miércoles, 24 de diciembre de 2014

Paz y Felicidad

Estamos en fechas navideñas y compruebo, una vez más, cómo se van repitiendo las cosas de un año
estamos en fechas navideñas
para el otro. Es como si las radios y las televisiones se adaptasen mansamente a las noticias que surgen y, cuando se da la feliz circunstancia de que no hay noticias terribles o muy especiales que se salgan de la normalidad, miran el calendario y desempolvan del baúl de las fechas las tertulias, las preguntas, las curiosidades que ya no lo son, de las fechas de turno.
Por eso escucho muchas opiniones sobre las cenas en familia, las infinitas compras para hacer regalos, los “me gusta” o “no me gusta” la Navidad por esto y por esto y por lo de más allá… Estaba escuchando hace un momento unas estadísticas sobre acontecimientos en épocas navideñas que me han dejado pensativo: la cantidad de llamadas que reciben en el “teléfono de la esperanza” y en alguno más que cumple la misma función con otros nombres, en estas fechas…, muchas veces de personas a punto de suicidarse y que tristemente acaban haciéndolo. ¿Por qué? ¿Qué les lleva a eso en unas fechas en las que todo se vuelve más tierno, generoso, agradable…? Supongo que hay tantas respuestas como preguntas: la tristeza de los tristes recuerdos, la pena de algún amor o familiar muy querido que ya no está, añoranza de tiempos pasados mucho mejores, la soledad, un cúmulo de historias que se repiten y se magnifican en estos días que se publicita la familia, la fraternidad, la compañía, el amor…
Al día siguiente del día del sorteo de lotería, pude oír algunos momentos de una entretenida tertulia sobre el día después del afortunado al que le ha tocado la lotería. Alguien dijo que en una ocasión se había estado trabajando en un documental sobre personas que habían sido millonarias de un día para otro y los resultados de ese trabajo eran tan desastrosos que suspendieron el proyecto porque afectaría directamente a la venta de lotería. A medida que avanzaban en el conocimiento de esas personas, se acercaban a las conclusiones a las que muchos siglos antes había llegado el escritor de Eclesiastés:
El que ama el dinero, no se saciará de dinero; y el que ama el mucho tener, no sacará fruto. También esto es vanidad.
Sucede que siempre que oímos esto de otros, decimos en nuestro interior que nosotros lo gestionaríamos mejor.
Hoy leía esto en la hojita del calendario La Buena Semilla: “Ni los éxitos profesionales ni las distracciones y los placeres de la vida social pueden curar ese malestar interior. Sólo hay una persona que puede hacerlo y dar la paz y la verdadera felicidad: Dios.”
El hombre fue creado para relacionarse, amar, emocionarse, querer y, especialmente, para adorar y tener comunión con su Creador. La vida sin Dios no tiene sentido en sí misma. Su ausencia afecta a todas nuestras relaciones y experiencias. Es por eso que cuando llega la Navidad, cuyo verdadero mensaje es el niño Emanuel, que significa ‘Dios con nosotros’, aquellos que no tienen ningún tipo de interés de relacionarse con el Altísimo Dios que es Amor, Paciencia, Misericordia, llenarán el espacio de su corazón con lo que la vida les esté dando: risas, llantos, amargura, goce temporal, disfrute, excesos, tristeza, pena, sentimientos incontrolados que buscan un apoyo, una base, que, fuera de Dios no se encuentra.
Dios nos conoce, ve nuestras miserias escondidas bajo una capa de felicidad hipócrita, observa nuestra inseguridad, nuestra búsqueda y, ante una búsqueda sincera, se ofrece como el Padre amantísimo que es. La Navidad es fruto del Amor de Dios porque empieza en su deseo de hacerse hombre para llegar hasta la cruz del Calvario y ofrecerse en sacrificio para que nosotros pudiésemos ser justificados en Él. De nuestra parte solo tenemos que dirigirnos a Él reconociendo nuestra incapacidad para lograr la felicidad por nosotros mismos. Lo llamamos, entregar mi vida a Cristo, porque él afirma: “El que a mi viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.” Nuestra necesidad espiritual colmada mucho más allá de lo que podamos esperar. El escritor de Eclesiastés llega a la siguiente conclusión: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.”

miércoles, 10 de diciembre de 2014

¡Comunicados!

más comunicados que antes pero ¿más aislados?
Nos ha cogido el invierno por sorpresa… ha venido sin llamar, tan fresco como es él, pelín descarado. Entra con fuerza de la mano del viento otoñal que transforma el paisaje urbano por el que me muevo, de manera que simula como que han esparcido una alfombra ocre por algunas partes de la calle, una alfombra cambiante, resbaladiza, juguetona… un esfuerzo extra para los amigos barrenderos.
Yo soy del verano; el otoño intenta deprimirme y, a veces, un poco, lo consigue: más oscuridad, más frío, lluvia… la lluvia, en cambio, me gusta, especialmente si diluye el frío. Pero el conjunto me influye a la baja, como que me quita las ganas, el humor, en fin, no descubro nada porque de todos es sabido que esta época del año deprime un poco, excepto a los que se identifican con ella que, o ya están deprimidos todo el año o, por el contrario huyen contentos del calor reencontrándose con el clima que les satisface.

Comentarios sobre el tiempo, comentarios de ascensor, para salir de esa situación comprometida aunque no tanto; depende del carácter de uno… extrovertido, introvertido, la llegada del invierno da mucho juego a los comentarios de ascensor… ¡cómo pasa el tiempo! ¡ya tenemos aquí la Navidad! ¡hay que volver a los abrigos! ¡operación “cebolla”, y venga capas! Tantas cosas intrascendentes a la par que resultonas… es bueno comunicarse aunque sea con comentarios sencillos, breves…. Si se tercia, se pueden complicar: política, deporte, salud, ¿religión? Mmm, más difícil; no es sencillo “introducir la cuña”, hay que tener don, habilidad; el pastor de la iglesia a la que asisto tiene esa habilidad y siempre me dice: hay que aprovechar sus comentarios para darles La Palabra… ¡qué bendición! Yo pido eso: ¡Señor, dame palabra!

A Dios le agrada la comunicación, quiere hablarnos y que le hablemos. Para eso nos ha dado la útil y no tan bien aprovechada herramienta de la oración. Su revelación está en la Biblia, Su Palabra, guía y alimento espiritual para nosotros. Su trabajo por comunicarse con nosotros es constante, su deseo de comunión con sus criaturas se manifiesta desde el principio de la Creación, su amor, su paciencia y su misericordia hacen el resto porque los humanos le huyen en un tanto por ciento excesivamente alto… Me entristece pensar eso pero es a lo que hemos llegado. Y sin embargo, irónicamente, estamos en la era de las comunicaciones. Tenemos aparatitos para estar comunicados siempre, estemos donde estemos, siempre en contacto con quien queramos estarlo. Antes, que no teníamos esos aparatitos, teníamos un punto de libertad y, desde luego, mucha menos ansiedad. Aún no se había enraizado en nosotros esa necesidad inquietante de estar siempre “online” ¿Qué no encontrabas un teléfono a mano? Bueno, dependiendo de la urgencia lo buscabas o no, aunque cuando la cosa era urgente dejaba de serlo si la urgencia dependía de una llamada telefónica.
Hoy en día entras en crisis si te dejas olvidado el teléfono móvil en casa ¡Cuánto han cambiado las cosas! No te das cuenta de ello a menos que te pares a pensarlo detenidamente. Estamos mejor comunicados pero ¿es mejor? Para las urgencias, desde luego que si ¡Cuántas vidas se han salvado gracias a tener un móvil cercano! Pero de ahí a sufrir la “necesidad de él” que tenemos ahora, media un abismo.
En la iglesia hemos aprovechado el invento del WhatsApp para estar al tanto de todo lo que sucede entre los hermanos: reuniones, cumpleaños, recados, fotos… Estamos más informados que antes y más al corriente de lo que viven, les pasa o disfrutan los demás. Es bueno porque nos deseamos bendiciones a diario, oramos por una necesidad, es una forma de mantenernos en comunión en la distancia, incluso en la mucha-distancia porque seguimos en contacto con hermanos que están “al otro lado del charco” y eso es un puntazo.

