miércoles, 3 de febrero de 2016

… y todo esto será principio de dolores.

tiende una manoEs muy duro aceptar las imágenes que diariamente nos llegan de los refugiados. Niños, jóvenes, mujeres, personas anónimas que huyen de la guerra y del hambre con desesperación.
Es muy duro comprobar que (casi) nos hemos acostumbrado a verlas. Es como si no tuviésemos opción. Si quieres saber a qué extremos se está llegando, tienes que verlas aunque se te parta el alma cuando asoma el cuerpecito inerte de un niño tirado en una playa, o sobre una roca, o sobre cualquier sitio donde haya llegado totalmente exánime, liberado ya del dolor y la angustia. ¿Cómo se puede esperar tanto para dar una solución a esta barbarie? ¿Es que los dirigentes de los países pueden soportar en sus espaldas tanto dolor?
Dicen “no es fácil”… Claro, les cuesta “dar el brazo a torcer”, “comerse su orgullo”, “pedir perdón”, mirar más allá de sus propios cuellos.
Ahora parece que hay un intento ¡al fin! Se reúnen sus majestades las autoridades para ponerse condiciones y trabas para prolongar un poco más esta agonía y ese éxodo interminable de personas que huyen, y que, para colmo, no hacen más que encontrar barreras en las fronteras de los países a los que acceden en busca de socorro. ¡Qué tristeza, Dios mío!
Pero, si estuviese en nuestras manos, ¿tardaríamos tanto en resolver este problema o estaríamos como ellos atascados en la burocracia y el politiqueo? Me da que son tantos los problemas, los obstáculos, las zancadillas que acaban poniéndose unos a otros que se hace tan difícil avanzar en una negociación a ese nivel que les da igual que se negocie sobre personas que sobre camellos… ¡les da igual!
Y ya no nos movilizamos por nada. Nos hemos hartado de tanta movilización por, tal vez, problemas menores que ahora, cuando hay un problema tan grande, finalmente se nos antoja una molestia, un grano, un escozor que podemos aplacar con un poco de silicona… para que nos resbale.

Tendríamos que estar todo el mundo en la calle, día y noche, gritando, haciendo ruido, que se nos viese, que se nos oyese, para ver si se sensibilizaban un poco con el prójimo, sí, ese prójimo al que deberíamos amar como a nosotros mismos. ¡Ay! Si tan solo lo amásemos algo… 

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