miércoles, 24 de febrero de 2016

Cifras engañosas

orador
Estoy leyendo el libro “Fuego extraño” de John MacArthur (Grupo Nelson), un libro que toca el tema de los pentecostales y carismáticos en el “mundo protestante”, y no dejan de asombrarme las cifras que se manejan sobre el “crecimiento” de las iglesias protestantes en los últimos años: Más de 500 millones de pentecostales y carismáticos en todo el mundo, repartidos en Norteamérica con 80 millones, 141 millones en América Latina, 135 mill. en Asia, 126 mill. en África y 38 mill. en Europa, de manera que “el cristianismo carismático representa una cuarta parte de la cristiandad mundial.” ¿Qué origina este impresionante crecimiento? ¿Hay “algo” detrás que lo produzca?
Efectivamente hay “algo”, lo que en Gálatas 1:6-7 se denomina “un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.”
Está muy bien este libro para aquellos que se quieran asomar a la triste realidad de estos movimientos y lo haga con humildad, curiosidad y mucha prudencia. Seguramente ya sabes con lo que te vas a encontrar, lo que me sorprende es que haya tantísima gente que no lo sepa. “Evangelio de la prosperidad”, “lenguas”, “sanaciones milagrosas”, todo esto te puede resultar familiar pero para millones de ingenuos se trata de un cebo difícil de sortear porque se trata de un cebo muy apetecible porque, ¿a quién no le interesa conseguir dinero con facilidad, o abastecer los apetitos personales sin esfuerzo, o acercarse a una vida llena de experiencias espirituales totalmente impensables en una vida normal de las que, además, se puede sacar beneficio, a veces material, a veces de satisfacción espiritual (temporal)?
A mí lo que me apena es el concepto que se genera en la calle respecto a los “protestantes”, porque la gente en la calle no va a entrar en detalles: para ellos son protestantes y ahí entran todos en el mismo saco. Cuando Jesús estuvo en la Tierra pasaba algo muy parecido: si había más de 5000 personas siguiéndole y alimentándose gratuitamente, para los observadores podrían tratarse de más de 5000 cristianos (seguidores de Cristo). Pero cuando Jesús empezó a hablar de compromiso, de tomar la cruz para seguirle, de empezar a actuar conforme a lo que predicaba, la gran mayoría dio media vuelta y ¿Cuántos seguidores de verdad quedaron? Poco más de 100 auténticos creyentes de verdad.
La pregunta surge rápidamente: ¿Qué sucede? ¿500 millones de personas en todo el mundo están equivocados? Pienso que a lo mejor los 500 millones no, pero sí la gran mayoría, y no quiero pecar de creerme el amo absoluto de la verdad como en seguida nos acusan cuando que no de cosas peores como integristas o radicales, pero es la lucha que el verdadero cristianismo ha tenido desde el principio y que seguirá teniendo mientras estemos en este mundo. Cuando Jesús habla de Sus seguidores les llama “manada pequeña” y cuando se refiere al acceso a su discipulado lo describe como un camino angosto o una puerta estrecha por el que entra muy poca gente porque seguir a Cristo no tiene como objetivo la felicidad material y el éxito en el mundo, sino el gozo interno y la victoria contra lo que nos rodea imitando a Jesucristo en su victoria en la cruz, la más grande imagen de humillación y obediencia para obedecer a Su Padre y conseguir así romper la barrera que impide al hombre reconciliarse con Dios desde el capítulo 3 de Génesis, ese capítulo en el que se narra la triste historia de la caída del hombre y la mujer en el pecado y la separación consiguiente con Dios el cual no puede tener comunión con el pecado.
“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1 Corintios 2:1-5) Ésta es la actitud que tenía Pablo a la hora de presentar el Evangelio del Reino de los Cielos a sus contemporáneos, mensaje que no se parece en nada al de los telepredicadores y apóstoles y profetas que de repente han aparecido en los últimos tiempos predicando éxito, salud, riquezas y no sé cuántas cosas más. ¿En que se parece eso al mensaje de la cruz que habla de sufrimiento, tortura, dolor, humillación, obediencia? En nada. Esta gente ha quitado la cruz de sus mensajes porque, como dirían los contemporáneos de Jesús “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6:60).
Si lees la Biblia deberías estar avisado de que todo esto ocurriría, todo esto me refiero a la aparición de “falsos profetas” y “falsos maestros”: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas.” (2 Pedro 2:1-3). “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.” (Judas 4). “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.” (Mateo 7:15-16).
Como también dice el Señor: “El que tenga oídos para oír, oiga”.