A nuestro Señor le agrada la comunicación y a nosotros también. Estos días, por ejemplo, con la llegada de los programas navideños, se incrementa el tráfico entre los “afanados” en procurar que todo salga lo más dignamente posible. Es una buena forma de recordar “responsabilidades”… “Hermanito ¿a qué hora es el ensayo? ¿ya está terminado el decorado? ¿cómo vas con los programas?... ¡Esta noche hay culto de oración!” Recordatorios de la comunicación al instante. Es bueno si no se llega al exceso, como todo. Es bueno si se leen los mensajes y… ¡se responden! Comunicación interactiva, hiperactiva, resolutiva. ¡Cuánto han cambiado las cosas!


viernes, 14 de noviembre de 2014

Capacidad de asombro

Muchas de las imágenes las habremos visto, otras, las menos, eran inéditas (al
resultados de la contienda
menos para mí), pero el resultado, en mi caso, siempre es el mismo: asombro. Estoy hablando de unos documentales que estás pasando los jueves en la 2 de TVE sobre la Segunda Guerra Mundial. La promoción reza así: “Apocalipsis – La Segunda Guerra Mundial”. La 2 nos brinda una nueva oportunidad de disfrutar de una serie documental que aborda la contienda desde una óptica diferente, la de quienes la vivieron, con imágenes inéditas filmadas durante el conflicto y coloreadas para ofrecer una visión más cercana. Disfrutar no disfruté porque el cuerpo, y sobre todo la mente, quedan mal, pero si quedé enganchado a algo casi milagroso: vivir la mayor contienda de la historia del mundo como si de una “retransmisión” se tratase. Son seis capítulos y yo la he encontrado en el segundo día pero llegué a tiempo de vivir sobrecogido las terribles escenas de la guerra en el frente de Rusia, el ataque sorpresa de los japoneses a Pearl Harbor, el inicio de la “Solución final” de los alemanes para los judíos… La información desplegada te permitía ver una panorámica del mapa del mundo de hace poco más de sesenta años: Europa desangrándose entre ella, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, Grecia, Polonia, Dinamarca, Noruega, Yugoslavia, Rusia… Por otro lado Japón entrando en tierras inglesas y chinas y en las bases americanas en el Pacífico, Hong-Kong, Malasia, Singapur, Australia… África no se libró de la terrible contaminación, Egipto, Libia, toda la zona norte de este continente se vio involucrada en ese terrible frenesí… El balance aproximado nos revela en frías cifras unas cotas increíbles de terror: más de 200 ciudades devastadas, 50 países atacados y un saldo de más de 60.000.000 de muertos, diez millones por año de conflicto. Masacre indiscriminada de civiles y militares, personas asesinadas por el sable sangriento del hombre contra el hombre… ¿? Ya he hablado en otras ocasiones del sentimiento que me asalta cuando veo estos retazos de la historia humana, pero mi capacidad de asombro sigue intacta ante la cruda foto de lo que somos y de lo que hemos sembrado a lo largo de los siglos, desde el inicio de esta triste historia. ¿La maravillosa y buena Creación del Dios de los ejércitos ha degenerado en un monstruo consigo mismo a causa del pecado? Sí, eso es lo que nos enseña la Biblia que ha sucedido y las consecuencias están ahí, para que las recordemos, para que las analicemos, para que las revivamos con terror ¿hasta cuándo Señor? Sé que no somos nadie para pedirle explicaciones al Dios todopoderoso. Él es Soberano y sus pensamientos y sabiduría están a años luz de los nuestros, pero las dudas me asaltan ante lo incomprensible y… ¡te pido perdón Señor! Pero es que no lo puedo comprender desde mi pequeñez. ¿Cómo responderemos como humanidad cuando estemos presentes ante el Gran Trono Blanco del Juicio Final? ¿Qué podremos alegar? Nada, absolutamente nada porque, desde nuestra pequeña perspectiva podemos medio adivinar que las consecuencias del pecado, de la condición pecaminosa del hombre alejado de Dios, son devastadoras hasta límites insospechados. Sesenta millones de muertos son una pequeña muestra de seis años de vida; a esos hay que sumar… y empezaríamos a repasar la historia del mundo desde las primeras invasiones, imperios, ejércitos, bárbaros, “cristianos” recuperando la Tierra Santa, conquistadores “limpiando” y robando las nuevas civilizaciones del continente americano, guerras civiles, actos terroristas, etc., etc. Muerte, muerte y desolación por todas partes… Sólo encuentro Vida cuando miro para la Luz que emana de Cristo. No puedo hundirme en las tinieblas generadas por el hombre contra el hombre porque encuentro que ese “valle de muerte” supera mi capacidad de asombro, esta vez sí; por eso trato de simplificar mi cansada mirada en solo dos paisajes: muerte, tinieblas, desolación, dolor… en uno de los lados. Vida, luz, amor, entrega, sentido, propósito… en el lado opuesto. Y una gran sima de separación entre ambos de manera que no puede haber contacto entre dos mundos tan opuestos. Sé que es muy simple, pero, es lo que entiendo que es. Mientras tanto esperamos cielos y tierra nuevos, nuestro corazón clama, como clama la creación: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.” (Romanos 8:19-23)

sábado, 25 de octubre de 2014

Enfermedad y Salud

He leído un artículo de J.L.Parker publicado en la revista Edificación Cristiana que habla sobre el últimamente famoso tema de la sanación por fe, que me ha parecido muy bueno y que voy a transcribir aquí para que todo el que lo lea pueda disfrutar tanto como lo he hecho yo, porque además pone algunas cosas muy en claro a la luz de la bendita Palabra de Dios.

hoy el mundo sueña con la abolición total de la mala salud, deslumbrado por las maravillas de la medicina moderna. Nos hemos concienciado de la importancia de la salud de forma un tanto enfermiza, y ciertamente sin precedentes
La mala salud forma parte de la realidad de la vida desde la Caída. Si no hubiera habido pecado, no existiría enfermedad. Ambos son universales. Una es consecuencia de la otra. Tal y como da a entender la Escritura. Así lo veían los cristianos también en el pasado. No pensaban que la mala salud y las enfermedades crónicas fueran un obstáculo para creer en la bondad de Dios. Más bien, esperaban la enfermedad, y la aceptaban sin quejas, mientras ponían su mirada en la salud del cielo.
Pero hoy el mundo sueña con la abolición total de la mala salud, deslumbrado por las maravillas de la medicina moderna. Nos hemos concienciado de la importancia de la salud de forma un tanto enfermiza, y ciertamente sin precedentes – ni en la antigua Esparta, donde la cultura física era lo más importante, fue algo tan obsesivo –. ¿Por qué seguimos dietas, hacemos ejercicio y perseguimos la salud tan apasionadamente? ¿Por qué estamos tan absorbidos por nuestra condición física? Estamos persiguiendo un sueño, la ilusión de nunca estar enfermos. Estamos llegando a considerar una existencia libre de todo dolor e invalidez como uno de los derechos humanos.
No es extraño, por lo tanto, que los cristianos estén ahora tan interesados en la sanidad divina. Sus piran por la mano de Dios, tan directa y poderosamente como sea posible (y así deberíamos hacer). Están preocupados por la salud física, a la que, como otros occidentales del siglo XX, sienten que tienen derecho. Con estas dos preocupaciones ocupando sus mentes, no es nada sorprendente que muchos digan que todos los creyentes enfermos pueden encontrar salud física por medio de la fe, sea a través de médicos o aparte de ellos. Un cínico diría que el deseo ha sido el padre de la idea. Pero, ¿es esto justo? El hecho de que sea natural que tal idea surja en unos tiempos como estos, no hace en sí que sea verdadera o falsa. La enseñanza moderna sobre la sanidad se presenta a menudo como un redescubrimiento de algo que la Iglesia creyó en el pasado, y que nunca debía haber olvidado, acerca del poder de la fe para canalizar el poder de Cristo. Pretende ser bíblica y debemos tomar su pretensión de nuevo.
Para apoyarse en la Escritura se utilizan tres argumentos:
Primero, que Jesucristo, que tanto sanó cuando estaba en la tierra, no ha cambiado. No ha perdido su poder. Lo que hizo entonces, lo puede hacer ahora.
Segundo, la salvación se presenta en la Escritura como una realidad integral, que abarca tanto el alma como el cuerpo. Pensar en la salvación como sólo para el alma, aparte del cuerpo, no es bíblico.
Tercero, falta bendición cuando falta fe, y no se buscan los dones de Dios. “No tenéis porque no pedís”, dice Santiago. “Pedid y se os dará”, dice Jesús. Pero Mateo nos dice que en Nazaret, donde fue criado Jesús, no pudo hacer muchos milagros por su incredulidad.
Todo esto es cierto. ¿Cura entonces todavía Jesús milagrosamente? Si, yo creo que en ocasiones lo hace. Hay mucha evidencia contemporánea de sanidades en contextos de fe que ha desconcertado a los médicos. Sin embargo, lo que se dice a menudo es que uno puede sanar por medio de la oración y quizás el ministerio de alguien con un don de sanidad, y si un cristiano inválido fracasa en conseguirlo es por falta de fe.
Es a partir de aquí que empiezo a dudar, ya que este razonamiento es incorrecto – cruel y destructivamente equivocado–, como sabe muy bien aquel que ha buscado de este modo sanidad milagrosa y no ha podido encontrarla, así como aquel que es llamado a recoger los pedazos de las vidas de otros que han tenido esta experiencia. Que te digan que esa ansiada curación te ha sido negada por algún defecto en tu fe, cuando te has esforzado y gastado todas tus energías para consagrarte en toda forma posible a Dios y “creer en su bendición”, es ahogarse en angustia y desesperación, sintiéndote abandonado por Dios. Este es un sentimiento bastante amargo e infernal – especialmente si, como la mayor parte de los inválidos, tu sensibilidad está a flor de piel y tu ánimo por los suelos–. Es de una crueldad terrible destrozar a alguien haciéndole pedazos con tus palabras de esta manera (una expresión de Job muy a propósito).
¿Qué hay, entonces, acerca de estos tres argumentos?

sábado, 18 de octubre de 2014

¿QUÉ SOMOS, EN REALIDAD?

"Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque Él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más.
Más la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos; sobre los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra." (Salmo 103:13-18).

HABLANDO CON DIOS
Soy Señor, lo que estás viendo:
un mar rebosando dudas,
una voz con mis preguntas,
y un borrón sobre tu lienzo.

¿Soy acaso el tosco genio,
que con ligera pluma,
libraré que mi alma sufra
el cercano cementerio?

Soy Señor, lo que estás viendo:
un mar lleno de espumas,
con olas que arrullan juntas,
los rincones de mi sueño.

¿Soy quizás, el río inmenso,
que lleva las aguas puras
para regar las locuras
que se sienten con un beso?

Soy Señor, lo que estás viendo:
una rama de ternura
que aún sueña con la luna,
y la razón le da miedo.

¿Soy tal vez, sólo este cuerpo,
que no ha de dejarme nunca
respirar sin su figura,
abrazado al movimiento?

Soy Señor, lo que estás viendo:
un niño sin una cuna,
un pájaro sin su pluma,
y un estanque medio seco.

Soy Señor, lo que estás viendo:
una voz que a ti se eleva,
llevando tu cruz de emblema,
y en tu mano, ser objeto,
para ir abriendo la puerta
a los que hoy están fuera,
pero quieren entrar dentro
de tu libro y de tu pecho
dando olvido a su alma vieja.

Soy Señor, lo que estás viendo:
el umbral de tus pisadas,
y el borrón sobre tu lienzo.

LEOPOLDO SEMPRÓN
(Publicado en la revista EDIFICACIÓN CRISTIANA, Marzo – Abril 2005. Nº 218. Época IX. Permitida la reproducción total o parcial de esta publicación, siempre que se cite su procedencia y autor.)

jueves, 4 de septiembre de 2014

Los ojos del Señor

Hay una continua referencia en la Biblia a los ojos de Dios. Dios es espíritu y por eso
Los ojos de Jehová están sobre los justos
sabemos que cuando habla de los “ojos de Dios” lo está haciendo en lenguaje antropomórfico, una forma de lenguaje para hablar de Dios en términos humanos y así podamos entender.
Lo que la Biblia nos menciona referente a los “ojos de Dios” son auténticas revelaciones sobre la actividad diaria de Dios que nos sorprenden y, si creemos en Él, nos dan pie al agradecimiento y también, al temor reverente. Veamos por qué:
El libro de Proverbios afirma en, al menos, dos versículos que Dios lo ve todo porque lo observa todo: “Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y él considera todas sus veredas.” (Proverbios 5:21) y “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos.” (Proverbios 15:3) Una cosa queda clara en estas revelaciones: Dios nos observa, a todos, sin distinción; posiblemente el 90% del tiempo no somos conscientes de ello ni los mismos cristianos y, posiblemente, más del 90% de los habitantes del planeta nunca han pensado esto. Pero hay dos detalles interesantes añadidos respecto a este “trabajo” de Dios: el primer versículo dice que nos observa y considera “todas nuestras veredas”, o sea, por donde andamos, a donde vamos, que hacemos…, lo que en términos de nuestro Señor quiere decir que delante de sus ojos están “nuestros caminos” que incluyen obras, pensamientos, pecados, actitudes, obras… Por eso la Biblia también habla de caminos, camino de bien y camino de mal, camino de bien y camino de pecado, camino de salvación y camino de perdición. Eso abarca una visión mucho más amplia de lo que como humanos podemos imaginar.
Porque Proverbios 15:3 nos enseña dos cosas importantes sobre los atributos de Dios: Su omnisciencia y su omnipresencia: conocimiento absoluto de todo y presencia en todas partes: “en todo lugar”. Aunque no lo podamos entender desde nuestra mente finita, porque si lo entendiésemos seriamos como Dios, Dios no es ciego a la maldad que ocurre, e igualmente tampoco lo es a lo bueno que está ocurriendo. Ante esto, enseguida surge la pregunta: Si es verdad que está viendo todo lo terrible que ocurre en el mundo ¿cómo es que lo permite? Según sabemos por la Escritura, Dios permite lo que permite según Su Soberanía y Sus Propósitos. A veces llegamos a ver o entender porque han sucedido las cosas; muchas otras veces no. “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios” (Deut.29:29) ¿Un ejemplo? Los que se burlaban de Jesucristo cuando estaba clavado en la cruz decían despectivamente: “Si es Hijo de Dios como dice, que se baje de la cruz”. Hoy sabemos que si Jesús hubiese bajado de la cruz, porque podía hacerlo, nosotros seguiríamos en nuestros pecados y la puerta de acceso a la salvación estaría cerrada. Jesús tenía que morir en la cruz para pagar por nuestros pecados. Era el único que podía hacerlo. Pero si siguiese el criterio y el “entendimiento” del hombre, habría roto esa puerta.

Ante esta revelación, y realidad, de que Dios nos observa, la Palabra de Dios nos aconseja al respecto: “Haz lo recto y bueno ante los ojos de Jehová, para que te vaya bien” (Deuteronomio 6:18). Es lo que procede. Si Él nos está observando, condenará lo malo porque Dios es bueno por naturaleza y no puede convivir con el pecado. Pero además está la promesa: “para que te vaya bien”. La obediencia a las demandas del pacto era la condición necesaria para el éxito de Israel en la tierra prometida. El versículo lo hemos sacado de las exhortaciones que estaban siendo dirigidas al pueblo de Dios, por tanto llegan a nosotros de la misma manera como pueblo de Dios escogido en este tiempo que nos ha tocado vivir. La obediencia traería dos grandes bendiciones a Israel: ellos tomarían posesión de la tierra y tendrían la victoria sobre sus enemigos. ¿Qué tenían que hacer para ello? Obedecer y vivir conforme a los mandamientos de Dios: “Haz lo bueno y lo recto… porque yo te estoy observando.” El saber que Dios nos está observando en cada momento de nuestra vida nos impulsa a hacer lo bueno.
Como creyentes, seguidores de Cristo e imitadores de Él, debemos vivir siguiendo su ejemplo y, por tanto, haciendo el bien. Porque, además “Porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal.” (1 Pedro 3:12) Dios tiene una preferencia: sus hijos, los salvos por medio de la fe en Jesucristo, aquellos que han decidido aceptar a Jesús como su Señor y Salvador personal. Dios presta especial atención a Sus siervos. Esa expresión: “los ojos del Señor están sobre los justos” es más que estar en estado de observación: Dios está velando por los Suyos, presta especial atención igual que lo contrario para aquellos que hacen el mal. El apóstol Pedro está transcribiendo lo que muy bien explica el Salmo 34: “¿Quién es el hombre que desea vida, que desea muchos días para ver el bien? Guarda tu lengua del mal, y tus labios de hablar engaño. Apártate del mal, y haz el bien; busca la paz, y síguela. Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos sus oídos al clamor de ellos. La ira de Jehová contra los que hacen mal, para cortar de la tierra la memoria de ellos.” (Sl.34:12-16).
Pero las promesas y la fidelidad divinas dan un paso más a favor de los que le aman: “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él.” (2 Crónicas 16:9). Es como si nos estuviese indicando que los ojos del Señor buscan a personas a las que bendecir ¡¿no es grande?! Esa es la expresión del amor de Dios, buscando a sus criaturas para que se vuelvan a Él, para restaurar la relación perdida, para bendecirlos y cuidarlos con Su Poder. La Biblia está llena de ejemplos prácticos de esta realidad al igual que la Iglesia de Cristo está llena de hermanos que pueden dar testimonio, hoy en día, de esta vivencia real de Dios a favor de sus redimidos: “Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová” (Génesis 6:8) ¿Te imaginas? Yo lo pienso cuando subo en un avión y a través de la ventanilla puedo ver la ciudad como si estuviese observándola desde la cámara de Google, con sus calles como rayitas minúsculas, y las personas invisibles a esa distancia… pero ahí está el Señor en su grandeza observando a las personas, y te ve, y hallas gracia ante sus ojos… ¡Qué gran desafío y que gran promesa! Hallar gracia ante Dios todopoderoso… “por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:8)

Que así sea con cada uno. ¡Amén!

