sábado, 21 de abril de 2012

Valores

¿Qué opinión nos merece esta lista? Fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, devoción, afecto fraternal y amor. A primera vista, tres de ellos los asociamos con “vida religiosa”: Fe, virtud, devoción (o piedad). Otros tres podrían tener que ver con nuestro carácter: Dominio propio, paciencia, afecto fraternal. Por supuesto el amor lo corona todo: Amor de pareja, amor a los demás, amor para dar y tomar, amor de madre, ¿amor a Dios? Y finalmente, el último concepto es el que queremos todos: Conocimiento. Conocimiento de la verdad, de todas las cosas, del futuro, ¿del pasado?, el saber no ocupa lugar, tener mucho conocimiento, consultar con el que sabe… nos parece un concepto amable, que nos compromete a poco pero que nos da mucho… en principio, nadie lo rechaza, aunque hay veces que se oye decir: ¡prefiero no saberlo!
¿Por qué esta lista de valores concretamente?  Porque es la lista de valores cristianos que podemos encontrar en el primer capítulo de la segunda carta de Pedro para que nos ocupemos con diligencia del desarrollo de nuestro carácter, o lo que es lo mismo, una forma de invertir sabiamente en nuestro futuro espiritual. Después de confiar en Cristo como Salvador, el Señor nos propone acceder a la nueva “forma de vida”, la nueva naturaleza divina, que nos va a marcar con estos valores que desarrollarán nuestro carácter siguiendo el modelo de nuestro Maestro: Jesucristo.
En unos tiempos en los que oímos comentar que determinados valores se están perdiendo (respeto en las aulas, civismo en nuestra relación con los demás, educación básica, etc.), Dios se preocupa de que Sus hijos reciban todo lo necesario para la vida y la piedad, de manera que no se trata de un esfuerzo exclusivamente nuestro, ya que Él nos concede los medios y ayuda por medio de Su divino poder, con un objetivo: ser hechos participantes de la naturaleza divina.
(Es impresionante comprobar la nueva posición que Dios nos da dentro de Sus planes, por aceptar a Cristo como nuestro Salvador personal).
Así que tenemos los medio, tenemos la ayuda del poder de Dios, ¿Cuál es ahora nuestra parte? Poner todo nuestro empeño. Nuestra actitud es agradarle, obedecerle, que nuestra vida le de gloria, así que tenemos que esforzarnos en que realmente nuestra vida sea un fiel reflejo de Aquel a quien queremos seguir e imitar.
¿Y por donde empezamos? Pues siguiendo las indicaciones de 2 Pedro 1:5 y siguientes, donde primero dice que añadamos a nuestra fe, virtud. Para que una fe pueda mostrarse firme, necesita estar en crecimiento constante. Por tanto, añadamos a nuestra fe,  virtud que en esencia en esta ocasión de traduce por valor, valentía, coraje. Y luego sumémosle conocimiento, de manera que teniéndolo, teniendo la capacidad de discernir, conociendo el equilibrio, con coraje, evitaremos quedarnos encerrados, solos, simplemente con nuestro conocimiento. Saldremos a mostrarlo, lo transmitiremos, lo viviremos. Y luego, sumémosle al conocimiento, dominio propio, ¡ah, el control de la irritabilidad!, el no dejarse llevar por cualquier pasión, el saber reaccionar equilibrada y cristianamente (¡cuantas veces fallamos en esta asignatura!).
“Al dominio propio, paciencia (o perseverancia), porque la palabra original no se refiere a la paciencia que es el fruto del Espíritu, sino que se refiere más bien a la perseverancia, a la persistencia, resistencia; como decía Pablo, a terminar la carrera resistiendo el ritmo, como buen corredor, dosificando pero llegando a la meta, como un buen atleta cristiano. Y sumemos a la perseverancia, devoción (o piedad), en el sentido de tener a nuestro Dios como centro total de nuestra vida.
El sexto valor es el afecto fraternal, el amor entrañable que se respira en las reuniones con los hermanos cuando hay unidad, armonía, cariño fraternal.
Y finalmente, añadamos a todos estos valores, Amor: Amor con todo el mundo, amor al enemigo, amor sincero.
Nuestra actitud para crecer en la Fe tiene que ser la de buscar y añadir estos valores y poco a poco veremos cambiar nuestro carácter, notaremos ese crecimiento y esa madurez propia de los justos. Amén.

