Hace unos días leí un comentario sobre los programas de televisión de cámara oculta y los motivos que tenían los realizadores para grabar esos programas y me llamó la atención que había dos motivos totalmente opuestos en sus metas, ya que mientras unos pensaban que “la gente es maravillosa y salimos para confirmarlo”, otros por el contrario consideraban que “la gente es estúpida y vamos a encontrar maneras de demostrarlo”, lo que llevaba al comentarista a decir que “nuestra manera de ver a las personas determina cómo las tratamos.”
Uno de los lugares donde nos cruzamos con más gente al día es en el transporte público, en mi caso el metro y el tren. No sé si es una cualidad o un defecto pero creo que soy un observador de las personas, en el sentido de que cada persona es un mundo y hay personas que, por sus reacciones, sus gestos, su forma de hablar, transmiten una forma de ser, una vida, un carácter, que, a veces, abre la imaginación a unas suposiciones que seguramente estarán a años luz de la realidad, pero que en mi imaginación toman forma como si estuviese recopilando personajes para escribir “la novela de la vida”.
Pero hay otra forma de mirar a las personas que debería ser característica de los cristianos, embajadores de Dios en el mundo, mensajeros de la Verdad. Este comentarista lo expresaba así: “Mi amigo Bob Horner dice: “Cuando consideramos a las personas como perdedores, las tratamos con desprecio. Cuando las vemos como perdidas, las tratamos con compasión”. Bob se había fijado en la mirada de Alguien: Jesús.
¿Cómo mira Jesús? En Lucas 19:1-10 hay un relato muy conocido: el encuentro de Jesús y Zaqueo y hasta ahora no me había fijado en que muestra diferentes formas de “mirar” y la conclusión de las diferentes formas de hacerlo. Dice el relato que Zaqueo, un principal de los publicanos y rico, procuraba ver quién era Jesús pero no podía a causa de la multitud porque era pequeño de estatura. Esta primera mirada es de curiosidad, o, de necesidad. Podía ser que la fama de Jesús habría llegado hasta Zaqueo y, como pasaba por la ciudad, su curiosidad hizo que se acercase al lugar por donde pasaba para poder conocerlo, ver su aspecto, y, con suerte, ver alguno de sus famosos milagros u oír alguna de sus sentencias… Podía ser también que hubiera oído hablar a alguno de los que había creído en Jesús y Zaqueo sintiese necesidad de recibir algún mensaje que orientase su vida o que lo sacase de las dudas o confusión que tuviese en ese momento. Era rico pero, una vez más, el dinero no respondía a todas sus inquietudes.
Zaqueo se sube a un árbol y sucede algo que él no se podía ni imaginar: de ser uno más entre la multitud, un observador anónimo, pasa a ser protagonista: Jesús llega a aquel lugar y ¡alza la vista!, le vio y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende; porque hoy es necesario que me quede en tu casa”. Entonces él descendió aprisa y le recibió gozoso. ¡Que bien le había salido la jugada! No lo podía ver y, de repente, le llama por su nombre y le dice, con la autoridad propia del Señor, que ese mismo día iba a posar en su casa porque era necesario. ¿Cómo lo miró Jesús? La Palabra nos dice que Dios no mira la apariencia de las personas sino que mira directamente al corazón y de esta forma es cuando conocemos el motivo del interés de Zaqueo por ver al Maestro. Jesús había visto una inquietud en aquella persona y, más adelante, nos da a entender que Jesús no había visto a un perdedor, sino una persona perdida necesitada de un cambio en su vida, necesitada de salvación.
Pero hay otra forma de mirar descrita en el relato: “Al ver esto, todos murmuraban diciendo que había entrado a alojarse en la casa de un hombre pecador.” Bajo el sistema romano, los publicanos eran los recaudadores de impuestos (como también lo era Mateo), y era una ocupación propicia para el fraude, como el mismo Zaqueo reconoce después. Y esto era lo que veían todos excepto Jesús: un perdedor, un traidor a su pueblo, un ladrón. De manera que la mirada era de desprecio, mientras que la de Jesús era de compasión, de misericordia.
No sabemos el intercambio de palabras que habría entre Jesús y Zaqueo, pero si sabemos las consecuencias. Zaqueo cambió radicalmente su corazón y Jesús anunció: “Hoy ha venido la salvación a esta casa…” Jesús había dicho que era necesario que ese mismo día pasase algo grande en la casa de aquella persona, porque Jesús vio una persona necesitada del mensaje de salvación.
Cuando miro a los demás ¿qué veo? He decidió ver a personas necesitadas de salvación, aunque, ¿quién sabe? Muchas de las que se cruzan conmigo pueden ser hermanos en la fe, no lo sabemos. Hace unos meses, un joven entró en el vagón del metro vendiendo unos bolígrafos muy llamativos como un medio de ganarse la vida y me pareció oportuno comprarle uno, para ayudarlo. Cual no fue mi sorpresa cuando tan pronto se lo pagué me dio las gracias entregándome un folleto evangélico. Un joven totalmente anónimo resultaba ser un hermano en la fe “activo”, aprovechando su humilde trabajo para sembrar “la Palabra” ¡que ejemplo! Le di las gracias y me presenté diciéndole que lo guardase para otro ya que éramos hermanos en la fe y yo ya no lo necesitaba. Con una gran sonrisa me estrechó la mano y me dijo ¡Que Dios te bendiga, hermano! ¿No es maravilloso?
¿Qué sucedería si yo hubiese mirado a ese joven como a un perdedor, si lo hubiese mirado con desprecio? ¿Dónde quedaría el ejemplo de mi Maestro? Jesús ve personas perdidas a las que ama y nosotros debemos aprender de él, porque parece que solo nos damos cuenta de que existen muchas almas perdidas cuando estamos entre las paredes de una Iglesia. La actitud de Jesús ante las multitudes era de compasión porque las veía como ovejas sin pastor. Nuestra actitud ante la gente debe ser la misma.
Termino con la frase con la que terminaba el comentarista: “Los que han sido hallados deben buscar a los perdidos.” Que así sea.
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