martes, 11 de octubre de 2016

Amad a vuestros enemigos

amad a los que os aborrecen"Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestro enemigos y haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os maltratan." (Jesús).
He sentido la necesidad de escribir cuando leí estos textos esta mañana. El comentarista decía que hacer esto que pide Jesús se considera imposible: perdonar y amar a los enemigos. El Señor lo hizo y nos dejó ejemplo para que siguiéramos sus pisadas pero, ¡qué difícil es ponerlo en práctica!
No me considero una persona que tenga enemigos, pero si es verdad que en el trabajo, cuando no le haces un favor a alguien y no le respondes como él espera, esa persona pasa a ser alguien "que no te cae bien", a lo mejor no un enemigo en todo el sentido de la expresión, pero si no hay feeling, en el momento que te vuelvas a cruzar con ella, notarás que se ha creado una distancia y, por supuesto, ni hay amor, ni hay deseos de hacerle bien y muchos menos, intención de orar por ella. Todo nuestro "cristianismo" por los suelos. Como dijo Pablo: "¡Miserable hombre de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?"
El comentarista sigue diciendo: "Imagina el impacto sobre nuestros compañeros de trabajo y nuestros parientes si abrazáramos este principio. La gracia de Cristo reflejada en nosotros tiene un poder sorprendente." Al leer esto releí las primeras palabras que dice el Maestro: "A vosotros los que oís..." Da la sensación que muchas veces no pasamos de ser cristianos nominales, de que nos parece todo muy bien lo que ha dicho Jesucristo pero que fácilmente nos olvidamos que somos nosotros, los que nos decimos cristianos, los seguidores de Cristo, los que tenemos la obligación de oír, y oír significa escuchar las palabras, entenderlas, grabarlas en nuestro corazón y en nuestra mente y, cuando llegue la ocasión, ponerlas en práctica por encima de nuestras prioridades, nuestros gustos, nuestras preferencias...
Pero como nos olvidamos, nos arrepentimos cuando ya ha pasado la ocasión, le pedimos perdón al Señor totalmente acongojados y nos prometemos aprovechar la siguiente ocasión para que "la gracia de Cristo se vea reflejada en nosotros".
¿Qué fuerza necesitamos para poder amar a nuestros enemigos, a los que nos aborrecen, a los que nos maltratan? Yo, con las mías, no puedo. Si me hacen mal, respondo con mal; si me contestan ásperamente, lo considero una falta y lo tengo en cuenta "para la próxima"; si alguien no me cae bien, decididamente no me cae bien. ¿Qué diferencia hay entonces en mí con respecto a los no creyentes? Ninguna. Y las palabras de Romanos 5:5 gritan en mis oídos: "Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado." Y creo que es así, que Dios ha derramado su amor en nosotros por medio del Espíritu Santo que habita en los corazones de los que han creído... entonces ¿qué pasa? ¿como es que ese amor no fluye para con los enemigos?
Jesús conoce esta lucha y por eso dice: "Porque si amáis a los que os hacen bien, ¿que mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que les aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿que mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo". Ahí está, no tenemos mérito ninguno porque hacemos lo que todo el mundo y un cristiano es diferente a los demás porque actúa como Cristo actuó mientras estuvo en la tierra... o debería. El comentarista termina con esta frase que hago mía: "Señor, ayúdame a perdonar". Jesús nos da la instrucción: "Sed misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso." "Vestíos, pues... de entrañable misericordia" (Colosenses 3:12). Esas son las instrucciones que tenemos como cristianos y el ejemplo cumbre y supremo de misericordia lo tenemos en la cruz donde Cristo implora el favor de los que le estaban crucificando, pidiéndole al Padre que les perdonase, en una frase que en ocasiones se aplica tan vanamente pero que encierra el ejemplo máximo de amor por los enemigos: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen".
Cristo nos ha enseñado que es necesario que amemos a los demás sin límites porque esa es la verdadera expresión de la misericordia que Dios manifiesta y que debe manifestarse en los que se consideran hijos suyos. Forma parte de nuestra identificación con Cristo y debería ser nuestra forma natural de vida. Esteban aprendió bien el ejemplo de Jesús y cuando le estaban apedreando "clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado". 
La Biblia nos exhorta a que actuemos con los que nos rodean como "amados de Dios"; ese vestido de "entrañable misericordia", literalmente de un "corazón de compasión", debería expresarse en un sentimiento profundo hacia los demás, en el sentimiento de un corazón compasivo similar al que Jesús mostró, buscando desinteresadamente el bien del otro y no el propio. Los creyentes tenemos que manifestar al mundo el vestido de que estamos cubiertos, no un vestido que nos oculte, sino un vestido que nos muestre, para que nuestros actos le den la gloria a Dios y no lo contrario.
¡Que Él nos ayude para que así sea!

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