jueves, 29 de octubre de 2020

Lo verdaderamente importante

Hace unos días leí esta afirmación: “La riqueza tiene el poder de que estés mucho más ocupado con
aquello que es menos importante”. Y automáticamente pensé lo que creo pensamos todos los que no somos ricos: “Si fuese rico sabría en qué ocuparme”. Porque los que no somos ricos, estamos convencidos que si de repente lo fuésemos, sabríamos como administrar nuestra riqueza sin ningún problema. Luego lo pienso fríamente y me convenzo de que sí, tendría problemas nuevos, me digo en ese convencimiento.

Jesús contó una parábola que hace referencia a eso de “ocuparse en aquello que es menos importante”: “Luego les contó una historia: “Un hombre rico tenía un campo fértil que producía buenas cosechas.  Se dijo a sí mismo: “¿Qué debo hacer? No tengo lugar para almacenar todas mis cosechas”.  Entonces pensó: “Ya sé. Tiraré abajo mis graneros y construiré unos más grandes. Así tendré lugar suficiente para almacenar todo mi trigo y mis otros bienes. Luego me pondré cómodo y me diré a mí mismo: ‘Amigo mío, tienes almacenado para muchos años. ¡Relájate! ¡Come y bebe y diviértete!”.

“Pero Dios le dijo: “¡Necio! Vas a morir esta misma noche. ¿Y quién se quedará con todo aquello por lo que has trabajado?” (Lucas 12:16-21). “Así es, el que almacena riquezas terrenales pero no es rico en su relación con Dios es un necio”. ¿Qué es lo importante? Ser rico delante de Dios. ¿Y lo menos importante? “Acumular riquezas que no podrás mantener” porque no nos las podemos llevar con nosotros como pensaban los egipcios que amontonaban pertenencias en sus tumbas.

A veces conoces a alguien obsesionado con acumular riqueza, aún en su vejez, y no puedes menos que tener lástima de él. Es una obsesión como otra cualquiera, especialmente cuando el objetivo es vivir tranquilamente en el futuro, cuando que no sabemos cuántos años, meses o días nos quedan de vida. Ser conscientes de que nos podemos vivir en cualquier momento es ser realistas.

Hay un proverbio que dice: “Las riquezas no servirán para nada en el día del juicio” (Proverbios 11:4) ¿Por qué? Por que el día del juicio se nos van a hacer algunas preguntas del tipo: “¿Cuánto vale mi vida? ¿Para quién estoy realmente viviendo: para Dios y para mi prójimo o para mí mismo? ¿Cómo estoy contribuyendo?

Si eres rico, es posible que la riqueza no te de pie a pensar en este tipo de preguntas. Si no eres rico, si eres una persona que tiene que hacer números para llegar a final de mes, es posible que tampoco te hayas hecho este tipo de preguntas, pero creo que te aplican igual. Pero vayamos por partes: Dios no está en contra de la riqueza, en ningún momento le he oído decir que sea mala la prosperidad material, de hecho muchos de los personajes del Antiguo Testamento eran ricos (Abraham, Jacob, Lot, Job, etc.). Es más, creo que el deseo de Dios es que seamos prosperados en todo. De hecho siempre vemos su deseo con respecto a Su pueblo de que podría prosperar e irle bien si le obedeciese. Lo que sucede que sabe los peligros que esconde el dios dinero y por eso nos avisa de que tengamos cuidado con perder de vista la realidad: “Sin embargo, ¡ese es el momento cuando debes tener mucho cuidado! En tu abundancia, ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios al desobedecer los mandatos, las ordenanzas y los decretos que te entrego hoy. Pues cuando te sientas satisfecho y hayas prosperado y edificado casas hermosas donde vivir, cuando haya aumentado mucho el número de tus rebaños y tu ganado, y se haya multiplicado tu plata y tu oro junto con todo lo demás, ¡ten mucho cuidado! No te vuelvas orgulloso en esos días y entonces te olvides del Señor tu Dios, quien te rescató de la esclavitud en la tierra de Egipto. No olvides que él te guio por el inmenso y terrible desierto, que estaba lleno de escorpiones y serpientes venenosas, y que era tan árido y caliente. ¡Él te dio agua de la roca! En el desierto, te alimentó con maná, un alimento desconocido para tus antepasados. Lo hizo para humillarte y para ponerte a prueba por tu propio bien. Todo esto lo hizo para que nunca se te ocurriera pensar: “He conseguido toda esta riqueza con mis propias fuerzas y energías” (Deuteronomio 8:11-17). Y nos aconseja que lo “verdaderamente importante” es la prosperidad del alma porque es fácil, como decía antes, caer en la trampa de la obsesión por trabajar excesivamente para conseguir más y más y olvidarnos de Dios y de su provisión y misericordia, porque al fin de todo es Él quien nos da todo lo que tenemos, a pesar de que haya muchos que lleguen a estar convencidos de que son ellos mismos por su esfuerzo. Mira lo que le dice el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: “Pero los que viven con la ambición de hacerse ricos caen en tentación y quedan atrapados por muchos deseos necios y dañinos que los hunden en la ruina y la destrucción. Pues el amor al dinero es la raíz de toda clase de mal; y algunas personas, en su intenso deseo por el dinero, se han desviado de la fe verdadera y se han causado muchas heridas dolorosas.” (1 Timoteo 6:9-10). Uno de los males más grandes que estamos ‘viviendo’ en estos tiempos es la obsesión por conseguir dinero sin esfuerzo, véase loterías, todo tipo de sorteos y lo que es peor últimamente: los juegos de apuestas que se convierten en una adicción y que llevan a la ruina y a la desesperación a los que se enredan en ellos. “¡Tengan cuidado con toda clase de avaricia! La vida no se mide por cuánto tienen” (Lucas 12:15). La avaricia y la ambición meten a las personas en un círculo viciosos que podría ser algo así: “He ganado más dinero, así que puedo gastar más. Al estar gastando más, tengo que mantener aquello en lo que he invertido, adaptarme a la sociedad en la que ahora me desenvuelvo, así que tengo que ganar más dinero”. En lugar de haber conseguido libertad y tiempo, te encuentras atado y cargado con un montón de nuevos problemas cuando que la perspectiva era de felicidad, acomodo y falta de preocupaciones. Parece que es al revés.

