“Que toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Es por su gran misericordia que hemos nacido de nuevo, porque Dios levantó a Jesucristo de los muertos. Ahora vivimos con gran expectación y tenemos una herencia que no tiene precio, una herencia que está reservada en el cielo para ustedes, pura y sin mancha, que no puede cambiar ni deteriorarse. Por la fe que tienen, Dios los protege con su poder hasta que reciban esta salvación, la cual está lista para ser revelada en el día final, a fin de que todos la vean.
Así que alégrense de verdad. Les espera una alegría inmensa, aunque tienen que soportar muchas pruebas por un tiempo breve. Estas pruebas demostrarán que su fe es auténtica. Está siendo probada de la misma manera que el fuego prueba y purifica el oro, aunque la fe de ustedes es mucho más preciosa que el mismo oro. Entonces su fe, al permanecer firme en tantas pruebas, les traerá mucha alabanza, gloria y honra en el día que Jesucristo sea revelado a todo el mundo.
Ustedes aman a Jesucristo a pesar de que nunca lo han visto. Aunque ahora no lo ven, confían en él y se gozan con una alegría gloriosa e indescriptible. La recompensa por confiar en él será la salvación de sus almas.” (1 Pedro 1:3-9)
Hace unos días leía este pasaje en mi tiempo de devoción, ese tiempo que dedico a leer un pasaje de la Biblia para escuchar a Dios hablar a través de Ella y luego, por medio de la oración, puedo hablar yo con Dios, sabiendo que Él está atento a las oraciones de quienes le aman y le adoran. Y como ha sido un pasaje que a mí me ha bendecido, he pensado que seguramente puede bendecir a otros, tal vez a ti que estás leyendo este blog en este momento.
¿Qué es lo que más me ha impactado? El pensar que estas palabras me muestran una de las más maravillosas declaraciones de lo que solo la gracia de Dios puede hacer.
El autor de estos textos, el apóstol Pedro, hace un repaso de lo que ha pasado en la vida del creyente desde el primer instante en que “nace de nuevo”: reconoce que esa transformación, lo que el Nuevo Testamento llama nacer de nuevo (Juan 3:3ss), solo puede ser debido a la gran misericordia de Dios, a su compasión, al amor que tiene para cada uno de nosotros, a su deseo de que nadie se pierda, que nadie sea condenado. Y la prueba de que hemos nacido de nuevo como nos anunció Jesús, es la verificación de que sus palabras son verdad y se cumplen, la prueba está en su resurrección de los muertos: anunció que moriría, y que resucitaría al tercer día, y así fue.
Los creyentes que estamos en esa maravillosa relación con Jesucristo, estamos entre el “Ya” y el “Todavía no”. ¿Qué significa esto? Lo vemos bien si repasamos los versículos 8 y 9: “Ustedes aman a Jesucristo (Ya) a pesar de que nunca lo han visto (Todavía No). Aunque ahora no lo ven (Todavía No), confían en él y se gozan con una alegría gloriosa e indescriptible (Ya). La recompensa por confiar en él será la salvación de sus almas (Ya).” Si esta declaración no estuviera cimentada en el hecho más importante del universo que podamos considerar, sería para pensar que los creyentes, que hacemos esto, estamos ‘locos’.
Sin embargo, no estamos locos, porque estos versículos nos llevan a lo que produce la motivación más profunda en nuestro corazón como hijos de Dios, algo que ha conectado nuestro más profundo amor, creencia, gozo y fe en lo que nunca hemos visto ni tocado. Algo que ha puesto la esperanza y los sueños de nuestra vida en Alguien invisible. Y sin embargo, la relación con Él es el amor que altera nuestra vida porque cuando pensamos en Él, experimentamos gozo, un gozo tan profundo que no puede ser expresado, solo sentido en lo más profundo de nuestro ser.
La existencia, el carácter y el plan de Dios para con los hombres, es el más grande acontecimiento de la existencia del hombre; es el hecho que le da significado a todo lo demás: sin Él, nada tiene sentido.
Los creyentes no estamos locos por creer a quien no hemos visto ni oído ni tocado personalmente; lo único que hemos hecho ha sido abrir la puerta de nuestro corazón a lo más importante que el corazón puede alcanzar: la relación con Dios, nuestro Creador, el dador de la vida, nuestro Salvador, nuestro Padre: “pero a todos los que creyeron en él y lo recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios.” (Juan 1:12).
Esto es lo que hace la gracia, el favor inmerecido de Dios: Nos rescata de nuestra ceguera espiritual y nos libera de nuestro pequeño y limitado razonamiento y de nuestro afán materialista. Esa maravillosa gracia divina nos da la fe para estar profundamente seguros de lo que no podemos ver (Todavía No). Nos conecta con Dios que es invisible, porque Dios es Espíritu y nadie lo puede ver, sin embargo esa gracia salvadora permite que tengamos una relación con Él, en amor, no cualquier amor sino el amor eterno de Dios, lo que nos llena de un gozo real que nunca antes habíamos experimentado y da un descanso a nuestros corazones que nunca creímos que sería posible.
Tenemos a un Padre celestial que nos recuerda por medio de Su Palabra que la gracia ha hecho cosas maravillosas por nosotros y sigue haciéndolas.
Amén.