viernes, 29 de junio de 2018

El Amor

que nuestro amor no quede solo en palabras
El amor es uno de los temas favoritos del apóstol Juan en sus cartas. Él lo lleva a la práctica; no habla en sentido poético, romántico… tampoco se refiere al amor “eros”, no, él habla del amor como aquello que tiene que fluir con naturalidad de un verdadero creyente, de un verdadero hijo de Dios, de alguien que tiene a Jesucristo como su Señor y Salvador, como su Modelo por excelencia, como su Maestro, aquel a quien quiere obedecer y seguir.
“Queridos hijos, que nuestro amor no quede solo en palabras; mostremos la verdad por medio de nuestras acciones”. Antes había escrito: “Si alguien tiene suficiente dinero para vivir bien y ve a un hermano en necesidad pero no le muestra compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en esa persona?” Es fácil llenarse la boca de hermosas palabras; incluso auto engañarse con una supuesta piedad, fervorosa, devota. Pero el amor verdadero, no se puede expresar con palabras sino va acompañado de hechos. Jesús es un claro ejemplo de esto; el apóstol lo describe así: “Conocemos lo que es el amor verdadero, porque Jesús entregó su vida por nosotros”. Jesús habló mucho sobre el amor, y aconsejó sobre que incluso debemos amar a nuestros enemigos, pero evidentemente no se quedó solo con las palabras: lo expresó con hechos con la demostración más grande y sublime del amor divino, entregando su vida voluntariamente, en sustitución por la de los pecadores, muriendo por sus enemigos: “Casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores… Pues, como nuestra amistad con Dios quedó restablecida por la muerte de su Hijo cuando todavía éramos sus enemigos, con toda seguridad seremos salvos por la vida de su Hijo.” (Romanos 5:7-8, 10).
Así que como Dios no sólo habla del amor sino que ama, igualmente sus hijos debemos amar con nuestros hechos: “Nuestras acciones demostrarán que pertenecemos a la verdad, entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios.” “Pertenecer a la verdad” es, según la Biblia, ser ciudadanos del cielo, o lo que es lo mismo, pertenecer a Dios y obedecerle siguiendo a Cristo. Conocemos que “somos de la verdad” cuando en la práctica demostramos ese amor, primeramente a los hermanos en la fe y luego con nuestro prójimo en general: “Y su mandamiento es el siguiente: debemos creer en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y amarnos unos a otros, así como él nos lo ordenó.” Este mandamiento se repite en las cartas de Juan continuamente, prueba evidente de que al Juan discípulo se le habían grabado a fuego las instrucciones de Jesús: “Así que ahora les doy un nuevo mandamiento: ámense unos a otros. Tal como yo los he amado, ustedes deben amarse unos a otros. El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos.” (Juan 13:34-35). “Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado… Este es mi mandato: ámense unos a otros.” (Juan 15:12, 17).
Y en esa misma línea vemos como responden sus cartas: “Queridos amigos, sigamos amándonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es un hijo de Dios y conoce a Dios; pero el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” He ahí la clave, he ahí la evidencia sobre si la persona tiene comunión con Dios o no. El amor genuino tiene su origen en Dios; el amor forma parte de la naturaleza divina, no se trata de un atributo sino de lo que Dios es y el creyente recibe de ese amor en su corazón, según nos explica el apóstol Pablo en su carta a los Romanos: “Sabemos con cuanta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor.” De manera que los creyentes aman como impulsados por el sentimiento divino que Dios mismo produce en nosotros. “No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.” Podría decir que esto es el broche de oro final. Aunque nosotros no éramos dignos de su amor, Él envió a su Hijo igualmente porque Él es Amor, tomó la iniciativa amándonos primero y proporcionándonos la manera de que pudiésemos tener relación con Él gracias a su Amor , Gracia y Misericordia. “Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento, para que podamos conocer al Dios verdadero. Y ahora vivimos en comunión con el Dios verdadero, porque vivimos en comunión con su Hijo, Jesucristo. Él es el único Dios verdadero y Él es la vida eterna.” (1 Juan 5:20).

lunes, 11 de junio de 2018

El prójimo

Colaboración de Manuel José Díaz Vázquez

Porción de la Escritura: Lucas 10:25-37
¿quien es mi prójimo?
Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?  Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? 
Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo. 

Cuando el intérprete del la ley le preguntó al Señor: “¿Y quién es mi prójimo?”, se encontraba lejos de sospechar que él mismo iba a contestar su pregunta, tan centrado estaba en su propia justificación cuando la hizo. 
No vamos a detenernos a estudiar toda la porción, sino, solamente, a extraer dos puntos esenciales acerca del término “prójimo”, que vienen a ser como las dos caras de una misma moneda. 
Cuando el Señor contesta al intérprete de la ley con esta parábola, a medida que la vamos leyendo tenemos la impresión de que el herido representa al prójimo y las personas que pasan a su lado expresan diferentes actitudes con respecto a él. Luego, vamos reflexionando acerca de los detalles: el sacerdote, el levita, el samaritano y lo que hacen cada uno de ellos, reparando en el hecho de que los dos primeros son judíos… Pero da la impresión de que la pregunta pasa a un segundo plano. Y sin embargo, ya está contestada. Mi prójimo es cualquiera: cualquier hombre. Haríamos mal en restringir el ámbito del término a los más próximos como se puede derivar de su etimología griega: familia, amigos, vecinos, conciudadanos, camaradas, compañeros, hermanos… El concepto incluye a cualquier hombre que nos encontremos en nuestro camino existencial, por decirlo así. Depende de mis movimientos. Si yo estoy en el local de la iglesia, mis prójimos son mis hermanos, pero si salgo de ella, mis prójimos son los transeúntes anónimos que me voy encontrando por el camino sean o no de mi raza o religión, y si estuviese en un país remoto que no tuviese que ver con las costumbres y la cultura del mío, la percepción es la misma. Es, en este sentido, un concepto universal… 
Pero es solo una cara de la misma moneda como dijimos anteriormente.  El Señor no se detiene aquí y hace una pregunta en el versículo 36 que vuelca la percepción anterior, o mejor dicho, la complementa. Sorprendentemente, el prójimo ya no es el herido, que no deja de serlo al mismo tiempo. El prójimo es el samaritano. ¿Cómo puede ser esto? Y es aquí cuando el intérprete de la ley da la respuesta definitiva a su propia pregunta, nos da una definición perfecta, llevado por el Señor, de quién es el prójimo: “El que usa de misericordia con los demás”. Ese es el verdadero prójimo. O sea, que ser prójimo viene definido por el interior, por el corazón, de si tenemos o no misericordia para con los otros. Misericordia práctica, se entiende. Es decir, una ternura entrañable hacia los demás que lleva a aliviar el sufrimiento ajeno. Prójimo es el que da y el que recibe. Y cada uno de nosotros puede estar en ambos puntos, aunque mejor es dar que recibir… Es un principio de identidad que nos iguala a todos.
Recordemos, para finalizar, otra porción en Mt 9:27, cuando dos ciegos le gritaban: “¡Ten misericordia de nosotros, Hijo de David!”. El Señor fue el Prójimo de ellos, es el Prójimo de toda la Humanidad. 
Que Él nos ayude a tener misericordia de los demás. 

** Manuel es autor de las novelas "Queso fresco con membrillo", "A las vacas de la señora Elena no les gusta el pimiento picante", "La calavera de Yorick" (Ediciones Atlantis) y "Apuntes y memorias del peor estudiante del mundo" (Liber Factory).