sábado, 16 de agosto de 2014

Las dos partes

¿Cómo es con los que ya, desde su primer día en este mundo, aún bien no han abierto sus ojos, descubren que solo hay más oscuridad, y que, si se crían, y si crecen y viven, descubren que han “caído” en el lado oscuro del planeta? Es como si hubiesen nacido en la luna donde una mitad recibe la luz del sol, casi siempre, y la otra permanece en tinieblas, como olvidada, fría, un punto misteriosa.
Del frío al calor, del viento a la calma, de la sonrisa al llanto, de la paz a la guerra, del amor al odio, de la alegría a la tristeza, del hablar al mutismo, del mirarse al evitarse, del saludo al desencuentro, del “buen rollo” al malo, del ánimo al desánimo, del optimismo al pesimismo, del éxito al fracaso, de la riqueza a la pobreza…
En un pequeño instante todo cambia. ¿Cómo mantener la entereza ante esto? ¿Cómo conservar la calma ante los cambios tan repentinos? Brotan tan abruptamente, no te dan tiempo a reaccionar; cierras un momento los ojos y al abrirlos de nuevo… ¿Y qué ha sido? ¿un segundo? Apenas… y todo ha cambiado. Es como si la vida se hubiera propuesto amargarte la fiesta. Es como si Satanás se hubiera presentado ante Dios para, señalándonos con el dedo, sugiriese que estamos demasiado bien y que por qué no le da permiso para cambiar la situación y en lugar de llevar el viento de popa, nos lo pone de costado o de proa, como sugirió malignamente, hace siglos, cuando la tomó con Job, una persona íntegra y recta.
Prefiero recordar la paz, la sonrisa, el amor, la amabilidad, el momento bueno ¿y quién no? Pero reconozco que el que taladra mi estómago y dificulta mi respiración es el momento doloroso, el triste, el enfermo, el oscuro, el silencioso, el que consigue agitar mi alma que, solo hace un momento, dormitaba plácidamente.
Pero… ¿qué digo? ¿seré egoísta? Estoy hablando desde la perspectiva de alguien que ha comprobado que existen estos cambios, alguien que ha tenido la oportunidad de estar en las dos partes, en la buena y en la mala. Cambiemos de perspectiva, miremos más allá, desentumezcamos nuestra percepción y preguntémonos: ¿Cómo es con los que ya, desde su primer día en este mundo, aún bien no han abierto sus ojos, descubren que solo hay más oscuridad, y que, si se crían, y si crecen y viven, descubren que han “caído” en el lado oscuro del planeta? Es como si hubiesen nacido en la luna donde una mitad recibe la luz del sol, casi siempre, y la otra permanece en tinieblas, como olvidada, fría, un punto misteriosa.
Creo que por más que me esfuerce, no voy a conseguir saber que siente ese niño, que piensa, con qué palabras lo consuela su madre, una madre anestesiada de dolor, de hambre real, de preguntas, de desesperación. Solo la parte oscura, sin luz, sin abrigo, sin cariño, sin protección ante ese mundo en el que han nacido y que parece un sin sentido, un teatro del horror, un calabozo mal sano del que solo se puede salir a través de la muerte. La muerte como liberación.
Esa parte la conocemos aunque no vivamos allí porque nos lo dicen todos los días, aunque nuestros oídos insensibles se nieguen a informarnos: cada día mueren cientos de niños, mujeres, personas que han nacido en el “tercer mundo”; mueren de hambre, de enfermedad, de tristeza porque han nacido en ese lado…
¿Qué pueden decirnos ellos de justicia, de política, de progreso, de industrialización, de bienestar social, de calidad de vida? Nada. Han nacido sin nada de eso, nadie les informa de que existen esas cosas, porque si alguna madre se entera de que en alguna parte, en alguna dirección desde ese pozo negro en el que han nacido, existe algo mejor que lo que ellas conocen, esa madre se lo va a decir a su hijo, para que, si consigue salir adelante, tome su mísera vida y se ponga en camino con la mirada puesta en la luz, en esa otra parte del planeta, en la que parece que hay (dicen), personas que reciben tanto dinero ¡cada día! que no tienen tiempo real de vida para gastárselo; que tienen tanta comida a su alcance para escoger que prefieren comer muy poco, apenas una pequeña muestra de lo que les han cocinado, y el resto, toda la ingente cantidad de comida que les sobra, (dicen), la tiran.
En sus chozas no entra ni una mosca a pesar de que las construyen enormes, no se sabe muy bien por qué, será para gastar tanto dinero como (dicen) tienen. Emplean a gente para que las mantenga limpias y, tal vez por esa limpieza es muy difícil que se enfermen; su agua les llega cristalina, no está contaminada ni sucia, ni escasa…, agua cristalina y abundante, la que quieran, más, mucha más de la que necesitan.
Y también tienen médicos y medicinas de todas clases y remedios que en el lado oscuro ni se adivina que existen porque allí no llegan; a veces envían unos pocos y se los van quedando por el camino, en manos de otras personas que también quieren tener más de lo que necesitan y que, inexplicablemente, no tienen remordimientos en quedarse con lo que no es suyo.
Esa madre le dirá todo eso a su hijo para que, si crece y con suerte llega a adulto, empiece su éxodo empujado por aquellas palabras, por aquellas visiones, por aquella luz que (dicen) hay en la otra parte. Saldrá a buscarla. Otra cosa es que llegue o que le dejen pasar.


jueves, 31 de julio de 2014

BARBARIE

Cada vez me produce más vértigo la diferencia entre el mundo que observamos impertérritos en la tv todos
gritamos ¡BASTA! en un intento desesperado de detener la maquinaria bélica que aplasta sin piedad todo lo que se le pone por delante sin ni siquiera mirar si lo que aplasta es una cucaracha o un niño
los días y el nuestro. Es como si nos hubiesen sentado delante de una pantalla panorámica similar a aquella que sufría el protagonista de “la Naranja Mecánica” en los años 70, para quien no la recuerde o no haya visto la película, es la escena en la que obligaban al protagonista a ver una especie de documental salvaje con escenas violentas…
Franja de Gaza, Ucrania, Nigeria y sus Boko Haram, Libia y otros Países de “menos actualidad”, desfilan ensangrentados, mutilados, arrasados, en paisajes lunares de películas futuristas…, desfilan ante nuestros ojos que, a fuerza de la costumbre, no es necesario obligar a mantener abiertos como al protagonista de “la Naranja”… tristemente nos hemos acostumbrado, endurecido, nuestras conciencias cauterizadas apenas se inmutan ante tanta barbarie.
Hoy amanecen los diarios con la noticia de que EEUU envía más armamento y munición a Israel… ¿es esta la ayuda? ¿es esta la solución? ¿No sería mejor enviar unas sillas, una mesa y unos vasos con agua y organizar las reuniones que fuesen necesarias para terminar con semejante barbarie? ¿Qué falta para que esto se haga ya?
Impotencia es lo que sentimos los que todavía no tenemos la conciencia dormida. Desde nuestra pobre posición desde la que no podemos influir, gritamos ¡BASTA! en un intento desesperado de detener la maquinaria bélica que aplasta sin piedad todo lo que se le pone por delante sin ni siquiera mirar si lo que aplasta es una cucaracha o un niño. Corazas de acero que envuelven el corazón de los que, en algún momento, supongo, tienen una familia a su alrededor, una niña sentada en sus rodillas en una escena familiar y candorosa, una padres ancianos sonrientes admirando a su hijo que ha desempeñado una gran carrera militar y que consigue tener a su familia en un lugar cómodo y acogedor… ¿Cómo es posible que esa misma persona se ponga una venda en sus ojos para descargar todo su letal cargamento contra personas por las que corre la misma sangre que en las venas de sus seres queridos, sangre que él va a desparramar sin la más mínima contemplación? ¿A qué hemos llegado? ¿No somos la civilización del siglo XXI, la civilización de los adelantos medicinales, de la sabiduría humana, de la democracia y la cultura que iba a cambiar el mundo? ¿Qué nos impide ser más sensibles ante la realidad sangrienta que nos rodea? Mientras menos de la mitad de la población mundial disfruta de comida, comodidades, incluso en algunos casos, de excesos, el resto sufre una vida que, a los que nos ha tocado vivir en la “parte buena”, nos resulta imposible de imaginar porque esa vida solo se puede comprender viviéndola.
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, quiso estar en la “parte mala”, quiso congraciarse con los que les tocaba la peor parte en aquella época, los enfermos, los pobres, los leprosos, los ladrones y las prostitutas y los que vivían en la “parte buena” le señalaban como a un loco porque se hacía llamar Hijo de Dios y el Cristo (el Mesías) y se asociaba a los parias y a los proscritos. Ante ese desprecio, Jesús respondió con amor y con perdón demostrando que la forma de acabar con la miseria de muchos era ayudándoles. Y así lo hizo: sanó a los que se le acercaron, consoló a los que llegaban desesperados, animó a los que buscaban una salida, murió por todos… Sus palabras no dejaron a nadie indiferente: “ama a tus enemigos”… ¡Ahí está la solución! Si todos consiguiésemos amar a nuestros enemigos, se acabarían las guerras, las envidias, los odios, las rencillas entre vecinos, familias, compañeros de trabajo… ¡Ama al prójimo como a ti mismo! ¡Imposible, mientras no cambie nuestro corazón de piedra en uno de carne, en uno con sensibilidad, en uno con amor!
Solo Cristo puede hacer ese milagro. Es una realidad en muchas personas. Sé que no las suficientes para que pare ese caudal de muerte, pero algún día reinará la paz en el mundo… No cuando el hombre lo domine, sino cuando el Rey de reyes lo gobierne. Está profetizado: porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido.
Amén.


