Son protagonistas en muchos momentos de la historia y no
deja de ser interesante comprobar que los admitimos de forma natural como si
formasen parte del paisaje; se llega a dudar más de otros personajes históricos
que de los ángeles, aunque tal vez en el subconsciente de las personas se pueda
pensar en ellos como se piensa en Papa Noel, los elfos o los duendes del
bosque.
Sin embargo, la Palabra de Dios nos da mucha información
sobre los ángeles, seres espirituales creados por Dios para servirle. Hay algún
texto que nos dice que se cuentan por millones de millones (Apocalipsis 5:11),
algo que aumenta mucho las probabilidades de que en algún momento tengamos a
alguno cerca sin saberlo, como sucede en algunos de los relatos bíblicos. Este
texto de Hebreos es muy revelador: “Los
ángeles son sirvientes, espíritus enviados para cuidar a quienes heredarán la
salvación” (Hebreos 1:14). Hay otra promesa que también nos infunde ánimo
pensando que están al lado de los creyentes para protegerles y servirles: “El ángel del Señor es un guardián; rodea y
defiende a todos los que le temen” (Salmo 34:7). Es evidente que una de sus
labores más comunes es la de proteger, no sabemos cómo, suponemos que recibirán
órdenes directas de Dios, pero sí los vemos protegiendo, por ejemplo a los
niños: “Cuidado con despreciar a
cualquiera de estos pequeños. Les digo que, en el cielo, sus ángeles siempre
están en la presencia de mi Padre celestial” (Mateo 18:10). (El
calificativo “pequeños”, se puede aplicar aquí también a los ‘pequeños en edad
espiritual’ en la congregación o a los ‘recién convertidos).
Se da por hecho su presencia en las cercanías de Belén, allí
donde nació Jesús, el Salvador del mundo, de manera que cuando se celebra la
Navidad con todos sus detalles, los ángeles forman parte del atrezo como unas
figuras humanas, con alas, jóvenes, de buen parecer, confundiéndose con el
paisaje, pero, si lo meditamos un momento, deberían de ser objeto de nuestra
atención por lo que de celestial tienen. No son divinos, ni independientes, no
están sometidos a las limitaciones del cuerpo humano, obedecen a Dios, obtienen
su poder y su fuerza de Él. Hebreos nos da algunos detalles interesantes sobre
los ángeles: “El Hijo es muy superior a
los ángeles, de hecho la orden es: que
lo adoren todos los ángeles de Dios” Hebreos 1:4, 6. Más detalles: “Pero con respecto a los ángeles, Dios dice:
Él envía a sus ángeles como los vientos y a sus sirvientes como llamas de
fuego” (Hebreos 1:7). Sus ángeles, sus sirvientes, la Biblia da por hecho
su existencia, y aparecen desempeñando papeles muy importantes en el desarrollo
de la historia y, muy especialmente, en los acontecimientos que rodean la
llegada de Dios a la tierra en la persona de Jesucristo. La traducción de ángel
es ‘mensajero’, labor que desempeñan en muchas ocasiones para llevar recados
importantes a muchas de las personas implicadas o con relación en el Plan de la
Salvación. A algunos incluso se los destaca por su nombre: Gabriel es enviado a
Nazaret para anunciarle a María el milagroso nacimiento de Jesús; otro ángel
del que no conocemos el nombre, entrega otro mensaje a José, el prometido de
María, para que entienda los motivos de su embarazo y para que empiece a
comprender que detrás de ese milagros y de otras cosas maravillosas e
increíbles que va a ver, está Dios mismo, intercediendo por su criatura para
abrir una puerta a la salvación, el escape a la condenación Más tarde será otro
ángel el que volverá a decirle a José que huyan a Egipto cuando Herodes
pretendía asesinar al “Rey de los Judíos”.
Es en los campos cercanos a Belén donde los ángeles
protagonizan una de las escenas más impresionantes y gloriosas cuando, esa
misma noche, una multitud de ellos canta y alaba a Dios con un cántico que los
pastores del lugar pudieron oír totalmente asombrados, temerosos, sorprendidos
y a punto de entrar en shock ¿qué era aquello que estaban viendo? ¿quién es ese
niño que anunciaban estos ejércitos celestiales? Sí, podemos hablar de
ejércitos celestiales porque el texto sigue diciendo: “Cuando los ángeles regresaron al cielo…” ¡Qué impresionante poder
haber formado parte de este grupo de testigos de semejante aparición!
Seguramente muy poca gente les hizo caso, tal vez en alguna ocasión los
trataron de locos, pero dentro de aquellas gentes humildes que habían tenido el
privilegio de ser testigos directos de estas manifestaciones, había una persona
‘que guardaba todas estas cosas en el
corazón y pensaba en ellas con frecuencia’: la virgen María.
