Ya he visto un almendro en flor. Estamos a mediados de febrero y los primeros indicios de la primavera son siempre esperanzadores, al menos para mí que como sabéis no me gusta el frío. Este año no me puedo quejar, no ha hecho demasiado. No opinarán igual los que lo están pasando en la calle y pienso en los turcos y los sirios que han empezado el año con tantísimo sufrimiento. Pensando así, nosotros no nos podemos quejar de nada.
El almendro ya está en flor en muchos lugares de España, pero los otros árboles están como desnudos, inertes, casi parece como si clamasen por la llegada del sol; no están muertos aunque lo pareciese, están muy vivos pero su actividad no se ve hasta que explosiona la primavera mostrando un sinfín de colores, de actividad, de brotes verdes, de hojas, de flores.
El apóstol Pablo nos va describiendo los pasos que se han ido dando empezando por el precursor, “las primicias” como dice: “Lo cierto es que Cristo sí resucitó de los muertos. Él es el primer fruto de una gran cosecha, el primero de todos los que murieron.” (1 Corintios 15:20). La naturaleza nos muestra al invierno como si todo estuviese muerto, pero en la primavera resucita. La Biblia cuando habla de la muerte de los creyentes en Cristo dice que están durmiendo, como si estuviesen en el letargo invernal. Pero la Biblia profetiza el despertar primaveral hasta alcanzar “todo su esplendor”. Igual que Cristo ha resucitado, nosotros también lo vamos a hacer y en la resurrección, nosotros seremos transformados.
“Lo mismo sucede con la resurrección de los muertos. Cuando morimos, nuestros cuerpos terrenales son plantados en la tierra, pero serán resucitados para que vivan por siempre. Nuestros cuerpos son enterrados en deshonra, pero serán resucitados en gloria. Son enterrados en debilidad, pero serán resucitados en fuerza. Son enterrados como cuerpos humanos naturales, pero serán resucitados como cuerpos espirituales. Pues, así como hay cuerpos naturales, también hay cuerpos espirituales.” (1 Corintios 15:42-44). ¿Qué significa todo esto de que seremos enterrados en deshonra y resucitados en gloria? Más o menos todos sabemos qué sucede cuando una persona muere y es enterrada: parecido a la semilla plantada, el cuerpo enterrado comienza su proceso natural de descomposición. Pero lo que dice la Biblia es que el cuerpo del creyente se va a levantar en la resurrección allí donde se encuentren sus restos. Ser enterrados en deshonra se traduce por “ser sembrados en corrupción” debido a la naturaleza y consecuencias del pecado. Pero “seremos resucitados en gloria” porque en el momento de la resurrección seremos liberados de esa corrupción. El apóstol Pablo en su carta revelada sigue diciendo que “es necesario”. Veamos: “Pues nuestros cuerpos mortales tienen que ser transformados en cuerpos que nunca morirán; nuestros cuerpos mortales deben ser transformados en cuerpos inmortales. Entonces, cuando nuestros cuerpos mortales hayan sido transformados en cuerpos que nunca morirán, se cumplirá la siguiente Escritura: “La muerte es devorada en victoria.” (1 Corintios 15:53-54). ¡Nuestros cuerpos tienen que ser transformados! De esa manera nuestros nuevos cuerpos van a ser librados de esa corrupción que teníamos cuando fuimos enterrados. ¡Es necesario! ¿Por qué? Porque va a haber un cambio de cuerpo, de un cuerpo mortal a uno inmortal, semejante al cuerpo inmortal con el que Jesucristo resucitó. Los creyentes que durmieron en Cristo experimentarán esa transformación maravillosa después de vivir el “letargo invernal” que es la muerte.
Puedes buscar las respuestas en la Biblia y sobre la resurrección, todo esto que hemos leído en 1ª Corintios capítulo 15 y más detalles en 1ª Tesalonicenses capítulo 4 a partir del versículo 13.