domingo, 27 de julio de 2014

ENVIDIA

El corazón apacible es vida de la carne; más la envidia es carcoma de los huesos
Ayer he escuchado una meditación durante el Culto Dominical, sobre un tema poco corriente: la envidia. Se leyeron algunos textos que nos pusieron en evidencia lo peligroso que puede resultar este sentimiento en nuestra vida, testimonio y en la vida de la iglesia.
La envidia es el segundo pecado registrado en la Biblia después del de la desobediencia: En el capítulo 4 de Génesis asistimos a aquella escena en la que Abel y Caín presentan ofrendas a Dios. “Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.” Caín siente envidia de su hermano y la primera consecuencia se detecta en su cara. Es curioso pensar que, efectivamente, aquellas personas que sienten envidia se delatan por su “decaimiento de semblante”. El pecado tiene consecuencias corrosivas, no solo en nuestro aspecto, sino también en nuestra salud. Proverbios 14:30 dice: “El corazón apacible es vida de la carne; más la envidia es carcoma de los huesos.” Una vez más, utilizando el contraste, vemos el efecto negativo de la envidia en nuestra salud. Carcoma de los huesos, corrosión, corrupción, minado del armazón que sustenta al cuerpo, minado de la “base” humana, minado de su carácter, de su personalidad. La imagen contrasta con el que tiene el “corazón apacible” fruto de su relación confiada con el Señor, moldeado en amor, descansado en Sus promesas; un corazón apacible es “vida de la carne”, salud, vitalidad, energía, gozo de vivir.
La envidia genera obstáculos, oscuridad, desconfianza, mal trato con las personas. Una persona envidiosa no es alguien a apreciar, más bien produce cierto rechazo instintivo, como si ese pecado mostrase a los demás lo repulsivo del veneno que contiene.

El pasaje que inició la meditación fue el que se relata en Números 16 conocido como “la contradicción de Coré”. En esta historia, Moisés y Aarón tienen que hacer frente a una nueva rebelión encabezada por Coré y 250 personas más que quisieron establecer un orden sacerdotal aparte de la autoridad divina. Curiosamente, el motivo de esta rebelión fue la envidia según se revela en el Salmo 106, v.16.
Eclesiastés, el libro de las experiencias por excelencia, no deja este tema de lado: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.” (Ecle.4:4) Desde la antigüedad, la envidia ha extendido sus tentáculos hasta el punto de que un trabajo bien hecho, una obra excelente produce celos, rivalidad, enfrentamiento. Y sin embargo, está ahí, como oculta, como que no fuese un pecado importante, como que no es necesario tenerla muy en cuenta. Pablo en sus carta a la iglesia de Corinto lo tenía muy presente: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes;” (2 Co.12:20). ¡Que lista más amarga! Pero es la lista que debemos tener en cuenta para que todas estas emociones nocivas estén alejadas de la vida de crecimiento espiritual de la Iglesia. En la comunidad de Cristo no puede haber un tipo de vida similar a la del mundo. Una iglesia que tenga esta lista de pecados en propiedad no es una iglesia cristiana. Y la envidia provoca el deseo en el hombre de querer lo que el otro tiene y lo que hace es preparar el terreno para lo que viene después: iras, enojos… Si la iglesia tiene que funcionar como un cuerpo bien coordenado y conjuntado, la mano no puede tener envidia del pie y así con cualquier otro miembro que queramos poner de ejemplo. Yo no puedo tener envidia del don de mi hermano porque el Señor lo ha puesto ahí para mi crecimiento espiritual. Si encuentro cosas o actitudes o sabiduría en mi hermano que me agradan, primero debería dar gracias al Señor que es quien pone en la iglesia a esos hermanos para nuestro crecimiento y después, iniciar yo el camino de esa sabiduría, ese conocimiento o esa actitud que va a favorecer mi crecimiento, el de la iglesia y como resultado y objetivo final siempre, el de darle la gloria a Dios.

La envidia también está presente en el simulacro de juicio que se hizo contra Jesucristo. Mateo y Marcos resaltan que Pilato “sabía que por envidia le habían entregado”. El versículo 1 del capítulo 27 menciona a los envidiosos: Todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Pilato conocía su posición delante del pueblo, conocía sus privilegios y posiblemente también se hiciese una idea del carácter dominador y egoísta que los caracterizaba, ese mismo carácter que Jesús había denunciado en muchas ocasiones: “hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas” (Mateo 23:5-6).

Esto nos demuestra hasta dónde llega lo pernicioso de este sentimiento. Esto nos ayuda también a posicionarnos, como cristianos, para evitar que este mal campe a sus anchas en nuestras iglesias porque “el amor no tiene envidia” (1 Co.13:4). Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. La envidia es maligna, Satanás la utiliza con su típica sutileza. No permitamos su efecto corrosivo y pernicioso en nuestras iglesias. Oremos por ayuda para luchar contra ella y sigamos las pisadas del Maestro con mansedumbre y humildad, aprendiendo de Él, siguiéndole, obedeciéndole.

martes, 8 de julio de 2014

Preguntas sin respuesta

Ayer estuve viendo la película “El último tren a Auschwitz” y, como siempre que veo algo
el mayor depredador del hombre es el hombre mismo
relacionado con las grandes masacres que ha habido en la historia del mundo, quedé conmocionado. Como se puede comprender, el argumento de esta película está relacionado con los trenes de mercancías que llevaron a miles de judíos a los campos de concentración nazis con el objetivo de diezmarlos y hacer desaparecer esa raza del planeta…
Lo que me sorprende es la asombrosa facilidad con la que el hombre se convierte en un depredador contra sí mismo sin reparar en detalles… Se transforma en una bestia ausente de compasión, humanidad, sensibilidad…
Mi pobre e insignificante mente se rebela y, partiendo de esas imágenes, empieza a volar hacia otras dimensiones lejanas, hacia esas preguntas sin respuesta… Es verdad que Dios nos ha dado algunas respuestas: las consecuencias del pecado, los resultados de la corrupción pecaminosa del alma humana, pero…
No puedo entrar en lo que Dios no nos ha querido revelar, “las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios” (Deut.29:29), pero es verdad que, dentro de nuestra mente finita podemos llegar a idear preguntas de las que tengo miedo por si pueden entrar en el terreno de la blasfemia…
Pero veamos que nos revela el Señor sobre esto y no nos dejemos llevar por las especulaciones que nos van a llevar a las dudas y a campos en los que no tenemos capacidad para discernir.
¿Dónde se origina todo lo relacionado con el mal? Nosotros solo tenemos noticia de lo que nos dicen algunos pasajes que nos ponen en la pista, por ejemplo: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio.” (1 Jn.3:8). En el Apocalipsis 12:9 encontramos otro “título” que se le da al diablo: “la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero”.
¿Por qué llegó el diablo a esta situación? ¿Lo creó Dios así? Es en el libro de Ezequiel donde encontramos respuestas a estas difíciles preguntas: "Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura... toda piedra preciosa era tu vestidura... los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación... Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad" (Ezequiel 28:12-15). Como nos podíamos imaginar, es un ángel creado por Dios, perfecto, sabio, hermoso… "hasta que se halló en ti maldad". ¿Cómo surge esta maldad? Esta es una de las preguntas difíciles. Veamos que más encontramos: “A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector.” (Eze.28:16). Un querubín protector, un ángel con una responsabilidad específica, posiblemente con mucha autoridad. Pero surge “algo” que provoca en él un cambio, iniquidad, pecado… Delante de Dios no puede habitar el pecado porque él es Santo y aquel ángel fue expulsado. ¿Qué fue ese “algo”? “Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor” (Eze.28:17) ¿Qué pasaría para que sucediera esto? No lo sabemos. La Biblia nos cuenta los cambios que experimentó aquel hermoso querubín, pero no nos es revelado el origen profundo de aquella maldad en un ser creado por Dios. Aquí tenemos que irnos a otro pasaje que habla sobre esto, concretamente en Isaías 14: “Descendió al Seol tu soberbia, y el sonido de tus arpas; gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán.  ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones.” Esto nos lleva a la declaración de Jesús al respecto: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.” (Mt.11:18) Jesús-Dios parece como que recordase la escena con tristeza… ¿Qué pasaría en aquel momento de la historia? Será una de las respuestas que buscaremos anhelantemente cuando estemos con Él.
Según nos sigue contando Isaías, pasaron muchas cosas por la mente de Satanás: “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.” Este “seré semejante al Altísimo” es la prueba definitiva de la inmensidad del pecado, una declaración que nos recuerda la tentación en el Edén (“seréis como Dios”) y que parece ser siempre la máxima aspiración de Satanás, aunque Él sabe que es una aspiración inalcanzable.