A lo largo de la vida de
Jesús en la tierra, aparecen ángeles sirviendo y fortaleciendo al Hijo de Dios,
en una muestra del cuidado y protección que Dios tiene con Jesús y con sus
siervos. Cuando Jesús está orando en el Monte de los Olivos “…apareció un ángel del cielo y lo
fortaleció” (Lucas 22:43); en la resurrección, fue un ángel del Señor el
que con el poder de un terremoto, descendió del cielo, corrió la piedra que
tapaba la tumba precintada a un lado y luego se sentó sobre ella ¿Por qué
sabían los testigos que se trataba de un ángel? “Su rostro brillaba como un relámpago y su
ropa era blanca como la nieve”, lo describe el evangelista (Mateo 28:2-3). Los
guardias que habían puesto allí temblaron de miedo cuando lo vieron y cayeron
desmayados por completo.
Además de las mencionadas, hay muchas apariciones de los
ángeles en el relato bíblico, ya que además de obedecer a Dios como mensajeros,
también son enviados para alentar o socorrer a los hijos de Dios: “¡Pero anímense! Ninguno de ustedes perderá
la vida, aunque el barco se hundirá. Pues anoche un ángel del Dios a quien
pertenezco y a quien sirvo estuvo a mi lado y dijo: “¡Pablo, no temas, porque
ciertamente serás juzgado ante el César! Además, Dios, en su bondad, ha
concedido protección a todos los que navegan contigo”.” (Hechos de los
Apóstoles 27:23-24). Las palabras de Pablo atestiguan la presencia real de un
ángel animándolo en momentos de gran dificultad; esto es porque cuando los
siervos de Dios se hallan en peligro o dificultad, en ocasiones, según el
propósito divino, los ángeles son enviados para protegerlos: “Pues él ordenará a sus ángeles que te
protejan por donde vayas.” y “…y
llegaron ángeles a cuidar de Jesús.” (Salmo 91:11; Mateo 4:11). En el
Antiguo Testamento, aparecen en algunos momentos en forma humana, como cuando
visitaron a Abraham para darle la buena noticia de que iba a tener un hijo de
Sara (Génesis 18:2; 19:1); o en los encuentro proféticos que vivió Ezequiel
(Ezequiel 9:2). Pero hay un relato que me gusta especialmente y se encuentra en
2 Reyes 6:15-18 cuando el sirviente del profeta Eliseo tiene miedo a causa del
gran ejército arameo: “-¡Oh señor! ¿Qué
vamos a hacer ahora? – gritó el joven a Eliseo. - ¡No tengas miedo! – le dijo
Eliseo-. ¡Hay más de nuestro lado que del lado de ellos! Entonces Eliseo oró: “Oh
Señor, ¡abre los ojos de este joven para que vea!”. Así que el Señor abrió los
ojos del joven, y cuando levantó la vista vio que la montaña alrededor de
Eliseo estaba llena de caballos y carros de fuego.”
En la Biblia se nos revela de la existencia de dos clases de
ángeles: los que sirven a Dios y le obedecen, y los que no lo hacen, los que se
rebelaron contra Dios: “Dios ni siquiera
perdonó a los ángeles que pecaron, sino que los arrojó al infierno, dentro de
fosas tenebrosas, donde están encerrados hasta el día del juicio.” (2 Pedro
2:4). Judas 6 nos amplía esta terrible información: “Y les recuerdo de los ángeles que no se mantuvieron dentro de los
límites de autoridad que Dios les puso, sino que abandonaron el lugar al que
pertenecían. Dios los ha tenido firmemente encadenados en prisiones de
oscuridad, en espera del gran día del juicio.” Algunos ángeles, a pesar de
haber sido creados perfectos, se llenaron de rebeldía y orgullo y rechazaron la
posición que Dios les había otorgado, de manera que esa fue la causa de su
caída y por eso están confinados a las tinieblas hasta el día del juicio.
Termino esta pequeña meditación con un ejemplo de los
verdaderos ángeles santos de Dios: “Yo,
Juan, soy el que vio y oyó todas estas cosas. Cuando las oí y las ví, me postré
para adorar a los pies del ángel que me las mostró. Pero él dijo: “no, no me
adores a mí. Yo soy un siervo de Dios tal como tú y tus hermanos los profetas,
al igual que todos los que obedecen lo que está escrito en este libro. ¡Adora únicamente
a Dios!”. (Apocalipsis 22:8-9). ¡Que grande vernos incluidos, juntos con
los ángeles, en el grupo de los que adoramos solamente al único Dios y
Salvador!
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