porque la celebración de la Navidad no es algo bíblico, fue instituida por la Iglesia Católica Romana y esta fiesta sustituyó a fiestas de celebración paganas, por tanto, la celebración actual de la fiesta de la Navidad es una tradición de los hombres a la que se pueden sumar muchas otras como Halloween, Semana Santa, Reyes Magos… Todas estas fiestas no tienen nada que ver con la Biblia ni con su mensaje, de hecho los Evangelios apenas mencionan algún detalle sobre la infancia de Jesús (Marcos, por ejemplo, ni la menciona). La única razón del por qué en algunas iglesias evangélicas organizamos un Programa de Navidad es con una idea fundamentalmente evangelística, o sea, celebrar que Dios viene al mundo en la persona de Jesús con el propósito de sustituirnos en el castigo que merecemos como pecadores: Jesús viene a morir en nuestro lugar y luego resucita como prueba de que su muerte ha resultado en victoria, garantizando con esta victoria de que todo el que crea en Él como su único y suficiente Salvador, pasa de muerte a vida, su condena es anulada en base a que Jesús ya la ha pagado en la cruz.
Así que tenemos que tener muy claro que celebrar la Navidad no es un mandato bíblico; de hecho si hablamos de mandatos bíblicos a celebrar sólo hay dos: el bautismo y la Santa Cena o Mesa del Señor, instituida por Jesús en la llamada ‘Última Cena’.
Con la excusa del ‘consumismo’, la gente prefiere hacer fiesta con un mensaje de amor, de paz, incluso hay un ambiente de generosidad que aprovechan todas las ONGs y grupos de ayuda social, porque es muy fácil hacer fiesta y oídos sordos a la Verdad que la Biblia anuncia: Jesús va a volver, pero ya no como un bebé inofensivo sino como Juez dispuesto a juzgar a todos los que no han querido saber nada de Él, ni de la Biblia, ni de Dios y sus ordenanzas: “Ustedes saben muy bien que el día del regreso del Señor llegará inesperadamente, como un ladrón en la noche. Cuando la gente este diciendo: “Todo está tranquilo y seguro”, entonces le caerá encima la catástrofe tan repentinamente como le vienen los dolores de parto a una mujer embarazada; y no habrá escapatoria posible.” (1 Tesalonicenses 5:2-3).
¿Cómo empezó entonces la Navidad como fiesta “cristiana”? Flavio Valero Constantino fue proclamado emperador romano por sus tropas el 25 de julio del 306; se le conoce mejor como Constantino I o Constantino el Grande; algunas iglesias hasta lo han hecho santo. Lo grande de Constantino es que fue el primer emperador romano que detuvo la persecución de los cristianos y les dio libertad para que celebrasen sus cultos. Esa misma libertad se la dio a todas las religiones. Tuvo mucho que ver en que se celebrase el primer Concilio de Nicea en donde se declaró la creencia cristiana en su famoso Credo y, a partir de ahí, comenzó a extenderse el cristianismo por todo el mundo; algunos historiadores enseñan que Constantino fue el primer emperador romano cristiano aunque se cree que fue bautizado en su lecho de muerte. En su tiempo comenzaron cambios muy importantes como el hecho de sustituir nombres y festividades paganas por nombre y festividades cristianas. Por ejemplo, la diosa con su hijo diosito en sus brazos, como se representa ahora a María con Jesús niño en sus brazos, era la diosa Isis y el niño Osiris, dioses de Egipto, un Osiris que según la leyenda, cuando creció se casó con su madre. Y como digo, las festividades paganas se cristianizaron como la Navidad, el día de Reyes, Semana Santa o el Día de los Muertos que antes era Halloween y que ahora vuelve a estar tan en auge que ya nadie se acuerda del Día de los muertos, excepto quizá en Méjico. Es curioso que muchas de aquellas fiestas paganas celebraban el día del nacimiento del dios sol el 25 de diciembre. Fue el papa Julio I (337-352) quién ordenó que la Navidad fuese el 25 de diciembre, una fecha en la que en el calendario juliano, ese día era el solsticio de invierno, un acontecimiento que servía de excusa para hacer fiesta por ser el día en el que, se decía, renacía un nuevo ciclo de la vida.
Así que la historia nos descubre que el emperador Constantino junto con el papa Julio I decidieron hacer coincidir las fiestas paganas llamadas ‘Saturnales’ (porque se honraba al dios Saturno, dios de la cosecha), con la celebración del nacimiento de Jesús; la idea era pacificar los enfrentamientos que por aquella época ya había entre paganos y romanos convertidos al cristianismo.
Estas fiestas paganas nos dejaron otras costumbres que hoy en día se hacen en las fiestas “cristianas” de la Navidad como por ejemplo el ‘arbolito de Navidad’. Era un símbolo de inmortalidad y fertilidad entre los egipcios y los babilonios, por eso se usa el pino porque se mantiene verde todo el año. En contra de lo que se dice, las luces no representan la estrella que siguieron los Magos de Oriente, sino las estrellas o signos del zodiaco que seguían los caldeos para guiar su vida con ellas, de donde viene el zodiaco que tanta gente venera aún hoy en día. Según la nación, hay diferentes tradiciones: las hay donde en lugar de un pino usan un encino, o la palma, pero todas simbolizan el nacimiento de algún dios. En Egipto usaron el árbol para conmemorar que el dios Tammuz, el hijo de Nimrod, se había reencarnado y en Roma el arbolito era adorado en la adoración de Baal-berith, el dios recién nacido, y se celebraba justamente el 25 de diciembre (el nacimiento del sol invencible). En el “cristianismo” la justificación es que nosotros no adoramos el arbolito aunque eso sí, lo ponemos para que nos “recuerde” que es Navidad.
¿Y dónde nace la costumbre de hacerse regalos? Aquí aparece Quinto Septimio Florente Tertuliano, más cococido como Tertuliano, uno de los llamados “padres de la iglesia” (160-220). Fue muy influyente en su época entre la cristiandad del siglo II y principios del III, y es él el que menciona que esto de intercambiar regalos viene también de la celebración de “la saturnalia”, celebración que como he mencionado antes era pagana-romana, aunque la costumbre se basa en los regalos que los magos le trajeron en su visita a Jesús, aunque no hubo intercambio; los regalos de los magos tenían un significado interesante: el oro representaba la realeza de Jesucristo, el incienso su divinidad y la mirra hace alusión a su muerte, sepultura y resurrección. Claro que “el consumismo” que he mencionado antes vio en esto un filón, aunque la procedencia es de la Iglesia Católica Romana, como ya he mencionado, sobre el siglo III, instituyó la celebración de la llegada de los magos de Oriente y en España no fue hasta el siglo XIX cuando se comenzó lo de tener un regalo para los niños, la noche anterior al día 6, conocido como “Día de Reyes”.
Hoy en día esta tradición de intercambio de regalos produce un movimiento de millones de euros que a los comerciantes les viene muy bien pero que ha provocado que muchas personas ‘odien’ literalmente la Navidad por todo en lo que se ha convertido.
Pero, por encima de todo esto, lo que de verdad desea Cristo es que entreguemos nuestra vida, no que nos demos regalos unos a otros, que son un detalle bonito en otras muchas ocasiones pero no quita que el verdadero y válido regalo que Dios nos da es el de la salvación a través de Jesús y la vida eterna.