jueves, 31 de julio de 2014

BARBARIE

Cada vez me produce más vértigo la diferencia entre el mundo que observamos impertérritos en la tv todos
gritamos ¡BASTA! en un intento desesperado de detener la maquinaria bélica que aplasta sin piedad todo lo que se le pone por delante sin ni siquiera mirar si lo que aplasta es una cucaracha o un niño
los días y el nuestro. Es como si nos hubiesen sentado delante de una pantalla panorámica similar a aquella que sufría el protagonista de “la Naranja Mecánica” en los años 70, para quien no la recuerde o no haya visto la película, es la escena en la que obligaban al protagonista a ver una especie de documental salvaje con escenas violentas…
Franja de Gaza, Ucrania, Nigeria y sus Boko Haram, Libia y otros Países de “menos actualidad”, desfilan ensangrentados, mutilados, arrasados, en paisajes lunares de películas futuristas…, desfilan ante nuestros ojos que, a fuerza de la costumbre, no es necesario obligar a mantener abiertos como al protagonista de “la Naranja”… tristemente nos hemos acostumbrado, endurecido, nuestras conciencias cauterizadas apenas se inmutan ante tanta barbarie.
Hoy amanecen los diarios con la noticia de que EEUU envía más armamento y munición a Israel… ¿es esta la ayuda? ¿es esta la solución? ¿No sería mejor enviar unas sillas, una mesa y unos vasos con agua y organizar las reuniones que fuesen necesarias para terminar con semejante barbarie? ¿Qué falta para que esto se haga ya?
Impotencia es lo que sentimos los que todavía no tenemos la conciencia dormida. Desde nuestra pobre posición desde la que no podemos influir, gritamos ¡BASTA! en un intento desesperado de detener la maquinaria bélica que aplasta sin piedad todo lo que se le pone por delante sin ni siquiera mirar si lo que aplasta es una cucaracha o un niño. Corazas de acero que envuelven el corazón de los que, en algún momento, supongo, tienen una familia a su alrededor, una niña sentada en sus rodillas en una escena familiar y candorosa, una padres ancianos sonrientes admirando a su hijo que ha desempeñado una gran carrera militar y que consigue tener a su familia en un lugar cómodo y acogedor… ¿Cómo es posible que esa misma persona se ponga una venda en sus ojos para descargar todo su letal cargamento contra personas por las que corre la misma sangre que en las venas de sus seres queridos, sangre que él va a desparramar sin la más mínima contemplación? ¿A qué hemos llegado? ¿No somos la civilización del siglo XXI, la civilización de los adelantos medicinales, de la sabiduría humana, de la democracia y la cultura que iba a cambiar el mundo? ¿Qué nos impide ser más sensibles ante la realidad sangrienta que nos rodea? Mientras menos de la mitad de la población mundial disfruta de comida, comodidades, incluso en algunos casos, de excesos, el resto sufre una vida que, a los que nos ha tocado vivir en la “parte buena”, nos resulta imposible de imaginar porque esa vida solo se puede comprender viviéndola.
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, quiso estar en la “parte mala”, quiso congraciarse con los que les tocaba la peor parte en aquella época, los enfermos, los pobres, los leprosos, los ladrones y las prostitutas y los que vivían en la “parte buena” le señalaban como a un loco porque se hacía llamar Hijo de Dios y el Cristo (el Mesías) y se asociaba a los parias y a los proscritos. Ante ese desprecio, Jesús respondió con amor y con perdón demostrando que la forma de acabar con la miseria de muchos era ayudándoles. Y así lo hizo: sanó a los que se le acercaron, consoló a los que llegaban desesperados, animó a los que buscaban una salida, murió por todos… Sus palabras no dejaron a nadie indiferente: “ama a tus enemigos”… ¡Ahí está la solución! Si todos consiguiésemos amar a nuestros enemigos, se acabarían las guerras, las envidias, los odios, las rencillas entre vecinos, familias, compañeros de trabajo… ¡Ama al prójimo como a ti mismo! ¡Imposible, mientras no cambie nuestro corazón de piedra en uno de carne, en uno con sensibilidad, en uno con amor!
Solo Cristo puede hacer ese milagro. Es una realidad en muchas personas. Sé que no las suficientes para que pare ese caudal de muerte, pero algún día reinará la paz en el mundo… No cuando el hombre lo domine, sino cuando el Rey de reyes lo gobierne. Está profetizado: porque de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido.
Amén.


