sábado, 10 de octubre de 2015

¿Convertirse?

se ha convertido en alguien distinto
Entre los creyentes usamos términos hablando que “a los de afuera” les deben sonar a chino, lo digo porque me ha pasado de decir “se ha convertido” como si fuese lo más normal, y entre creyentes lo es porque todos me entenderían, pero en la calle esto no es así. Es como cuando te reúnes con colegas aficionados a "algo", lo mismo que tú,  y hablando utilizas términos de una jerga que tú y ellos conocéis perfectamente pero que para el que no está en “la línea”, no significan nada.
Es por eso que el pasado domingo hablé en la iglesia sobre lo que es convertirse. En el diccionario dice que “convertir a alguien” es “hacer que una persona llegue a ser algo distinto de lo que era”. Así, en plan general, se puede referir a algo bueno o a algo malo, por ejemplo: “El horario de trabajo lo ha convertido en una persona intratable”, “Su estancia en el extranjero lo ha convertido en una persona distinta”. Uno de los casos más drásticos que se conocen es el del apóstol Pablo. En el Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos, hay tres relatos de la conversión del que hasta ese momento de su historia se llamó Saulo de Tarso (Hch.9, 22 y 26). En los tres podemos deducir que Pablo, cuando se convirtió, pasó a ser una persona distinta de lo que era.
En muchas predicaciones he oído aplicar el sinónimo “cambiar radicalmente” a lo que es una conversión según lo entendemos por la Biblia y siempre se nos ha explicado por un giro de 180º ßà La persona iba en una dirección, tenía unas prioridades, unos objetivos, le gustaban unas cosas, llevaba una forma de vida y… “cambia” y ahora va en la dirección opuesta: posiblemente si trabajaba siga en su mismo trabajo; si tenía familia sigue con su familia, la quiere más, la cuida y la protege con más amor, sigue con ella pero sus prioridades son otras, sus objetivos son otros, de repente le gustan otras cosas distintas y lleva otra forma de vida, se ha convertido, ha cambiado… ¿Por qué? ¿Qué le ha hecho cambiar de esa manera tan drástica? ¿Con qué se ha encontrado para dar un giro de 180º de un día para otro?
Pablo se encuentra con la Luz (Hch.22:6). “Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” Según su opinión, Saulo era una persona perfecta, impecable, un judío leal, obediente a la Ley de Dios al milímetro, con los mejores estudios de las mejores universidades de la época, tenía tanto celo por las cosas de Dios que, convencido que los que seguían a Cristo eran miembros de una secta maligna y contraria a la Ley, los persiguió desde que vio a Esteban morir apedreado hasta su experiencia en el camino a Damasco, una experiencia en la que se encontró con Cristo mismo, el crucificado y ahora resucitado. Saulo tiene su encuentro con Jesús. Ante la Luz, todos los estudios y méritos y cosas que delante del mundo eran el no va más, delante de la Santidad de Dios quedaron reducidas a… nada.
Cuando el Señor se cruza en nuestra vida, lógicamente surgen preguntas. El encuentro de Saulo fue espectacular pero igualmente lo es el de cualquier persona aunque no haya una luz más potente que el sol al mediodía por medio. El Señor lo llama: “¡Saulo, Saulo! ¿por qué me persigues?” Saulo perseguía a los seguidores de Jesús de Nazaret, la Iglesia…entonces “¿Quién eres, Señor?” Primer reconocimiento: “esta aparición es sobrenatural, es divina, el poder que denota me ha hecho caer al suelo, los que vienen conmigo se han espantado, ¿Quién eres, Señor?” Muestra que Saulo reconoció la autoridad de quién lo halló en el camino. Entonces la voz se identifica con Jesús de Nazaret. Saulo empieza a sumar: “¿Jesús de Nazaret? ¿el crucificado? ¡Yo estoy persiguiendo a los seguidores de Jesús de Nazaret! Pero ¿no estaba muerto?... (sigue sumando…) ¡va a resultar que es verdad lo que dicen sus seguidores, ha resucitado, está vivo!... entonces, claro, si persigo a sus seguidores, en cierta forma, lo estoy persiguiendo a Él… Jesús… el que dijo que era Hijo de Dios… ¡Dios mío! ¿Qué he estado haciendo?”
“Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte.” (Pr.16:25).
Saulo comenzó a analizar las evidencias; aquella luz del cielo no solo lo había iluminado y deslumbrado, también le había abierto el entendimiento a la Verdad. Se sintió sucio ante la Santidad de Dios, se sintió pecador al darse cuenta que perseguía al mismo Hijo de Dios, cabeza de la Iglesia, se sintió arrepentido y con ganas de corregir lo que había hecho mal y ¡clamó al Cielo! “¿Qué haré Señor?”
¡Qué haré Señor! ¿Os fijáis? Estaba comenzando un cambio. Antes perseguía a los seguidores de ¡aquel Jesús!... ahora está llamando Señor al líder de los que perseguía… ¿Cambio? ¿Transformación? ¡Conversión! Cuando reconocemos a Cristo como nuestro único Salvador, el fuego que nos consume por agradarle es impresionante. El Señor perdona al corazón arrepentido y el Espíritu Santo entra en nuestro corazón operando en nosotros un cambio radical: 180º ¿Qué quieres Señor que haga?
Es a partir de ese momento que empiezan a mostrarse las evidencias de una verdadera conversión. El Señor lo ve en el corazón de Saulo y le da instrucciones y lo envía a quién lo va a guiar en su primera ceguera, física y, todavía, espiritual. Como el bebé en sus primeros días de vida, empieza a ver… ¡pero aún no ve claramente! Su vista tiene que irse moldeando, su vista y su vida. La primera evidencia que muestra a los demás que aquel hombre se ha convertido es que se pone a orar (Hechos 9:11): “Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora,”. Ya no es aquella persona que conocíais antes y que os asustaba sembrando el terror llevándose a los cristianos a las cárceles. Ahora está orando y necesita ayuda para dar sus primeros pasos como creyente. ¡Ah cambiado! ¡Se ha convertido! Comienzan a verse las evidencias de su conversión en el cambio que se va operando en su vida por medio del Espíritu Santo.
Una persona convertida, un creyente honra al Señor cuando en su vida diaria manifiesta claramente, como Saulo de Tarso, que es un hijo de Dios y reconoce humildemente “que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Ti.1:15).

