El amor es uno de los temas favoritos del apóstol Juan en sus cartas. Él lo lleva a la práctica; no habla en sentido poético, romántico… tampoco se refiere al amor “eros”, no, él habla del amor como aquello que tiene que fluir con naturalidad de un verdadero creyente, de un verdadero hijo de Dios, de alguien que tiene a Jesucristo como su Señor y Salvador, como su Modelo por excelencia, como su Maestro, aquel a quien quiere obedecer y seguir.
“Queridos hijos, que nuestro amor no quede solo en palabras; mostremos la verdad por medio de nuestras acciones”. Antes había escrito: “Si alguien tiene suficiente dinero para vivir bien y ve a un hermano en necesidad pero no le muestra compasión, ¿cómo puede estar el amor de Dios en esa persona?” Es fácil llenarse la boca de hermosas palabras; incluso auto engañarse con una supuesta piedad, fervorosa, devota. Pero el amor verdadero, no se puede expresar con palabras sino va acompañado de hechos. Jesús es un claro ejemplo de esto; el apóstol lo describe así: “Conocemos lo que es el amor verdadero, porque Jesús entregó su vida por nosotros”. Jesús habló mucho sobre el amor, y aconsejó sobre que incluso debemos amar a nuestros enemigos, pero evidentemente no se quedó solo con las palabras: lo expresó con hechos con la demostración más grande y sublime del amor divino, entregando su vida voluntariamente, en sustitución por la de los pecadores, muriendo por sus enemigos: “Casi nadie se ofrecería a morir por una persona honrada, aunque tal vez alguien podría estar dispuesto a dar su vida por una persona extraordinariamente buena; pero Dios mostró el gran amor que nos tiene al enviar a Cristo a morir por nosotros cuando todavía éramos pecadores… Pues, como nuestra amistad con Dios quedó restablecida por la muerte de su Hijo cuando todavía éramos sus enemigos, con toda seguridad seremos salvos por la vida de su Hijo.” (Romanos 5:7-8, 10).
Así que como Dios no sólo habla del amor sino que ama, igualmente sus hijos debemos amar con nuestros hechos: “Nuestras acciones demostrarán que pertenecemos a la verdad, entonces estaremos confiados cuando estemos delante de Dios.” “Pertenecer a la verdad” es, según la Biblia, ser ciudadanos del cielo, o lo que es lo mismo, pertenecer a Dios y obedecerle siguiendo a Cristo. Conocemos que “somos de la verdad” cuando en la práctica demostramos ese amor, primeramente a los hermanos en la fe y luego con nuestro prójimo en general: “Y su mandamiento es el siguiente: debemos creer en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y amarnos unos a otros, así como él nos lo ordenó.” Este mandamiento se repite en las cartas de Juan continuamente, prueba evidente de que al Juan discípulo se le habían grabado a fuego las instrucciones de Jesús: “Así que ahora les doy un nuevo mandamiento: ámense unos a otros. Tal como yo los he amado, ustedes deben amarse unos a otros. El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos.” (Juan 13:34-35). “Este es mi mandamiento: ámense unos a otros de la misma manera en que yo los he amado… Este es mi mandato: ámense unos a otros.” (Juan 15:12, 17).
Y en esa misma línea vemos como responden sus cartas: “Queridos amigos, sigamos amándonos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es un hijo de Dios y conoce a Dios; pero el que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.” He ahí la clave, he ahí la evidencia sobre si la persona tiene comunión con Dios o no. El amor genuino tiene su origen en Dios; el amor forma parte de la naturaleza divina, no se trata de un atributo sino de lo que Dios es y el creyente recibe de ese amor en su corazón, según nos explica el apóstol Pablo en su carta a los Romanos: “Sabemos con cuanta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor.” De manera que los creyentes aman como impulsados por el sentimiento divino que Dios mismo produce en nosotros. “No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados.” Podría decir que esto es el broche de oro final. Aunque nosotros no éramos dignos de su amor, Él envió a su Hijo igualmente porque Él es Amor, tomó la iniciativa amándonos primero y proporcionándonos la manera de que pudiésemos tener relación con Él gracias a su Amor , Gracia y Misericordia. “Y sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento, para que podamos conocer al Dios verdadero. Y ahora vivimos en comunión con el Dios verdadero, porque vivimos en comunión con su Hijo, Jesucristo. Él es el único Dios verdadero y Él es la vida eterna.” (1 Juan 5:20).