Yo siempre digo que si fuese capaz de entender a Dios, no sería Dios porque nuestra mente no tiene la capacidad de entender al Creador del Universo y de todo lo visible e invisible, por eso con toda humildad debo de confesar que es muy difícil comprender como es que Jesús es un hombre igual que nosotros pero sin pecado y Dios. Los teólogos llaman a esto la relación hipostática de Cristo: “La Unión Hipostática es la doctrina central del cristianismo que explica que Jesucristo es una sola persona con dos naturalezas completas e inseparables: plenamente divina y plenamente humana, unidas sin confusión ni cambio en una única hipóstasis (sustancia).”
Como hacemos siempre, buscamos en la Biblia la respuesta a este misterio teológico y es en Ella donde encontramos claros ejemplos de que efectivamente Jesús era un hombre igual que nosotros, por ejemplo encontramos que Jesús se cansaba después de un día de mucho trasiego o de una buena caminata, tenía hambre y sed, pero además los que estuvieron con Él nos cuentan que trabajaba de carpintero con José su padre no biológico, aprendía, oraba, en fin, todo lo que un hombre podía hacer en la época en la que le tocó vivir.
¿Y que declara sobre su divinidad? La portentosa definición que de Él hace el evangelista Juan en su primer capítulo, no deja lugar a dudas: “En el principio era la Palabra (o el Verbo), y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios. Ella era en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de ella, y sin ella no fue hecho nada de lo que ha sido hecho… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y contemplamos su gloria, como la gloria del unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad.” (Juan 1: 1-3, 14). El apóstol Pablo afirmó como escritor inspirado que “en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, en otra versión más popular: “en Cristo habita toda la plenitud de Dios en un cuerpo humano.” (Colosenses 2:9).
¿Y que decía Jesús de estas afirmaciones? Pues tenemos un montón de afirmaciones y demostraciones por parte del mismo Jesús que corroboran lo que venimos diciendo: “Yo y el Padre uno somos.” (Juan 10:30), “El que me ha visto, ha visto al Padre.” (Juan 14:9), “Jesús mismo no confiaba en ellos, porque los conocía a todos y porque no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que había en el hombre.” (Juan 2:24-25), habla de su omnisciencia; a la mujer samaritana le confesó que Él era el Mesías, el Cristo profetizado: “Le dijo la mujer: —Sé que viene el Mesías —que es llamado el Cristo—. Cuando él venga, nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: —Yo soy, el que habla contigo.” (Juan 4:25-26); otra confesión similar es la que Jesús le da al sumo sacerdote cuando era interrogado antes de ser crucificado: “Otra vez el sumo sacerdote le preguntó y le dijo: —¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito? Jesús le dijo: —Yo soy. Y además, verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo.” (Marcos 14:61-62). Otra de las cosas que Jesús hacía y que llamaba poderosamente la atención es que no se oponía a que alguien lo adorase, cosa que solo le correspondía a Dios, hasta los ángeles rechazaban rápidamente ese gesto o igualmente el perdonar pecados: “Y viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: —Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados.” (Mateo 9:1-2); “Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: —Hombre, tus pecados te son perdonados.” (Lucas 5:20); “Y a ella le dijo: —Tus pecados te son perdonados. Los que estaban con él a la mesa comenzaron a decir entre sí: —¿Quién es este que hasta perdona pecados?” (Lucas 7:48-49); “—¿Crees tú en el Hijo del Hombre? Él respondió y dijo: —Señor, ¿quién es para que yo crea en él? Jesús le dijo: —Lo has visto, y el que habla contigo, él es. Y dijo: —¡Creo, Señor! Y lo adoró.” (Juan 9:36-38); “Entonces Tomás respondió y le dijo: —¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: —¿Porque me has visto, has creído?” (Juan 20:28-29). Jesús podía haber rechazado esa muestras de adoración recordándoles el mandamiento de que solo al Señor tu Dios adorarás, pero al no rechazarlo demostraba que Él era quién decía ser.
Volviendo al meollo de la cuestión, podemos decir que no queda claro como pueden convivir las dos naturalezas en una misma persona. Desde el principio de la Iglesia esto fue un debate que ocupó casi los primeros cinco siglos y que condujo también a la promulgación de lo que después se consideraron herejías cristológicas a la luz de la Biblia, hasta que por fin se llegó a la definición que hemos reproducido fruto del Concilio de Calcedonia. Y como allí declararon los llamados padres de la Iglesia, a pesar de que para nuestra mente es un misterio, desde aquí respetamos y sostenemos la postura bíblica que afirma tanto su humanidad como su divinidad.
William Edward Biederwolf fue un evangelista presbiteriano estadounidense que llegó a esta conclusión: “El hombre que lea el Nuevo Testamento y no sea capaz de ver que Cristo reclama ser más que meramente un hombre, podrá mirar al cielo durante el mediodía de un día sin nubes y no verá el sol.”
Termino con una palabras de Juan el Evangelista: “Por cierto, Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos las cuales no están escritas en este libro. Pero estas cosas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre.” (Juan 20:30-31).
