No tiene tiempo para nada. Todo
el día corriendo. Corriendo por la mañana para alcanzar el tren que le
lleva a
la ciudad donde tiene su trabajo. Trabajo que se acumula por falta de tiempo.
Urgencias, prisas, presión, ¿qué día vas a entregar eso? ¿Para cuándo tendremos
acabado este proyecto? ¿Crees que estará terminado en fecha?
Hay que comer rápido porque el
trabajo, testarudamente, se sigue acumulando. No puede perder la concentración
en lo que hace porque si no puede salir mal y tendrá que volver a empezar y
sería… ¡tiempo perdido!
“Ya es la hora para irme, ¡tengo
que dejarlo, tengo que dejarlo! Si no descanso voy perdiendo capacidad de
concentración y es peor, es mucho peor, puede ser ¡tiempo perdido!”
Corriendo para alcanzar el metro
que lo llevará a la estación del tren, porque si lo pierde, perderá el enlace y
¡más tiempo perdido esperando al siguiente!
¿Te has fijado en su cara? Rictus
de crispación. No hay ni un asomo de sonrisa. Hay seriedad forzada, tensa, como
que pudiera desencadenarse una tormenta en cualquier momento… ¿Quién sufrirá
las consecuencias de esa tormenta?
“Tendría que estar más tiempo con
mi hijo pero es que ¡no tengo tiempo para nada! ¿Te das cuenta que me he
comprometido a terminar esto para la asociación y todavía lo tengo así? ¡Para
qué me habré metido yo en líos!
¿Ya son las once? Pues nada, hay
que recoger que entre unas cosas y otras me dan las once y media sin entrar en
la cama… ¡Qué rápido pasa el tiempo! ¡No da tiempo a hacer nada!”
Me acerco al libro de la
sabiduría: “Todo tiene su tiempo, y todo
lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora” (Eclesiastés 3:1). Cada
día nuestro Dios nos regala 86.400 segundos, o sea, 24 horas. Segundos que
tenemos para gastar en ese día, no los podemos guardar para otro día, ni para mañana,
ni para las vacaciones, ¡son de gasto obligado! Y además, no sabemos si al día
siguiente nos van a regalar otros 86.400. Pero lo que si se mantiene es la
exhortación: “Todo tiene su tiempo…
Tiempo de nacer y tiempo de morir;”
No importa la condición social:
seas el más rico del mundo o el más pobre, a cada uno se le da la misma
cantidad: 86.400 segundos para gastar en un día. Pero ni el nacimiento, ni la
muerte están bajo nuestro control durante el margen que se nos regala, a menos,
claro está, que decidamos prescindir de Dios hasta en eso y provoquemos nuestra
muerte antes de tiempo, dentro de esos ochenta y seis mil segundos, como
despreciándoselos, en un intento necio de rebeldía hacia el Autor de la vida y
del tiempo. ¿No dices que no tienes tiempo para nada? Entonces, ¿por qué lo
malgastas de esa manera? ¡Aprovéchalo, ya que no lo puedes regalar! ¿O si
puedes regalarlo? Ese hijo, esa esposa, ese anciano ¡cuánto agradecerán que les
regales algo de tu tiempo!
“… tiempo de matar y tiempo de sanar” ¡Que triste pero que real!
Los noticieros nos bombardean todos los días con esta cruda realidad. Por un
lado ambiente prebélico en Corea del Norte, por el capricho fanático de unos
pocos ¿Cuántos inocentes tienen que morir? ¿Cuántas guerras injustas rodean el
planeta? ¿Cuánta gente vive de las muertes de los demás? ¿Cuánta injusticia
introdujo la desobediencia y el pecado en el mundo por la soberbia orgullosa
del hombre?
Pero hay tiempo de sanar, y
mientras en una hoja del periódico nos llenamos los ojos de sangre inocente, en
la página siguiente hombres esforzados trabajan en conseguir la medicina para
vencer a tal o cual enfermedad, y un poco más abajo, grupos de voluntarios,
médicos, enfermeras, ayudantes de todo tipo colaboran ayudando a multitudes en
un campo de refugiados en algún lugar perdido del continente africano ¡qué
tiempo más bien aprovechado! “…Tiempo de
llorar y tiempo de reír; tiempo de estar de duelo y tiempo de bailar;” C.
