aquello que es menos importante”. Y automáticamente pensé lo que creo pensamos todos los que no somos ricos: “Si fuese rico sabría en qué ocuparme”. Porque los que no somos ricos, estamos convencidos que si de repente lo fuésemos, sabríamos como administrar nuestra riqueza sin ningún problema. Luego lo pienso fríamente y me convenzo de que sí, tendría problemas nuevos, me digo en ese convencimiento.
Jesús contó una parábola que hace referencia a eso de “ocuparse en aquello que es menos importante”: “Luego les contó una historia: “Un hombre rico tenía un campo fértil que producía buenas cosechas. Se dijo a sí mismo: “¿Qué debo hacer? No tengo lugar para almacenar todas mis cosechas”. Entonces pensó: “Ya sé. Tiraré abajo mis graneros y construiré unos más grandes. Así tendré lugar suficiente para almacenar todo mi trigo y mis otros bienes. Luego me pondré cómodo y me diré a mí mismo: ‘Amigo mío, tienes almacenado para muchos años. ¡Relájate! ¡Come y bebe y diviértete!”.
“Pero Dios le dijo: “¡Necio! Vas a morir esta misma noche. ¿Y quién se quedará con todo aquello por lo que has trabajado?” (Lucas 12:16-21). “Así es, el que almacena riquezas terrenales pero no es rico en su relación con Dios es un necio”. ¿Qué es lo importante? Ser rico delante de Dios. ¿Y lo menos importante? “Acumular riquezas que no podrás mantener” porque no nos las podemos llevar con nosotros como pensaban los egipcios que amontonaban pertenencias en sus tumbas.
A veces conoces a alguien obsesionado con acumular riqueza, aún en su vejez, y no puedes menos que tener lástima de él. Es una obsesión como otra cualquiera, especialmente cuando el objetivo es vivir tranquilamente en el futuro, cuando que no sabemos cuántos años, meses o días nos quedan de vida. Ser conscientes de que nos podemos vivir en cualquier momento es ser realistas.
Hay un proverbio que dice: “Las riquezas no servirán para nada en el día del juicio” (Proverbios 11:4) ¿Por qué? Por que el día del juicio se nos van a hacer algunas preguntas del tipo: “¿Cuánto vale mi vida? ¿Para quién estoy realmente viviendo: para Dios y para mi prójimo o para mí mismo? ¿Cómo estoy contribuyendo?
Si eres rico, es posible que la riqueza no te de pie a pensar en este tipo de preguntas. Si no eres rico, si eres una persona que tiene que hacer números para llegar a final de mes, es posible que tampoco te hayas hecho este tipo de preguntas, pero creo que te aplican igual. Pero vayamos por partes: Dios no está en contra de la riqueza, en ningún momento le he oído decir que sea mala la prosperidad material, de hecho muchos de los personajes del Antiguo Testamento eran ricos (Abraham, Jacob, Lot, Job, etc.). Es más, creo que el deseo de Dios es que seamos prosperados en todo. De hecho siempre vemos su deseo con respecto a Su pueblo de que podría prosperar e irle bien si le obedeciese. Lo que sucede que sabe los peligros que esconde el dios dinero y por eso nos avisa de que tengamos cuidado con perder de vista la realidad: “Sin embargo, ¡ese es el momento cuando debes tener mucho cuidado! En tu abundancia, ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios al desobedecer los mandatos, las ordenanzas y los decretos que te entrego hoy. Pues cuando te sientas satisfecho y hayas prosperado y edificado casas hermosas donde vivir, cuando haya aumentado mucho el número de tus rebaños y tu ganado, y se haya multiplicado tu plata y tu oro junto con todo lo demás, ¡ten mucho cuidado! No te vuelvas orgulloso en esos días y entonces te olvides del Señor tu Dios, quien te rescató de la esclavitud en la tierra de Egipto. No olvides que él te guio por el inmenso y terrible desierto, que estaba lleno de escorpiones y serpientes venenosas, y que era tan árido y caliente. ¡Él te dio agua de la roca! En el desierto, te alimentó con maná, un alimento desconocido para tus antepasados. Lo hizo para humillarte y para ponerte a prueba por tu propio bien. Todo esto lo hizo para que nunca se te ocurriera pensar: “He conseguido toda esta riqueza con mis propias fuerzas y energías” (Deuteronomio 8:11-17). Y nos aconseja que lo “verdaderamente importante” es la prosperidad del alma porque es fácil, como decía antes, caer en la trampa de la obsesión por trabajar excesivamente para conseguir más y más y olvidarnos de Dios y de su provisión y misericordia, porque al fin de todo es Él quien nos da todo lo que tenemos, a pesar de que haya muchos que lleguen a estar convencidos de que son ellos mismos por su esfuerzo. Mira lo que le dice el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: “Pero los que viven con la ambición de hacerse ricos caen en tentación y quedan atrapados por muchos deseos necios y dañinos que los hunden en la ruina y la destrucción. Pues el amor al dinero es la raíz de toda clase de mal; y algunas personas, en su intenso deseo por el dinero, se han desviado de la fe verdadera y se han causado muchas heridas dolorosas.” (1 Timoteo 6:9-10). Uno de los males más grandes que estamos ‘viviendo’ en estos tiempos es la obsesión por conseguir dinero sin esfuerzo, véase loterías, todo tipo de sorteos y lo que es peor últimamente: los juegos de apuestas que se convierten en una adicción y que llevan a la ruina y a la desesperación a los que se enredan en ellos. “¡Tengan cuidado con toda clase de avaricia! La vida no se mide por cuánto tienen” (Lucas 12:15). La avaricia y la ambición meten a las personas en un círculo viciosos que podría ser algo así: “He ganado más dinero, así que puedo gastar más. Al estar gastando más, tengo que mantener aquello en lo que he invertido, adaptarme a la sociedad en la que ahora me desenvuelvo, así que tengo que ganar más dinero”. En lugar de haber conseguido libertad y tiempo, te encuentras atado y cargado con un montón de nuevos problemas cuando que la perspectiva era de felicidad, acomodo y falta de preocupaciones. Parece que es al revés.
Quiera Dios que no queramos ser lo suficientemente necios como para caer en esa trampa y que nuestro objetivo sea hacernos ricos delante de Dios, que nuestra meta sea parecernos cada día un poco más a Jesús, quien “Aunque era rico, por amor a ustedes se hizo pobre para que mediante su pobreza pudiera hacerlos ricos.” (2 Corintios 8:9): Hacernos ricos espiritualmente para con Dios que, a la postre, es lo verdaderamente importante.
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