miércoles, 14 de octubre de 2020

Poca fe

Pedro es el discípulo de Jesús que destaca por su protagonismo en algunos de los momentos más impactantes del tiempo que Jesús estuvo en esta tierra. A causa de eso, es también uno de los que más reproches recibió, aunque los reproches de Jesús siempre son llenos de amor. La escena de cuando Jesús lo invita a andar sobre el agua es bien conocida y muy usada por nosotros cuando reconocemos nuestra tendencia a apartar la vista del Maestro para asustarnos por la fuerza del viento y el aspecto de las olas de prueba que a veces nos acechan hasta el punto de que las palabras de Jesús para Pedro, las entendemos dirigidas a nosotros: “Tienes tan poca fe ¿por qué dudas de mí?”

Esta mañana he leído en la hoja del calendario La Buena Semilla (www.labunasemilla.net), cuatro verdades básicas que debemos de considerar cuando las pruebas nos desconciertan:

La primera verdad básica es una promesa de Jesús: “Tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos” (Mateo 28:20) y ese ‘siempre’ implica todos los días, incluidos los días de prueba. Alguno pudiera recordar que esta promesa se la dijo Jesús a sus discípulos, a los que estaban allí en aquel momento; pero nosotros al aceptar seguir a Jesús somos también sus discípulos, de hecho, la frase ‘hasta el fin de los tiempos’, que en la traducción de la Reina Valera dice ‘hasta el fin del mundo’, obviamente no podría incluir solamente a los que estaban allí.

La realidad no es que podamos pensar que está a ‘nuestro lado’ en cada circunstancia, la maravillosa verdad es que está ‘en nosotros’, en el interior de cada uno de los creyentes como dice la promesa de Juan 14:17-19: “El Espíritu Santo, quien guía a todos a la verdad, el mundo no puede recibirlo porque no lo busca ni lo reconoce; pero ustedes sí lo conocen, porque ahora él vive con ustedes y después estará en ustedes. No los abandonaré como a huérfanos; vendré a ustedes. Dentro de poco, el mundo no me verá más, pero ustedes sí me verán. Dado que yo vivo, ustedes también vivirán.”

La segunda verdad básica la encontramos en la carta de Pablo a los Romanos: “Y sabemos que Dios hace que todas las cosas cooperen para el bien de quienes lo aman y son llamados según el propósito que él tiene para ellos” (Romanos 8:28). ‘Todas las cosas’ incluye ‘todas’, incluidas las pruebas que nos puedan hacer sufrir, aunque en principio no lo podamos entender. Me gusta la firmeza que tiene Pablo cuando dice “sabemos”, en otras palabras “estoy totalmente seguro de que esto es así” porque mi experiencia en la vida así me lo ha demostrado y no sólo mi experiencia, sino por la de otros siervos de Dios que son ejemplo para nosotros en las historias que se recogen en el Antiguo Testamento: en orden cronológico podemos recordar a Jacob como el Señor lo fue bendiciéndolo en la vida a pesar de que las perspectivas no eran nada halagüeñas, sin embargo lo prosperó y lo acompañó hasta el día de su muerte, como recoge Génesis 48:3-4 en sus palabras poco antes de morir: “El Dios todopoderoso se me apareció en la aldea de Luz, en la tierra de Canaán, y me bendijo con estas palabras: “Te haré fructífero y multiplicaré tu descendencia. Haré de ti una multitud de naciones, y daré esta tierra de Canaán a tus descendientes como posesión perpetua”.

Otro ejemplo bien conocido es el de José, unos de los hijos de Jacob cuya vida detallada recoge la Biblia y que, por las circunstancias, parecía que iba a ser una vida llena de desgracias y de pruebas en las que él se mantuvo fiel. Cuando se da a conocer en Egipto a sus hermanos los que lo habían vendido como esclavo, tiene estas hermosas palabras de reconocimiento a la provisión de Dios: “Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas personas.” (Génesis 50:20).

Y así podríamos recordar a Josué, Job, David y como no, el mismo Pablo es testigo de como en las pruebas y tremendas dificultades por las que pasa, Dios estuvo ayudándolo y mostrándole como esas circunstancias acercaban a personas a su camino que iban a ser salvas y formar parte de los ciudadanos del Cielo porque Dios así lo disponía y el apóstol era primer testigo de que ‘todo’ lo que le sucedía contribuía al cumplimiento del propósito de Dios para bien de muchas personas y del propio crecimiento espiritual de Pablo.

La tercera verdad básica se refiere a las necesidades materiales y también a las ansiedades que nos preocupan y dejan sin aire por nuestra poca fe y confianza en el poder, la bondad y la seguridad de las promesas de Dios. Dice así: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). El Señor nos está diciendo que no hay ninguna necesidad que no podamos llevar a Su presencia. Tal vez no tengamos una respuesta inmediata como sería nuestro deseo, pero podemos estar seguros de que habrá respuesta a su tiempo, sea positiva o negativa, porque a veces es bueno para nosotros que sea negativa aunque no nos demos cuenta al pronto y sí más tarde; lo que está claro es que mientras esperamos, la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, reinará en nuestro corazón.

Y la última verdad que nos recomiendan desde La Buena Semilla hace referencia al consuelo de Dios: “Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros.” (2 Corintios 1:3-4). En nuestras pruebas deberíamos recordar que el deseo de Dios es sostenernos, darnos fuerzas y consuelo a través de Su Palabra y de Sus promesas. Cuando le pido a Dios que aumente mi fe y mi confianza en Él, siempre me presenta textos como éstos que me hablan de la realidad de Su presencia en mi vida, una realidad que es evidente en muchas pruebas pasadas y superadas resueltas muchas veces por su clara intervención, algo que se nos hace tan palpable que clamamos gozosos: “¡Gracias Señor!”, por lo que no tiene justificación que cuando pasa el tiempo me olvide de esas respuestas y de esa ayuda y me suma en la tristeza y la ansiedad como si Dios cambiase de postura y se olvidase de mí. Eso no es posible porque Dios no cambia nunca y es fiel eternamente a Sus promesas como siempre me demuestra, algo que debería alimentar mi fe y mi confianza de una manera progresiva, algo que es patente en todos mis hermanos cristianos que, como dice Pedro, también están pasando por las mismas pruebas para vivir las mismas experiencias de la realidad y la fidelidad de nuestro Dios.

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