jueves, 12 de abril de 2012

Charles Duke

El domingo pasado me sorprendió la revista dominical que acompaña al periódico con una entrevista a Charles Duke, una de las 12 personas que han pisado la Luna. No me sorprendió porque entrevistasen al señor Duke, porque el hecho de ser una celebridad dentro del mundo de los astronautas ya es motivo para ello, además de que está en España promocionando la exposición sobre la NASA, sino por los textos destacados de su entrevista, esos que aparecen en texto más grande resaltando algunas respuestas que al periodista le han podido resultar más llamativas o impactantes: “Al volver a la Tierra encontró la calma en Dios”, “Dejé el ejército y me entregué a Cristo” y “Lo que cambió mi vida fue mi relación con Cristo. Veo a Dios en el universo”. Encontrar resaltadas estas frases en una revista de tendencia secular me ha gustado, es buena señal, respira libertad y seriedad para poder escuchar “otras opiniones” sin seguir la “ruta marcada” por el postmodernismo.
No sé si es una leyenda urbana, pero siempre he oído que los astronautas que han vivido esa increíble experiencia de viajar al espacio y andar por la superficie lunar, cuando han regresado a la tierra, a su vida familiar, han sufrido cambios en su carácter y en su vida que, mayoritariamente, han afectado negativamente a su vida familiar. El autor de la entrevista menciona a Neil Astromg que fue el primer hombre en pisar la Luna, le dio por recluirse y no aparecer en público ni firmar autógrafos. Otro de los más famosos Edwin Aldrin, sufrió problemas de depresión y alcoholismo. El señor Duke (77 años), que cuando viajó en el Apolo 16 tenía 36 años, también tuvo muchos problemas a causa de su obsesión por su carrera estelar. La realidad era que por su trabajo había olvidado a su familia, su esposa estuvo a punto de suicidarse y después encontró a Dios. Duke siguió los pasos de ella entregándose a Cristo.
En esa entrevista el periodista busca las preguntas que le haríamos cualquiera sobre qué se siente, cómo es eso de viajar en un cohete alrededor de la Tierra, etc., pero hay alguna respuesta que declara el pensamiento y la realidad que mana de ese corazón: A la pregunta sobre si la suspensión de la Tierra en la oscuridad del espacio le otorga a ésta una especie de identidad e independencia, Duke responde: “Hay un pasaje de la Biblia que habla así. Yo entonces no lo meditaba en esos términos, pero luego lo hallé exacto. Es de Isaías: “Dios posa su trono sobre el círculo de la Tierra”. Y otro de Job que reza: “Cuando Dios creó el mundo, lo implantó en medio de la nada”. Y es exactamente asó como se nos aparece allí.” Posiblemente a una gran mayoría de los lectores del artículo no les diga nada esta respuesta, y si detectan alguna anomalía, lo achacarán a la respuesta de un viejo afectado por el síndrome del espacio, pero yo quiero resaltar que Charles Duke, un astronauta preparado para los viajes espaciales organizados por la NASA en EE.UU., no es ningún mindundi sin preparación ni conocimiento, sino todo lo contrario, y él está respaldando, entre otras cosas, que Dios creó el mundo y además, ha comprobado personalmente que algunas de las definiciones que la Biblia dice sobre cómo es y dónde está el planeta Tierra, son exactamente así.

El periodista le pregunta a Duke sobre su cambio desde un punto de vista espiritual y surge su testimonio con respecto a lo que pasaba en su familia: “Cambia tu perspectiva de lo que somos en la Tierra. Llegas a la conclusión de que somos únicos. Orgánica y anímicamente. He podido revivir esta aventura frente a muchas personas. Antes pensaba que ese mundo sin fronteras y sin razas que había llegado a ver me había llevado a la conclusión de que debíamos amarnos y6 apreciarnos y respetarnos los unos a los otros para seguir adelante. Eso decía, pero por otra parte me examinaba por dentro y pensaba: “Pero si no amas ni a tu mujer. ¡Eres un hipócrita! Tu matrimonio se derrumba y tu esposa está al borde del suicidio”. Nuestro matrimonio se iba a pique, teníamos dos hijos, todas nuestras responsabilidades contraídas y un marido que no la amaba y que solo se preocupaba de su carrera. La carrera era lo primero, después la familia y Dios lo último. No es que fuera un ateo, creía en Dios y me consideraba cristiano, pero me limitaba a ir a la iglesia sin más. Creía que podía existir Dios, pero no le permitía que se metiera en mis asuntos. Entonces mi mujer, cuando casi se quita la vida, empezó a creer a fondo. Se entregó a Cristo y vi como su vida cambió. Se convirtió en alguien alegre, llena de paz y capacidad de perdón. Le hizo poder perdonarme hasta a mí. Le llevó dos años, fue un proceso lento, pero yo me convencí de su buena disposición, dejé el ejército y me metí también en lo mismo. Me convencí de que su cambio era sincero, real, comencé a creer y me entregué a Cristo. Entablé una nueva relación con Jesús, me transformó. De verle fuera, le hice entrar dentro de mí y mi vida cambió. Comencé a leer mi Biblia y a ordenar mi vida, mi matrimonio y a cambiar mis prioridades como nos enseña la Biblia: busca primero el reino de Dios.”  En este punto me hace gracia el comentario del periodista: “Así de fácil”. “Bueno, desde que caminamos al lado del Señor, ya va para unos años, desde 1978, nos ha salvado: él nos ha proporcionado el amor verdadero para todos los que nos rodean. No vemos diferencia entre las razas, entre nuestros vecinos, así me ha cambiado Dios y así sigo con mi tarea de predicamento. Hablar de mi experiencia en la Luna es algo que hago en contadas excepciones y centrándome en lo bueno que es el trabajo en equipo, la importancia de la ciencia y la formación para animar a la juventud a soñar. En esos términos lo planteo. Pero si alguien me pregunta que es lo que realmente cambió mi vida, fue mi relación con Cristo, eso fue lo fundamental. Y ahora veo a Dios en el universo. Los cielos declaran la gloria de Dios, como dice la canción y lo veo en el orden universal. Como una lógica, como el diseño del universo. ¿Qué es un cuerpo humano? Pues un diseño enrevesado, complicado, que funciona.”

