Leo en el libro de Eclesiastés: "Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora: Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado... tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de estar de duelo y tiempo de bailar... tiempo de abrazar y tiempo de dejar de abrazar... tiempo de callar y tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de aborrecer..." (Eclesiastés 3:1-2, 4-5b, 7b-8).
Cuando llega la Navidad pienso: "A la Navidad se le ha "asignado" su tiempo" y ha llegado y yo no he escrito nada sobre ello. Pues vamos a ver que escribo que no haya escrito ya en las mismas fechas en años anteriores, porque siento esa repetición de tiempos asignados para cada cosa marcado tercamente por la publicidad de los comercios que aprovechan los "tiempos asignados" para insistir en que para esa fecha tenemos, siempre, que comprar algo. Es como si no pudiésemos disfrutar de cada momento sin comprar... ¡Qué manera de hacer sufrir a los que no pueden comprar, por el crudo hecho de que, sencillamente, no pueden! ¿Lo habrán pensado? Creo que no. Los que buscan vender piensan en los que pueden comprar, no en los que no pueden. Yo lo he comprobado cuando he formado parte de la cifra abusiva del paro. Alguien que quiere vender te llama, muy jovialmente, con mucho entusiasmo comercial, artificial empuje y, de repente, baja la voz, tartamudea, reduce su impulso y su empuje y finalmente con un 'comprendo' se despide muy rápidamente... ¿Que ha pasado? Le he dicho que estoy sin trabajo y cuando estas sin trabajo cambia la imagen que ellos se hacen del comprador potencial, automáticamente te conviertes en un indigente, en alguien que no les vales, y no se puede perder el tiempo con un parado.
A mi siempre me ha gustado el tiempo de Navidad, ya lo he dicho en otras ocasiones, pero comprendo a aquellos que aseguran que no les gusta, a veces porque les recuerda problemas familiares, otras porque están hartos de tanto anuncio y tanta compra y otros, tal vez los menos, porque les parece un tiempo cruel, un tiempo que se emplea para tapar con papel de colores las injusticias, tristeza y pobreza que se esconde en las zonas oscuras de los soportales. Pero ¿acaso la historia que origina la Navidad, no es una historia similar que encierra injusticia, tristeza, pobreza...? ¿O cómo la queremos ver? O tal vez ni la queremos ver, ni nos interesa salir de la maraña en lo que se ha convertido la historia original.
Cuando leemos la historia en la Biblia, y lo hacemos sencillamente, quitando prejuicios, desenmarañándonos de la parafernalia que se vende hoy, es cuando entendemos qué es realmente lo que pasó y qué diferente es de lo que nos cuentan. Fíjate, unos 700 años antes de que naciera Jesús, el profeta Isaías escribió: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel" (Isaías 7:14) (Emanuel significa "Dios con nosotros"). Este anuncio inusitado, sorprendente y milagroso, el que una virgen conciba y de a luz un hijo, se corrobora en la historia de Jesús registrada en los cuatro Evangelios y, más concretamente, en Mateo 1:18-23, se nos relata como José, el futuro marido de María, se entera del cumplimiento de esta profecía por la explicación que le da un ángel. Nosotros, que hemos oído la historia muchas veces, ya no nos sorprendemos de nada, pero imaginaros José que llega al punto de pensar en abandonar a María al ver que está embarazada. No creo que fuese una historia muy fácil para él (no era nada sencillo tampoco para ella), hasta que las huestes celestiales empiezan a tomar protagonismo para ir explicándoles y preparándoles para todo lo que iban a tener el privilegio de vivir.
Así que podemos pensar que el inicio no fue tan tranquilo. Si seguimos el relato en el capítulo 2 de Lucas vemos que la historia todavía se complica más: el César Augusto proclama un edicto para que la gente se registre en un censo en la ciudad donde han nacido y José, ya como esposo de María (Lucas 2:5), se embarca en un duro viaje de unos 115 kms. de distancia, posiblemente a pie, posiblemente llevando a María en algún medio de transporte, un animal, una carreta, y, posiblemente haciendo el viaje en compañía de otros viajeros para protegerse mutuamente de los ladrones, o de los posibles animales salvajes que buscasen a quien atacar para alimentarse; total, de 4 a 6 días de viaje en unas condiciones muy duras. José era del linaje del rey David, de la ciudad de Belén y allí tenía que inscribirse con su esposa para cumplir con la ley del censo promulgado; todo era complicado pero se estaban cumpliendo las profecías que muchos siglos antes se habían pronunciado sobre el Mesías, el Cristo prometido: descendiente de David (Isaías 9:7 con Lucas 1:32-33); nacido en Belén (Miqueas 5:2); nacido de una virgen (Isaías 7:14).
