viernes, 25 de noviembre de 2022

¿Dios se ha revelado?

Siempre que hay debate sobre Dios, lo hay sobre la pregunta ¿Existe Dios o no existe? Creo que como humanos no tenemos conocimiento suficiente para dar una respuesta a esta pregunta y no la tendríamos por mucho que avanzásemos en nuestro conocimiento si Dios no se hubiese revelado.

¡Ah! Pero ¿Dios se ha revelado? Si lo ha hecho, entonces no hay debate o el debate puede ser otro ¿es esa revelación fiable? ¿es auténtica? ¿la podemos creer?

Toda la Biblia es una revelación de Dios. El problema es que muy poca gente lo cree. Aunque es el libro más vendido del mundo, poca gente es consciente que ese libro no es un libro más, sino que es El Libro porque sus escritores han sido inspirados por Dios mismo para que constase por escrito la revelación de Dios, la venida a esta Tierra de Su Hijo, sus hechos, muerte y resurrección, así como el plan de salvación ofrecido por Dios, por medio de Su Hijo, para todos los habitantes de la Tierra.

La respuesta a la pregunta del enunciado es: “Sí, Dios se ha revelado de tres formas: en la Creación, por medio de la Biblia y por medio de Su Hijo Jesucristo.”

Entonces, si se ha revelado, nadie tiene justificación ni excusa para negarlo. Bueno, eso es lo que dice la Biblia: “Desde la creación del mundo, todos han visto los cielos y la tierra. Por medio de todo lo que Dios hizo, ellos pueden ver a simple vista las cualidades invisibles de Dios: su poder eterno y su naturaleza divina. Así que no tienen excusa para no conocer a Dios.” (Romanos 1:20). El problema es que hay una actitud rebelde en el hombre y la mujer que levanta barreras a esa reconciliación con el Creador que la Biblia explica así: “Es cierto, ellos conocieron a Dios pero no quisieron adorarlo como Dios ni darle gracias.” (Romanos 1:21). Esta es la realidad: ¡No quisieron! ¿Por qué no quisieron? Desde el principio el hombre y la mujer siempre han querido ser independientes, libres a su manera (sin darse cuenta de que son esclavos del pecado por naturaleza heredada de Adán), sin tener que dar cuentas a nadie y, por rebeldía, menos a Dios. Poco a poco han ido negando Su Realidad y se han auto convencido de que no existe y, por dar en la cabeza de los que creen en Dios, incluso han anunciado su muerte (algo imposible porque Dios es eterno y no le afecta la muerte). Como el hombre y la mujer son seres espirituales y sienten la necesidad de adorar a alguien o a algo, una vez que rechazaron al único Dios, crearon dioses “de bolsillo”, dioses falsos a los que adorar, a los que pedir y a los que agradecer sus “hipotéticos milagros”. La Biblia lo cuenta así, mostrando en su relato una cuesta abajo con una pendiente vertiginosa que no tiene propósito, ni objetivo sino solo la auto destrucción: “Comenzaron a inventar ideas necias sobre Dios. Como resultado, la mente les quedó en oscuridad y confusión. Afirmaban ser sabios pero se convirtieron en completos necios. Y, en lugar de adorar al Dios inmortal y glorioso, rindieron culto a ídolos que ellos mismos se hicieron con forma de simples mortales, de animales de cuatro patas y de reptiles.” (Romanos 1:21-23). Alguien me puede objetar: en el siglo en el que se ha escrito esto, la gente no había alcanzado la cota de conocimiento que hemos alcanzado ahora y posiblemente se inclinaban antes ídolos bárbaros e imágenes de cualquier tipo. En la definición de ídolo, se incluye cualquier imagen, persona o cosa objeto de culto, amada o admirada con exaltación. Aunque en pleno siglo XXI hay personas que todavía se inclinan enfervorizadas ante imágenes, hay muchas más que adoran y dan culto a otros ídolos disimulados como ”no ídolos” pero que si los observamos objetivamente, notaremos la adoración a la que me refiero, de la cual algunos son esclavos, aunque lo negarán si se les interpela. Por ejemplo san dinero. He conocido personas que si se olvidaban una semana de echar la quiniela o la primitiva, perdían toda la ilusión, la esperanza y la expectativa de un futuro mejor, al menos esa semana. Las pequeñas capillas donde se juega a la lotería, primitiva y un sinfín de etcéteras son objeto de un peregrinaje semanal constante, un goteo incesante de adoradores fervorosos dispuestos a depositar toda su esperanza en un billete premiado. Jesús lo planteó así: “Y qué beneficio obtienes si ganas el mundo entero pero pierdes tu propia alma? ¿Hay algo que valga más que tu alma?” (Mateo 16:26).

