La fe es la constancia
de las cosas que se esperan, la comprobación de los hechos que no se ven.
Creemos por fe; creemos en lo que Dios nos cuenta en Su
Palabra por medio de la fe… es más, la fe viene al leer esta Palabra Sagrada de
manera que se produce una obra de Dios en nosotros por medio del Espíritu
Santo. La fe es un don del Espíritu. Es la que nos hace tener esa constancia,
ese convencimiento de que Dios está ahí. Los apóstoles le dijeron a Jesús: “Auméntanos
la fe”. Cómo será de pequeñita nuestra fe que Jesús les/nos respondió: “Si
tuvieseis fe como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: ¡Desarráigate y
plántate en el mar! Y el árbol os obedecería.” ¡Mucho nos queda por ver y
aprender!
Lo grande de todo esto es que somos salvos por medio de la
fe ¿Cómo es esto? Bueno, el Señor nos salva por gracia (favor inmerecido), por
medio de la fe según dice en Efesios 2:8. ¿De qué nos salva? De la muerte
eterna. Ser salvado es pasar de muerte a vida y esto sólo nos lo puede regalar
Dios gracias a que Jesús pagó por nosotros el precio de nuestro pecado. Ahí actúa
la gracia infinita de Dios, la gracia perdonadora de Dios porque la salvación
es de Dios.
Pero entonces ¿qué significa que es “por medio de la fe”?
Bueno, la fe es el instrumento que Dios nos da para alcanzar la salvación. La
fe es el medio, no la causa, y es también un don de Dios. De Él viene todo para
que podamos ser salvos: “Porque por
gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es DON de Dios. No es por obras para que nadie
se gloríe.”
La fe es el instrumento, el canal por medio de la cual se
reciben los beneficios de la obra de Cristo y, además, es el único medio. Jesús predicó esto con
insistencia: “El que oye mi palabra y cree…” Oír… la Palabra, creer… a
consecuencia de Ella. Nada puede proceder de nosotros para alcanzar la
salvación. La confianza de que lo que leemos procede de Dios mismo y la
aceptación de que lo que hizo Jesús (narrado en esa Palabra), nos salva, es una
demostración de que ese regalo de Dios, esa fe, ha entrado en nuestro corazón. “…para vosotros (esta fe) es indicio de salvación; y esto procede de
Dios.” (Fil.1:28) “Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo.” (Ro.5:1). Además, es imposible agradar a Dios sin fe
(He.11:6), porque es necesario que el que
se acerca a Dios crea que Él existe…” No se trata de aceptar la existencia
de Dios así, sin más, como un pobre crédulo. Es por medio de la fe que, casi
podríamos decir, “vemos” al Invisible: “A
Dios nadie le vio jamás; el Dios único que está en el seno del Padre, él le ha
dado a conocer.” (Jn.1:18) “Tanto
tiempo he estado con vosotros, Felipe, ¿y no me has conocido? El que me ha
visto, ha visto al Padre (Jn.14:9).
Entonces vamos entendiendo la función de la fe porque es
imposible intentar acercarse a Dios para adorarlo, pensando que no existe. Es
imposible. No puedo tener comunión personal con alguien como si estuviese inventándome
un “amigo invisible”. La fe, dada por Dios, me revela su existencia. Es como
una combinación de todo. Tu coges la Biblia y lo primero que lees es “En el
principio creó Dios…” y ¡ya está Dios ahí! La Biblia comienza haciendo esa
tremenda declaración que el hombre rechaza de plano: ¡Dios es el creador de
todo cuanto existe! ¡Y ya está! Él estaba ahí, y en otros pasajes nos dice que
ya estaba antes de ese principio de la creación porque Él es eterno, no hay
tiempo ni influencia de tiempo en Él. ¿Cómo podemos explicar nosotros a Dios
con nuestras cortas palabras? ¿Cómo medirlo? “En el principio… Dios” y…
¡gracias, Señor, porque por fe creo que fue así!
La realidad de esta fe es tan evidente en el verdadero
cristiano que ¡puede ser probada! “Hermanos
míos, tenedlo por sumo gozo cuando os encontréis en diversas pruebas, sabiendo
que la prueba de vuestra fe produce
paciencia.” (Stg.1:2-3) Los creyentes tenemos que ser conscientes que nos
aparecerán dificultades, situaciones difíciles y muchas veces dolorosas que
pondrán a prueba nuestra fe. Es normal en la vida del cristiano. Se predica
demasiado por ahí que la vida del creyente es como un camino de rosas… ¡Eso es
falso! Jesús nos avisó con antelación: “En el mundo tendréis aflicción…” Las
aflicciones producen tristeza, preocupación, ansiedad… sin embargo es curioso
leer lo que nos dice el apóstol “¡tenedlo por sumo gozo!” ¿Cómo es posible
esto? La respuesta viene a continuación: Dios permite que pasemos por pruebas
(y recordad, dolor, tristeza, aflicción…) para recibir consecuencias
beneficiosas para nuestra santificación, para nuestra madurez como creyentes en
Cristo. Es en esas pruebas donde se pone de manifiesto la pureza y verdad de
nuestra fe. Y lo más importante: ¡Detrás de esas pruebas esta Dios mismo! Para
nosotros no existen las casualidades. Existe Dios que, muchas veces comparamos
con un alfarero moldeando un vaso de barro. El vaso somos cada uno de nosotros.