Quiera Dios que no queramos ser lo suficientemente necios como para caer en esa trampa y que nuestro objetivo sea hacernos ricos delante de Dios, que nuestra meta sea parecernos cada día un poco más a Jesús, quien “Aunque era rico, por amor a ustedes se hizo pobre para que mediante su pobreza pudiera hacerlos ricos.” (2 Corintios 8:9): Hacernos ricos espiritualmente para con Dios que, a la postre, es lo verdaderamente importante.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Poca fe

Pedro es el discípulo de Jesús que destaca por su protagonismo en algunos de los momentos más impactantes del tiempo que Jesús estuvo en esta tierra. A causa de eso, es también uno de los que más reproches recibió, aunque los reproches de Jesús siempre son llenos de amor. La escena de cuando Jesús lo invita a andar sobre el agua es bien conocida y muy usada por nosotros cuando reconocemos nuestra tendencia a apartar la vista del Maestro para asustarnos por la fuerza del viento y el aspecto de las olas de prueba que a veces nos acechan hasta el punto de que las palabras de Jesús para Pedro, las entendemos dirigidas a nosotros: “Tienes tan poca fe ¿por qué dudas de mí?”

Esta mañana he leído en la hoja del calendario La Buena Semilla (www.labunasemilla.net), cuatro verdades básicas que debemos de considerar cuando las pruebas nos desconciertan:

La primera verdad básica es una promesa de Jesús: “Tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos” (Mateo 28:20) y ese ‘siempre’ implica todos los días, incluidos los días de prueba. Alguno pudiera recordar que esta promesa se la dijo Jesús a sus discípulos, a los que estaban allí en aquel momento; pero nosotros al aceptar seguir a Jesús somos también sus discípulos, de hecho, la frase ‘hasta el fin de los tiempos’, que en la traducción de la Reina Valera dice ‘hasta el fin del mundo’, obviamente no podría incluir solamente a los que estaban allí.

La realidad no es que podamos pensar que está a ‘nuestro lado’ en cada circunstancia, la maravillosa verdad es que está ‘en nosotros’, en el interior de cada uno de los creyentes como dice la promesa de Juan 14:17-19: “El Espíritu Santo, quien guía a todos a la verdad, el mundo no puede recibirlo porque no lo busca ni lo reconoce; pero ustedes sí lo conocen, porque ahora él vive con ustedes y después estará en ustedes. No los abandonaré como a huérfanos; vendré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán. Dado que yo vivo, ustedes también vivirán.”

