mi raza o religión, y si estuviese en un país remoto que no tuviese que ver con las costumbres y la cultura del mío, la percepción es la misma. Es, en este sentido, un concepto universal… 
Pero es solo una cara de la misma moneda como dijimos anteriormente.  El Señor no se detiene aquí y hace una pregunta en el versículo 36 que vuelca la percepción anterior, o mejor dicho, la complementa. Sorprendentemente, el prójimo ya no es el herido, que no deja de serlo al mismo tiempo. El prójimo es el samaritano. ¿Cómo puede ser esto? Y es aquí cuando el intérprete de la ley da la respuesta definitiva a su propia pregunta, nos da una definición perfecta, llevado por el Señor, de quién es el prójimo: “El que usa de misericordia con los demás”. Ese es el verdadero prójimo. O sea, que ser prójimo viene definido por el interior, por el corazón, de si tenemos o no misericordia para con los otros. Misericordia práctica, se entiende. Es decir, una ternura entrañable hacia los demás que lleva a aliviar el sufrimiento ajeno. Prójimo es el que da y el que recibe. Y cada uno de nosotros puede estar en ambos puntos, aunque mejor es dar que recibir… Es un principio de identidad que nos iguala a todos.
Recordemos, para finalizar, otra porción en Mt 9:27, cuando dos ciegos le gritaban: “¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!”. El Señor fue el Prójimo de ellos, es el Prójimo de toda la Humanidad. 
Que Él nos ayude a tener misericordia de los demás. 

** Manuel es autor de las novelas "Queso fresco con membrillo", "A las vacas de la señora Elena no les gusta el pimiento picante", "La calavera de Yorick" (Ediciones Atlantis) y "Apuntes y memorias del peor estudiante del mundo" (Liber Factory).

