Hoy quiero escribir sobre el mismo tema pero tal y como lo enfoca en el capítulo 8, en donde la sabiduría habla en primera persona (“Yo, la sabiduría, habito en la sagacidad…” (Pr.8:12), por eso se dice que Salomón ( que es a quien se le atribuyen la mayoría de los proverbios), personifica aquí a la sabiduría de manera que nos hable, aconseje, exhorte como si de una persona se tratase. Claro que, sabiendo que la Biblia está inspirada por Dios, la sabiduría actúa como si de la voz de Dios se tratase. Es más, en el Nuevo Testamento, Jesús llega a ser la Sabiduría e incluso, la misma Palabra de Dios.
Como lo hizo en el capítulo 1, la sabiduría se encarga de llamar a la gente en los lugares donde más se la pueda oír, porque tiene un mensaje, tiene un consejo importante que procede del mismo Dios. Es por eso por lo que lo primero que hace en este capítulo 8, es presentarse, mostrar su esencia, hablar de su procedencia, para que los oyentes sepan a quién están oyendo. “La sabiduría es mejor que las perlas; nada de lo que desees podrá compararse con ella.” (vs. 11).
En el capítulo 1, recordamos el versículo 7 por la importancia que tiene: “El temor de Jehová es el principio del conocimiento; los insensatos desprecian la sabiduría y la disciplina.” (Pr.1:7). En el vs. 13 de este capítulo 8, el autor vuelve a este fundamento y al comienzo de la sabiduría: “El temor de Jehová es aborrecer el mal. Aborrezco la soberbia, el mal camino y la boca perversa.” Veis que le da una perspectiva más amplia, señalando cosas que Dios aborrece y que se han mencionado en los capítulos anteriores: la soberbia, la arrogancia, el mal camino que significa un estilo de vida malvado, no agradable a Dios, opuesto a la forma natural de actuar de sus hijos; y remata con ‘la boca perversa’, un mal tan común hoy, especialmente en nuestro País, y que hace referencia a una forma de hablar pervertida y engañosa. Después de hablar de estas cuatro características negativas, a continuación habla de cuatro positivas: “Míos son el consejo y la eficiente sabiduría; mía es la inteligencia, y mía la valentía.” (vs.14). Ahí empieza a actuar la parte práctica de la sabiduría: el consejo adecuado para situaciones especiales; la sabiduría eficiente para el éxito; la inteligencia para actuar en consecuencia y la valentía. Y, en consonancia, en los versículos siguientes se muestra la influencia de la sabiduría en el comportamiento de los reyes, los jueces y los gobernantes. Cuando Dios le dijo a Salomón que le pidiese lo que quisiese cuando iba a ser el rey de Israel, le pidió sabiduría con el objetivo de administrar justicia: “Da, pues, a tu siervo un corazón que sepa escuchar, para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo. Porque ¿quién podrá gobernar a este pueblo tan grande?” (1 Ry.3:9).
En los versículos que siguen se habla de los beneficios de la sabiduría y luego, punto importante y relevante, se afirma la relación que hay entre la sabiduría y Dios (vs.22-31). El versículo 22 ha generado discusiones en la Iglesia; dice así: “Jehová me creó como su obra maestra, antes que sus hechos más antiguos.” Si es la sabiduría la que habla ¿es Cristo quién está hablando? Hay una palabra hebrea [re’shiyt] que tiene dos posibles interpretaciones: puede significar el principio hablando cronológicamente, o puede interpretarse como ‘el más prominente’ haciendo referencia en este caso al valor. Esto provocaba esta pregunta: “¿Es pues la sabiduría la primera obra de Dios o la obra principal?” Claro, la polémica se origina en la identificación de la sabiduría como agente de la creación, teniendo en cuenta que Jesucristo es el mismo agente de la creación, ya que Él es el Logos, el Verbo, la Palabra, de ahí la controversia que se montaba.
Sin embargo, el vs. 22 no trata de ni de Cristo ni del Espíritu Santo sino del orden cósmico de la moralidad divina; su lenguaje es el de ‘traer a la existencia’. Se trata pues de la personificación de Dios mismo porque Él es sabio y es de Él de quien nace la Sabiduría: “Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca provienen el conocimiento y el entendimiento” (Pr.2:6); “Jehová fundó la tierra con sabiduría; afirmó los cielos con entendimiento.” (Pr.3:19). Se deduce, aplicando el conjunto de la Palabra y el contexto (que es lo que se debe de hacer siempre ante un versículo difícil), de que nada ha sido creado sin la plenitud de la sabiduría y su vigencia. Por el relato de la Creación sabemos que la sabiduría es antes que todas las obras creadas.
Hay otras dos interpretaciones también interesantes de mencionar. Una es de Calvino, el gran reformador, que pensaba que la sabiduría es la Palabra de Dios y, en su sentido más completo, Jesucristo la Palabra viva. La otra es la que sostienen los rabinos que identifican a la sabiduría con la Ley.
Hasta el versículo 31 continúa la presentación (o la proclamación) de la sabiduría, por eso el vs.32 comienza con un “Ahora pues…”, como diciendo, “una vez sabéis a quién oís, ¡oídme!” animándonos a centrarnos en todo el contenido del libro desde el capítulo 1 al 9: “Bienaventurados los que guardan mis caminos. Escuchad la corrección y sed sabios; no la menospreciéis.” (vs. 32-33).
En el contexto bíblico, estas palabras nos animan a escuchar la voz de la Sabiduría con mayúsculas, esto es, escuchar y así poder discernir la voz de Jesucristo: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.” (Juan 10:27-28). ¿Dónde podemos oír a Jesús? A través de la Palabra escrita (Biblia), por supuesto de la Palabra fielmente predicada, Dios nos habla siempre si prestamos oído y lo buscamos con atención. Creo que ese es el deseo de la Sabiduría aquí personificada. Por eso insiste en los últimos versículos de este capítulo 8: “Escuchad la corrección… no la menospreciéis…”; “Porque el que me halla, halla la vida y obtiene el favor de Jehová.” Y el Señor siempre se refiere a la vida plena, con propósito, con respuestas, con todo lo bueno que se pueda necesitar o desear, no material, sino espiritualmente. “Pero el que me pierde se hace daño a sí mismo; todos los que me aborrecen aman la muerte.” Esta es la sentencia con la que finaliza el capítulo y con la que la Sabiduría nos recuerda la ruina que trae consigo el rechazo al Señor de la Vida, quién nos permite esa opción del rechazo actuando con la rebeldía típica que obra en nuestra naturaleza caída y que se opone a los propósitos de Dios, que son propósitos para vida y no para muerte.