domingo, 27 de julio de 2014

ENVIDIA

El corazón apacible es vida de la carne; más la envidia es carcoma de los huesos
Ayer he escuchado una meditación durante el Culto Dominical, sobre un tema poco corriente: la envidia. Se leyeron algunos textos que nos pusieron en evidencia lo peligroso que puede resultar este sentimiento en nuestra vida, testimonio y en la vida de la iglesia.
La envidia es el segundo pecado registrado en la Biblia después del de la desobediencia: En el capítulo 4 de Génesis asistimos a aquella escena en la que Abel y Caín presentan ofrendas a Dios. “Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya. Y se ensañó Caín en gran manera, y decayó su semblante.” Caín siente envidia de su hermano y la primera consecuencia se detecta en su cara. Es curioso pensar que, efectivamente, aquellas personas que sienten envidia se delatan por su “decaimiento de semblante”. El pecado tiene consecuencias corrosivas, no solo en nuestro aspecto, sino también en nuestra salud. Proverbios 14:30 dice: “El corazón apacible es vida de la carne; más la envidia es carcoma de los huesos.” Una vez más, utilizando el contraste, vemos el efecto negativo de la envidia en nuestra salud. Carcoma de los huesos, corrosión, corrupción, minado del armazón que sustenta al cuerpo, minado de la “base” humana, minado de su carácter, de su personalidad. La imagen contrasta con el que tiene el “corazón apacible” fruto de su relación confiada con el Señor, moldeado en amor, descansado en Sus promesas; un corazón apacible es “vida de la carne”, salud, vitalidad, energía, gozo de vivir.
La envidia genera obstáculos, oscuridad, desconfianza, mal trato con las personas. Una persona envidiosa no es alguien a apreciar, más bien produce cierto rechazo instintivo, como si ese pecado mostrase a los demás lo repulsivo del veneno que contiene.

El pasaje que inició la meditación fue el que se relata en Números 16 conocido como “la contradicción de Coré”. En esta historia, Moisés y Aarón tienen que hacer frente a una nueva rebelión encabezada por Coré y 250 personas más que quisieron establecer un orden sacerdotal aparte de la autoridad divina. Curiosamente, el motivo de esta rebelión fue la envidia según se revela en el Salmo 106, v.16.
Eclesiastés, el libro de las experiencias por excelencia, no deja este tema de lado: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.” (Ecle.4:4) Desde la antigüedad, la envidia ha extendido sus tentáculos hasta el punto de que un trabajo bien hecho, una obra excelente produce celos, rivalidad, enfrentamiento. Y sin embargo, está ahí, como oculta, como que no fuese un pecado importante, como que no es necesario tenerla muy en cuenta. Pablo en sus carta a la iglesia de Corinto lo tenía muy presente: “Pues me temo que cuando llegue, no os halle tales como quiero, y yo sea hallado de vosotros cual no queréis; que haya entre vosotros contiendas, envidias, iras, divisiones, maledicencias, murmuraciones, soberbias, desórdenes;” (2 Co.12:20). ¡Que lista más amarga! Pero es la lista que debemos tener en cuenta para que todas estas emociones nocivas estén alejadas de la vida de crecimiento espiritual de la Iglesia. En la comunidad de Cristo no puede haber un tipo de vida similar a la del mundo. Una iglesia que tenga esta lista de pecados en propiedad no es una iglesia cristiana. Y la envidia provoca el deseo en el hombre de querer lo que el otro tiene y lo que hace es preparar el terreno para lo que viene después: iras, enojos… Si la iglesia tiene que funcionar como un cuerpo bien coordenado y conjuntado, la mano no puede tener envidia del pie y así con cualquier otro miembro que queramos poner de ejemplo. Yo no puedo tener envidia del don de mi hermano porque el Señor lo ha puesto ahí para mi crecimiento espiritual. Si encuentro cosas o actitudes o sabiduría en mi hermano que me agradan, primero debería dar gracias al Señor que es quien pone en la iglesia a esos hermanos para nuestro crecimiento y después, iniciar yo el camino de esa sabiduría, ese conocimiento o esa actitud que va a favorecer mi crecimiento, el de la iglesia y como resultado y objetivo final siempre, el de darle la gloria a Dios.

La envidia también está presente en el simulacro de juicio que se hizo contra Jesucristo. Mateo y Marcos resaltan que Pilato “sabía que por envidia le habían entregado”. El versículo 1 del capítulo 27 menciona a los envidiosos: Todos los principales sacerdotes y los ancianos del pueblo. Pilato conocía su posición delante del pueblo, conocía sus privilegios y posiblemente también se hiciese una idea del carácter dominador y egoísta que los caracterizaba, ese mismo carácter que Jesús había denunciado en muchas ocasiones: “hacen todas sus obras para ser vistos por los hombres. Pues ensanchan sus filacterias, y extienden los flecos de sus mantos; y aman los primeros asientos en las cenas, y las primeras sillas en las sinagogas” (Mateo 23:5-6).

Esto nos demuestra hasta dónde llega lo pernicioso de este sentimiento. Esto nos ayuda también a posicionarnos, como cristianos, para evitar que este mal campe a sus anchas en nuestras iglesias porque “el amor no tiene envidia” (1 Co.13:4). Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu. No nos hagamos vanagloriosos, irritándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. La envidia es maligna, Satanás la utiliza con su típica sutileza. No permitamos su efecto corrosivo y pernicioso en nuestras iglesias. Oremos por ayuda para luchar contra ella y sigamos las pisadas del Maestro con mansedumbre y humildad, aprendiendo de Él, siguiéndole, obedeciéndole.

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