domingo, 27 de mayo de 2018

Cuestión de valores

pérdida de valores en la sociedad actual
Hace unos día leí este comentario en la hoja del calendario de La Buena Semilla: “En el curso de una
entrevista, un editorialista declaró: “Hemos pasado a un período de incertidumbre en cuanto a nuestros valores”. Hablaba de nuestros valores morales, los que gobiernan nuestro comportamiento en la sociedad actual. En los países cristianizados estos valores se apoyaban en gran parte en la Biblia. Hoy todos esos valores son cuestionados porque Dios y su Palabra han sido dejados de lado o ignorados.”
Unos días más tarde, leyendo el libro “Verdad y transformación” de Vishal Mangalwadi, un destacado intelectual y conferenciante cristiano de la India, encontré un comentario muy similar: “La verdad se perdió por causa de la arrogancia intelectual que rechazó la revelación divina e intentó descubrir la verdad apoyándose exclusivamente en la mente humana… La Inglaterra del siglo XVIII estaba tan corrompida como mi país; fue transformada por el avivamiento religioso dirigido por John Wesley, fundador de la Iglesia Metodista.”
No es la primera vez que escribo sobre el tema de la “pérdida de valores en la sociedad actual”, pero es curioso que me lo encuentre continuamente, como si urgiera la necesidad de hablar de esta pérdida, básicamente por los inconvenientes que supone para esta sociedad postmoderna. Mires para donde mires, el comportamiento de las personas públicas que deberían ser un ejemplo para los demás, destaca una y otra vez por el escándalo, la corrupción, las malas maneras… y esto afecta a la sociedad en general que parecer amoldarse con demasiada velocidad, diría yo, a una forma de comportamiento que practica tanto el político más afamado como el niño en el patio del colegio o en el parque; las películas sobre el viejo oeste están de moda: “ciudad sin ley”. La repetición de conductas irresponsables sin tener en cuenta los principios más básicos de convivencia, están haciendo que la gente se acostumbre a que “eso” es normal y que la pérdida de valores en la sociedad sea un problema irremediable como el cambio climático, la contaminación de los mares o la desaparición de especies de animales. Lo que realmente alarma es que parece que nadie se da cuenta del alimento continuo que reciben nuestros jóvenes en la televisión y el cine para que desaparezca el gusto por la educación, el civismo, el respeto por los demás. Parece que es más interesante vivir al límite, buscar el enfrentamiento, conseguir las cosas que se desean sin esfuerzo, robando si llega el caso. Se oyen continuamente las formas de incumplir la ley sin que tenga consecuencias (“¡total no pasa nada!”). Se ufanan de “subir a la red” la última gamberrada, pelea entre jóvenes, etc.,  importándoles bien poco el hecho de que la misma policía pueda llegar a conocer la identidad de los infractores. Es como si la expresión “¡a donde vamos a llegar!” se le atribuyese a las personas mayores que “están pasadas” y no saben que los tiempos han cambiado y hoy está de moda romper con la rigidez de una sociedad caduca.
¿Se han perdido definitivamente los valores morales? No. Están a disposición de todo el que los quiera encontrar y ejercitar y todos estamos en disposición de potenciarlos si no queremos que este mundo se convierta en lo que pronostican las películas futuristas que auguran un mundo devastado y dominado por las armas, la violencia, la fuerza del más bruto, la corrupción desmedida y la injusticia.
“La Biblia fue la responsable de que el Occidente medieval fuera la primera civilización de la historia que no descansó sobre las espaldas de sudorosos esclavos.” escribe Mangalwadi. La Biblia sigue siendo desde hace miles de años, una guía segura. “Tu palabra es verdad”, dijo Jesús en su oración de Juan 17. “Si os mantenéis fieles a mis enseñanzas, seréis realmente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32). La vida cristiana ejercita y fomenta los valores morales de convivencia. El Señor nos pide que seamos luz y sal en este mundo; la luz despeja las tinieblas y el caos; la sal recobra el sabor de la vida sana y cívica. “Dejen que sus buenas acciones brillen a la vista de todos, para que todos alaben a su Padre celestial”. Como seguidores de Jesucristo somos responsables de que esta sociedad no pierda “el sabor” de la vida abundante en el sentido de que la vida tiene un propósito y un valor que la apatía general y la desinformación está olvidando. Los creyentes tenemos un testimonio que habla de la esperanza que hay en Cristo y de la existencia real y inequívoca de Dios ante quien tendremos que rendir cuentas al final de nuestros días. No se trata de creer en temores y temblores para someter y paralizar a la gente, sino de todo lo contrario: ¡ser libres! ¿Por qué? Porque estando de parte de Dios estamos de parte del Creador, Soberano, Dueño y Señor de la creación, y no solo eso, también es nuestro Salvador y el que da  sentido a la vida, un propósito, una meta que afecta a nuestra manera de vivir de manera que nuestra conducta y testimonio ante los demás le da un sabor especial y agradable a la sociedad que nos rodea. El verdadero cristiano respeta las leyes vigentes y si detecta alguna injusticia o error en su aplicación, tiene valor y bases en las que afirmarse para protestar y exigir justicia en donde sea necesario. El verdadero cristiano procura el bien de sus conciudadanos, practica el civismo, su familia es ejemplo de amor y educación, es ejemplo de responsabilidad y profesionalidad en el trabajo… Sal, sabor en medio de una sociedad corrompida, mentirosa, avara, egoísta…