domingo, 27 de julio de 2014

ENVIDIA

El corazón apacible es vida de la carne; más la envidia es carcoma de los huesos
Ayer he escuchado una meditación durante el Culto Dominical, sobre un tema poco corriente: la envidia. Se leyeron algunos textos que nos pusieron en evidencia lo peligroso que puede resultar este sentimiento en nuestra vida, testimonio y en la vida de la iglesia.
La envidia es el segundo pecado registrado en la Biblia después del de la desobediencia: En el capítulo 4 de Génesis asistimos a aquella escena en la que Abel y Caín presentan ofrendas a Dios. “Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.” Caín siente envidia de su hermano y la primera consecuencia se detecta en su cara. Es curioso pensar que, efectivamente, aquellas personas que sienten envidia se delatan por su “decaimiento de semblante”. El pecado tiene consecuencias corrosivas, no solo en nuestro aspecto, sino también en nuestra salud. Proverbios 14:30 dice: “El corazón apacible es vida de la carne; más la envidia es carcoma de los huesos.” Una vez más, utilizando el contraste, vemos el efecto negativo de la envidia en nuestra salud. Carcoma de los huesos, corrosión, corrupción, minado del armazón que sustenta al cuerpo, minado de la “base” humana, minado de su carácter, de su personalidad. La imagen contrasta con el que tiene el “corazón apacible” fruto de su relación confiada con el Señor, moldeado en amor, descansado en Sus promesas; un corazón apacible es “vida de la carne”, salud, vitalidad, energía, gozo de vivir.
La envidia genera obstáculos, oscuridad, desconfianza, mal trato con las personas. Una persona envidiosa no es alguien a apreciar, más bien produce cierto rechazo instintivo, como si ese pecado mostrase a los demás lo repulsivo del veneno que contiene.

El pasaje que inició la meditación fue el que se relata en Números 16 conocido como “la contradicción de Coré”. En esta historia, Moisés y Aarón tienen que hacer frente a una nueva rebelión encabezada por Coré y 250 personas más que quisieron establecer un orden sacerdotal aparte de la autoridad divina. Curiosamente, el motivo de esta rebelión fue la envidia según se revela en el Salmo 106, v.16.
Eclesiastés, el libro de las experiencias por excelencia, no deja este tema de lado: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.” (Ecle.4:4) Desde la antigüedad, la envidia ha extendido sus tentáculos hasta el punto de que un trabajo bien hecho, una obra excelente produce celos, rivalidad, enfrentamiento. Y sin embargo, está ahí, como oculta, como que no fuese un pecado importante, como que no es necesario tenerla muy en cuenta. Pablo en sus carta a la iglesia de Corinto lo tenía muy presente: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes;” (2 Co.12:20). ¡Que lista más amarga! Pero es la lista que debemos tener en cuenta para que todas estas emociones nocivas estén alejadas de la vida de crecimiento espiritual de la Iglesia. En la comunidad de Cristo no puede haber un tipo de vida similar a la del mundo. Una iglesia que tenga esta lista de pecados en propiedad no es una iglesia cristiana. Y la envidia provoca el deseo en el hombre de querer lo que el otro tiene y lo que hace es preparar el terreno para lo que viene después: iras, enojos… Si la iglesia tiene que funcionar como un cuerpo bien coordenado y conjuntado, la mano no puede tener envidia del pie y así con cualquier otro miembro que queramos poner de ejemplo. Yo no puedo tener envidia del don de mi hermano porque el Señor lo ha puesto ahí para mi crecimiento espiritual. Si encuentro cosas o actitudes o sabiduría en mi hermano que me agradan, primero debería dar gracias al Señor que es quien pone en la iglesia a esos hermanos para nuestro crecimiento y después, iniciar yo el camino de esa sabiduría, ese conocimiento o esa actitud que va a favorecer mi crecimiento, el de la iglesia y como resultado y objetivo final siempre, el de darle la gloria a Dios.

La envidia también está presente en el simulacro de juicio que se hizo contra Jesucristo. Mateo y Marcos resaltan que Pilato “sabía que por envidia le habían entregado”. El versículo 1 del capítulo 27 menciona a los envidiosos: Todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Pilato conocía su posición delante del pueblo, conocía sus privilegios y posiblemente también se hiciese una idea del carácter dominador y egoísta que los caracterizaba, ese mismo carácter que Jesús había denunciado en muchas ocasiones: “hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas” (Mateo 23:5-6).