sábado, 7 de abril de 2012

¿A Quién Vemos?

Hace unos días leí un comentario sobre los programas de televisión de cámara oculta y los motivos que tenían los realizadores para grabar esos programas y me llamó la atención que había dos motivos totalmente opuestos en sus metas, ya que mientras unos pensaban que “la gente es maravillosa y salimos para confirmarlo”, otros por el contrario consideraban que “la gente es estúpida y vamos a encontrar maneras de demostrarlo”, lo que llevaba al comentarista a decir que “nuestra manera de ver a las personas determina cómo las tratamos.”
Uno de los lugares donde nos cruzamos con más gente al día es en el transporte público, en mi caso el metro y el tren. No sé si es una cualidad o un defecto pero creo que soy un observador de las personas, en el sentido de que cada persona es un mundo y hay personas que, por sus reacciones, sus gestos, su forma de hablar, transmiten una forma de ser, una vida, un carácter, que, a veces, abre la imaginación a unas suposiciones que seguramente estarán a años luz de la realidad, pero que en mi imaginación toman forma como si estuviese recopilando personajes para escribir “la novela de la vida”.
Pero hay otra forma de mirar a las personas que debería ser característica de los cristianos, embajadores de Dios en el mundo, mensajeros de la Verdad. Este comentarista lo expresaba así: “Mi amigo Bob Horner dice: “Cuando consideramos a las personas como perdedores, las tratamos con desprecio. Cuando las vemos  como perdidas, las tratamos con compasión”. Bob se había fijado en la mirada de Alguien: Jesús.
¿Cómo mira Jesús? En Lucas 19:1-10 hay un relato muy conocido: el encuentro de Jesús y Zaqueo y hasta ahora no me había fijado en que muestra diferentes formas de “mirar” y la conclusión de las diferentes formas de hacerlo. Dice el relato que Zaqueo, un principal de los publicanos y rico, procuraba ver  quién era Jesús pero no podía a causa de la multitud porque era pequeño de estatura. Esta primera mirada es de curiosidad, o, de necesidad. Podía ser que la fama de Jesús habría llegado hasta Zaqueo y, como pasaba por la ciudad, su curiosidad hizo que se acercase al lugar por donde pasaba para poder conocerlo, ver su aspecto, y, con suerte, ver alguno de sus famosos milagros u oír alguna de sus sentencias… Podía ser también que hubiera oído hablar a alguno de los que había creído en Jesús  y Zaqueo sintiese necesidad de recibir algún mensaje que orientase su vida o que lo sacase de las dudas o confusión que tuviese en ese momento. Era rico pero, una vez más, el dinero no respondía a todas sus inquietudes.
Zaqueo se sube a un árbol y sucede algo que él no se podía ni imaginar: de ser uno más entre la multitud, un observador anónimo, pasa a ser protagonista: Jesús llega a aquel lugar y ¡alza la vista!, le vio y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende; porque hoy es necesario que me quede en tu casa”. Entonces él descendió aprisa y le recibió gozoso. ¡Que bien le había salido la jugada! No lo podía ver y, de repente, le llama por su nombre y le dice, con la autoridad propia del Señor, que ese mismo día iba a posar en su casa porque era necesario. ¿Cómo lo miró Jesús? La Palabra nos dice que Dios no mira la apariencia de las personas sino que mira directamente al corazón y de esta forma es cuando conocemos el motivo del interés de Zaqueo por ver al Maestro. Jesús había visto una inquietud en aquella persona y, más adelante, nos da a entender que Jesús no había visto a un perdedor, sino una persona perdida necesitada de un cambio en su vida, necesitada de salvación.