martes, 9 de febrero de 2016

Contrastes

refugiados
Ha sido abrir el periódico y notar el terrible contraste entre la foto de la página de la izquierda y la de la página de la derecha. Posiblemente pase desapercibido en la mayoría de los lectores, pero yo me niego a que sea así y por eso lo escribo aquí, aunque sea un pobre y pequeño observador, una pobre y pequeña llamada de atención, una pobre y pequeña muestra de sensibilidad,  o tal vez, una forma de desahogar mi pena…
El titular de la foto de la izquierda nos pone en terribles antecedentes: “33 refugiados muertos al naufragar en el Egeo”. Sí, habla de los refugiados, esas personas que huyen todos los días del terror de la guerra, del hambre, de la muerte, y que llaman desesperadamente en la puerta de una civilizada, pulcra y poco hospitalaria Europa. En la foto no se ve una puerta abierta sino una vaya de barrotes de hierro y, al lado de esa vaya, una madre con su bebe en brazos y una niña detrás de ella que suponemos que será su hija. Si observas sus miradas pasarás de la mirada de desesperación, cansancio y pena de esa madre a la inocente, ausente y feliz de su bebé. La niña más mayor observa, posiblemente, al fotógrafo, o, a lo mejor, a la cámara, con curiosidad, un poco buscando otra mirada de complicidad, un poco buscando sentirse comprendida, pero es una mirada triste, para ser una niña. Pero no es una niña más; es una que le ha tocado ser parte de “los refugiados”, que le ha tocado ser protagonista activa de un capítulo duro de este mundo y que, si te fijas un poco más, parece decir con su mirada: “Tal vez nos abran esta odiosa vaya… tal vez esta noche durmamos en un sitio calentito…y, si damos con personas buenas, caritativas y generosas, tal vez hasta cene esta noche…y si no, ya me he hecho a la idea…”
La mirada de la madre es cansancio, es una mirada que ha perdido la esperanza, ruega ayuda, no puede más… “¿Es que después de andar todo lo que he andado, solamente me voy a encontrar con una vaya cerrada? ¿Será acaso que nos hemos vuelto invisibles y nadie nos va a ayudar?”
Pero lo que te hace hervir la sangre es que justo al lado, en la página de la derecha, hay un anuncio con una foto. Es un anuncio de un crucero y el titular, en contraste con el que hemos leído en la página de la izquierda, no tiene desperdicio: “Semana del crucero: Empápate de diversión”. En la foto se ve una mujer de espalda, con una especie de pamela, recostada a la orilla de una piscina dentro del barco, en bañador y con una copa de algo exótico en su mano, o sea, relajación, nada en que pensar, plena comodidad, sin problemas aparentes que vayan a enturbiar ese agradable momento… “¡qué bien me va todo! ¿quién quiere problemas?”
Contemplo las dos fotos y veo al mundo dividido en dos únicos y exclusivos grupos: los que les ha tocado formar parte de ese macabro capítulo de “los refugiados” y los que forman parte del glamuroso grupo que, tristemente, le da la espalda al primero. ¡Injusticia! Injusticia de un mundo injusto y egoísta, de un mundo endurecido ante los problemas de los demás, insensible al dolor ajeno, impertérrito ante las miradas de súplica.
Son otra clase de miradas, las veo en el metro todos los días cuando pasa alguien pidiendo “una ayudita, por favor”. No hay una lágrima, no hay una sonrisa, no hay amor en la gente para su prójimo. Más que contrastes, se me antoja llamarles ‘consecuencias’, consecuencias de nuestro YO, consecuencias de mi ambición, consecuencias de mi coraza que he desarrollado, junto con los demás, para que nada ni nadie me moleste…

Quiero romper esa coraza y seguir teniendo sensibilidad ante los que me rodean. Quiero que, si alguien lee esto, rompa también la suya; así, ya somos dos; seguro que somos más de dos los que pensamos igual, o, al menos, tengo esa esperanza.

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