El domingo pasado me sorprendió la revista dominical que acompaña al periódico con una entrevista a Charles Duke, una de las 12 personas que han pisado la Luna. No me sorprendió porque entrevistasen al señor Duke, porque el hecho de ser una celebridad dentro del mundo de los astronautas ya es motivo para ello, además de que está en España promocionando la exposición sobre la NASA, sino por los textos destacados de su entrevista, esos que aparecen en texto más grande resaltando algunas respuestas que al periodista le han podido resultar más llamativas o impactantes: “Al volver a la Tierra encontró la calma en Dios”, “Dejé el ejército y me entregué a Cristo” y “Lo que cambió mi vida fue mi relación con Cristo. Veo a Dios en el universo”. Encontrar resaltadas estas frases en una revista de tendencia secular me ha gustado, es buena señal, respira libertad y seriedad para poder escuchar “otras opiniones” sin seguir la “ruta marcada” por el postmodernismo.
No sé si es una leyenda urbana, pero siempre he oído que los astronautas que han vivido esa increíble experiencia de viajar al espacio y andar por la superficie lunar, cuando han regresado a la tierra, a su vida familiar, han sufrido cambios en su carácter y en su vida que, mayoritariamente, han afectado negativamente a su vida familiar. El autor de la entrevista menciona a Neil Astromg que fue el primer hombre en pisar la Luna, le dio por recluirse y no aparecer en público ni firmar autógrafos. Otro de los más famosos Edwin Aldrin, sufrió problemas de depresión y alcoholismo. El señor Duke (77 años), que cuando viajó en el Apolo 16 tenía 36 años, también tuvo muchos problemas a causa de su obsesión por su carrera estelar. La realidad era que por su trabajo había olvidado a su familia, su esposa estuvo a punto de suicidarse y después encontró a Dios. Duke siguió los pasos de ella entregándose a Cristo.
En esa entrevista el periodista busca las preguntas que le haríamos cualquiera sobre qué se siente, cómo es eso de viajar en un cohete alrededor de la Tierra, etc., pero hay alguna respuesta que declara el pensamiento y la realidad que mana de ese corazón: A la pregunta sobre si la suspensión de la Tierra en la oscuridad del espacio le otorga a ésta una especie de identidad e independencia, Duke responde: “Hay un pasaje de la Biblia que habla así. Yo entonces no lo meditaba en esos términos, pero luego lo hallé exacto. Es de Isaías: “Dios posa su trono sobre el círculo de la Tierra”. Y otro de Job que reza: “Cuando Dios creó el mundo, lo implantó en medio de la nada”. Y es exactamente asó como se nos aparece allí.” Posiblemente a una gran mayoría de los lectores del artículo no les diga nada esta respuesta, y si detectan alguna anomalía, lo achacarán a la respuesta de un viejo afectado por el síndrome del espacio, pero yo quiero resaltar que Charles Duke, un astronauta preparado para los viajes espaciales organizados por la NASA en EE.UU., no es ningún mindundi sin preparación ni conocimiento, sino todo lo contrario, y él está respaldando, entre otras cosas, que Dios creó el mundo y además, ha comprobado personalmente que algunas de las definiciones que la Biblia dice sobre cómo es y dónde está el planeta Tierra, son exactamente así.
