martes, 4 de septiembre de 2018

¿Por qué tengo que morir?

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Mi pregunta de hoy es un poco drástica pero realista como la muerte misma: ¿Por qué tengo que morir? ¿Por qué tenemos que morir?
La muerte es un hecho, es natural e inevitable en todos los seres vivos. Las células se van gastando con el tiempo y finalmente mueren, igual que los órganos, se van gastando, se debilitan o se enferman y con el tiempo y por el desgaste, a veces por el abuso, van apareciendo achaques que activan las alarmas que nos avisan de que nuestro cuerpo se va debilitando y que estamos más cerca de la muerte. Al filósofo alemán Martin Heidegger, se le atribuye una frase que todos hemos asimilado porque no queda otra: “Tan pronto como el hombre empieza a vivir, ya es lo bastante viejo como para morir”. La Biblia afirma que “cada persona está destinada a morir una sola vez”, pero hubo un momento en la historia en que esto no era así:
En la historia de la Creación en el libro del Génesis, la muerte era una posibilidad. Dios sólo puso una prueba a la obediencia del Hombre: “El Señor Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que se ocupara de él y lo custodiara; pero el Señor Dios le advirtió: “Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás.” (Génesis 2:15-17). O sea, si el hombre y la mujer desobedecían esta única restricción, morirían, sino, no. La muerte no era el plan de Dios para ellos. Posiblemente habría desgaste físico por efecto del tiempo, pero si no habría muerte, Dios podría renovarlo de alguna manera, por ejemplo, en Génesis 2:9 se menciona “el árbol de la vida”.
Pero la primera pareja no quiso someterse a la soberanía de Dios y la posibilidad se cumplió tal y como habían sido advertidos: Instantáneamente murieron espiritualmente, perdieron aquella relación con Dios que tenían al principio, pasaron de tener relación con Él a tenerle miedo, de amigos a enemigos: “Con el sudor de tu frente obtendrás alimento para comer hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste formado. Pues fuiste hecho del polvo y al polvo volverás.” (Génesis 3:19). A partir de aquí la Biblia recuerda y sentencia: “Y de la manera que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y después el juicio” (Hebreos 9:27). “Está establecido” ¿por quién? Por Dios soberano, creador, y así se lo comunicó al hombre cuando pecó, como hemos visto en Génesis 3:19 de lo cual había sido advertido previamente, como ya hemos visto. En Romanos 5:12 podemos ver la explicación de la universalidad del pecado: “Cuando Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la muerte, de modo que la muerte se extendió a todos, porque todos pecaron.”
Esta es la respuesta a la pregunta inicial: La paga, el sueldo, la retribución del pecado es la muerte. Muerte espiritual primero, muerte física después. La Biblia afirma que todos hemos pecado y por tanto nadie puede alcanzar la meta gloriosa establecida por Dios. También afirma que no hay ni un solo justo. Todos pecamos, sea de pensamiento, sea de hecho. Si alguien dice que nunca ha pecado (un solo pecado ante la Ley de Dios ya nos hace culpables), “lo único que hacemos es engañarnos a nosotros mismos y no vivimos en la verdad” (1 Juan 1:8).
Sin embargo la Palabra de Dios nos dice que desde el principio Dios ha hecho todo lo necesario para que podamos recuperar nuestra relación con Él y de esa forma recuperar el sentido primero de la vida y la Creación. Cuando afirma que “la paga del pecado es muerte” hay una segunda parte en el texto: “Mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). Dios nos da un regalo conseguido por medio de su Hijo, el regalo de la vida eterna que Él tenía programada cuando nos creó y que frustramos a causa de nuestra rebeldía. Aún hoy sigue siendo así: Dios nos regala la posibilidad de ser salvos, pero la inmensa mayoría lo rechaza. Prefiere su independencia antes de aceptar la soberanía y la dependencia del Creador. Seguimos prefiriendo la rebeldía que nos aboca a la muerte espiritual y física eternas. Pero Dios insiste en regalarnos la salvación por gracia, no por medio de nuestras obras, de lo que queramos aportar para conseguirla. No. El sacrificio de Jesús ha sido perfecto y completo, no se le puede añadir nada; sólo nos pide que creamos en Él y que, arrepintiéndonos, aceptemos que Él ha pagado el precio por nuestros pecados, lo que nos correspondía pagar a nosotros, lo ha pagado Él en nuestro lugar. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres. Su muerte nos da la vida, vida terna, restauración, liberación, sentido y esperanza. Jesús Dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Como “está establecido” incluso los creyentes tendremos que morir. Cuando la Biblia habla del creyente que muere dice que “duerme”. José Mª Martínez escribió: “La muerte del cuerpo no es un salto de la existencia a la inexistencia. La muerte es el tránsito de lo esencial de la persona, su “yo” (alma o espíritu), a un modo diferente de existir, determinado por el tipo de relación mantenida con Dios a este lado de la tumba.” Pablo escribió: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Los creyentes, mientras vivamos en este planeta, Cristo es el objetivo de nuestra vida cristiana: queremos obedecerle, imitarle, seguirle, anunciarle… Jesucristo es nuestra razón de vivir. Para el creyente, “dormir en el Señor”, morir, significa el encuentro con Cristo, lo veremos como Él es, ya estaremos con Él para siempre, porque partir para estar con Cristo es mucho mejor.