No hace falta investigar mucho sino simplemente observar para reconocer los nuevos ídolos: hay personas que adoran a algunos deportistas, o el fútbol, o cualquier otro deporte del que son febrilmente apasionados acudiendo cada domingo a sus templos y deprimiéndose visiblemente si un domingo no pueden acudir. Otros siguen artistas, cantantes, influidores de las redes sociales, modas, tendencias… Los hay que veneran grandes catedrales como la Bolsa. “Rindieron culto a ídolos que ellos mismos se hicieron…”

El problema es que como toda esa gente ha decidido prescindir de Dios, no saber nada de Él, por supuesto no darle cuentas, pues Dios los ha dejado a su aire. La Biblia lo explica así: “Entonces Dios los abandonó para que hicieran todas las cosas vergonzosas que deseaban en su corazón.” (Romanos 1:24). Las palabras más tristes surgieron del corazón del Creador que desea recuperar la relación con Su criatura en un entorno de amor y reconciliación: “Todos se desviaron, todos se volvieron inútiles. No hay ni uno que haga lo bueno, ni uno solo.” (Romanos 3:12; Salmo 14:1-3; Salmo 53:1-3). Estas palabras podrían ser el epílogo triste de esta carta; estas declaraciones nos afectan a todos porque dice: “Todos hemos pecado (desobedecido e ido contra la ley de Dios),  nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios.” (Romanos 3:23). Pero ¡gloria a Dios! no es el epílogo; es el preámbulo de la realidad del mundo. Pero hay esperanza: “Pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Entonces, como se nos declaró justos a los ojos de Dios por la sangre de Cristo, con toda seguridad Él nos salvará de la condenación de Dios.” (Romanos 5:8-9). 

Si la Creación es la primera forma en la Dios se ha revelado, la Biblia, el libro que contiene la Palabra de Dios, es un documento escrito, que ha resistido milagrosamente el paso de los siglos, de las persecuciones y de los miles de intentos de destrucción, es la segunda revelación: “Hace mucho tiempo, Dios habló muchas veces y de diversas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas.” (Hebreos 1:1). Y esas palabras quedaron escritas y registradas desde Moisés en adelante para que esa bendita revelación llegase a nuestras manos. El apóstol Pedro lo explica así: “Sobre todo tienen que entender que ninguna profecía de la Escritura jamás surgió de la comprensión personal de los profetas ni por iniciativa humana. Al contrario, fue el Espíritu Santo quien impulsó a los profetas y ellos hablaron de parte de Dios.” (2 Pedro 1:20-21). Más de 300 veces se repite la frase en la Biblia: “Esto me dijo el Señor”, o Dios habló a Moisés, o a Isaías o cualquier otro profeta, personas que fueron embajadores ante el mundo de la realidad de Dios que no se quedó escondido ni oculto, sino que se reveló desde el principio a pesar de que el hombre y la mujer habían decidido independizarse del Dios todopoderoso, Creador, Rey y Salvador. O sea, fue el Espíritu Santo (Dios) quien inspiró a hombres escogidos por Dios para que difundieran Su Palabra de manera que Su Palabra es el primer testimonio palpable de Su realidad y evidencia. Jesús lo había profetizado con sus discípulos que después escribieron los Evangelios y algunas de las cartas que aparecen en el Nuevo Testamento: “Cuando venga el Espíritu de Verdad, Él os guiará a toda la verdad. Él no hablará por su propia cuenta, sino que les dirá lo que ha oído y les contará lo que sucederá en el futuro. Me glorificará porque les contará todo lo que reciba de mí.” (Juan 16:13-14).

Y la tercera forma de revelación de Dios ha sido a través de Su propio Hijo: “Y ahora, en estos últimos días, nos ha hablado por medio de Su Hijo… El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de su palabra.” (Hebreos 1:2-3).

Tres formas de revelación impresionantes pero la más poderosa y relevante es esta última a través de su propio Hijo Jesucristo: “Cristo es la imagen visible del Dios invisible.” (Colosenses 1:15). Esta afirmación nos demuestra lo mucho que Dios está por encima de nosotros porque Él está sobre todo. Dios entró en el mundo en la persona de Su Hijo y lo hizo de la manera más humilde, como un bebé, produciendo para ello el tremendo milagro de la encarnación. Me gusta mucho como lo dice el apóstol Juan en su Evangelio: “Aquel que es la luz verdadera, quien da luz a todos, venía al mundo. Vino al mismo mundo que Él había creado, pero el mundo no lo reconoció. Vino a los de su propio pueblo, y hasta ellos lo rechazaron; pero a todos los que creyeron en Él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios… Entonces la Palabra (Jesús como la Palabra encarnada), se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre.” (Juan 1:9-14). 

Esta es la tercera y más potente revelación. Estas palabras que leemos en Juan 1 nos recuerdan que cada persona fue creada para tener una relación estrecha con Dios. Como lo hemos rechazado de manera natural, Dios envió a Su Hijo Jesucristo para recuperar esta relación que nunca deberíamos de haber perdido. Hasta el punto de que, como leímos en Juan 1:12, nos convertimos en Sus hijos cuando creemos en Él de corazón y recibimos a Jesús en nuestro corazón como nuestro único y suficiente Salvador.