viernes, 4 de mayo de 2018

Esperemos

Serenidad, paz, ideal para esperar algo grandioso
Hace unos días, leyendo este antiguo dicho: “Dios tiene su hora y su demora”, me vinieron a la mente algunos de los textos que más me gustan y que, al mismo tiempo, más me impresionan por lo que revelan de la soberanía y la sabiduría de Dios. Por ejemplo el Salmo 37:7: “Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que Él actúe”. ¡Con lo que a mí me cuesta esperar! Como ya he comentado en más ocasiones, mi lucha personal (una de ellas), es contra la ansiedad y el consejo que me viene del Altísimo es… ¡que espere! El Salmo 46:10 sigue en la misma línea: “¡Quédense quietos y sepan que yo soy Dios!”. El gran evangelista Charles Spurgeon comentaba algunas cosas a propósito de estas palabras: “¡Sentaos y esperad con paciencia, creyentes!... Como nadie puede proclamar dignamente su naturaleza, que “el silencio exprese su alabanza”.
El pastor Joseph Caryl comentó a propósito de ese versículo: “Como si el Señor hubiera dicho: “Ni una palabra, no intentéis replicar; veáis lo que veáis, quedaos quietos, callad; sabed que yo soy Dios y no doy cuenta de ninguno de mis actos.” Cuando llegamos a la presencia de Dios, todas nuestras energías, nuestros impulsos, nuestra iniciativa, se queda como congelada ante Su magnificencia y se requiere una actitud de calma, quietud y espera… Desde las primera palabras de la Biblia, se nos indica, se nos pide que midamos nuestros movimientos y bajemos el tono de nuestra voz: “Oh naciones del mundo, reconozcan al Señor; reconozcan que el Señor es fuerte y glorioso. ¡Denle al Señor la gloria que merece! Lleven ofrendas y entren en su presencia. Adoren al Señor en todo su santo esplendor; que toda la tierra tiemble delante de Él. El mundo permanece firme y no puede ser sacudido” (1 Crónicas 16:28-30).
Solo atisbamos un poco de Su majestad, de Su grandeza… pero lo poco que se nos revela es suficiente para que reconozcamos que si nuestra vida está en Sus manos, gran parte de esa vida nos toca esperar… porque Dios nunca está apurado. Y es en esos momentos, en esos tiempos de oración cuando creemos que podemos apurar un poco las circunstancias y nos ponemos ansiosos porque la respuesta no llega en nuestro tiempo y, cuando nos llega, oímos: “Espera un poco, y verás lo que hago”. ¡Es maravilloso! Pero hay que saber oír esa voz, en toda su potencia, en toda su calma, en toda su portentosa realidad soberana… “sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago 1:3-4). Saber esperar es un arte y, además, ejercita la paciencia. Además esperar que Dios obre es una bendita espera porque Él va a obrar en nosotros y a nuestro favor. La versión popular traduce así estos textos de Santiago: “Porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Así que dejen que crezca, pero una vez que su constancia se haya desarrollado plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará nada”. El hermano David H. Roper escribe a propósito de esto: “Desarrollamos constancia: la habilidad de confiar en el amor y la bondad del Señor, aunque las cosas no salgan como nosotros queremos”. Salmo 70:5.- “En cuanto a mi, pobre y necesitado, por favor, Dios, ven pronto a socorrerme. Tú eres mi ayudador y mi salvador; oh Señor, no te demores.” Es grande saber que Dios nos acompaña mientras esperamos. Esperar, paciencia, perseverancia. Y el que persevera hasta el fin recibirá la corona de la vida. “Corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe” (Hebreos 12:2). “Con paciencia esperé que el Señor me ayudara, y Él se fijó en mí y oyó mi clamor” (Salmo 40:1).
La perseverancia permite ver el fin del propósito divino. En esa perseverancia paciente, Dios va madurando nuestra vida y nuestra experiencia espiritual (“…para que seáis perfectos y cabales”). No que lleguemos a una perfección absoluta, algo imposible en esta vida, pero sí se nos va dotando de lo necesario para caminar hacia esa perfección.
La paciencia es un fruto del Espíritu: “La clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio” (Gálatas 5:22). El pastor y conferenciante D. Samuel Pérez Millos escribe sobre esto: “Las manifestaciones del fruto del Espíritu son cualidades sobrehumanas del carácter. Ninguna de ellas puede producirse por habilidad o recursos del hombre natural… La paciencia solo es posible para quien anda en el Espíritu”.
Esperemos. El hecho de que tengamos que esperar pacientemente no significa que tengamos que resignarnos. Podemos esperar en actitud gozosa en el Señor tal y como sugiere el versículo 4 del Salmo 70: “Pero que todos aquellos que te buscan estén llenos de alegría y de felicidad en ti. Que los que aman tu salvación griten una y otra vez: “¡Grande es Dios!””. 
Amén. ¡Que así sea!