María se pone de parto cuando están en Belén y tiene que buscar un sitio más o menos acogedor ya que no estaban en el mesón por falta de sitio (¡ni un pequeño sitio!), y qué mejor que el que encuentran en un pesebre, el lugar dónde comían los bueyes y las vacas, para encontrar un poco de calor y cobijo para tan delicada situación. El lugar más humilde, entre animales, sin medios, sin recursos, de momento solos, de momento porque el Señor se encargó de proporcionarles la compañía de los pastores que cuidaban sus rebaños por allí cerca. ¿Idílico nuestro belén? Si analizamos cada momento, podemos ver que de idílico no tiene nada: sin posada, sin ayuda, a punto de dar a luz su primer hijo, por tanto sin experiencia, con muchos nervios, buscando la manera de que el niño entre en calor con unos pobres pañales sacados de algún trozo de tela dispuesto para cuando llegase el momento... Tanta pobreza y humildad para ¡un descendiente de sangre real! José de la casa de David, María igualmente llevaba sangre real de la casa de Judá, Jesús tenía que ser descendiente de David como vimos en la profecía, y sin embargo... ¡no fue fácil!
Dios, en su divina providencia, les llevó un poco de ánimo (Lucas 2:15-19): los pastores han ido a visitarlos y les animan el corazón contándoles lo que los ángeles les habían dicho sobre el niño: "...en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor" Y tal como les habían dicho, encuentran "al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre". A su lado José y María, quien guardaba todas estas cosas en su corazón, porque ella había recibido la visita del ángel Gabriel, ella había sido saludada con un ¡muy favorecida!, a ella se le había dicho directamente que ¡había hallado gracia ante Dios! y desde ese encuentro tan increíble, celestial, especial, María había dicho con humildad y reverencia: "Engrandece mi alma al Señor" en una muestra de sencillez, adoración y servidumbre ante el propósito divino de ser ella la mujer de concebir el plan de Dios en la persona del Salvador del mundo Jesucristo. Ella pudo decir: "Desde ahora me tendrán por bienaventurada todas las generaciones" (Lucas 1:48), sí, eres bienaventurada María, porque aunque no eras una princesa, la elección que Dios hizo sobre ti te nombró princesa al ser la madre del Rey y tu nombre está escrito entre las mujeres de renombre y poder de la Escritura, ¡bienaventurada María!
Aunque Jesús nació en el lugar más humilde, su nacimiento fue tan especial que ningún otro hombre tuvo un nacimiento tan especial e irrepetible. Fue profetizado, como hemos visto siglos antes; hubo una estrella que unos magos de oriente siguieron (Mateo 2:2) para llegar al lugar dónde estaba para adorarle ("Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás..." (Lucas 4:8)); una multitud de las huestes celestiales entonaron un cántico cuando anunciaron a los pastores de la región su nacimiento: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y buena voluntad para con los hombres." (Lucas 2:14); los magos de oriente, una representación de la gente rica y poderosa igual que los pastores lo fueron de la gente humilde, le adoraron y le ofrecieron regalos de oro, incienso y mirra.
El nacimiento de Jesús no ha dejado indiferente a nadie; hoy en día seguimos celebrándolo (Natividad), y entre nosotros nos deseamos una ¡Feliz Navidad!, pero, solo podrá ser feliz si tenemos a Dios con nosotros (Emanuel).
Aunque Jesús nació en el lugar más humilde, su nacimiento fue tan especial que ningún otro hombre tuvo un nacimiento tan especial e irrepetible. Fue profetizado, como hemos visto siglos antes; hubo una estrella que unos magos de oriente siguieron (Mateo 2:2) para llegar al lugar dónde estaba para adorarle ("Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás..." (Lucas 4:8)); una multitud de las huestes celestiales entonaron un cántico cuando anunciaron a los pastores de la región su nacimiento: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y buena voluntad para con los hombres." (Lucas 2:14); los magos de oriente, una representación de la gente rica y poderosa igual que los pastores lo fueron de la gente humilde, le adoraron y le ofrecieron regalos de oro, incienso y mirra.
El nacimiento de Jesús no ha dejado indiferente a nadie; hoy en día seguimos celebrándolo (Natividad), y entre nosotros nos deseamos una ¡Feliz Navidad!, pero, solo podrá ser feliz si tenemos a Dios con nosotros (Emanuel).
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