Ayer tuve la oportunidad de ver en el programa Documentos
TV, el documental “El barco de los cirujanos” sobre un barco hospital que lleva
más de 20 años visitando varios países del África occidental. Está considerado
el hospital flotante más grande del mundo; en él, voluntarios sanitarios de más
de 40 países ofrecen a miles de personas diagnósticos e intervenciones
quirúrgicas totalmente gratuitas.
El vídeo es poco apto para estómagos medianamente sensibles,
como el mío. Tan pronto comenzaron a verse imágenes, se me revolvió el estómago
y confieso que ha habido momentos, especialmente de intervenciones quirúrgicas
y otras de primeros planos de alguna enfermedad, en los que no pude mirar.
El barco se llama ‘África Mercy’ y en él se atiende a las
personas más pobres del lugar en el que atracan. Tan pronto se tuvo noticia de
que el barco había llegado a puerto, en esta ocasión Guinea, se empiezan a
formar una colas muy largas en las que se encuentran personas que parecen
sacadas de una película de ciencia ficción: niños, jóvenes y mayores
deformados, con tumores gigantes en la cara, cuello, cerebro, deformaciones
congénitas, heridas de guerra, gente con enfermedades ya superadas en el
llamado primer mundo, padeciéndolas y propagándolas, enfermedades malignas y
horribles que además de propagarse, matan en la mayoría de las ocasiones.
Estas pobres personas esperan pacientemente a encontrarse
con los “ángeles” que trabajan en ese hospital flotante. Porque el trato que
pudimos observar es el mismo que te dan cuando vas a un hospital privado, pero
además lleno de amor. Allí los analizan, les hacen pruebas, radiografías y todo
lo necesario para elaborar un diagnóstico que puede ser positivo si se puede
operar o triste y negativo cuando la operación no se puede llevar a cabo por
tratarse de un tumor maligno muy extendido o una situación imposible para la
cirugía más moderna que por muy adelantada que esté, no puede hacer frente a
determinadas enfermedades.
Ese personal voluntario son doctores, enfermeras y
enfermeros y todo tipo de personal especializado que dejan todo en su tierra de
origen y se embarcan durante un año en el África Mercy, donde diagnosticarán a
más de tres mil personas y operarán con éxito a otras tantas en los cuatro
quirófanos instalados en el barco. “Pensé, esto es lo que quiero, salvar vidas
y cambiar el mundo”, afirma orgullosa una doctora australiana en “El barco de
los cirujanos”, que posee su propia página web www.nde.ong,
está financiado exclusivamente a través de donaciones.
“Cuando te encuentras en este entorno, la necesidad de
ayudar resulta embriagadora y una vez que empiezas, no puedes parar” asegura satisfecho
otro de los cirujanos. Muchas de estas enfermedades
Existen aquí y son curadas con el tratamiento adecuado pero
en los países africanos más pobres no tienen recursos para poder curarlos, en
muchas ocasiones porque los recursos de que disponen los emplean en financiar
guerras salvajes y ternas que arruinan el país y las pobres vidas de los que
viven en él. Algunos comentarios de los pobres padres, abuelos o familiares de
los enfermos, hablaban de su situación desesperada: “No teníamos dinero, no le
podíamos llevar al hospital. La primera vez que pisó un hospital fue cuando
llegó el barco”, cuenta agradecido el padre de una niña con un enorme tumor en
la cara. “Es una sensación única, cuando le entregas una tarjeta que dice: ven
a vernos, te hacemos una cirugía gratis y tu vida cambiará para siempre” dice
otra de las cirujanas, que trabajan en el barco de la entrega, la generosidad y
la disponibilidad.
En este reportaje se pudieron ver algunos casos
detenidamente, desde que eran diagnosticados hasta que eran intervenidos, con
imágenes muy duras de algunas fases de las intervenciones y con momentos enormes
de emoción al ver el ‘milagro’ logrado en algunas de aquellas pobres vidas.
Especialmente emotivo fue el caso de un niñito de 2 años con
un tumor terrible en la boca, acompañado de su joven padre, al que después de
hacerle todas las pruebas tienen que comunicarle que no se puede operar porque
el tumor es maligno y supondría la extensión por todo el cuerpo con mucho más
dolor y sufrimiento para finalmente morir sin solución. Entonces surgió otra
voluntaria que en los subtítulos pusieron como “ayudante pastoral” y que tiene
la dura labor de comunicar a los familiares el resultado de las pruebas. Una
persona afable, cariñosa, que fue explicando al padre que su hijo estaba en las
manos de Dios ya que las manos de los hombres no podían ayudarle. El padre lo
tomó con mucha serenidad y resignación. Pero es que además se unieron a esa
conversación los cirujanos, especialistas, enfermeros, etc., para consolar al
padre, de manera que se presentó un cuadro de solidaridad, amor y entrega que
nos mostró que el amor de Dios impregna a esas personas tan comprensivas y tan
buenas.
La cara opuesta a tanta tristeza fue el de dos niños, una
niña y un niño, con sonrisas de felicidad después de haber superado sendas
operaciones terribles para arreglar sus destrozados y retorcidos cuerpos. Aun
se me llenan los ojos de lágrimas cuando recuerdo esas imágenes y también de
agradecimiento a la labor altruista de estas personas, personas que son una
bendición para sus semejantes más necesitados.
¡Que el Señor los bendiga y provea corazones generosos que
sigan apoyando esta obra humanitaria sin precedentes!
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