He abierto el libro de Proverbios por el capítulo 2 y me he quedado ligeramente sobrecogido al oír ese “Hijo mío, si aceptas mis palabras…”, casi como implorando, rogando, urgiendo a la necesidad de que ese hijo escuche y absorba el consejo.
He abierto el libro de Proverbios por el capítulo 2 y me he quedado ligeramente sobrecogido al oír ese “Hijo mío, si aceptas mis palabras…”, casi como implorando, rogando, urgiendo a la necesidad de que ese hijo escuche y absorba el consejo.
Si porque el párrafo anterior informa de los resultados de rechazar la sabiduría y en éste, en contraste, como hace muchas veces Proverbios, nos dice los resultados de aceptar la sabiduría.
Por eso el Padre anhela que su hijo escuche, asimile, acepte, atesore en su corazón y en su mente porque desea lo mejor para su hijo. Es un buen Padre y en su forma de hablar se nota el amor que tiene por su hijo.
Hijo mío, si aceptas mis palabras y atesoras mis mandamientos dentro de ti, si prestas oído a la sabiduría e inclinas tu corazón al entendimiento, si invocas a la inteligencia y al entendimiento llamas a gritos, si como a la plata la buscas y la rebuscas como a tesoros escondidos, entonces entenderás el temor de Jehová y hallarás el conocimiento de Dios.
¿Qué sabiduría no tendrá ese Padre para que considere Sus mandamientos como un tesoro? Mandamientos que esconden entendimiento, inteligencia… aglutinando esos conocimientos se llega, según este Padre, a un conocimiento mayor: El temor de Jehová, que en el capítulo uno se reconoce como el principio del conocimiento, la línea de partida, la base sobre la que construir.
¿Quién busca un propósito en la vida? Aquí lo ha hallado. “El temor de Jehovah es el camino que nos lleva a la felicidad, porque nos da la serenidad para vivir con propósito” leo en un comentario. ¿Qué padre no desea la felicidad para su hijo? Por eso el esfuerzo, por eso el consejo para tomar ese camino que está basado en el eterno conocimiento divino, no en el limitado conocimiento humano. Jehová da la sabiduría, y de su boca proviene el conocimiento y el entendimiento. Pablo escribe más adelante: “en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Colosenses 2:3). Podemos quedarnos expectantes, temblorosos ante esta puerta al conocimiento y la sabiduría… ¿Te atreverás a entrar? No es necesario el atrevimiento porque acabamos de leer que Jehová da la sabiduría, y, si todavía tenemos dudas de que esto puede no ser interpretado así, Santiago nos anima: “Si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídala a Dios… pero pida con fe, no dudando nada” (Stg. 1:5, 6).
Veo en Dios a mi Padre hablándome de esa manera tan cariñosa, tiernamente, preocupado por mí y por mis influencias: “¿De qué te estás llenando hijo mío? ¿De la televisión, del mundo, del pequeño conocimiento del hombre que a él le parece tan grande? Quiero que recuerdes esto: Jehová da la sabiduría. Ten cuidado con los cantos de sirena que escuches. Te asegurarán que ésa no es la sabiduría. Desearán que sigas la corriente de la mayoría y, observa, ¿a dónde conduce esa corriente? Porque Yo voy a insistir para que te salgas de esa corriente y busques el camino de la integridad, la senda del juicio, el camino de los piadosos.”
Entonces entenderás la justicia, el derecho y la equidad: todo buen camino.
Es demasiado bueno porque… es cierto. La cercanía con el Creador, el conocimiento de Él, sus palabras, sus promesas, todo lo que encuentro en Su Palabra, no sólo me llena de conocimiento de Él y me permite una relación sublime, sino que, además, me hace vivir en el perfecto equilibrio: el tan denostado buen camino. ¿Por qué denostado? Bueno, forma parte de nuestra naturaleza contaminada el desear ser buenos y el desear ser malos también ¡sino no tiene gracia! ¿Solamente piadosos? ¡Vaya aburrimiento! Ese es el comentario alentado por el Príncipe de este mundo y que nos predispone a sonreír un poco, así como maliciosamente, como demostrando que estamos “en la onda”, que sabemos también poner ese puntito de malicia para que el resultado sea picante y sabroso…
¡Cuánto se aparta esto de Dios y que fácilmente caemos en la trampa del mundo! El escritor de proverbios se da cuenta de nuestras dudas y le da otra vuelta a la tuerca para ver si entramos en razón: Cuando la sabiduría entre en tu corazón y el conocimiento sea agradable a tu alma, te guardará la sana iniciativa, y te preservará el entendimiento. ¡Resultados de aceptar la sabiduría! Esa sabiduría que proviene del Padre, que emana de Sus mandamientos, que nos dá Él desde Su infinita capacidad de discernir, de conocer, de prever…, esa sabiduría tiene que entrar en el corazón y en el alma, tiene que ser aceptada con el reconocimiento de la fe y la certeza de que todo lo que proviene de Él es bueno, está adobado con todo el amor y no puede fallar porque es de Dios, infinito, eterno, Creador, sabio, omnipotente. ¡Es para quedarse anonadado! Es Él el que nos ofrece llegar a esas cumbres, a ese ideal, a ese camino perfecto y… lo rechazamos con burla, con desprecio… ¡Ay hijo mío, si aceptas mis palabras…!
Si aceptas mis palabras entenderás al salmista cuando lleno de ese conocimiento que le estaba inspirando y guiando escribía: ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra… ¡Cuánto amo tu ley!… Lámpara a mis pies es tu palabra y lumbrera a mi camino… Yo me gozo en tu palabra… ¡Lo estaba experimentando! ¡Algo real no efímero! ¿Cómo podré hacerte ver, hijo mío?
Me quedo con esta expresión del comentarista: “La sabiduría divina no aplasta al espíritu humano, más bien participa en un desarrollo superior.”
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