Hace unos días, leyendo este antiguo dicho: “Dios tiene su hora y su demora”, me vinieron a la mente algunos de los textos que más me gustan y que, al mismo tiempo, más me impresionan por lo que revelan de la soberanía y la sabiduría de Dios. Por ejemplo el Salmo 37:7: “Quédate quieto en la presencia del Señor, y espera con paciencia a que Él actúe”. ¡Con lo que a mí me cuesta esperar! Como ya he comentado en más ocasiones, mi lucha personal (una de ellas), es contra la ansiedad y el consejo que me viene del Altísimo es… ¡que espere! El Salmo 46:10 sigue en la misma línea: “¡Quédense quietos y sepan que yo soy Dios!”. El gran evangelista Charles Spurgeon comentaba algunas cosas a propósito de estas palabras: “¡Sentaos y esperad con paciencia, creyentes!... Como nadie puede proclamar dignamente su naturaleza, que “el silencio exprese su alabanza”.
El pastor Joseph Caryl comentó a propósito de ese versículo: “Como si el Señor hubiera dicho: “Ni una palabra, no intentéis replicar; veáis lo que veáis, quedaos quietos, callad; sabed que yo soy Dios y no doy cuenta de ninguno de mis actos.” Cuando llegamos a la presencia de Dios, todas nuestras energías, nuestros impulsos, nuestra iniciativa, se queda como congelada ante Su magnificencia y se requiere una actitud de calma, quietud y espera… Desde las primera palabras de la Biblia, se nos indica, se nos pide que midamos nuestros movimientos y bajemos el tono de nuestra voz: “Oh naciones del mundo, reconozcan al Señor; reconozcan que el Señor es fuerte y glorioso. ¡Denle al Señor la gloria que merece! Lleven ofrendas y entren en su presencia. Adoren al Señor en todo su santo esplendor; que toda la tierra tiemble delante de Él. El mundo permanece firme y no puede ser sacudido” (1 Crónicas 16:28-30).
Solo atisbamos un poco de Su majestad, de Su grandeza… pero lo poco que se nos revela es suficiente para que reconozcamos que si nuestra vida está en Sus manos, gran parte de esa vida nos toca esperar… porque Dios nunca está apurado. Y es en esos momentos, en esos tiempos de oración cuando creemos que podemos apurar un poco las circunstancias y nos ponemos ansiosos porque la respuesta no llega en nuestro tiempo y, cuando nos llega, oímos: “Espera un poco, y verás lo que hago”. ¡Es maravilloso! Pero hay que saber oír esa voz, en toda su potencia, en toda su calma, en toda su portentosa realidad soberana… “sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.” (Santiago 1:3-4). Saber esperar es un arte y, además, ejercita la paciencia. Además esperar que Dios obre es una bendita espera porque Él va a obrar en nosotros y a nuestro favor. La versión popular traduce así estos textos de Santiago: “Porque ustedes saben que, siempre que se pone a prueba la fe, la constancia tiene una oportunidad para desarrollarse. Así que dejen que crezca, pero una vez que su constancia se haya desarrollado plenamente, serán perfectos y completos, y no les faltará nada”. El hermano David H. Roper escribe a propósito de esto: “Desarrollamos constancia: la habilidad de confiar en el amor y la bondad del Señor, aunque las cosas no salgan como nosotros queremos”. Salmo 70:5.- “En cuanto a mi, pobre y necesitado, por favor, Dios, ven pronto a socorrerme. Tú eres mi ayudador y mi salvador; oh Señor, no te demores.” Es grande saber que Dios nos acompaña mientras esperamos. Esperar, paciencia, perseverancia. Y el que persevera hasta el fin recibirá la corona de la vida. “Corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por delante. Esto lo hacemos al fijar la mirada en Jesús, el campeón que inicia y perfecciona nuestra fe” (Hebreos 12:2). “Con paciencia esperé que el Señor me ayudara, y Él se fijó en mí y oyó mi clamor” (Salmo 40:1).
La perseverancia permite ver el fin del propósito divino. En esa perseverancia paciente, Dios va madurando nuestra vida y nuestra experiencia espiritual (“…para que seáis perfectos y cabales”). No que lleguemos a una perfección absoluta, algo imposible en esta vida, pero sí se nos va dotando de lo necesario para caminar hacia esa perfección.
La paciencia es un fruto del Espíritu: “La clase de fruto que el Espíritu Santo produce en nuestra vida es: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio” (Gálatas 5:22). El pastor y conferenciante D. Samuel Pérez Millos escribe sobre esto: “Las manifestaciones del fruto del Espíritu son cualidades sobrehumanas del carácter. Ninguna de ellas puede producirse por habilidad o recursos del hombre natural… La paciencia solo es posible para quien anda en el Espíritu”.
Esperemos. El hecho de que tengamos que esperar pacientemente no significa que tengamos que resignarnos. Podemos esperar en actitud gozosa en el Señor tal y como sugiere el versículo 4 del Salmo 70: “Pero que todos aquellos que te buscan estén llenos de alegría y de felicidad en ti. Que los que aman tu salvación griten una y otra vez: “¡Grande es Dios!””.
Amén. ¡Que así sea!
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