S. Lewis escribió: “El dolor es el megáfono de Dios. Dios nos susurra al oído
en nuestros tiempos de placer (tiempo de
reír), pero nos grita cuando experimentamos el dolor (tiempo de llorar).” ¡Gracias Señor por gritarnos! Porque a veces
padecemos sordera crónica. A nadie le gusta sufrir, los hospitales ocultan a la
sociedad el sufrimiento, pero Dios no quiere que nadie muera eternamente, y
morir sin Él es eso. Por eso grita, usando el momento en que se extienden las
manos desesperadamente, buscando socorro, para decirnos que está ahí, tan
cerca, a una oración de distancia, deseando salvarnos, deseando tiempos de risa
para nosotros, tiempos de gozo, tiempos de certeza y seguridad.
“Tiempo de abrazar y tiempo de dejar de abrazar;” ¡Qué momento más
dulce el que proporciona el abrazo de un amigo! Es tiempo bien invertido el que
se ocupa con unas palabras de consuelo al oído durante ese abrazo, o con unas
palabras de ánimo. En un instante, en el tiempo que dura un abrazo sincero,
cambia todo. Se cogen nuevas fuerzas, regresa la mirada a la meta que ya no se
ve tan lejana; hemos recuperado el valor, la fuerza, las ganas.
Pero ¿Cuál es el tiempo para
dejar de abrazar? El buen amigo lo conoce muy bien. Es también muy importante
porque el buen amigo está ahí para los malos y los buenos momentos y, hay
momentos, en que necesitamos una corrección a tiempo, en lugar de un abrazo un
sujetar por los hombros y una mirada directa, con palabras sinceras de aviso,
de exhortación, de guía, no sé, las palabras adecuadas para tal vez, corregir
un rumbo errado. ¡Qué bueno tener amigos así!
El escritor de Eclesiastés,
Salomón, menciona hasta catorce frases similares enmarcando contrastes de la
vida que se pueden medir con tiempo, bajo la batuta de ese primer enunciado: “Todo tiene su tiempo”, el sabio
escritor nos hace pensar en cómo aprovechamos esos 86.400 segundos, cómo los
distribuimos, cuántos de ellos perdemos inútilmente, cuántos empleamos
generosamente… Al observar a la gente a nuestro alrededor, incluso al
analizarnos en nuestro diario vivir, parece que vivimos al límite del estrés,
curiosamente en una sociedad que se ha dedicado a inventar artilugios para
aprovechar el tiempo y para tener más momentos de descanso. Nos comunicamos más
rápidamente, accedemos a la información en un instante, nos desplazamos a
velocidades de vértigo, y sin embargo, nos falta tiempo para todo lo que
queremos abarcar. Creo que debemos buscar el equilibrio dentro de la serenidad.
Procuremos distribuir bien esos segundos que se nos regalan. Imaginémonos
viviendo en esos pueblos rurales donde nos da la sensación que el tiempo se ha
parado, que nadie corre, que nadie tiene prisa… Aportemos serenidad a nuestros
actos, concentrémonos en lo que hacemos, no nos dejemos llevar por la fuerte
corriente de los que nos rodean.
Al final de esta lista de
contrastes, el sabio escritor llega a una serie de conclusiones, entre las que
destaco: “He considerado la tarea que
Dios ha dado a los hijos del hombre, para que se ocupen de ella. Todo lo hizo
hermoso en su tiempo;” A propósito de este texto, Charles R. Swindoll
escribe en su obra “Diario de un viajero desesperado”: “Esto le recuerda a uno
cierto coro de adoración que a los cristianos les gusta mucho cantar cuando se
reúnen: nació precisamente de estas declaraciones del libro del Eclesiastés, y
dice así:
En su tiempo, en su tiempo
Todo
lo hace hermoso
en su tiempo.
Señor, muéstrame cada día,
Mientras me enseñas tu camino,
Que haces exactamente lo que dices
En tu tiempo.
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