miércoles, 11 de abril de 2018

Desconectar

puse la arena como límite del mar, por decreto eterno que no lo podrá traspasar?
Doy gracias a Dios por disponer de días de tranquilidad para “desconectar” del día a día. De todas
formas estoy muy apegado al día a día y al poco de estar desconectado, ya lo estoy echando de menos. Así me ha pasado otra vez en la pasada Semana Santa en la que junto con mi esposa pudimos disfrutar de ese descanso que deseamos de vez en cuando y que aprovechamos para visitar a la familia y a los hermanos de otras iglesias, cuando surge la oportunidad.
Es una desconexión no exenta de conexión ya que, como no puedo estar sin hacer nada, he aprovechado mucho el tiempo adelantando los apuntes para la Escuela Dominical de Adultos para cuando terminemos el libro que estamos estudiando actualmente. De paso que los preparo, estudio o repaso los temas que van saliendo y así disfruto con algo que realmente me gusta hacer. El libro sobre el que estudiaremos es uno de los recomendados del pastor Will Graham: “Doctrina Bíblica” de Grudem. Muy adecuado para una Escuela Dominical, creo yo.
Will Graham es uno de los pastores que he escuchado en la última PxE (Pasión por el Evangelio): os recomiendo su Blog. Ha sido un gran descubrimiento junto con Israel Sanz y Mark Dever, tres expositores de la Palabra que no conocía y que recomiendo escuchar ya que no es fácil encontrar conferenciantes fieles a La Palabra como lo son estos hermanos. Del pastor Israel Sanz hay muchas predicaciones en Internet ¡muy recomendables!
Lo que en ese tiempo no he podido hacer ha sido escribir para el Blog. Básicamente porque no disponíamos de Internet nada más que en el móvil, lo cual es una ventaja si se quiere uno desconectar. Pero claro, teniéndolo en el móvil, al final vas a ver los correos y las cosas en las que tienes interés en estar al día por lo que una desconexión total es un reto al que no he podido hacer frente. Me pesa la responsabilidad y creo que hago bien no perdiendo de vista los correos, por lo que pueda pasar.
Lo que sí he podido hacer es disfrutar de la Creación de Dios: cuando miras lo que te rodea con los ojos de un admirador del Creador, puedes recrearte en su belleza de una forma especial porque ¡todo lo hizo hermoso en gran manera! 
Contemplo la majestuosidad del mar y recuerdo el texto: “¿A mí no me temerán?, dice el SEÑOR. ¿No temblarán delante de mí, que puse la arena como límite del mar, por decreto eterno que no lo podrá traspasar? Se levantarán sus olas, pero no prevalecerán; rugirán, pero no lo pasarán’.” (Jeremías 5:22). Arena como límite del mar. Impresiona comprobarlo. Se levanta la ola, orgullosa, fuerte, potente y descarga su poder sobre la arena hasta llegar a ser una suave presencia que acaricia tus pies con un beso frío y amable, como juguetón, como recordándote que no debes temer, que no va a pasar de ese límite marcado por Su Hacedor.
Me resulta sencillo quedar embelesado por las maravillas de la creación: no solo el mar, también la fuerza que emanan los árboles, la armonía de un bosque, el despliegue de colores, la fortaleza del tronco de un gran árbol, el movimiento armonioso y poderoso de sus ramas… El gran sabio Salomón dedicaba tiempo a estas observaciones: “También disertó acerca de las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece en la pared.” (1 Reyes 4:33).
Suele quedar empañada tanta belleza por las huellas del paso del hombre; es como si en lugar de “cultivar y guardar el jardín” como nos encargó Dios en Génesis 2, nos ocupásemos de ensuciarlo y afearlo intencionadamente. No siempre es así, es verdad, pero donde es así “canta” bastante y pone un punto de tristeza en tanta alegría desbordante.
Es una bendición poder desconectar de esta manera. Con sencillez, con cosas fáciles y asequibles, no es necesario buscar la grandilocuencia como el que está harto de todo porque en realidad no ha aprendido a disfrutar de las cosas pequeñas; no es necesario eso. Simplemente es estar agradecido por las cosas que Dios nos da. De eso se trata: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús.” (1 Tesalonicenses 5:18).

sábado, 10 de marzo de 2018

¿Qué sentido tiene la vida?