miércoles, 17 de febrero de 2016

Siria

guerraNo es normal. No sé si hay adjetivos para definir lo que sucede en Siria, en sus ciudades, en sus gentes. Está pasando la guerra por allí, ese caballo destructor, loco, insensible, asesino, infernal, salvaje, bestial…
No es normal.
Parece que han puesto fotos de hace muchos años, de Beirut, o de la segunda guerra mundial, porque son las mismas imágenes, las mismas calles que ya no lo son porque no se adivina calle ni aceras ni nada que recuerde a una calle; las mismas casas destruidas, como gigantescas montañas de naipes que caen en desorden, sobre otros naipes rotos, caóticos, desordenados, muertos…
Pero hay gente: curiosamente en alguna de las fotos se ve gente llevando a otras gentes en improvisadas camillas, a veces hechas con sábanas, o cortinas, no se, supongo que lo primero que han encontrado que sirva para transportar los restos de esa persona por ver si se puede recuperar un atisbo de vida en medio de tanta muerte… ¿Podemos adaptarnos a vivir en ese infierno? Algunos sobreviven, son niños con ojos aterrados, ojos cansados, cansados de llorar, cansados de vivir… También se ven grupos de hombres con armas en ristre, instrumentos de muerte, juguetes demoníacos, juguetes tristes y negros, sucios de sangre coagulada… dan ganas de llorar.
Veo una foto con dos filas de gente, una fila a la izquierda y otra fila a la derecha; la fila de la izquierda, unas veinte o más, están de pie y apuntan con sus armas a los de la fila de la derecha que están tirados en el suelo, en una fila macabra, ordenada pero macabra porque han caído en ese orden asesinados por las personas de la fila de la izquierda, personas como ellos pero que aún siguen vivos… ¿Pensarán que están en el grupo de los vencedores? ¿Pero alguien se puede creer vencedor en esto? ¿O se tratará de supervivientes, un día más, a la terrible realidad que les ha tocado vivir? ¿Qué pasará por esas cabezas? A lo mejor solamente la idea de pensar si hoy les tocará comer, o beber un vaso de agua turbia, o dormir…
Hay fotos en las que alguien apunta con una pistola en la cabeza de una persona tirada en el suelo, arrodillada, humillada, deseando que suene ese tiro que acabe con su particular pesadilla en el infierno de una ciudad de Siria, o lo que queda de ella. No se puede definir. ¿A qué estado de pensamiento se puede llegar cuando toda tu vida se reduce a matar a prójimos humillados por el miedo, la vergüenza, el temor, el hambre… a tus pies? La realidad de lo que convierte una guerra a las personas, repetido por enésima vez.
Es increíble, en alguna foto se ve un niño, o una niña sonriendo; un niño, o una niña con ropa sucia, rota, a todas luces insuficiente, por la que asoma una tímida sonrisa, unos dedos mostrando la V de victoria, unos ojos oscuros que lo han visto todo en su corta pero intensa vida. ¡Dios mío, cuánto dolor! ¿Es que los gobernantes, dirigentes, líderes o lo que sean, no ven estas fotos? ¿O no las quieren ver? ¿Es que su orgullo, soberbia, o lo que sea está por encima de todo este sufrimiento? ¿O están anestesiados y borrachos de tanta sangre y se les ha subido a la cabeza y no consiguen pensar una salida?

Estas imágenes me muestran la condición del hombre. Podemos aparecer en países civilizados, en reuniones políticas de alta alcurnia, en cenas y ceremonias grandiosas… pero por dentro somos suciedad y corrupción producto del pecado, ese innombrable, ese que no queremos decir que existe porque ya hemos evolucionado… ¿Evolucionado? Por favor, pregúntale a los protagonistas de esa fotos cuánto hemos evolucionado, si todavía llegas a tiempo de encontrarlos vivos.

