No tiene tiempo para nada. Todo
el día corriendo. Corriendo por la mañana para alcanzar el tren que le
lleva a
la ciudad donde tiene su trabajo. Trabajo que se acumula por falta de tiempo.
Urgencias, prisas, presión, ¿qué día vas a entregar eso? ¿Para cuándo tendremos
acabado este proyecto? ¿Crees que estará terminado en fecha?
Hay que comer rápido porque el
trabajo, testarudamente, se sigue acumulando. No puede perder la concentración
en lo que hace porque si no puede salir mal y tendrá que volver a empezar y
sería… ¡tiempo perdido!
“Ya es la hora para irme, ¡tengo
que dejarlo, tengo que dejarlo! Si no descanso voy perdiendo capacidad de
concentración y es peor, es mucho peor, puede ser ¡tiempo perdido!”
Corriendo para alcanzar el metro
que lo llevará a la estación del tren, porque si lo pierde, perderá el enlace y
¡más tiempo perdido esperando al siguiente!
¿Te has fijado en su cara? Rictus
de crispación. No hay ni un asomo de sonrisa. Hay seriedad forzada, tensa, como
que pudiera desencadenarse una tormenta en cualquier momento… ¿Quién sufrirá
las consecuencias de esa tormenta?
“Tendría que estar más tiempo con
mi hijo pero es que ¡no tengo tiempo para nada! ¿Te das cuenta que me he
comprometido a terminar esto para la asociación y todavía lo tengo así? ¡Para
qué me habré metido yo en líos!
¿Ya son las once? Pues nada, hay
que recoger que entre unas cosas y otras me dan las once y media sin entrar en
la cama… ¡Qué rápido pasa el tiempo! ¡No da tiempo a hacer nada!”