El periodista le pregunta a Duke sobre su cambio desde un punto de vista espiritual y surge su testimonio con respecto a lo que pasaba en su familia: “Cambia tu perspectiva de lo que somos en la Tierra. Llegas a la conclusión de que somos únicos. Orgánica y anímicamente. He podido revivir esta aventura frente a muchas personas. Antes pensaba que ese mundo sin fronteras y sin razas que había llegado a ver me había llevado a la conclusión de que debíamos amarnos y6 apreciarnos y respetarnos los unos a los otros para seguir adelante. Eso decía, pero por otra parte me examinaba por dentro y pensaba: “Pero si no amas ni a tu mujer. ¡Eres un hipócrita! Tu matrimonio se derrumba y tu esposa está al borde del suicidio”. Nuestro matrimonio se iba a pique, teníamos dos hijos, todas nuestras responsabilidades contraídas y un marido que no la amaba y que solo se preocupaba de su carrera. La carrera era lo primero, después la familia y Dios lo último. No es que fuera un ateo, creía en Dios y me consideraba cristiano, pero me limitaba a ir a la iglesia sin más. Creía que podía existir Dios, pero no le permitía que se metiera en mis asuntos. Entonces mi mujer, cuando casi se quita la vida, empezó a creer a fondo. Se entregó a Cristo y vi como su vida cambió. Se convirtió en alguien alegre, llena de paz y capacidad de perdón. Le hizo poder perdonarme hasta a mí. Le llevó dos años, fue un proceso lento, pero yo me convencí de su buena disposición, dejé el ejército y me metí también en lo mismo. Me convencí de que su cambio era sincero, real, comencé a creer y me entregué a Cristo. Entablé una nueva relación con Jesús, me transformó. De verle fuera, le hice entrar dentro de mí y mi vida cambió. Comencé a leer mi Biblia y a ordenar mi vida, mi matrimonio y a cambiar mis prioridades como nos enseña la Biblia: busca primero el reino de Dios.” En este punto me hace gracia el comentario del periodista: “Así de fácil”. “Bueno, desde que caminamos al lado del Señor, ya va para unos años, desde 1978, nos ha salvado: él nos ha proporcionado el amor verdadero para todos los que nos rodean. No vemos diferencia entre las razas, entre nuestros vecinos, así me ha cambiado Dios y así sigo con mi tarea de predicamento. Hablar de mi experiencia en la Luna es algo que hago en contadas excepciones y centrándome en lo bueno que es el trabajo en equipo, la importancia de la ciencia y la formación para animar a la juventud a soñar. En esos términos lo planteo. Pero si alguien me pregunta que es lo que realmente cambió mi vida, fue mi relación con Cristo, eso fue lo fundamental. Y ahora veo a Dios en el universo. Los cielos declaran la gloria de Dios, como dice la canción y lo veo en el orden universal. Como una lógica, como el diseño del universo. ¿Qué es un cuerpo humano? Pues un diseño enrevesado, complicado, que funciona.”
En este punto el periodista intenta saber qué idea tiene Duke de Dios y sus respuestas siguen siendo claras y contundentes: “Para mi Dios es una persona como Cristo, como nos dice la Biblia, que si lo miramos, veremos a la representación de Dios, porque él lo es, es su hijo. Un hombre de espíritu, lleno de amor para todos nosotros, alguien en quien nos podemos sentir reflejados, que está vivo y que ha mandado a su Espíritu Santo para protegernos. No lo he visto, pero lo llevo dentro de mí.
Dios es un creador, tiene un conocimiento infinito que no puedo entender, no puedo llegar a saber cómo creó el universo. Él es el creador y está incluso fuera de la creación; si lo hizo fue para mostrar su poder y su gloria. En eso incluyo a la especia humana, pero eso lo hizo porque quería una relación con alguien que lo pudiera llegar a entender. No sé por qué, ni alcanzo a entender cuál es la razón por la que deseaba esto, pero el hecho es que era así. Era cuestión de amor, crear algo a su imagen y semejanza, nada que ver con los animales.”
Que apareciese todo esto escrito en una revista de tanta publicación a nivel nacional me ha parecido fantástico. El que un personaje de este calibre dé un testimonio tan impresionante me parece muy bueno para la gloria de Dios, aunque puede que tal vez la traducción en algunos detalles no sea muy correcta, es comprensible, y el hombre de la calle tal vez no coja muchos de los matices que Duke menciona, pero en general, creo que el cambio que experimentó Charles Duke después de viaje a la Luna, es una bendición que contrasta en gran manera con aquellos que al regreso de su aventura espacial cambiaron, sorprendentemente, su dirección hacia el abismo.
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