martes, 9 de febrero de 2016

Contrastes

refugiados
Ha sido abrir el periódico y notar el terrible contraste entre la foto de la página de la izquierda y la de la página de la derecha. Posiblemente pase desapercibido en la mayoría de los lectores, pero yo me niego a que sea así y por eso lo escribo aquí, aunque sea un pobre y pequeño observador, una pobre y pequeña llamada de atención, una pobre y pequeña muestra de sensibilidad,  o tal vez, una forma de desahogar mi pena…
El titular de la foto de la izquierda nos pone en terribles antecedentes: “33 refugiados muertos al naufragar en el Egeo”. Sí, habla de los refugiados, esas personas que huyen todos los días del terror de la guerra, del hambre, de la muerte, y que llaman desesperadamente en la puerta de una civilizada, pulcra y poco hospitalaria Europa. En la foto no se ve una puerta abierta sino una vaya de barrotes de hierro y, al lado de esa vaya, una madre con su bebe en brazos y una niña detrás de ella que suponemos que será su hija. Si observas sus miradas pasarás de la mirada de desesperación, cansancio y pena de esa madre a la inocente, ausente y feliz de su bebé. La niña más mayor observa, posiblemente, al fotógrafo, o, a lo mejor, a la cámara, con curiosidad, un poco buscando otra mirada de complicidad, un poco buscando sentirse comprendida, pero es una mirada triste, para ser una niña. Pero no es una niña más; es una que le ha tocado ser parte de “los refugiados”, que le ha tocado ser protagonista activa de un capítulo duro de este mundo y que, si te fijas un poco más, parece decir con su mirada: “Tal vez nos abran esta odiosa vaya… tal vez esta noche durmamos en un sitio calentito…y, si damos con personas buenas, caritativas y generosas, tal vez hasta cene esta noche…y si no, ya me he hecho a la idea…”
La mirada de la madre es cansancio, es una mirada que ha perdido la esperanza, ruega ayuda, no puede más… “¿Es que después de andar todo lo que he andado, solamente me voy a encontrar con una vaya cerrada? ¿Será acaso que nos hemos vuelto invisibles y nadie nos va a ayudar?”
Pero lo que te hace hervir la sangre es que justo al lado, en la página de la derecha, hay un anuncio con una foto. Es un anuncio de un crucero y el titular, en contraste con el que hemos leído en la página de la izquierda, no tiene desperdicio: “Semana del crucero: Empápate de diversión”. En la foto se ve una mujer de espalda, con una especie de pamela, recostada a la orilla de una piscina dentro del barco, en bañador y con una copa de algo exótico en su mano, o sea, relajación, nada en que pensar, plena comodidad, sin problemas aparentes que vayan a enturbiar ese agradable momento… “¡qué bien me va todo! ¿quién quiere problemas?”
Contemplo las dos fotos y veo al mundo dividido en dos únicos y exclusivos grupos: los que les ha tocado formar parte de ese macabro capítulo de “los refugiados” y los que forman parte del glamuroso grupo que, tristemente, le da la espalda al primero. ¡Injusticia! Injusticia de un mundo injusto y egoísta, de un mundo endurecido ante los problemas de los demás, insensible al dolor ajeno, impertérrito ante las miradas de súplica.
Son otra clase de miradas, las veo en el metro todos los días cuando pasa alguien pidiendo “una ayudita, por favor”. No hay una lágrima, no hay una sonrisa, no hay amor en la gente para su prójimo. Más que contrastes, se me antoja llamarles ‘consecuencias’, consecuencias de nuestro YO, consecuencias de mi ambición, consecuencias de mi coraza que he desarrollado, junto con los demás, para que nada ni nadie me moleste…

Quiero romper esa coraza y seguir teniendo sensibilidad ante los que me rodean. Quiero que, si alguien lee esto, rompa también la suya; así, ya somos dos; seguro que somos más de dos los que pensamos igual, o, al menos, tengo esa esperanza.

miércoles, 3 de febrero de 2016

… y todo esto será principio de dolores.

tiende una manoEs muy duro aceptar las imágenes que diariamente nos llegan de los refugiados. Niños, jóvenes, mujeres, personas anónimas que huyen de la guerra y del hambre con desesperación.
Es muy duro comprobar que (casi) nos hemos acostumbrado a verlas. Es como si no tuviésemos opción. Si quieres saber a qué extremos se está llegando, tienes que verlas aunque se te parta el alma cuando asoma el cuerpecito inerte de un niño tirado en una playa, o sobre una roca, o sobre cualquier sitio donde haya llegado totalmente exánime, liberado ya del dolor y la angustia. ¿Cómo se puede esperar tanto para dar una solución a esta barbarie? ¿Es que los dirigentes de los países pueden soportar en sus espaldas tanto dolor?
Dicen “no es fácil”… Claro, les cuesta “dar el brazo a torcer”, “comerse su orgullo”, “pedir perdón”, mirar más allá de sus propios cuellos.
Ahora parece que hay un intento ¡al fin! Se reúnen sus majestades las autoridades para ponerse condiciones y trabas para prolongar un poco más esta agonía y ese éxodo interminable de personas que huyen, y que, para colmo, no hacen más que encontrar barreras en las fronteras de los países a los que acceden en busca de socorro. ¡Qué tristeza, Dios mío!
Pero, si estuviese en nuestras manos, ¿tardaríamos tanto en resolver este problema o estaríamos como ellos atascados en la burocracia y el politiqueo? Me da que son tantos los problemas, los obstáculos, las zancadillas que acaban poniéndose unos a otros que se hace tan difícil avanzar en una negociación a ese nivel que les da igual que se negocie sobre personas que sobre camellos… ¡les da igual!
Y ya no nos movilizamos por nada. Nos hemos hartado de tanta movilización por, tal vez, problemas menores que ahora, cuando hay un problema tan grande, finalmente se nos antoja una molestia, un grano, un escozor que podemos aplacar con un poco de silicona… para que nos resbale.

Tendríamos que estar todo el mundo en la calle, día y noche, gritando, haciendo ruido, que se nos viese, que se nos oyese, para ver si se sensibilizaban un poco con el prójimo, sí, ese prójimo al que deberíamos amar como a nosotros mismos. ¡Ay! Si tan solo lo amásemos algo…