Dándole un sentido a la vida
Dentro de la serie sobre las clásicas preguntas que todo el mundo se hace, afrontamos la de “¿Qué sentido tiene la vida?” Cuando pienso en buscar una respuesta me acuerdo del libro del Eclesiastés en donde su autor llega a decir: “Observé todo lo que ocurría bajo el sol, y a decir verdad, nada tiene sentido, es como perseguir el viento” (Ecl.1:14). Y esta afirmación se convierte en una constante a lo largo de todo el libro que hasta se conoce a nivel popular: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, que en una traducción a un lenguaje de hoy viene a decir: “Nada tiene sentido, dice el Maestro, ¡ningún sentido en absoluto!” (Ecl.1:2).
Asusta esta afirmación tan rotunda y pesimista, especialmente las palabras “nada” y “todo”: “Nada tiene sentido”, “Todo es vanidad”. Invita a la desesperación si lo dejamos ahí sin más, sin analizar qué nos está diciendo el Predicador o el Maestro como señalan otras traducciones. Así que analicemos para no quedarnos petrificados en tanta desolación y la primera pista que encontramos es que nos dice que estuvo observando todo lo que ocurría “bajo el sol”, ya desde el inicio del libro se explica así: “¿Qué obtiene la gente con trabajar tanto bajo el sol?” (Ecl.1:3, Versión NTV (Nueva Traducción Viviente)); “¿Qué provecho tiene el hombre de todo su duro trabajo con que se afana debajo del sol?” (Versión RVA (Reina Valera Actualizada)). Esta ‘pista’ de “bajo el sol” se repite unas treinta veces a lo largo del libro, dando a entender que su atenta y minuciosa observación está al alcance de cualquiera, es una observación hecha al nivel más elemental, podríamos traducirla como “lo que se hace en este mundo”; en otros texto dice “debajo del cielo”, por ejemplo en el cap. 1, verso 13.- “Me dediqué a buscar el entendimiento y a investigar con sabiduría todo lo que se hacía debajo del cielo”. Con estas expresiones, lo que el autor anota de su tremenda experiencia de probar, buscar, gustar, analizar… todo lo que hay, lo hace cortando cualquier vínculo directo con el Cielo, sin tener en cuenta en la visión y en el análisis a Dios, es una observación “a ras de tierra”, plana, sin más pretensión que buscarle sentido a la vida sin tener en cuenta a Dios y, buscarle sentido a la vida sin Dios, llega a la conclusión de que no tiene sentido, es vanidad, futilidad, es como “perseguir el viento”.
“¿Qué provecho…?” “¿Qué obtiene la gente con trabajar tanto…?” Haciéndonos la pregunta a este nivel plano viene a decir: “Te pasas la vida trabajando, esforzándote, y ¿qué es lo que queda al final de todo ello?” Bueno, siempre hay quién le busca sentido a su trabajo, intentamos dejar un mundo mejor o, al menos, dejar algo válido para nuestros hijos, para los que vienen detrás… El Maestro observa esto, observa el continuo hacer y deshacer de la humanidad (“Las generaciones van y vienen, pero la tierra nunca cambia… Todo es tan tedioso, imposible de describir. No importa cuánto veamos, nunca quedamos satisfechos… No importa cuánto oigamos, nada nos tiene contentos. La historia no hace más que repetirse; ya todo se hizo antes.” (Ecl.1:4, 8-9)). Parece como si el Maestro se encontrase envuelto en una espiral negativa, en una negrura sin respuestas, en un absurdo fruto del azar. Así es como lo ve el mundo incrédulo: un sinsentido. Las generaciones se van sucediendo, la historia se va desarrollando, a veces con logros, otras con fracasos, pero los protagonistas de esa historia que parece que se repite, aparecen y desaparecen en una cadena interminable de personas y nombres que se van perdiendo en el tiempo y en el olvido… ¿Cuál es, en realidad, el sentido y significado del hombre?
Podemos caer en la frustración en la que parece caer el Predicador, podemos pensar que nada tiene sentido, podemos pensar que no vale la pena luchar tanto. Este testigo lo ha vivido todo, todo lo ha experimentado, todo lo ha comprado… y desde su posición privilegiada ha llegado a la conclusión de que todo es efímero, pasajero, sin valor. Y encima, por si todo no fuese lo suficientemente complicado, a pesar del esfuerzo de las personas buenas que tratan de avanzar, aunque lo hagan por sus hijos, por sus descendientes, sigue habiendo guerras, hambrunas, injusticias, robos, necesidad, muerte.
El cuadro pintado podría ser una sombra de muerte sin esperanza, pero el cuadro no está terminado. En una de las esquinas asoma un rayo de luz, tiene fuerza, envía calor, se agita, trae esperanza. Al final del libro, el Predicador llega a una conclusión: “Mi conclusión final es la siguiente: teme a Dios y obedece sus mandatos, porque ese es el deber que tenemos todos. Dios nos juzgará por cada cosa que hagamos, incluso lo que hayamos hecho en secreto, sea bueno o sea malo.”
Hay calor, hay luz en la experiencia de la nueva vida en Cristo. El cristiano tiene un propósito para su vivir diario, busca una meta, le alumbra una esperanza real: Cristo ha estado en este mundo y lo ha anunciado a todos aquellos que le quieren escuchar: “¿Qué debemos hacer? Jesús les dijo: La única obra que Dios quiere que hagan es que crean en quien Él ha enviado” (Juan 6:28-29). Esa es la obra provechosa. Creer en Él y tener vida con sentido, con provecho. “¿Qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma? (dicho por Jesús, en Mateo 16:26).

