viernes, 15 de marzo de 2024

Las Siete Palabras

Estamos a poco más de dos semanas para que empiece la llamada “Semana Santa”, un tiempo de vacaciones, viajes, desplazamientos a las ciudades de origen y, sobre todo, para recordar la pasión de Jesucristo que en el ambiente católico se hace por medio de procesiones con imágenes y que en muchos púlpitos se aprovecha para predicar sobre la pasión y muerte del Señor Jesús.
Hay una predicación clásica de estas fechas que es la titulada “Las siete palabras” en referencia a las siete frases que Jesús pronuncia desde la cruz y que hoy voy a recordar siguiendo el relato de los Evangelistas:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34)
Esta frase la conocen incluso los que nunca han leído la Biblia; se ha convertido en una frase popular aplicada a alguien que por inocencia o por ignorancia, hace algo que está o acaba mal. Se dice con una sonrisa sin darnos cuenta que esta frase la dice Jesús, ya clavado en la cruz y posiblemente refiriéndose a aquellos soldados que lo habían clavado en el madero y que, acostumbrados a aquellas ejecuciones, se tomaban todo casi como una rutina, posiblemente muy desagradable por todo lo que la rodeaba, pero era algo a lo que estaban acostumbrados por las muchas crucifixiones que se hacían en aquella época, de manera que, como para sacar provecho algún de aquella triste escena, acaban repartiéndose la túnica que había llevado Jesús.
Según el texto profético de Isaías 53:12 esta oración de Jesús fue “por los transgresores” lo que nos habla de la actitud de Jesús que hasta el último minuto de su muerte estuvo más preocupado por los que tenía a su alrededor que por él mismo.
Jesús estaba siendo ofrecido en sacrificio para pagar el pecado de aquellos que lo maltrataban tan ferozmente, pero también estaba pagando el precio de todos nosotros porque nadie se puede excluir de ser transgresor de la ley y nosotros lo somos, yo lo soy, hemos pecado, he pecado y la paga del pecado es la muerte, como ya se anuncia desde el principio de la Biblia (Génesis 2:17). No podemos de ninguna manera acceder ante la Santidad de Dios por causa de nuestro pecado y la única forma de poder hacerlo es limpiando nuestro pecado con la sangre preciosa de Jesucristo derramada en aquella cruz; y en aquella situación, el Justo que nunca había cometido pecado, estaba orando por nosotros por los transgresores, en una demostración flagrante del profundo amor con el que nos amó y nos sigue amando.