domingo, 29 de junio de 2014

Fe o miedo

Si Dios está conmigo a donde quiera que yo vaya ¿Cómo podría tener miedo?
Ya he escrito alguna vez sobre el cáncer del miedo que nos quiere dominar, pero a medida que sigo avanzando en edad y por tanto en experiencia, a medida que avanzo de la mano de Dios, aprendo cada día algo nuevo y esta vez he aprendido que el tener miedo es opuesto a llamarse cristiano ¿Por qué? Porque los cristianos vivimos por fe, creemos en nuestro Salvador por fe, le seguimos por fe y esperamos una salvación y una vida eterna por fe ¿Por fe en qué? En la palabra y las promesas de Dios. Y si Dios nos está prometiendo que pase lo que pase todo va a ir bien porque Dios tiene el control de nuestras vidas, el miedo está diciéndonos o queriéndonos convencer exactamente de lo contrario: “tengo miedo porque las cosas no van a ir bien”.
Por lo que llego a la conclusión de que el miedo también es una tentación de Satanás y para el cristiano una prueba de su fe en la fidelidad de Dios.
Yo creo que una de las frases que más se repite en la Biblia es la promesa de Dios de que “no te dejaré ni te desampararé” y la diferencia entre Dios y nosotros es que lo que él promete lo cumple siempre; el problema es que nosotros no parece que le queramos creer y ahí es cuando nos ataca el miedo, el temor a lo que va a pasar ante algo a lo que nos vamos a enfrentar solos… porque así lo hemos querido. ¿Cómo es que así lo hemos querido? Desde el momento en que hacemos frente a cualquier problema como cristianos sin contar con las promesas y la ayuda de Dios, es que, evidentemente, no le estamos creyendo y, además, estamos pecando de incredulidad porque Dios quiere que tengamos fe en Él y sin fe es imposible agradar a Dios (He.11:6).
Precisamente esa es una de las grandes diferencias entre los que verdaderamente han creído en Jesucristo y en su salvación y los que no. En esta vida todos tenemos problemas, dificultades, enfermedades, en fin, un sinfín de contratiempos fruto del distanciamiento y la enemistad entre el hombre y Dios. El hombre natural se enfrenta a todo eso solo, con sus principios, su capacidad, sus conocimientos y todos aquellos recursos humanos de los que pueda echar mano. El hombre espiritual, el verdadero cristiano, se enfrenta a los mismos problemas… pero no solo porque Dios nos ha prometido “no te dejaré”, o en palabras de Jesús cuando estuvo en la tierra: “no os dejaré solos” y su presencia más cercana y tangible se personó en la persona del Espíritu Santo morando en nuestro interior (2 Ti.1:14).
Como consecuencia de esto, hay algunos textos muy interesantes que nos recuerdan que el miedo no tiene justificación en nosotros y, tal vez el más claro, sea 2 Timoteo 1:7.- “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” Si el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu que nos incite al temor entonces en nuestra vida no debería haber temor… debería haber fe, fe en la seguridad y en la certeza de que las promesas de Dios se van a cumplir en nosotros y la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida nos va a proveer la ayuda y los recursos necesarios para hacer de nuestra vida un servicio prioritario a las cosas de Dios ¡sin temor!, sabiendo que esos recursos son divinos, producen hechos extraordinarios en el Nombre de Jesús a través y en nuestra vida y nos animan a vencer el miedo  y, por supuesto, a no avergonzarnos (como dice el texto siguiente), de dar testimonio de nuestro Señor, ya que el miedo es el obstáculo mayor para testificar a los demás de lo que ha hecho Cristo en nuestras vidas.
El apóstol Pablo insiste mucho en este asunto: “Si Dios está conmigo ¿quién contra mí?”, o, en otras palabras, “Si Dios está conmigo a donde quiera que yo vaya ¿Cómo podría tener miedo?” Es la respuesta lógica de aquellos que han comprendido que Dios no miente, no falla porque cada día se renueva su fidelidad y que, por tanto, podemos tener la plena certeza de que lo que Dios ha prometido que va a cumplir ¡ya está hecho!
Entiendo que es una lucha innata porque parece como que el miedo formase parte de nuestra naturaleza, como una emoción primaria igual que puede ser otra emoción cualquiera: tristeza, alegría, pena, angustia… Pero hay emociones que vienen lógicamente como consecuencia de las circunstancias que nos rodean como, por ejemplo, he mencionado en primer lugar la tristeza. Se nos va un ser al que queríamos mucho ¿Cómo reaccionamos? Con tristeza… hasta que nos hacemos a la idea y nos acostumbramos a su ausencia.
¿Alegría? Pues lo contario ¿no? Esa persona que estaba tan lejos que hacía tantos años que no veíamos y que, de repente, te dice que viene unos días a verte… ¡qué alegría! O la noticia de que nuestra hija, nuestro hijo va a ser madre-padre… ¡Qué alegría! Y así sucesivamente con todas nuestras emociones… pero ¿el miedo? El miedo en un hijo de Dios no tiene cabida porque es una equivocación pensar que Dios nos va a fallar, porque, en el caso de que pensemos eso, le estaremos haciendo a él mentiroso y “Dios no es hombre para que mienta”, ni para que actúe como si se tratase de un débil ancianito: “No permitirá que resbale tu pie, ni se adormecerá el que te guarda. He aquí, no se adormecerá ni se dormirá…” (Sl.121:3-4).

Voy a terminar este comentario con otro hermoso pasaje: “Porque él mismo ha dicho: Nunca te abandonaré ni jamás te desampararé. De manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi socorro y no temeré. ¿Qué me podrá hacer el hombre? (He.13:5-6). Las dos citas que da aquí la Carta a los Hebreos están sacadas del Antiguo Testamento y como promesas de Dios, se han venido repitiendo a lo largo de la historia de la humanidad, como Palabra de Dios, invariable, fiel. Estas palabras han ayudado a miles de cristianos a lo largo de los siglos y de las diferente edades y llegan incólumes, intachables, vivas, hasta nosotros. Son la fuerza, la roca en la que nos podemos sustentar, firmemente, más que firmemente, diría yo, porque Dios es el mismo ayer, hoy y por los siglos y al ser sin variación sus promesas también son invariables. Nuestra confianza y nuestro contentamiento se basan en las promesas de Dios. Si Dios nos ha librado del temor a la muerte ¿cómo entonces es que podemos temer a cosas menores? Los hombres pueden quitarnos nuestras posesiones materiales; pueden quitarnos incluso el cuerpo material que habitamos pero no nos pueden tocar la vida y la riqueza eterna que tenemos en Jesucristo, nuestro bendito Salvador. Amén.

jueves, 5 de junio de 2014

La Fe

La fe es la constancia de las cosas que se esperan, la comprobación de los hechos que no se ven.
Creemos por fe

Creemos por fe; creemos en lo que Dios nos cuenta en Su Palabra por medio de la fe… es más, la fe viene al leer esta Palabra Sagrada de manera que se produce una obra de Dios en nosotros por medio del Espíritu Santo. La fe es un don del Espíritu. Es la que nos hace tener esa constancia, ese convencimiento de que Dios está ahí. Los apóstoles le dijeron a Jesús: “Auméntanos la fe”. Cómo será de pequeñita nuestra fe que Jesús les/nos respondió: “Si tuvieseis fe como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: ¡Desarráigate y plántate en el mar! Y el árbol os obedecería.” ¡Mucho nos queda por ver y aprender!
Lo grande de todo esto es que somos salvos por medio de la fe ¿Cómo es esto? Bueno, el Señor nos salva por gracia (favor inmerecido), por medio de la fe según dice en Efesios 2:8. ¿De qué nos salva? De la muerte eterna. Ser salvado es pasar de muerte a vida y esto sólo nos lo puede regalar Dios gracias a que Jesús pagó por nosotros el precio de nuestro pecado. Ahí actúa la gracia infinita de Dios, la gracia perdonadora de Dios porque la salvación es de Dios.
Pero entonces ¿qué significa que es “por medio de la fe”? Bueno, la fe es el instrumento que Dios nos da para alcanzar la salvación. La fe es el medio, no la causa, y es también un don de Dios. De Él viene todo para que podamos ser salvos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es DON de Dios. No es por obras para que nadie se gloríe.”
La fe es el instrumento, el canal por medio de la cual se reciben los beneficios de la obra de Cristo y, además, es el único medio. Jesús predicó esto con insistencia: “El que oye mi palabra y cree…” Oír… la Palabra, creer… a consecuencia de Ella. Nada puede proceder de nosotros para alcanzar la salvación. La confianza de que lo que leemos procede de Dios mismo y la aceptación de que lo que hizo Jesús (narrado en esa Palabra), nos salva, es una demostración de que ese regalo de Dios, esa fe, ha entrado en nuestro corazón. “…para vosotros (esta fe) es indicio de salvación; y esto procede de Dios.” (Fil.1:28) “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” (Ro.5:1). Además, es imposible agradar a Dios sin fe (He.11:6), porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que Él existe…” No se trata de aceptar la existencia de Dios así, sin más, como un pobre crédulo. Es por medio de la fe que, casi podríamos decir, “vemos” al Invisible: “A Dios nadie le vio jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” (Jn.1:18) “Tanto tiempo he estado con vosotros, Felipe, ¿y no me has conocido? El que me ha visto, ha visto al Padre (Jn.14:9).
Entonces vamos entendiendo la función de la fe porque es imposible intentar acercarse a Dios para adorarlo, pensando que no existe. Es imposible. No puedo tener comunión personal con alguien como si estuviese inventándome un “amigo invisible”. La fe, dada por Dios, me revela su existencia. Es como una combinación de todo. Tu coges la Biblia y lo primero que lees es “En el principio creó Dios…” y ¡ya está Dios ahí! La Biblia comienza haciendo esa tremenda declaración que el hombre rechaza de plano: ¡Dios es el creador de todo cuanto existe! ¡Y ya está! Él estaba ahí, y en otros pasajes nos dice que ya estaba antes de ese principio de la creación porque Él es eterno, no hay tiempo ni influencia de tiempo en Él. ¿Cómo podemos explicar nosotros a Dios con nuestras cortas palabras? ¿Cómo medirlo? “En el principio… Dios” y… ¡gracias, Señor, porque por fe creo que fue así!