jueves, 22 de febrero de 2018

El Llamado al Arrepentimiento y la Fe

Vídeo final en la serie de las 4 columnas presentados por Ontheredbox. 
Animado profesionalmente con audio de primera clase; este vídeo te mostrará en 3 minutos lo que significa apartarnos de nuestros pecados y volvernos hacia Dios.


lunes, 5 de febrero de 2018

Si existe Dios ¿por qué permite las guerras, el hambre, el sufrimiento de los niños, etc.?

belleza creación Dios existencia
El sufrimiento y la existencia del mal son dos de las principales objeciones de las personas contra la existencia de Dios. Es normal que cuando se sufren catástrofes, especialmente generadas por las inclemencias del tiempo y muy especialmente cuando fruto de esas catástrofes hay miles de muertos, surja la misma pregunta: “¿Dónde estaba Dios en esos momentos?” Cuando se está en la piel de los que han vivido este tipo de situaciones se llega fácilmente a la conclusión de que una cosa es hablar del sufrimiento y otra es vivirlo. Hay que tener mucha sensibilidad y cautela para hablar de estas cosas con la persona que acaba de sufrir una pérdida; si esa pérdida es causada por una catástrofe natural, o por algo que consideramos una “injusticia” macabra de la vida (asesinato, accidente de tráfico contra un conductor suicida o con un alto grado de alcohol o drogas, derrumbamiento por una construcción deficiente, etc.), es fácil escuchar comentarios del tipo del publicado por el filósofo J. L. Mackie en su libro "The Miracle of Theism” (Oxford, 1982): “Si en verdad existe un Dios bueno y poderoso, no permitiría la existencia del mal absurdo, pero, a la vista de la existencia en el mundo de un mal sin sentido y sin justificación, está claro que el Dios bueno y poderoso de la tradición no existe. Puede que haya o no un Dios, pero desde luego no va a ser el Dios tradicional del cristianismo que siempre se nos ha presentado.” Ante argumentos de este tipo, Timothy Keller responde: “Si con la mente no nos es posible penetrar en las profundidades del universo para dar con buenas razones que nos lleven a entender el sufrimiento, será entonces ¡que no las hay! ¡Patente muestra de fe ciega donde las haya!”
Este tipo de tragedias que producen grandes pérdidas y en consecuencia grandes sufrimientos, sumadas a las injusticias, hambrunas, las que afectan a los niños y a las personas más débiles, son un gran problema para los que creemos en la Biblia pero son todavía un problema mayor para los que no creen. C. S. Lewis, el gran novelista y académico autor de “Las crónicas de Narnia”, escribió mucho sobre este tema hasta el punto de dejar constancia en su testimonio de que llegó a rechazar la idea de Dios por la crueldad de la existencia, pero esta decisión suya todavía le generó más dudas y preguntas sin resolver cuando abrazó el ateísmo llegando al final a darse cuenta de que el sufrimiento proporcionaba mejores argumentos para la existencia de Dios que lo contrario. En su libro “Mere Christianity” (Macmillan, 1960), escribe: “Mi argumento en contra de la existencia de Dios había sido que el universo parecía comportarse de forma cruel e injusta. Pero ¿de dónde procedía esa noción mía de “justo” e “injusto”?... y ¿en base a qué calificaba yo el universo de injusto”… Una posible salida era renunciar sin más a mi noción particular de lo justo. Pero, de así hacerlo, mi argumento en contra de la existencia de Dios se derrumbaba – y ello por depender mi argumentación de que el mundo fuera real y objetivamente injusto, y no tan solo una opinión mía… De lo que ineludiblemente se sigue que el ateísmo es una opción simplista.” 