Esto nos demuestra hasta dónde llega lo pernicioso de este sentimiento. Esto nos ayuda también a posicionarnos, como cristianos, para evitar que este mal campe a sus anchas en nuestras iglesias porque “el amor no tiene envidia” (1 Co.13:4). Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. La envidia es maligna, Satanás la utiliza con su típica sutileza. No permitamos su efecto corrosivo y pernicioso en nuestras iglesias. Oremos por ayuda para luchar contra ella y sigamos las pisadas del Maestro con mansedumbre y humildad, aprendiendo de Él, siguiéndole, obedeciéndole.

martes, 8 de julio de 2014

Preguntas sin respuesta

Ayer estuve viendo la película “El último tren a Auschwitz” y, como siempre que veo algo
el mayor depredador del hombre es el hombre mismo
relacionado con las grandes masacres que ha habido en la historia del mundo, quedé conmocionado. Como se puede comprender, el argumento de esta película está relacionado con los trenes de mercancías que llevaron a miles de judíos a los campos de concentración nazis con el objetivo de diezmarlos y hacer desaparecer esa raza del planeta…
Lo que me sorprende es la asombrosa facilidad con la que el hombre se convierte en un depredador contra sí mismo sin reparar en detalles… Se transforma en una bestia ausente de compasión, humanidad, sensibilidad…
Mi pobre e insignificante mente se rebela y, partiendo de esas imágenes, empieza a volar hacia otras dimensiones lejanas, hacia esas preguntas sin respuesta… Es verdad que Dios nos ha dado algunas respuestas: las consecuencias del pecado, los resultados de la corrupción pecaminosa del alma humana, pero…
No puedo entrar en lo que Dios no nos ha querido revelar, “las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios” (Deut.29:29), pero es verdad que, dentro de nuestra mente finita podemos llegar a idear preguntas de las que tengo miedo por si pueden entrar en el terreno de la blasfemia…
Pero veamos que nos revela el Señor sobre esto y no nos dejemos llevar por las especulaciones que nos van a llevar a las dudas y a campos en los que no tenemos capacidad para discernir.
¿Dónde se origina todo lo relacionado con el mal? Nosotros solo tenemos noticia de lo que nos dicen algunos pasajes que nos ponen en la pista, por ejemplo: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio.” (1 Jn.3:8). En el Apocalipsis 12:9 encontramos otro “título” que se le da al diablo: “la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero”.
¿Por qué llegó el diablo a esta situación? ¿Lo creó Dios así? Es en el libro de Ezequiel donde encontramos respuestas a estas difíciles preguntas: "Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura... toda piedra preciosa era tu vestidura... los primores de tus tamboriles y flautas estuvieron preparados para ti en el día de tu creación... Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad" (Ezequiel 28:12-15). Como nos podíamos imaginar, es un ángel creado por Dios, perfecto, sabio, hermoso… "hasta que se halló en ti maldad". ¿Cómo surge esta maldad? Esta es una de las preguntas difíciles. Veamos que más encontramos: “A causa de la multitud de tus contrataciones fuiste lleno de iniquidad, y pecaste; por lo que yo te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego, oh querubín protector.” (Eze.28:16). Un querubín protector, un ángel con una responsabilidad específica, posiblemente con mucha autoridad. Pero surge “algo” que provoca en él un cambio, iniquidad, pecado… Delante de Dios no puede habitar el pecado porque él es Santo y aquel ángel fue expulsado. ¿Qué fue ese “algo”? “Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor” (Eze.28:17) ¿Qué pasaría para que sucediera esto? No lo sabemos. La Biblia nos cuenta los cambios que experimentó aquel hermoso querubín, pero no nos es revelado el origen profundo de aquella maldad en un ser creado por Dios. Aquí tenemos que irnos a otro pasaje que habla sobre esto, concretamente en Isaías 14: “Descendió al Seol tu soberbia, y el sonido de tus arpas; gusanos serán tu cama, y gusanos te cubrirán.  ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones.” Esto nos lleva a la declaración de Jesús al respecto: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.” (Mt.11:18) Jesús-Dios parece como que recordase la escena con tristeza… ¿Qué pasaría en aquel momento de la historia? Será una de las respuestas que buscaremos anhelantemente cuando estemos con Él.
Según nos sigue contando Isaías, pasaron muchas cosas por la mente de Satanás: “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.” Este “seré semejante al Altísimo” es la prueba definitiva de la inmensidad del pecado, una declaración que nos recuerda la tentación en el Edén (“seréis como Dios”) y que parece ser siempre la máxima aspiración de Satanás, aunque Él sabe que es una aspiración inalcanzable.