lunes, 19 de mayo de 2014

Aceptando la sabiduría


La sabiduría divina no aplasta al espíritu humano, más bien participa en un desarrollo superior
He abierto el libro de Proverbios por el capítulo 2 y me he quedado ligeramente sobrecogido al oír ese “Hijo mío, si aceptas mis palabras…”, casi como implorando, rogando, urgiendo a la necesidad de que ese hijo escuche y absorba el consejo.
Si porque el párrafo anterior informa de los resultados de rechazar la sabiduría y en éste, en contraste, como hace muchas veces Proverbios, nos dice los resultados de aceptar la sabiduría.
Por eso el Padre anhela que su hijo escuche, asimile, acepte, atesore en su corazón y en su mente porque desea lo mejor para su hijo. Es un buen Padre y en su forma de hablar se nota el amor que tiene por su hijo.

Hijo mío, si aceptas mis palabras y atesoras mis mandamientos dentro de ti, si prestas oído a la sabiduría e inclinas tu corazón al entendimiento, si invocas a la inteligencia y al entendimiento llamas a gritos, si como a la plata la buscas y la rebuscas como a tesoros escondidos, entonces entenderás el temor de Jehová y hallarás el conocimiento de Dios.
¿Qué sabiduría no tendrá ese Padre para que considere Sus mandamientos como un tesoro? Mandamientos que esconden entendimiento, inteligencia… aglutinando esos conocimientos se llega, según este Padre, a un conocimiento mayor: El temor de Jehová, que en el capítulo uno se reconoce como el principio del conocimiento, la línea de partida, la base sobre la que construir.
¿Quién busca un propósito en la vida? Aquí lo ha hallado. “El temor de Jehovah es el camino que nos lleva a la felicidad, porque nos da la serenidad para vivir con propósito” leo en un comentario. ¿Qué padre no desea la felicidad para su hijo? Por eso el esfuerzo, por eso el consejo para tomar ese camino que está basado en el eterno conocimiento divino, no en el limitado conocimiento humano. Jehová da la sabiduría, y de su boca proviene el conocimiento y el entendimiento. Pablo escribe más adelante: “en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3). Podemos quedarnos expectantes, temblorosos ante esta puerta al conocimiento y la sabiduría… ¿Te atreverás a entrar? No es necesario el atrevimiento porque acabamos de leer que Jehová da la sabiduría, y, si todavía tenemos dudas de que esto puede no ser interpretado así, Santiago nos anima: “Si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídala a Dios… pero pida con fe, no dudando nada” (Stg. 1:5, 6).

Veo en Dios a mi Padre hablándome de esa manera tan cariñosa, tiernamente, preocupado por mí y por mis influencias: “¿De qué te estás llenando hijo mío? ¿De la televisión, del mundo, del pequeño conocimiento del hombre que a él le parece tan grande? Quiero que recuerdes esto: Jehová da la sabiduría. Ten cuidado con los cantos de sirena que escuches. Te asegurarán que ésa no es la sabiduría. Desearán que sigas la corriente de la mayoría y, observa, ¿a dónde conduce esa corriente? Porque Yo voy a insistir para que te salgas de esa corriente y busques el camino de la integridad, la senda del juicio, el camino de los piadosos.”
Entonces entenderás la justicia, el derecho y la equidad: todo buen camino.
Es demasiado bueno porque… es cierto. La cercanía con el Creador, el conocimiento de Él, sus palabras, sus promesas, todo lo que encuentro en Su Palabra, no sólo me llena de conocimiento de Él y me permite una relación sublime, sino que, además, me hace vivir en el perfecto equilibrio: el tan denostado buen camino. ¿Por qué denostado? Bueno, forma parte de nuestra naturaleza contaminada el desear ser buenos y el desear ser malos también ¡sino no tiene gracia! ¿Solamente piadosos? ¡Vaya aburrimiento! Ese es el comentario alentado por el Príncipe de este mundo y que nos predispone a sonreír un poco, así como maliciosamente, como demostrando que estamos “en la onda”, que sabemos también poner ese puntito de malicia para que el resultado sea picante y sabroso…
¡Cuánto se aparta esto de Dios y que fácilmente caemos en la trampa del mundo! El escritor de proverbios se da cuenta de nuestras dudas y le da otra vuelta a la tuerca para ver si entramos en razón: Cuando la sabiduría entre en tu corazón y el conocimiento sea agradable a tu alma, te guardará la sana iniciativa, y te preservará el entendimiento. ¡Resultados de aceptar la sabiduría! Esa sabiduría que proviene del Padre, que emana de Sus mandamientos, que nos dá Él desde Su infinita capacidad de discernir, de conocer, de prever…, esa sabiduría tiene que entrar en el corazón y en el alma, tiene que ser aceptada con el reconocimiento de la fe y la certeza de que todo lo que proviene de Él es bueno, está adobado con todo el amor y no puede fallar porque es de Dios, infinito, eterno, Creador, sabio, omnipotente. ¡Es para quedarse anonadado! Es Él el que nos ofrece llegar a esas cumbres, a ese ideal, a ese camino perfecto y… lo rechazamos con burla, con desprecio… ¡Ay hijo mío, si aceptas mis palabras…!
Si aceptas mis palabras entenderás al salmista cuando lleno de ese conocimiento que le estaba inspirando y guiando escribía: ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra… ¡Cuánto amo tu ley!… Lámpara a mis pies es tu palabra y lumbrera a mi camino… Yo me gozo en tu palabra… ¡Lo estaba experimentando! ¡Algo real no efímero! ¿Cómo podré hacerte ver, hijo mío?
Me quedo con esta expresión del comentarista: “La sabiduría divina no aplasta al espíritu humano, más bien participa en un desarrollo superior.”

jueves, 24 de abril de 2014

Vivir bien

vivir en la abundancia, poseer riquezas, desear mas
¿Vivir bien? "Pues para mí es hacer lo que me apetece, lo que me da la gana, sin contar con nadie, solo conmigo mismo. Eso sería vivir bien, tener mi YO bien satisfecho, contento, completo… Dicen que eso es imposible pero yo tendría que experimentarlo para creerlo. He visto a personas con “posibles”, con buenos coches, buenas e increíbles casas y se las veía muy bien. ¿Qué quiero viajar? Viajo. ¿Qué me quiero dar una buena comilona? Me la doy en los mejores restaurantes sin reparar en precios. No creo que eso tenga ningún tipo de problema. Incluso podría tener algunos empleados que me hiciesen la vida más fácil y, dado los tiempos, hasta estaría haciendo una obra de caridad ¿no?"

¿Vivir bien? "Creo que en la sencillez y en una buena moral sana está el secreto para vivir bien. Nada de complicaciones ni excesos. Tratando con respeto las reglas de convivencia, ayudando en lo posible a los demás, teniendo sobriedad y un criterio ético equilibrado como, por cierto, proponen la mayoría de las religiones, pienso que podría vivir muy bien y, al mismo tiempo, estaría muy satisfecho de mí mismo y de mi vida."

¿Vivir bien? "Un trabajo digno y que me guste, un buen sueldo que me permita llegar a fin de mes sin preocupaciones, una esposa buena y cariñosa, unos hijos bien educados, estudiosos y trabajadores, buena salud, y una salida tranquila en la que pueda conocer otros lugares y descansar plácidamente en mis vacaciones, todo eso supondría para mí lo que significa vivir bien."

