jueves, 27 de julio de 2017

Y después de la muerte ¿qué?

hay algo después de la muerte
En el artículo anterior he comenzado una serie sobre las clásicas preguntas que todo el mundo se hace, así que ahora le toca a la pregunta del millón: “¿Qué hay después de la muerte? ¿Hay algo o todo termina ahí?” Porque lo que no tiene discusión es el hecho físico de la muerte, es algo natural e inevitable, puede ser causada por el desgaste del cuerpo y de sus órganos o puede ser repentina, a causa de un accidente, una enfermedad… El filósofo alemán Heidegger afirmó: “Tan pronto como el hombre empieza a vivir, ya es lo bastante viejo para morir”. La Biblia confirma esta realidad con estas palabras: “Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). O sea, según esto no termina la cosa ahí, porque apunta a un “después”. Claro que esa es la postura de la Biblia, de los cristianos y de algunas religiones. Porque todos sabemos que la postura científica, que se basa en lo que puede demostrar, no suele sugerir un “después” porque una vez paralizado el cerebro, la actividad mental cesa, los órganos dejan de funcionar y se certifica la muerte, al igual que en el resto de los animales, con la diferencia de que éstos no saben que han de morir, mientras que el hombre y la mujer, sí.
¿Qué significa la frase de Hebreos “está establecido”? Apela a la “soberanía” de Dios y se basa en la historia que registra el libro del Génesis en sus primeros capítulos. Cuando el hombre y la mujer pecaron desobedeciendo a Dios y menospreciando, de paso, su soberanía como Creador y Señor, les dijo: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Génesis 3:19). La muerte es consecuencia del pecado, como se les había advertido: “más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn.2:17). Aquí se refiere primeramente a la “muerte espiritual” a causa de la desobediencia y luego, a la muerte física, muerte establecida para todos por causa de la universalidad del pecado: “Así pues, como por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo y trajo consigo la muerte, así también la muerte pasó a toda la gente, porque todos pecaron” (Romanos 5:12).
Pero volviendo a la pregunta que nos ocupa: llega el momento de la muerte, el cuerpo queda inactivo y ¿la persona también? ¿Qué hay del “alma”? ¿Es verdad que el alma es inmortal y que el alma es la persona, todo lo que ella es, sus pensamientos, sus ideas, sus sentimientos… muere todo con ella? ¿O no existe el alma?
Como con la muerte tenemos varias respuestas según quién las dé. Para los científicos o los filósofos, el alma es la actividad mental de la persona, por tanto una vez que el cerebro se muere, el alma dejaría de existir. Claro, ante esta perspectiva, los que creen en la vida como fruto del azar y que, por tanto, no tiene ningún sentido ni propósito nada más que el de subsistir, no es de extrañar que lleguen a conclusiones como las que leemos en el libro “Cien españoles y Dios”: “Si el ser es un ser para la nada, si el nihilismo es la verdad, si después de la muerte no hay más allá, ¿para qué seguir viviendo? ¿Por qué no el suicidio?” (Luis Mª Ansón). Hay personas que llegan fácilmente a ese desenlace, a pesar de las muchas cosas buenas y positivas que nos puede dar la vida, pero cuando todo pierde sentido por las circunstancias y no hay un salvavidas de esperanza al que agarrarse, la muerte parece una salida fácil. Sin embargo, el hombre en general, se rebela a la idea de la muerte ¿sabes por qué? Porque Dios no nos ha creado para morir. Ya, me vas a decir que el que no crea, eso le va a dar igual; sí, pero es importante hay una información en la revelación de la palabra de Dios que afecta a todos, crean o no, y dice así: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11). Como escribe Derek Kidner en su comentario a Eclesiastés: “A diferencia de los animales, que no tienen conciencia temporal, anhelamos ver las cosas en su contexto total, y ello justamente por ser innato en la raza humana el ansia de eternidad; o, al menos, lo suficiente para poder comparar lo fugaz con lo perdurable.” Nuestra mente, nuestro pensamiento, nuestros razonamientos se oponen a la idea de que todo termine en la muerte, de hecho es una constante en la raza humana desde siempre: puedes estudiar la historia de los pueblos más remotos y verás que es normal y corriente pensar que el que se muere “se va a otro lugar”, al menos su espíritu, su yo, la persona con todos sus valores. “Invoquemos a los espíritus de nuestros antepasados”, “llamemos a los espíritus para que nos guíen”, etc., cosas como estas todavía se oyen hoy en personas que creen que los espíritus de los que han muerto pueden ponerse en contacto con los vivos e incluso aconsejarles, como aceptando que el alma de las personas no muere. En la India es muy aceptada la idea de que el alma de la persona se reencarna en otra basándose en el hecho de que su futuro en la eternidad dependerá de sus obras aquí en la tierra. 