Es evidente que las tragedias, injusticias y el sufrimiento de todo tipo nos afecta a todos por igual pero la realidad del sufrimiento no es una evidencia de la existencia o no existencia de Dios, porque, desde el punto de vista de los que sí creemos en Dios, el hecho de pensar en rechazar la existencia de Él hace todavía más grande el problema de la existencia del mal y la manera de resolverlo.
Es evidente que buena parte del sufrimiento es por culpa del propio ser humano: el cambio climático, la deforestación, la contaminación, el egoísmo incontrolado, etc. etc., nos señalan directamente como generadores de maldad, de corrupción y de generar sufrimiento a otros. Y si pensamos en Dios, se da la paradoja de que aunque el sufrimiento no es bueno, muchas veces Dios lo usa para bien y la Biblia está llena de ejemplos (José, Job, Jesús…) Añado unas palabras del filósofo Peter Kreeft: “El Dios del cristianismo experimentó por voluntad propia el sufrimiento y la acción del mal en el mundo en la persona de Jesucristo. Y aún cuando el cristianismo no da una respuesta directa e inmediata en cada caso particular de sufrimiento, pone a nuestra disposición recursos de hondo calado para poder hacer frente al sufrimiento de forma esperanzada y con valentía, en vez de dejarnos llevar por la amargura y desesperanza.”
Esto nos lleva a ver que Dios no es indiferente a nuestro sufrimiento sino que todo lo contrario. Como escribió Kreeft, cuando Dios se hizo hombre experimentó en su propia carne el sufrimiento humano y es un claro ejemplo y modelo para que nosotros, los cristianos, nos identifiquemos con el dolor del que sufre. Es en “esos momentos” cuando el acompañamiento puede ser más importante que las palabras.
Pero por otro lado, el sufrimiento puede llevarnos a una comunión más íntima con Dios (no a un alejamiento). Porque es en esos duros momentos cuando experimentamos el consuelo de Dios: “Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo” (2 Corintios 1:3). Hay una afirmación muy interesante en el libro de Lamentaciones de Jeremías: “El Señor no se complace en herir a la gente o en causarles dolor” (cap. 3:33). Por el contrario y como he dicho antes, en todo caso, usa el sufrimiento para el bien. Hay un texto muy conocido por los creyentes que dice: “Sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que Él tiene para ellos.” (Romanos 8:28). ¿Cuál es ese propósito? Lo dice en el verso siguiente: “Los eligió para que llegasen a ser como su Hijo”. Para los cristianos, seguidores de Cristo, creyentes en Dios, usa el sufrimiento para dar forma a nuestro carácter para que sea más semejante al de Cristo. Uno de los ejemplos que he mencionado es el de José en el Antiguo Testamento, y cuando leemos la historia, nos anima especialmente las palabras que tiene a la conclusión de la misma, cuando dice: “Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas.” (Génesis 50:20). Esto podía llevarnos a otra conclusión: Dios sí quiere hacernos el bien a nosotros los que sufrimos pero aún más allá quiere hacer bien a mucha gente a través de ese sufrimiento.
Además, la Palabra de Dios nos da un mensaje de esperanza: el sufrimiento no durará para siempre. Cristo ha resucitado y esa es nuestra garantía como cristianos de que Jesucristo ha vencido a la muerte y al mal y un día ese triunfo será visible. Como dice Pedro en su carta, el sufrimiento es por un poco de tiempo, comparándolo con la eternidad, o como dice el apóstol Pablo, se trata de una tribulación leve y momentánea comparada con la gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades (2 Corintios 5:17). La resurrección de Jesús nos permite relativizar el peso y la duración del sufrimiento, sabiendo además que cuando estemos pasando una prueba difícil, al final el Señor es bueno porque está lleno de ternura y misericordia.