¿Con cuál opción nos identificamos? Cualquiera de ellas tiene buen aspecto pero todas ellas están enfocadas al Yo, a Mis deseos, a Vivir el día a día satisfaciendo Mis necesidades básicas y un poco más, pero sin pensar ni tener en cuenta al Alma. Digo esto porque Jesús dijo: “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Mateo 16:26) y esto puede darnos que pensar. No podemos ver el interior de estas personas satisfechas pero, ocasionalmente, nos sorprenden las noticias de jóvenes millonarios, que lo pueden tener todo con solo abrir la boca, muertos en sus excesos o incluso, quitándose la vida voluntariamente.
Claro, ya sé que volveríamos al mismo argumento de antes: “yo tendría que experimentarlo para creerlo”, pero eso no quita que el Alma siga estando ahí. Las palabras de Jesús no están enfocadas al momento actual, más bien tienen un enfoque eterno. “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Entonces ¿qué hay que hacer?, le preguntaríamos a Jesús. Bueno, Él nos está poniendo en la disyuntiva de tomar una decisión: ganar la vida conforme al mundo y perderla eternamente o salvar la vida según el plan de Dios y perderla en el sentido del pensamiento humano.
Ganar la vida conforme al mundo es tremendamente temporal, no tiene proyección eterna, es muy breve y, con la duda añadida de que satisfaga realmente. Insisto en que estoy seguro que las experiencias de los demás no nos satisfacen porque no las experimentamos, pero viene aquí a coalición la experiencia de Salomón, el rey más rico de la historia, que quiso experimentar (porque podía), qué iba a sentir teniendo todo lo que se le antojase; estas son sus palabras y la conclusión a la que llegó: “No negué a mis ojos ninguna cosa que desearan, ni rehusé a mi corazón placer alguno; porque mi corazón se alegraba de todo mi duro trabajo. Esta fue mi parte de todo mi duro trabajo. Luego yo consideré todas las cosas que mis manos habían hecho y el duro trabajo con que me había afanado en hacerlas, y he aquí que todo era vanidad y aflicción de espíritu. No había provecho alguno debajo del sol.” Yo encuentro sinceridad en estas palabras y creo lo que ha dicho este hombre porque lo que veo en los más ricos me da pie a pensar que es así. Y además, las palabras de Jesús le dan un añadido que me obliga a recapacitar porque es evidente que por muchos bienes materiales que acumule, el disfrute va a ser totalmente pasajero, y breve y, así lo creo, después está la vida eterna, y a esa vida no me puedo llevar todo lo que tenga en ésta.
Por tanto la respuesta a Jesús de la pregunta que hace sobre “¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” es “Nada”.

domingo, 13 de abril de 2014

Al borde del precipicio

La sabiduría llama en las calles; da su voz en las plazas.
La sabiduría de Dios nos advierte del peligro que corremos caminando hacia el precipicio eterno si no le permitimos que nos eche una mano.

Hace unos meses escribí sobre Proverbios 1:7 “El temor de Jehová es el principio del conocimiento; los insensatos desprecian la sabiduría y la disciplina.” Y en este mismo capítulo 1 de Proverbios, el escritor ‘inspirado’ personifica a la sabiduría llamando a la gente a que se despierte, a que salga de su letargo, a que mire en derredor suyo y adivine la cercanía del precipicio. ¿Quién está llamando?  ¿la sabiduría o Dios? ¿Dios es la sabiduría infinita? Tal vez la sabiduría nos está advirtiendo de lo peligroso que es no escuchar los avisos del Creador.

¿Hasta cuándo, oh ingenuos, amaréis la ingenuidad? ¿Hasta cuándo los burladores desearán el burlarse, y los necios aborrecerán el conocimiento?
Tres clases de personas amonestadas: ingenuos, burladores y necios. Los ingenuos amando la ingenuidad. Voy a mirar en el diccionario a ver que nos cuenta: ingenuidad
1   Falta de malicia, astucia o doblez al actuar: los timadores suelen aprovecharse de la ingenuidad de las personas. Candidez, candor, inocencia.
2   Acción o dicho que demuestra falta de malicia o de experiencia.
Ingenuo. Se aplica a la persona que es simple, fácil de engañar y está falta de malicia, astucia o doblez al obrar. Cándido, incauto, inocente.
Persona simple, fácil de engañar… Tengo que ver que palabra utiliza aquí la Reina Valera de 1909: “¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza?” Veis, esta es una de las razones por las que hay que mirar diferentes traducciones de la Biblia para enriquecer su significado y entenderla mejor. Siempre encuentro más acertadas las traducciones más antiguas, pero es sabio enriquecerse con todas las buenas traducciones. Porque hacia los simples y la simpleza va el enfoque de la llamada de la sabiduría.
Simpleza.
1   Falta de inteligencia y rapidez en una persona cuando razona.
2   Acto o dicho poco inteligente.
Esta es la clase de personas a las que la sabiduría reprocha en primer lugar, personas que prefieren no pensar demasiado en lo que la evidencia de lo que les rodea les está diciendo a gritos: ¡Un día emite sabiduría a otro día! ¡La creación habla de la existencia de Dios! Las consecuencias de la continua degradación del mundo ¿a dónde nos conducen? NO, no quieren usar la inteligencia que el Creador ha puesto en ellos, es mejor no usarla, es mejor dejarse llevar por la corriente de la mayoría, es más cómodo, y más fácil, no compromete, simplemente hacer las cosas lo mejor posible y ya está… ¿Qué hay un Dios? ¡A quién le importa! Vivamos la vida día a día lo mejor posible antes de que nos alcance la muerte. ¡Y no razonemos más ni veamos las evidencias! ¡Fuera problemas! Ya la vida nos trae suficientes problemas para que, aún encima, nos busquemos nosotros más… ¿Hasta cuándo amareis la simpleza?
Luego están los burladores. Los que se burlan tienen un punto de orgullo, del amor al yo, del amor a la capacidad del hombre, de su ciencia pero, en lo que respecta a Dios, religión, fe…, pueden hacer chistes de todo porque no encuentran motivo de respeto por lo religioso. Ellos se encuentran por encima y rebajan a todo lo que tenga que ver con la fe, la gracia, el plan de Dios. Y es preocupante, para un creyente, imaginarse su futuro y su encuentro cara a cara con Dios. ¿Dónde estarán entonces sus mentes, sus pensamientos, sus bases? “Bienaventurado  el hombre que  no anda según el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los burladores." (Salmo 1:1)

Y luego están los necios, los que practican y viven en la necedad odiando el conocimiento, odiando a los que enseñan y cerrando ojos y oídos a la verdad, a la sabiduría. En las versiones más antiguas les llama “insensatos” y creo que poca explicación precisa pero, ¿Cuánta gente lo hace? Gente que incluso tiene buenos estudios y son expertos o profesionales en su conocimiento. Pero… les hablas de Dios y parece que cae un velo delante de ellos.

La Palabra de Dios es clara y rotunda para decir a continuación las consecuencias de rechazar la sabiduría manteniendo estas actitudes: “Pero, por cuanto llamé, y os resististeis; extendí mis manos, y no hubo quien escuchara (más bien, desechasteis todo consejo mío y no quisisteis mi reprensión), yo también me reiré en vuestra calamidad. Me burlaré cuando os llegue lo que teméis, cuando llegue como destrucción lo que teméis, cuando vuestra calamidad llegue como un torbellino y vengan sobre vosotros tribulación y angustia.”
Parecería que después del aviso del mismo Dios serían muchos lo que se volviesen de su manera insensata de vivir ¿verdad? Sin embargo, solo le hacen caso unos pocos. Y los demás, la gran mayoría de los que no están haciendo caso de los avisos, se giran, miran a esos pocos que han creído a la Palabra de Dios y, a su vez, llaman insensatos e ingenuos a los que han hecho caso de la amonestación. ¿Qué hace la sabiduría al llegar a este punto? Avisa. ¡Atente a las consecuencias! ¿Cuándo os llamé os resististeis? ¿Extendí mis manos y no hubo quien escuchara? Bien, habéis llegado al precipicio… ¿lo veis?
El amor de Dios no puede soportar esta visión, pero Dios es Justo y no va a pasar por alto ninguna transgresión. No va a abrazar a ningún pecador que no haya reconocido delante de Él su pecado y haya decidido agarrar esa mano santa. Por eso no ha dejado de avisar. En ningún momento.
¿Pero qué puedo hacer yo Señor? Estoy ya al borde ¿estoy a tiempo de escuchar el clamor de la sabiduría?
Sí. Por nosotros no podemos hacer nada, pero si clamamos a Él no cierra nunca sus oídos al que se reconoce perdido sin Su ayuda. Dios responde. Él afirma que derramará Su Espíritu sobre ti. En un acto de gracia sublime, Dios derramará esa bendición a aquel que la busque porque se necesita esa gracia para una conversión sincera. Pero tiene que ser hoy, ahora, porque no sabemos de cuánto tiempo más disponemos para resistir al borde del precipicio. Situación peligrosa ¿verdad? Si lo es porque corremos el riesgo de morir sin Cristo. Ahora tenemos relativa tranquilidad, aún no han empezado las primeras gotas del diluvio; ahora estamos cómodos pero, en esa pereza nos advierte de “cuando llegue como destrucción lo que teméis”…"Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán con diligencia y no me hallarán, por cuanto aborrecieron el conocimiento  y no escogieron el temor de Jehovah. No quisieron mi consejo y menospreciaron toda reprensión mía.”
Ahora Dios está dispuesto a oír nuestra llamada pero cuando se cierre la puerta “del arca” entonces clamarán en vano…

¿Despreciamos la sabiduría? Seamos sabios porque si escuchamos la alarma encendida en las alturas podremos ver a dónde se encaminan nuestros pies; obedezcamos al Autor de la sabiduría, al Señor Jesús para disfrutar de la paz de conciencia que Él nos ofrece y de la seguridad y confianza que Su poder y Amor nos da desde hoy para siempre.