La segunda verdad básica la encontramos en la carta de Pablo a los Romanos: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos” (Romanos 8:28). ‘Todas las cosas’ incluye ‘todas’, incluidas las pruebas que nos puedan hacer sufrir, aunque en principio no lo podamos entender. Me gusta la firmeza que tiene Pablo cuando dice “sabemos”, en otras palabras “estoy totalmente seguro de que esto es así” porque mi experiencia en la vida así me lo ha demostrado y no sólo mi experiencia, sino por la de otros siervos de Dios que son ejemplo para nosotros en las historias que se recogen en el Antiguo Testamento: en orden cronológico podemos recordar a Jacob como el Señor lo fue bendiciéndolo en la vida a pesar de que las perspectivas no eran nada halagüeñas, sin embargo lo prosperó y lo acompañó hasta el día de su muerte, como recoge Génesis 48:3-4 en sus palabras poco antes de morir: “El Dios todopoderoso se me apareció en la aldea de Luz, en la tierra de Canaán, y me bendijo con estas palabras: “Te haré fructífero y multiplicaré tu descendencia. Haré de ti una multitud de naciones, y daré esta tierra de Canaán a tus descendientes como posesión perpetua”.

Otro ejemplo bien conocido es el de José, unos de los hijos de Jacob cuya vida detallada recoge la Biblia y que, por las circunstancias, parecía que iba a ser una vida llena de desgracias y de pruebas en las que él se mantuvo fiel. Cuando se da a conocer en Egipto a sus hermanos los que lo habían vendido como esclavo, tiene estas hermosas palabras de reconocimiento a la provisión de Dios: “Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas.” (Génesis 50:20).

Y así podríamos recordar a Josué, Job, David y como no, el mismo Pablo es testigo de como en las pruebas y tremendas dificultades por las que pasa, Dios estuvo ayudándolo y mostrándole como esas circunstancias acercaban a personas a su camino que iban a ser salvas y formar parte de los ciudadanos del Cielo porque Dios así lo disponía y el apóstol era primer testigo de que ‘todo’ lo que le sucedía contribuía al cumplimiento del propósito de Dios para bien de muchas personas y del propio crecimiento espiritual de Pablo.

La tercera verdad básica se refiere a las necesidades materiales y también a las ansiedades que nos preocupan y dejan sin aire por nuestra poca fe y confianza en el poder, la bondad y la seguridad de las promesas de Dios. Dice así: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). El Señor nos está diciendo que no hay ninguna necesidad que no podamos llevar a Su presencia. Tal vez no tengamos una respuesta inmediata como sería nuestro deseo, pero podemos estar seguros de que habrá respuesta a su tiempo, sea positiva o negativa, porque a veces es bueno para nosotros que sea negativa aunque no nos demos cuenta al pronto y sí más tarde; lo que está claro es que mientras esperamos, la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, reinará en nuestro corazón.

Y la última verdad que nos recomiendan desde La Buena Semilla hace referencia al consuelo de Dios: “Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros.” (2 Corintios 1:3-4). En nuestras pruebas deberíamos recordar que el deseo de Dios es sostenernos, darnos fuerzas y consuelo a través de Su Palabra y de Sus promesas. Cuando le pido a Dios que aumente mi fe y mi confianza en Él, siempre me presenta textos como éstos que me hablan de la realidad de Su presencia en mi vida, una realidad que es evidente en muchas pruebas pasadas y superadas resueltas muchas veces por su clara intervención, algo que se nos hace tan palpable que clamamos gozosos: “¡Gracias Señor!”, por lo que no tiene justificación que cuando pasa el tiempo me olvide de esas respuestas y de esa ayuda y me suma en la tristeza y la ansiedad como si Dios cambiase de postura y se olvidase de mí. Eso no es posible porque Dios no cambia nunca y es fiel eternamente a Sus promesas como siempre me demuestra, algo que debería alimentar mi fe y mi confianza de una manera progresiva, algo que es patente en todos mis hermanos cristianos que, como dice Pedro, también están pasando por las mismas pruebas para vivir las mismas experiencias de la realidad y la fidelidad de nuestro Dios.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Ánimo

El 11 de septiembre se cumplió el 19 aniversario del atentado a las Torres Gemelas en el emblemático
‘Centro Mundial del Comercio’ (World Trade Center) en la ciudad de Nueva York. Creo que todos tenemos esas terribles imágenes grabadas en nuestra memoria de esos dos aviones Boeing 767 estrellándose contra esas torres en un ataque terrorista perfectamente planificado y coordinado; se registraron 2996 muertes incluyendo los ocupantes de los aviones (ninguno sobrevivió); entre las víctimas hubo más de 400 trabajadores de emergencias (bomberos, policías), por lo que en honor a ellos, el Senado de los Estados Unidos declaró el 12 de septiembre Día Nacional del Ánimo. Puede parecer extraño que un gobierno decrete un día así, pero viendo lo que estamos viviendo estos días con la pandemia del Covid-19, la historia se está repitiendo: los profesionales, además de darnos instrucciones para intentar evitar los contagios, también dedican muchas palabras a darnos ánimo, algo muy necesario especialmente pensando en los que son propensos a la depresión y a los que repiten esa triste frase de que todo va a ir de mal en peor.

