sábado, 27 de abril de 2024

¿Mansedumbre?

El diccionario dice que un manso es una persona afable, reposado, benigno, dócil, tranquilo; a veces se
incluye en la definición la palabra sumiso, complaciente. No parece ser el tipo de persona que predomina hoy en día cuando se potencia el ser osado, decidido, fuerte en personalidad, ganador. Si me voy a los sinónimos de mansedumbre dice que es tener apacibilidad, benignidad, docilidad, mansedad, afabilidad, dulzura, humildad, suavidad, sumisión, tolerancia, transigencia. Creo que ser una persona sumisa nos hace pensar en alguien sometido, entregado, dominado por alguien a quien se somete.
¿Por qué me he acordado de esta palabra: "mansedumbre"? Muchas veces recuerdo las palabras de Jesús que nos pide que seamos mansos como Él lo es; incluso en las bienaventuranzas, una de ellas dice: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra.”
Yo creo que cuando Jesús desea que sus discípulos seamos mansos no está pensando en que seamos débiles, frágiles, no lo creo por el ejemplo que nos dejaron sus primeros discípulos que procuraron siempre ser mansos pero no fueron ni cobardes ni débiles ni apocados, todo lo contrario.
La mansedumbre es un don de Dios para aquellos que han creído en Jesús como su único y suficiente Salvador. En la Biblia tenemos algunas biografías de siervos importantes de Dios que aprendieron mansedumbre en su caminar con Dios aunque al principio no lo eran en absoluto. Tal vez el más famoso por su mansedumbre fue Moisés. Se nos dice de él que :”Moisés era un hombre muy manso, más manso que todos los hombres que había sobre la faz de la tierra.” (Números 12:3). Todos recordamos cómo era en su juventud cuando se enfadaba: llegó a matar a un egipcio y en otras ocasiones demostró que la paciencia y la mansedumbre no formaban parte de su carácter, por ejemplo cuando bajó de la montaña, se encontró al pueblo adorando al becerro de oro y en su ira rompió las tablas de piedra que contenían la Ley que Dios le acababa de entregar escritas por Él mismo. Pero su cercanía con Dios y sus 40 años cuidando ovejas en el desierto y luego dirigiendo al pueblo a través del desierto otros 40 años, moldearon aquel carácter convirtiéndolo no solo en un gran líder sino también en el “más manso de todos los hombres”. Aquellas experiencias, especialmente la de liderar a un pueblo tan testarudo le había enseñado a sentirse en todo momento dependiente de Dios, totalmente sumiso y entregado ante el Dios todopoderoso que lo llevaba de la mano.
Muchos años más tarde, ya en la historia que se relata en el Nuevo Testamento, encontramos a Pedro que destacaba por su carácter impulsivo y casi violento que siempre estaba ahí delante en las respuestas y a veces, debido a su precipitación, en sus meteduras de pata que Jesús amablemente trataba de corregir siempre para llevar a aquel discípulo tan osado al Camino a donde Él lo quería llevar. Cuando iban a detener a Jesús en el huerto de Getsemaní “Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó, hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha.” (Juan 18:10). Aquel Pedro llegó a ser también un apóstol lleno de mansedumbre como se aprecia en sus cartas y al mismo tiempo uno de los mejores emisarios del Evangelio.
También tenemos al apóstol Pablo que era alguien, antes de su encuentro con Jesucristo, que tampoco destacaba por su humildad precisamente: “Saulo (Pablo), respirando aún amenazas y homicidio contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas para las sinagogas en Damasco, con el fin de llevar preso a Jerusalén a cualquiera que hallase del Camino, fuera hombre o mujer.” (Hechos 9:1-2). “Saulo asolaba a la iglesia. Entrando de casa en casa, arrastraba tanto a hombres como a mujeres y los entregaba en la cárcel.” (Hechos 8:3). Saulo, el que llegó a ser el apóstol Pablo, era una persona fanática y violenta antes de su encuentro personal con Jesús ya resucitado ¿qué fue lo que le cambió para que en ese encuentro llegase a decir: “¿Qué haré Señor?” (Hechos 22:10). Esa misma persona llegó a escribir que el fruto del Espíritu Santo en una persona es: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio.” (Gálatas 5:22-23), por eso he dicho antes que la mansedumbre es un don de Dios para aquellos que hemos creído en Jesús, forma parte de la transformación que el Espíritu Santo opera en las personas cuando creen por fe en Jesucristo y se arrepienten y confiesan su situación pecaminosa, forma parte del nuevo nacimiento del que le habló Jesús a Nicodemo por el que es necesario pasar para poder ser llamado hijo de Dios ya que por naturaleza no somos mansos sino más bien rebeldes: ese es el estado natural del hombre desde que pecó al principio y decidió seguir adelante enemistado con Dios, alejado de Él, independiente y autosuficiente sin percatarse de que hemos sido creados para ser adoradores y dependientes del Creador.
Por nuestros medios nunca llegaremos a ser mansos. Jesús dijo: “Os es necesario nacer de nuevo.” (Juan 3:7), y es en ese momento cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón y comienza un proceso de regeneración en el que se incluye el producto de Su fruto como he dicho antes. A partir de ahí empezaremos a sentir la influencia benéfica de la mansedumbre que conllevará en el mismo paquete bondad, amor, deseo de servir a Dios e imitar a Jesús, deseo de conocerlos más y deseo de ser un buen discípulo y embajador de Su Reino.
La historia está llena de personas duras, violentas, asqueadas de todo y de todos que al arrodillarse a los pies de Jesús llorando por el reconocimiento de su estado empezaron un cambio a personas buenas, sensibles, pacientes y misericordiosas como nunca habían sido en la vida. ¿Qué había sucedido? Dios entra a obrar en las personas cuándo éstas se lo piden y, al igual que hizo con sus discípulos, esa Obra poderosa de Dios produce una especie de amansamiento que no consiste en reducir a la persona a un estado miserable y sumiso, sino en encauzar su fuerza, su energía y su personalidad siguiendo el modelo perfecto de Cristo.
La mansedumbre no es algo que podamos conseguir por nosotros mismos; repito: ¡Es un regalo de Dios! “Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30).
 

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