Y tal como vemos forjarse y retorcerse e, incluso, romperse ese barro, el
motivo final es la creación de un buen vaso “en el que otros puedan beber”. Es
en las pruebas donde somos forjados y aprendemos experiencia y a valorar, y a
reconocer, la gracia de Dios.
El Dr. James Dobson es el autor del libro “Cuando lo que
Dios hace no tiene sentido”. Lo estoy leyendo por segunda o tercera vez y se lo
aconsejo a cualquiera que quiera leer sobre Jobs contemporáneos que han
soportado, soportan y soportarán las pruebas más duras y difíciles de entender
y que podamos imaginarnos. Pruebas que hacen que hermanos pastores, ancianos,
maduros en la fe, estén a punto de rendirse y pensar que Dios los ha abandonado
en medio de la tempestad. No tenemos por qué derrumbarnos ahora ni echarnos a
temblar. Tenemos una promesa que conocemos bien: “No os ha sobrevenido ninguna tentación (prueba) que no sea humana; pero fiel es Dios, quien
no os dejará ser tentados (probados) más
de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación (prueba) dará la salida, para que la podáis
resistir.” (1 Co.10:13) Así que como seguidores de Jesús que hemos hecho la
firme promesa de seguirle tomando la cruz, tenemos que saber que esa cruz, a
veces, puede ser muy pesada e incomprensible, pero sabemos, por la fe, que Dios
está ahí con un propósito, propósito que con el tiempo podemos llegar a conocer
o que, en algunos casos, lo llegaremos a conocer cuando estemos en el cielo: “Ahora vemos oscuramente por medio de un
espejo, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero
entonces conoceré plenamente, así como fui conocido.” (1 Co.13:12).
Siempre ponemos a Job como el ejemplo extremo de prueba y
sufrimiento, pero también podemos mirar para nuestro Señor Jesucristo: Jesús empieza
su ministerio maravillosamente, en el bautismo oye la voz del Padre como
respaldo, ve descender sobre Él al Espíritu Santo, Juan el bautista lo reconoce
como el Mesías esperado… pero, una vez que experimenta este inicio tan
estimulante, es enviado por el Espíritu al desierto a sufrir tentaciones
durante cuarenta días. ¡Vaya! ¡ya no es tan maravilloso el peregrinaje en este
mundo!
Empieza a predicar, a sanar enfermos, a anunciar el
Evangelio de Salvación y es aclamado, seguido, lo quieren nombrar rey,
caudillo, líder de la revuelta contra los ocupantes de la nación, lo reciben
como al Cristo, el Mesías entrando en Jerusalén… ¿y que sucede después?
Comienza un terrible descenso hacia el valle de sombra y de muerte en donde
Jesús llega a decirle a Dios ¡¿por qué me has dejado solo en esta durísima
prueba?!... ¿vemos la situación? Pero el Señor descansó en Dios y confió en Él
hasta el momento de entregar su alma: ¡hágase tu voluntad y no la mía! ¿Había
propósito detrás? Había un santo e indescriptible propósito: la salvación de
toda la humanidad que creyese que ese sacrificio se hacía por ellos, se hacía
por cada uno de nosotros para que creyendo, por fe, fuésemos salvos y liberados
de la condenación eterna.
Igualmente solo que a nuestro “pequeño” nivel, aunque no
entendamos porqué nos pasan a veces cosas, que parece que Dios nos ha
abandonado, que parece que estamos solos ante las situaciones más inverosímiles,
Dios tiene un propósito que puede que no lleguemos a conocer aquí, mientras estemos
en la tierra. “Dios usa cada acontecimiento (leo en el libro del Dr. Dobson),
para cumplir sus propósitos. Por ejemplo, los cinco misioneros que fueron
matados con lanzas por los indios huaorani en el Ecuador, un sacrificio que pareció
ser solamente una terrible tragedia y un completo desperdicio de vidas humanas…
Sin embargo, en el plan de Dios había un propósito. En los años siguientes,
cada uno de esos indios llegó a conocer a Jesucristo como su Salvador personal
y el Evangelio fue firmemente sembrado entre todos los miembros de su tribu. Así
que aquellos misioneros se regocijarán por toda la eternidad junto con los
hombres que les quitaron la vida.”
He empezado hablando de qué es la fe y he terminado
explicando que esa fe que Dios nos ha regalado, será probado en nuestra vida,
en algún momento. Recordad: “Porque todo
lo que ha nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido
al mundo: nuestra fe.” (1
Jn.4:4). Amén.
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