En su primera carta a los tesalonicenses, el apóstol Pablo les dice a los cristianos de aquella joven iglesia: “Anímense unos a otros con estas palabras” (1 Tesalonicenses 4:18) ¿Qué palabras? Las que escribe en el capítulo 4 referentes a la esperanza de resurrección de los creyentes en Cristo. Esta iglesia estaba pasando momentos duros de persecución y como se trataba de una iglesia joven recientemente fundada por el apóstol Pablo, había doctrinas que no tenían claras y les producían alguna confusión hasta el punto de que algunos pensaban que el regreso de Cristo era inminente ya que como estaban sufriendo con lo de la persecución, pensaban que tal vez estuviesen viviendo ya la tribulación anunciada al final de los tiempos y que por tanto Jesús vendría pronto a buscar a su Iglesia. Por eso Pablo les dice: “Ustedes saben muy bien que el día de regreso del Señor llegará inesperadamente, como un ladrón en la noche. Cuando la gente este diciendo: “Todo está tranquilo y seguro”, entonces le caerá encima la catástrofe tan repentinamente como le vienen los dolores de parto a una mujer embarazada; y no habrá escapatoria posible.” (1 Tesalonicenses 5:2-3). Evidentemente esa catástrofe que menciona Jesús se refiere a ‘la gente’ no creyente que estarán viviendo en paz, como dicen otras versiones, pero no la paz de Cristo, sino “la paz que el mundo da”, como dice Jesús; cuando más seguros crean que están vendrá sobre ellos “destrucción repentina” (versión Reina Valera) algo que no se entiende por una aniquilación total ya que analizando lo que dice el Nuevo Testamento lo que se puede entender es que para los no creyentes el regreso de Jesús significará el comprobar que lo que se decía de Jesús era cierto pero, a esas alturas ya no podrán acogerse a la salvación ofrecida actualmente y, por el contrario, les tocará sufrir la realidad de una eternidad sin Dios, o sea, muerte, porque el no poder acceder al Reino divino es no poder tener la verdadera vida.

Como nos dice el testo, eso sucederá inevitable y repentinamente, “como los dolores de parto a la mujer en cinta”, algo que sucede sí o sí a menos que haya un accidente o un aborto voluntario pero el ejemplo viene a mostrar lo que pasará con aquellos que eligen ser rebeldes a Dios: no podrán huir del juicio de condenación que les está prometido. Solo el obedecer a la Palabra de Dios y seguir sus instrucciones nos puede evitar de ese juicio de la condenación, como sigue diciendo el texto: “Pero ustedes, amados hermanos, no están a oscuras acerca de estos temas y no serán sorprendidos cuando el día del Señor venga” (1 Tesalonicenses 5:4), nosotros estamos avisados por la Palabra de Dios: Jesús volverá a por su Iglesia y mientras no llega ese día, el Señor nos amonesta para que estemos en guardia, velando y orando; así nos avisa Jesús: “Manténganse siempre alerta. Y oren para que sean suficientemente fuertes para escapar de los horrores que vendrán y para presentarse delante del Hijo del Hombre” (Lucas 21:36).

Así que esa es la actitud que como hijos de Dios nos toca asumir: una actitud de espera en alerta, no preocupados ni tensos ni con ansiedad, sino con la esperanza de saber que pronto estaremos en ese lugar que el propio Jesús dijo que iba a preparar para nosotros y mientras esperamos, podemos estar tranquilos sabiendo que Dios cumple sus promesas, que nunca nos va a dejar solos, que nada ni nadie nos puede separar de Su amor y que nadie nos puede arrebatar de su mano: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco, y ellas me siguen. Les doy vida eterna, y nunca perecerán. Nadie puede quitármelas, porque mi Padre me las ha dado y Él es más poderoso que todos. Nadie puede quitarlas de la mano de mi Padre.” (Juan 10:27-29). Anímense unos a otros con estas palabras.