lunes, 5 de octubre de 2015

¿Estado laico o aconfesional?

laico o constitucional
De momento, esta pregunta no debería suscitar discusión alguna, aparte de las definiciones de diccionario y ciertas sentencias del tribunal constitucional. Puede parecer que la Constitución cierra las puertas a un estado laico, pero reniega también de su aconfesionalidad. El artículo 16.3 establece el principio de la aconfesionalidad del Estado al declarar que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Sin embargo continúa con: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”. Así de claro. La Carta Magna española excluye la posibilidad de un estado laico o independiente de cualquier organización o confesión religiosa. Pero a la vez, no puede ser indiferente ante el hecho religioso y además está obligado a cooperar con las distintas confesiones. Muy en particular con la Iglesia católica.
Esa declaración explica que, después de casi cuarenta años, todavía nos estemos preguntando qué se entiende por estado aconfesional. Porque la realidad diaria, lo cotidiano en las vidas de los ciudadanos, refleja la clara hegemonía de una confesión, que además alardea de su capacidad de vetar al resto cada vez que hay ocasión. Ello más bien apoyado por parte de quienes ostentan la más alta representación ciudadana y del estado. Alcaldes, presidentes de comunidades autónomas y hasta la casa real, preservan y apoyan sin titubeos la imposición de una sola confesión, la del obispo de Roma, en toda clase de actos oficiales. Como clara muestra de la confusión que al respeto propician y que sólo la realidad clarifica, proclamaciones, nombramientos, conmemoraciones de todo tipo y hasta funerales de estado dejan buena constancia de la situación.
Si un Estado aconfesional es aquél que no reconoce como oficial a ninguna religión y un estado laico el que aboga por la independencia de cualquier confesión religiosa, nada de ello se da en nuestro país donde la omnipresencia de una sola confesión en multitud de actos institucionales y hasta en la declaración de la renta, la convierte de facto en la religión oficial del Estado.
Aunque el artículo 16.3 diga: “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, en España, una ministra pide en público ayuda a una virgen para salir de la crisis o un ministro le concede a otra virgen la más alta condecoración al mérito policial. Mientras se sigan celebrando misas en los funerales de Estado y otros actos institucionales tanto civiles como militares, no hay discusión posible: España no es laica ni aconfesional.
‘Mini Editorial’ publicado en la revista Edificación Cristiana, nº 269, Mayo-Agosto 2015.