Ayer, domingo 17, nos hemos levantado con la noticia de un
terremoto en Ecuador que, hasta el momento, llevaba registrados 270 muertos.
También el sábado ha habido varios de menor intensidad en Japón; lo último que
he podido saber es que había unos 40 muertos.
No puedo evitar recordar las palabras de Jesús cuando oigo
estas terribles noticias: “Porque se
levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres,
y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.” (Mateo
24:7-8); es parte de la respuesta que dio cuando sus discípulos le preguntaron
sobre que señales habría del fin del mundo. Ya sé que los terremotos los ha
habido siempre a través de la historia y no sé si se ha hecho algún tipo de
estudios de estos estadísticos para saber si se han incrementado en los últimos
años, pero cuando oigo de alguno me acuerdo de esas palabras de Jesús, palabras
que, como cualquier profecía, generan muchas opiniones y teorías que se deben
afrontar siempre con mucho cuidado y humildad desde nuestra ignorancia. No voy
a entrar a diseccionar la profecía ni las mencionadas teorías porque ni es el
momento ni el lugar para hacerlo, solo quiero dejar constancia del valor que
tiene estar atento a estas “señales” que nos recuerdan lo vulnerables e indefensos
que estamos ante las fuerzas descontroladas de la naturaleza cuando nos cogen
por medio.
En lo que parecen coincidir los comentaristas es que las
guerras, las enfermedades que éstas generan, así como el hambre y los
terremotos, que supongo hacen referencia a cualquier tipo de catástrofe
producida por la propia naturaleza, sucederán al final de los tiempos que es lo
que le preguntaban los discípulos a su Maestro, un tiempo que Él denominó “principio
de dolores”, dolores que muchas veces se traducen por angustia y otras veces
por desesperación; se comparan estos “dolores” a los preliminares de un parto
que no son tan fuertes que los que se tienen en el momento de dar a luz. Ese
momento de “dar a luz” es el que en la Biblia se llama el tiempo de la
tribulación del que se habla especialmente en el libro del Apocalipsis en el
capítulo 6, donde habla de acontecimiento en un tiempo posterior a la Iglesia y
que preceden a la segunda venida del Hijo de Dios. Me consta que hay otras
teorías que creen que la Iglesia estará aún en este mundo cuando suceda la gran
tribulación, pero yo sigo la línea comentada.
También es verdad que cuando ha habido las grandes guerras
mundiales o grandes terremotos, en seguida se empezaba a especular si estábamos
llegando al fin del mundo ya que la expresión “últimos tiempos” en la Biblia se
refiere al tiempo que va desde que Jesús ascendió al cielo hasta ahora. Pero la
profecía en palabras de Jesús habla de que el incremento de las guerras entre
las naciones precederá a su segunda venida, ya que toda esa actividad militar
culminará en una guerra final mencionada en el cap. 19 de Apocalipsis, la
llamada “batalla de Armagedón”. La mejor descripción de todo lo que sucederá en
ese tiempo es leyendo el libro del Apocalipsis y así se puede entender el
alcance de las palabras del Maestro.
En medio de ese terrible ambiente de guerra, enfermedad y hambre,
el planeta tierra se conmoverá de manera violenta produciendo los terremotos
anunciados, una forma utilizada muchas veces por Dios para juicio “Porque las cosas invisibles de él [Dios],
su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del
mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen
excusa” (Romanos 1:20). Pero el hombre nunca quiso saber nada de Dios ni
tenerlo en cuenta, pero bien que se pregunta irónicamente “¿Dónde está Dios, si
es que existe, para avisarnos de esta catástrofe?” La prueba de que lo
necesitamos es que, cuando Él forma parte de nuestra vida diariamente, cuando
llegan estas catástrofes o las de cualquier otro tipo, los creyentes nos
agarramos de Sus promesas de manera que podemos decir con confianza: “¿Qué pues diremos a esto? Si Dios es por
nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31). Como escribió el Doctor
Lacueva: “Los discípulos eran hombres de poca fe, alarmados por la tormenta
cuando llevaban consigo a Cristo en la barca. Si nuestra fe en Cristo es firme,
la barquilla de nuestra alma no estará a merced de las olas”.