Ya desde bien pequeñitos se adivina el germen de violencia
en las personas. Observo los juegos de los niños cuando acompaño a mi nieta al
parque: rondan los 4 años de vida y ya tienen el mal gesto dispuesto, incluso
la bofetada o el empujón cuando las cosas no les vienen dadas a su antojo y si,
en un intento de mediar para que reine la paz, les preguntas que ha sucedido,
la reacción es unánime: “¡Él me pegó!”. Es el reflejo de la violencia mucho más
seria que se vive en el mundo de los adultos.
He leído recientemente el libro “Fariña” y una de las cosas
que me ha impresionado es ver como gente humilde, descendientes de pescadores,
artesanos, gente ‘corriente’, pueden convertirse en ‘profesionales del
contrabando’, narcos, e incluso asesinos por la influencia ambiciosa del poder
del dinero y del poder que da el manejar vidas al antojo, sin escrúpulos, sin,
por supuesto, pensar ni por un minuto el daño que podemos ocasionar al prójimo.
“¡Él me pegó!” sería la reacción unánime a la pregunta: “¿Qué está sucediendo?”.
Un simple repaso a la historia de la humanidad nos deja sin
respiración si intentamos calcular cuanta violencia ha habido en el mundo.
Desde el terrible día en que Caín mató a su hermano Abel, comprobamos que el corazón
humano es egoísta y está prontamente dispuesto para actuar con mal y
violentamente ante su prójimo. “Pues del
corazón salen los malos pensamientos, el asesinato, el adulterio, toda
inmoralidad sexual, el robo, la mentira y la calumnia” (Mateo 15:19, Nueva Traducción
Viviente). ¿Del corazón humano? ¿Y se puede erradicar esta enfermedad?
Preguntémosle al Médico por excelencia: La Biblia dice: “El corazón humano es lo más engañoso que hay, y extremadamente
perverso. ¿Quién realmente sabe qué tan malo es? Pero yo, el Señor, investigo
todos los corazones y examino las intenciones secretas.” (Jeremías 17:9-10,
NTV). Desde aquel fatídico día en que la humanidad prefirió emanciparse de la
compañía divina, Dios se preocupó de su criatura y de su corazón. A través de
sus profetas anunció: “Les daré un
corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese
terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo.” (Ezequiel
36:26, NTV). ¡Entones sí se puede erradicar esa enfermedad! El Creador ha
provisto un cambio. ¿Cómo, si vemos que por generaciones el mundo parece que va
enfilado hacia su propia destrucción por no ser capaz de controlar esa ira loca
que lo controla? La única solución que hay para cambiar un corazón endurecido
es la que Dios da por amor, mediante su Hijo Jesucristo, dando una vida nueva a
aquellos que lo aceptan como Salvador, una vida nueva con un corazón nuevo,
limpio, renovado, en el que Dios derrama su amor mediante su Espíritu: “Pues sabemos con cuanta ternura nos ama
Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su
amor” (Romanos 5:5, NTV). Sí, con Jesús se puede cambiar, se puede tener
una vida nueva marcada por la pureza y el amor. ¡Qué contraste de palabras!
Pureza, amor… odio, venganza, violencia, muerte.
“Sí, Señor, quiero ese cambio. Renuévame Señor, no quiero
seguir así, deseo ese corazón tierno y receptivo para ver a los que me rodean
como personas necesitadas de cariño y de atención; para fomentar la
solidaridad, el compañerismo, las buenas formas, el servicio, el civismo. Pero
sobre todo, deseo ese cambio para agradecerte lo que has hecho por mí y
conocerte cada día un poquito más, mi Dios, mi Rey, mi Señor y Salvador.” Amén.
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