martes, 18 de julio de 2017

¿Existe Dios?

evidencias de la existencia de Dios
– “¿Existe Dios?”
– “Sí”.
– “¿Por qué estás tan seguro?”
– “Por las evidencias”.
– “¿Qué evidencias?”
– “Las evidencias que prueban su existencia. Es verdad que nadie ha visto a Dios (excepto Su Hijo), pero, utilizando el ejemplo más popular, cuando yo compro un reloj, aunque no haya visto al relojero que lo montó, la perfección de sus engranajes, su exactitud, su orden, su precisión, etc., son evidencias que me hablan de que hay alguien detrás que ha logrado eso que estoy viendo: el reloj, aunque yo nunca vea a su creador, veo, por las evidencias, la realidad de su existencia. François-Marie Arouet, más conocido como Voltaire, escritor, historiador, filósofo y abogado francés, famoso por su irreligiosidad, dijo: “Si un reloj prueba la existencia de un relojero, pero el universo no prueba la existencia de un gran arquitecto, entonces consiento en ser llamado loco”. 
A este argumento se le llama “argumento teleológico”: todo cuanto nos rodea y nuestro propio ser revelan orden y finalidad. Lo que vamos conociendo del universo, de la vida, de lo que se ve y de lo que no se ve, no demuestra ser fruto del azar como se nos quiere hacer creer. Otro ejemplo popular es el del cuadro: Ninguna obra de arte puede ser concebida sin un artista detrás de ella. Cuando tienes la oportunidad de estar en un lugar sin contaminación lumínica y puedes contemplar el cielo estrellado en toda su belleza, si no crees, sientes como muchos han sentido que “tiene que haber algo”.
Hay otros argumentos famosos como el cosmológico, el ontológico y el moral. El cosmológico se basa en el hecho de que todo cuanto se mueve ha de ser movido por la fuerza de otro ser diferente. Todo lo que existe y todo cuanto sucede se debe a una sucesión de movimientos o cambios; pero esa sucesión, considerada regresivamente, no puede ser infinita, ha de haber una primera causa no causada. Esa causa es Dios.
El argumento ontológico fue sugerido por Agustín de Hipona, doctor de la Iglesia Católica, y desarrollado por Anselmo de Canterbury, teólogo, filósofo y también doctor de la Iglesia, quien concibió a Dios como un Ser incomparable: “Nada puede concebirse mayor que Él”. La idea está basada en una realidad porque si el Ser perfectísimo solo existiese en el pensamiento y no en la realidad, ya no sería el Ser perfecto porque sería absurdo decir: “puedo pensar en un ser perfecto que no existe”.

