domingo, 16 de agosto de 2020

Cierro paréntesis

Ha sido un paréntesis que no me había propuesto. Sí, desde junio no me he asomado a esta página. Se han juntado algunas cosas, especialmente las relacionadas con la Covid-19; el cambio de todo lo que me rodea ha afectado mi iniciativa, mi deseo de crear y luego el verano y las vacaciones: este año ha sido todo distinto, desde la programación hasta el disfrute, todo condicionado, empezando por el uso de las mascarillas hasta las medidas de distanciamiento, las precauciones al encontrarse con los familiares queridos, las precauciones para ir a la playa, las privaciones de las precauciones: no hay abrazos ni besos con los padres que no ves desde hace meses, no hay reuniones en los templos, no hay encuentros con hermanos en la fe queridos…

Las medidas sanitarias nos han obligado a socializar por las redes. Como ya comentaba en el anterior artículo, allá por junio, los cultos y las reuniones de la iglesia las estamos celebrando online y ¡gracias a Dios que nos da estos medios! Pero se nota el peso de la distancia…

Estamos a mediados de Agosto de este inolvidable año y vivimos en primera persona la realidad de los rebrotes ¡cuando teníamos la esperanza de que el calor veraniego menguara tanto daño! Pero la cruda realidad es que estamos de nuevo amenazados por un nuevo confinamiento. El contacto con personas amadas me va a obligar a pasar la prueba PCR esta semana que entra; me encuentro muy bien, no tengo síntomas de nada (¡gracias a Dios!), pero he estado en contacto con familiares que recibirán su resultado mañana y si es positivo (ellos sí tienen síntomas), no me queda otra alternativa. Lo que es evidente es que no hay buenas perspectivas para esa ‘nueva normalidad’ por lo que tenemos que volver al teclado y a la pantalla como un buen medio de comunicación casi obligado pero muy necesario, dadas las circunstancias. Por eso quiero cerrar este “paréntesis no propuesto” y retomar el blog casi como una terapia de desahogo, como una forma de soltar esa adrenalina contenida por un microorganismo que nos ha trastornado la vida sin contar con ello.

En las noticias de hoy, he escuchado el relato de dos asesinatos: el comentario que oí a continuación me llamó la atención: “La situación actual causada por el Coronavirus está haciendo mucho daño en las personas provocando estrés, depresión y reacciones de este tipo.” Puede que sí, pero los asesinatos ya se producían antes de que llegara este virus y se achacaba a otras cosas. Algunas veces he escrito aquí la razón que da la Biblia en palabras de Jesús: “Del corazón salen los malos pensamientos, el asesinato, el adulterio, toda inmoralidad sexual, el robo, la mentira y la calumnia. Estas cosas son las que contaminan.” (Mateo 15:19-20). Si se pudiese cambiar el corazón de las personas, desaparecerían este tipo de noticias. ¿Quién puede hacer ese cambio? Dios. ¿Te parece increíble? El mundo ha estado y está lleno de ejemplos vivientes de personas cambiadas al tener un encuentro personal con Dios. Tendríamos que escribir una trilogía con volúmenes bien gordos si quisiésemos recopilar las historias de aquellos que las quisiesen compartir y aún así nos faltaría espacio y tiempo para escribirlas. Ésta es la afirmación que encontramos en la segunda carta de Pablo a los corintios: “Todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua ha pasado; ¡una nueva vida ha comenzado! Y todo esto es un regalo de Dios, quien nos trajo de vuelta a sí mismo por medio de Cristo. Y Dios nos ha dado la tarea de reconciliar a la gente con Él.” (2 Corintios 5:17-18). Estas palabras son la constatación de la maravillosa realidad que supone restablecer la relación con Dios, nuestro Creador, por medio de Su Hijo Jesucristo. El pecado que habita en cada uno de nosotros nos impide relacionarnos con Dios porque Dios no puede ver el pecado, no puede tener relación con él porque Dios es santo hasta lo sumo. Esa es la razón que Jesús quisiese morir en esa terrible cruz para pagar el precio de nuestros pecados, de manera que quién acepta esto, se arrepiente y cree que Jesús es nuestro Salvador, como dice la Biblia “nace de nuevo”, vuelve a relacionarse con Dios hasta el punto de que nos acepta como sus hijos y comenzamos una nueva vida, como hemos leído, siendo transformados de día en día por medio del Espíritu Santo que pasa a vivir en nuestro corazón. Éste es el medio, ésta es la solución que Dios nos ofrece, solo tienes que creerle ¿Cómo? Muy sencillo: pídeselo, habla con Dios, ruégale que te cambie, que cambie tu corazón, que entre a vivir en tu vida, que te muestre el amor de Jesús; pídele perdón por tus pecados y entrégale tu vida. Comprobarás por ti mismo que “la vida antigua ha pasado”. Luego lee la Biblia: “No solo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” La Palabra de Dios es el alimento que necesita el recién nacido: Ella te va a fortalecer y hacer crecer en el conocimiento de Dios y de Su Hijo Jesucristo.

¡Que Dios te bendiga!