El sufrimiento y la existencia del mal son dos de las
principales objeciones de las personas contra la
existencia de Dios. Es normal que cuando se sufren catástrofes, especialmente
generadas por las inclemencias del tiempo y muy especialmente cuando fruto de
esas catástrofes hay miles de muertos, surja la misma pregunta: “¿Dónde estaba
Dios en esos momentos?” Cuando se está en la piel de los que han vivido este
tipo de situaciones se llega fácilmente a la conclusión de que una cosa es
hablar del sufrimiento y otra es vivirlo. Hay que tener mucha sensibilidad y
cautela para hablar de estas cosas con la persona que acaba de sufrir una
pérdida; si esa pérdida es causada por una catástrofe natural, o por algo que
consideramos una “injusticia” macabra de la vida (asesinato, accidente de
tráfico contra un conductor suicida o con un alto grado de alcohol o drogas,
derrumbamiento por una construcción deficiente, etc.), es fácil escuchar
comentarios del tipo del publicado por el filósofo J. L. Mackie en su libro "The Miracle of Theism” (Oxford, 1982): “Si
en verdad existe un Dios bueno y poderoso, no permitiría la existencia del mal
absurdo, pero, a la vista de la existencia en el mundo de un mal sin sentido y
sin justificación, está claro que el Dios bueno y poderoso de la tradición no
existe. Puede que haya o no un Dios, pero desde luego no va a ser el Dios
tradicional del cristianismo que siempre se nos ha presentado.” Ante argumentos
de este tipo, Timothy Keller responde: “Si con la mente no nos es posible
penetrar en las profundidades del universo para dar con buenas razones que nos
lleven a entender el sufrimiento, será entonces ¡que no las hay! ¡Patente
muestra de fe ciega donde las haya!”
Este tipo de tragedias que producen grandes pérdidas y en
consecuencia grandes sufrimientos, sumadas a las injusticias, hambrunas, las
que afectan a los niños y a las personas más débiles, son un gran problema para
los que creemos en la Biblia pero son todavía un problema mayor para los que no
creen. C. S. Lewis, el gran novelista y académico autor de “Las crónicas de
Narnia”, escribió mucho sobre este tema hasta el punto de dejar constancia en
su testimonio de que llegó a rechazar la idea de Dios por la crueldad de la
existencia, pero esta decisión suya todavía le generó más dudas y preguntas sin
resolver cuando abrazó el ateísmo llegando al final a darse cuenta de que el
sufrimiento proporcionaba mejores argumentos para la existencia de Dios que lo
contrario. En su libro “Mere Christianity”
(Macmillan, 1960), escribe: “Mi argumento en contra de la existencia de
Dios había sido que el universo parecía comportarse de forma cruel e injusta.
Pero ¿de dónde procedía esa noción mía de “justo” e “injusto”?... y ¿en base a
qué calificaba yo el universo de injusto”… Una posible salida era renunciar sin
más a mi noción particular de lo justo. Pero, de así hacerlo, mi argumento en
contra de la existencia de Dios se derrumbaba – y ello por depender mi
argumentación de que el mundo fuera real y objetivamente injusto, y no tan solo
una opinión mía… De lo que ineludiblemente se sigue que el ateísmo es una
opción simplista.”
Es evidente que las tragedias, injusticias y el sufrimiento
de todo tipo nos afecta a todos por igual pero la realidad del sufrimiento no
es una evidencia de la existencia o no existencia de Dios, porque, desde el
punto de vista de los que sí creemos en Dios, el hecho de pensar en rechazar la
existencia de Él hace todavía más grande el problema de la existencia del mal y
la manera de resolverlo.
Es evidente que buena parte del sufrimiento es por culpa del
propio ser humano: el cambio climático, la deforestación, la contaminación, el egoísmo
incontrolado, etc. etc., nos señalan directamente como generadores de maldad,
de corrupción y de generar sufrimiento a otros. Y si pensamos en Dios, se da la
paradoja de que aunque el sufrimiento no es bueno, muchas veces Dios lo usa
para bien y la Biblia está llena de ejemplos (José, Job, Jesús…) Añado unas
palabras del filósofo Peter Kreeft: “El Dios del cristianismo experimentó por
voluntad propia el sufrimiento y la acción del mal en el mundo en la persona de
Jesucristo. Y aún cuando el cristianismo no
da una respuesta directa e inmediata en cada caso particular de
sufrimiento, pone a nuestra disposición recursos de hondo calado para poder
hacer frente al sufrimiento de forma esperanzada y con valentía, en vez de
dejarnos llevar por la amargura y desesperanza.”
Esto nos lleva a ver que Dios no es indiferente a nuestro
sufrimiento sino que todo lo contrario. Como escribió Kreeft, cuando Dios se
hizo hombre experimentó en su propia carne el sufrimiento humano y es un claro
ejemplo y modelo para que nosotros, los cristianos, nos identifiquemos con el
dolor del que sufre. Es en “esos momentos” cuando el acompañamiento puede ser
más importante que las palabras.
Pero por otro lado, el sufrimiento puede llevarnos a una
comunión más íntima con Dios (no a un alejamiento). Porque es en esos duros
momentos cuando experimentamos el consuelo de Dios: “Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo” (2
Corintios 1:3). Hay una afirmación muy interesante en el libro de Lamentaciones
de Jeremías: “El Señor no se complace en
herir a la gente o en causarles dolor” (cap. 3:33). Por el contrario y como
he dicho antes, en todo caso, usa el sufrimiento para el bien. Hay un texto muy
conocido por los creyentes que dice: “Sabemos
que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y
son llamados según el propósito que Él tiene para ellos.” (Romanos 8:28).
¿Cuál es ese propósito? Lo dice en el verso siguiente: “Los eligió para que llegasen a ser como su Hijo”. Para los
cristianos, seguidores de Cristo, creyentes en Dios, usa el sufrimiento para
dar forma a nuestro carácter para que sea más semejante al de Cristo. Uno de
los ejemplos que he mencionado es el de José en el Antiguo Testamento, y cuando
leemos la historia, nos anima especialmente las palabras que tiene a la
conclusión de la misma, cuando dice: “Ustedes
se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en
este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas.” (Génesis
50:20). Esto podía llevarnos a otra conclusión: Dios sí quiere hacernos el bien
a nosotros los que sufrimos pero aún más allá quiere hacer bien a mucha gente a
través de ese sufrimiento.
Además, la Palabra de Dios nos da un mensaje de esperanza:
el sufrimiento no durará para siempre. Cristo ha resucitado y esa es nuestra
garantía como cristianos de que Jesucristo ha vencido a la muerte y al mal y un
día ese triunfo será visible. Como dice Pedro en su carta, el sufrimiento es
por un poco de tiempo, comparándolo con la eternidad, o como dice el apóstol
Pablo, se trata de una tribulación leve y momentánea comparada con la gloria
que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades (2
Corintios 5:17). La resurrección de Jesús nos permite relativizar el peso y la
duración del sufrimiento, sabiendo además que cuando estemos pasando una prueba
difícil, al final el Señor es bueno porque está lleno de ternura y
misericordia.
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