“Oíd hijos, la enseñanza de un padre; estad atentos para adquirir
entendimiento” (Proverbios 4:1)
El escritor de Proverbios entendía que el
atender el consejo de un padre era un buen método para adquirir entendimiento,
de hecho según aclara Malbim, la expresión de “un padre”, en contraste con 1:8
(“tu padre”), “insinúa que está impartiéndoles una instrucción paternal que él
mismo había recibido de su padre”, lo que le da más fuerza a la idea pero, ¡qué
poco valor se le da, en general, hoy en día a lo que un padre nos pueda
aconsejar! Normalmente nos damos cuenta de lo que vale esta sentencia cuando ya
tenemos la edad que nuestro padre tenía cuando nos quería aconsejar y de ahí
que el escritor recuerde que “también fui hijo de
mi padre” y “él me enseñaba y me
decía: “Retenga tu corazón mis palabras; guarda mis mandamientos y vivirás.”
(Pr.4:3-4).
Distancia generacional; nuestra vida es muy corta pero
cuando queremos marcar distancias generacionales, parece que vivamos una
eternidad, que los padres se han quedado a años luz de sus hijos, que ya no
entienden nada, que están obsoletos, pasados, anticuados…
Es verdad que los avances tecnológicos van tan rápido que a
determinada edad ya no asimilamos todo lo que llega, una porque no todo nos
interesa y menos nos absorbe como lo hace con las nuevas generaciones, y otra
porque nos faltan reflejos para captar tanto avance, pero la vida lleva una
línea “clásica” en la que los valores, las verdades y las realidades son
siempre parecidas, sino igual, a lo que hemos vivido los más mayores y los
padres de ellos igualmente. Como dice el Predicador del Eclesiastés “Nada hay
nuevo debajo del sol.” Y los consejos de un padre van por esa senda en donde
abunda la sabiduría, el entendimiento, los dichos sabios de los antiguos, la
disciplina, la rectitud…
“¡Adquiere sabiduría!
¡Adquiere entendimiento!... No la abandones y ella te guardará” (Pr.4:5) La
sabiduría de la que se habla aquí es la sabiduría verdadera, la que nos
recomienda a Dios, la que obra de manera tal que nos capacita para vivir una
vida de acuerdo con las instrucciones del sabio Dios, da un sentido único a
nuestra vida y nos embellece el alma de forma que nuestro rostro refleja esa
belleza… Salomón sabe por su experiencia que todas las demás cosas del mundo son
secundarias, apenas valen nada comparadas con la sabiduría que Dios nos puede
regalar, porque Dios la da a quienes se la piden: “Y si a alguno de vosotros le falta sabiduría, pídala a Dios, quien da
a todos con liberalidad y sin reprochar; y le será dada” (Santiago 1:5).
“No entres en el
sendero de los impíos, ni pongas tu pie en el camino de los malos.” (Pr.4:14).
Dos caminos: el de los justos y el de los impíos. ¿Qué extraño suena esto hoy,
verdad? Salomón usa esta alegoría de los dos caminos en más ocasiones. En este
capítulo 4 de Proverbios sobre el que estoy escribiendo, ya lo inicia en el
verso 11 donde menciona el camino de la
sabiduría, camino en el que el padre ha instruido a su hijo, camino que
desea que no abandone; ese sería el de los justos. El de los impíos se asocia a
la oscuridad y por tanto es un camino en el que se tropieza, porque no se ve en
él; evidentemente, para un padre, es poco recomendable para su hijo. “Pero la senda de los justos es como la luz
de la aurora que va en aumento hasta que es pleno día.” “Sobre tus caminos
resplandecerá la luz”, se lee en Job. La luz se asocia con Dios, las tinieblas
con el mal y sus secuaces. El padre amoroso anhela que sus hijos anden en luz,
la luz que resplandece desde las Escrituras, la luz que también es Cristo
nuestro Señor: “Jesús les habló otra vez:
Yo soy la luz del mundo. El que me sigue nunca andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12): ¡Que palabras más sublimes! ¡Qué
hombre podía aseverar esto sino el Hijo del Hombre como le gustaba llamarse a sí
mismo a Jesús! El Hijo de Dios, que provenía de Dios, quien a su vez afirma ser
luz (1 Juan 1:5): “Dios es luz, y en él
no hay ningunas tinieblas.” El buen padre aconseja a su hijo el camino de
los justos, el camino de la luz; ellos caminan guiados por la Palabra de Dios,
la cual es luz para el camino, guía para saber dónde poner los pies: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y
lumbrera a mi camino” (Sl.119:105).
“Hijo mío, pon
atención a mis palabras; inclina tu oído a mis dichos” (Pr.4:20). Consejos,
luz, justos, guiados por la Palabra… No deja de ser un contraste con lo que
cualquier joven esté pensando hoy en día, guiado por lo que se ve en el cine,
los video juegos, las modas, el avance de lo prohibido, la necesidad de vivir
la rebeldía de la edad, los desafíos de los compañeros, ¿dónde cabe ahí la
exhortación que puede sacarse de una Biblia? Solamente en un corazón cambiado
por Cristo entran las palabras divinas como bálsamo, fuerza, guía, empuje.
Conozco jóvenes criados en familias cristianas que conocen perfectamente la
guía de la Palabra de Dios, como también he conocido jóvenes criados en ese
tipo de familias que han decidido pasarse “al lado oscuro” por experimentar lo
vetado, lo desconocido, el riesgo… Hay jóvenes que se encuentran con Jesús sin
saber nada de Él anteriormente; los hay que ya lo conocían y prefieren dejarlo
a un lado para vivir y saborear un poco “la oscuridad”.
La Biblia contiene la Palabra de Dios que es eterna: siempre
ha sido, es y será. Y Ella envía el mensaje: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra… En mi
corazón he guardado tus dichos para no pecar contra ti” (Sl.119:9 y 11).
Los consejos de un padre cristiano van en esa línea; por eso tiembla ante la
otra perspectiva y se ve obligado a decírselo a su hijo: “Aparta tu pie del mal.” Los consejos están dichos. Ahora se trata
del juicio del chico para que escoja los deseados.
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