lunes, 22 de enero de 2018

¿A dónde vamos?

resurrección, alma, espíritu, cuerpo
El 27 de Julio del 2017, dentro de la serie sobre las clásicas preguntas que todo el mundo se hace, escribí la meditación sobre la pregunta: “¿Qué hay después de la muerte?” que anticipaba el tema que hoy deseo abordar porque en dicha meditación llegaba a esta conclusión: “La muerte, según la Biblia, no es el fin de la existencia: tras la muerte física, hay continuidad en un nuevo estado y en un nuevo lugar.” Vale, pues entonces, ¿podemos concretar? ¿A dónde vamos después de la muerte? ¿Vamos todos al mismo sitio?
En la Biblia encontramos respuestas, por ejemplo en el Antiguo Testamento, en el libro de Eclesiastés, hablando del día en que uno muere, dice: “Ese día el polvo volverá a la tierra, y el espíritu regresará a Dios, que fue quien lo dio” (Eclesiastés 12:7). Por un lado tenemos el armazón que “sostiene” a la persona (“el SEÑOR Dios formó al hombre del polvo de la tierra. Sopló aliento de vida en la nariz del hombre, y el hombre se convirtió en un ser viviente”), hecho del “polvo de la tierra” y por otro lado, el espíritu (el alma, la persona), el soplo que Dios introdujo por las narices, que vuelve a Dios que lo dio. Así que tenemos que, fruto de la muerte, es la separación del cuerpo físico y el ser espiritual, volviendo éste al lugar de donde salió. En el Nuevo Testamento también encontramos referencias a esta separación entre la parte física y la parte espiritual, parte que por cierto, muchos afirman que no existe, pero en mis meditaciones, siempre busco y buscaré la respuesta bíblica que considero más sabia y acertada que la de los hombres: “No teman a los que quieren matarles el cuerpo; no pueden tocar el alma. Teman sólo a Dios, quien puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el infierno.” (Mateo 10.28). “Así como el cuerpo sin aliento está muerto, así también la fe sin buenas acciones está muerta.” (Santiago 2:26). Esa parte espiritual al que llamamos alma, espíritu, YO, persona, sobrevive a la muerte y regresa al lugar de donde partió en un inicio, Dios que es el “dador de la vida” y, dependiendo de cómo haya sido nuestra conducta (actitud, elección, vida), durante nuestra estancia en la tierra, seremos asignados a un lugar o a otro tal y como se desprende de los ejemplos con los que Jesús explicó este asunto con la historia del rico y Lázaro (Lucas 16:19-31) o la parábola del juicio final (Mateo 25:31-46). En la Biblia se mencionan diferentes eventos que determinarán nuestro destino eterno: La segunda venida de Cristo, la resurrección de los muertos, el juicio universal y la consumación del Reino de Dios. No voy a entrar ahora en detalle en cada uno de ellos, pero estos eventos que están profetizados y que, como todas las profecías cumplidas hasta ahora, sucederán, trasladarán a los que han sido salvos, redimidos por la sangre de Jesucristo y que han querido seguir, obedecer y servir a Dios, justamente a su presencia, a su lado, mientras que los que durante su vida en la tierra han preferido prescindir de Dios, vivir de espaldas a Él, continuarán después de la muerte con su elección: tendrán por delante toda una eternidad sin Dios. Abismo total.
¿Y dónde estaremos mientras no sucedan todos esos eventos? Estaremos esperando los acontecimientos en algún lugar que los teólogos han definido de diferentes maneras aunque con bastante consenso, por ejemplo en la Confesión de Westminster dicen: “Las almas de los justos, hechos perfectos en santidad, son recibidas en los más altos cielos (highest heavens), donde contemplan la faz de Dios en luz y gloria, en espera de la plena redención de sus cuerpos” (XXXII, I) y en la Segunda Confesión Helvética podemos leer: “Creemos que los fieles, tras la muerte física, van directamente a Cristo.” (XXVI). Esta última afirmación va en línea con las palabras que Jesús le dijo al ladrón arrepentido en la cruz: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23:43). Por supuesto hay muchas teorías sobre esto pero lo que se deduce de lo que se filtra en las Escrituras es que en el lugar que estemos a la espera de la resurrección de los cuerpos y el juicio final, tendremos la presencia de Dios o su ausencia dependiendo de si somos creyentes o no, aunque esa presencia y manifestación será mucho más intensa cuando finalmente tengamos nuestros cuerpos glorificados y podamos estar con el Señor por toda la eternidad.

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