El fin de semana pasado hemos disfrutado de un Retiro de
Iglesia en el que se nos ha hablado sobre
Evangelismo.
Evangelismo es cumplir con el último mandamiento de Jesús
que se conoce como “La Gran Comisión” y que se encuentra en el Evangelio de
Mateo, capítulo 28 y versículos 18 al 20: “Y
Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en
la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”
Quiero ilustrar esta meditación con una historia que leí en
el devocional “Nuestro Pan Diario”:
“El ex jugador de la liga profesional de béisbol de Estados
Unidos, Tony Graffanino, habla sobre un ministerio en un país europeo. Cada
año, su institución organiza un campamento de béisbol de una semana. Durante
ese tiempo, también ofrecen un estudio bíblico diario. En los últimos años, el
líder intentó encontrar maneras razonables de convencer a los campistas de que
Dios existe, para que pusieran su fe en Él. Después de unos trece años, solo
tres personas decidieron seguir a Jesús.
Entonces cambiaron su enfoque, Según Graffanino, en lugar de
“intentar presentar hechos o ganar argumentos para debate”, sencillamente hablaron de “la vida y las
enseñanzas maravillosas de Jesús”. Desde entonces, más campistas escucharon y
decidieron seguir al Señor.
El apóstol Pablo dijo que cuando les hablamos a otros del
evangelio de Jesucristo, tenemos que ofrecer una “…clara exposición de la
verdad […]. No nos predicamos a nosotros mismos sino a Jesucristo como Señor” (2
Corintios 4:2, 5). Este era el estándar de Pablo para la evangelización: “…me propuse no saber entre vosotros cosa
alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Corintios 2:2).
Tenemos que conocer la Biblia y las razones que sostienen lo
que creemos; y a veces, es necesario explicar esas razones. Pero la historia
más convincente y eficaz que podemos contar es la que coloca a Cristo en el
centro.” JDB
El apóstol Pedro dice de los verdaderos cristianos que “sois linaje escogido, real sacerdocio,
nación santa, pueblo adquirido por Dios, para
que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable; (1 Pedro 2:9).
Anunciar las virtudes de Jesucristo es comunicar con
naturalidad nuestra fe a los demás, primero glorificando a Dios con nuestra
vida (no se puede anunciar el mensaje del evangelio y vivir como si no lo
conociésemos) y segundo compartiendo nuestra fe en todo momento, en todo lugar,
algo que algunos no hacemos “en todo momento, en todo lugar” como debiéramos
porque por, lo que yo llamo “temores infundados”, algunos nos quedamos mudos
creyendo que, con que observen nuestra vida, será suficiente, pero la Palabra
de Dios nos recuerda que eso no es suficiente, que el creer viene por el oír, y
el oír, por la Palabra de Dios (Romanos 10:17). Cuando Jesús está contando la
historia del hombre rico y de Lázaro, dijo: “A
Moisés y a los profetas tienen; óiganlos…
Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se
levantare de los muertos.” (Lucas 16:29, 31). Las personas se convierten
por el oír, no solo por el ver.
En el Estudio que hicimos sobre este importante asunto, se
nos enseñó que ¡hay un clamor en el Cielo respecto a esto! “¿A quién enviaremos?” (Isaías 6:8). Cuando Jesús se estaba
despidiendo de sus discípulos, aquellos que fielmente le habían acompañado
durante los años de su ministerio mientras estuvo en la Tierra, les dijo: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre
vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en todo Judea,
en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8). Más adelante el
apóstol Pablo escribió: “Porque no nos ha
dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2
Timoteo 1:7). Dios nos ha capacitado con el Espíritu Santo y Su Palabra para
que “seamos testigos” hablando y compartiendo nuestra fe.
Que Dios nos ayude, guíe, anime y conforte para que le
seamos fieles en nuestra obediencia como Sus embajadores. Amén.