lunes, 3 de julio de 2017

Distancias generacionales

“Oíd hijos, la enseñanza de un padre; estad atentos para adquirir entendimiento” (Proverbios 4:1)
El escritor de Proverbios entendía que el atender el consejo de un padre era un buen método para adquirir entendimiento, de hecho según aclara Malbim, la expresión de “un padre”, en contraste con 1:8 (“tu padre”), “insinúa que está impartiéndoles una instrucción paternal que él mismo había recibido de su padre”, lo que le da más fuerza a la idea pero, ¡qué poco valor se le da, en general, hoy en día a lo que un padre nos pueda aconsejar! Normalmente nos damos cuenta de lo que vale esta sentencia cuando ya tenemos la edad que nuestro padre tenía cuando nos quería aconsejar y de ahí que el escritor recuerde que “también fui hijo de mi padre” y “él me enseñaba y me decía: “Retenga tu corazón mis palabras; guarda mis mandamientos y vivirás.” (Pr.4:3-4).
Distancia generacional; nuestra vida es muy corta pero cuando queremos marcar distancias generacionales, parece que vivamos una eternidad, que los padres se han quedado a años luz de sus hijos, que ya no entienden nada, que están obsoletos, pasados, anticuados…
Es verdad que los avances tecnológicos van tan rápido que a determinada edad ya no asimilamos todo lo que llega, una porque no todo nos interesa y menos nos absorbe como lo hace con las nuevas generaciones, y otra porque nos faltan reflejos para captar tanto avance, pero la vida lleva una línea “clásica” en la que los valores, las verdades y las realidades son siempre parecidas, sino igual, a lo que hemos vivido los más mayores y los padres de ellos igualmente. Como dice el Predicador del Eclesiastés “Nada hay nuevo debajo del sol.” Y los consejos de un padre van por esa senda en donde abunda la sabiduría, el entendimiento, los dichos sabios de los antiguos, la disciplina, la rectitud…
“¡Adquiere sabiduría! ¡Adquiere entendimiento!... No la abandones y ella te guardará” (Pr.4:5) La sabiduría de la que se habla aquí es la sabiduría verdadera, la que nos recomienda a Dios, la que obra de manera tal que nos capacita para vivir una vida de acuerdo con las instrucciones del sabio Dios, da un sentido único a nuestra vida y nos embellece el alma de forma que nuestro rostro refleja esa belleza… Salomón sabe por su experiencia que todas las demás cosas del mundo son secundarias, apenas valen nada comparadas con la sabiduría que Dios nos puede regalar, porque Dios la da a quienes se la piden: “Y si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos con liberalidad y sin reprochar; y le será dada” (Santiago 1:5).
“No entres en el sendero de los impíos, ni pongas tu pie en el camino de los malos.” (Pr.4:14). Dos caminos: el de los justos y el de los impíos. ¿Qué extraño suena esto hoy, verdad? Salomón usa esta alegoría de los dos caminos en más ocasiones. En este capítulo 4 de Proverbios sobre el que estoy escribiendo, ya lo inicia en el verso 11 donde menciona el camino de la sabiduría, camino en el que el padre ha instruido a su hijo, camino que desea que no abandone; ese sería el de los justos. El de los impíos se asocia a la oscuridad y por tanto es un camino en el que se tropieza, porque no se ve en él; evidentemente, para un padre, es poco recomendable para su hijo. “Pero la senda de los justos es como la luz de la aurora que va en aumento hasta que es pleno día.” “Sobre tus caminos resplandecerá la luz”, se lee en Job. La luz se asocia con Dios, las tinieblas con el mal y sus secuaces. El padre amoroso anhela que sus hijos anden en luz, la luz que resplandece desde las Escrituras, la luz que también es Cristo nuestro Señor: “Jesús les habló otra vez: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12): ¡Que palabras más sublimes! ¡Qué hombre podía aseverar esto sino el Hijo del Hombre como le gustaba llamarse a sí mismo a Jesús! El Hijo de Dios, que provenía de Dios, quien a su vez afirma ser luz (1 Juan 1:5): “Dios es luz, y en él no hay ningunas tinieblas.” El buen padre aconseja a su hijo el camino de los justos, el camino de la luz; ellos caminan guiados por la Palabra de Dios, la cual es luz para el camino, guía para saber dónde poner los pies: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sl.119:105).
“Hijo mío, pon atención a mis palabras; inclina tu oído a mis dichos” (Pr.4:20). Consejos, luz, justos, guiados por la Palabra… No deja de ser un contraste con lo que cualquier joven esté pensando hoy en día, guiado por lo que se ve en el cine, los video juegos, las modas, el avance de lo prohibido, la necesidad de vivir la rebeldía de la edad, los desafíos de los compañeros, ¿dónde cabe ahí la exhortación que puede sacarse de una Biblia? Solamente en un corazón cambiado por Cristo entran las palabras divinas como bálsamo, fuerza, guía, empuje. Conozco jóvenes criados en familias cristianas que conocen perfectamente la guía de la Palabra de Dios, como también he conocido jóvenes criados en ese tipo de familias que han decidido pasarse “al lado oscuro” por experimentar lo vetado, lo desconocido, el riesgo… Hay jóvenes que se encuentran con Jesús sin saber nada de Él anteriormente; los hay que ya lo conocían y prefieren dejarlo a un lado para vivir y saborear un poco “la oscuridad”.
La Biblia contiene la Palabra de Dios que es eterna: siempre ha sido, es y será. Y Ella envía el mensaje: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra… En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti” (Sl.119:9 y 11). Los consejos de un padre cristiano van en esa línea; por eso tiembla ante la otra perspectiva y se ve obligado a decírselo a su hijo: “Aparta tu pie del mal.” Los consejos están dichos. Ahora se trata del juicio del chico para que escoja los deseados.