viernes, 6 de mayo de 2016

Andar en la verdad


cual es la verdad

Acabo de leer este comentario del apóstol Juan en su tercera carta respecto el testimonio que tenía de Gayo, un hermano amado por él, un testimonio que venía a demostrar que “andaba en la verdad”, porque según palabras de Juan, “No tengo mayor gozo que el de oír que mis hijos (se entiende “hijos espirituales”, personas a las que se les ha guiado para que reconozcan a Jesús como su Señor y Salvador), andan en la verdad.”
Hoy es problemático hablar de “la verdad” porque hablamos de “una verdad” y, en consecuencia, se nos va a tachar de “fundamentalistas”, poco flexibles, no permisivos, etc., todas esas cosas que se nos llama por ser fieles al único y verdadero Evangelio, porque es de lo que se trata, cuando hablamos de la Verdad con mayúscula nos estamos refiriendo a la Verdad proclamada en el Evangelio, la que compartimos todos los hermanos en la fe y miembros, como el apóstol Juan, de la familia de Dios. Esa Verdad, como ya hemos comentado en este blog en varias ocasiones, es la que encarna Jesucristo cuando dice “Yo soy la Verdad” en Juan 14:6. Porque estoy hablando de la Verdad que se asocia a la naturaleza esencial de Dios, como se menciona en Romanos 1:25.- “Ellos cambiaron la verdad de Dios por la mentira”; estoy mencionando la Verdad que en toda la Biblia se asocia con Cristo (“la verdad está en Jesús” (Efesios 4:21)); estamos hablando de la verdad que está en el Espíritu Santo (“…el Consolador, el Espíritu de verdad…” (Juan 15:26)). Cuando Jesús habla de la Palabra de Dios afirma: “Tu palabra es verdad” (Juan 17:17) y, profundizando un poco más, sabemos que Jesucristo es “el logos”, la Palabra “encarnada” (“y aquel Verbo (logos) se hizo carne y habitó entre nosotros…” (Juan 1:14)), entonces se cierra el círculo y Jesús es la Verdad porque en Dios (Jesús) está la Verdad como afirma desde el comienzo la Biblia: “Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él” (Deuteronomio 32:4); “La suma de tu palabra es verdad” (Salmo 119:160).
El testimonio que los hermanos daban de Gayo era que lo que él hacía demostraba que “andaba en la verdad”, o sea, actuaba conforme a la Palabra de Dios, la obedecía y como ya he dicho que Dios es el Dios de la Verdad y su Palabra es la Verdad, entonces Gayo andaba en esa verdad que la Palabra de Dios declara única y encarnada en la persona de Jesús.
Transcribo un párrafo del libro “Hacia el conocimiento de Dios” de J.I.Packer sobre el tema.- “La verdad en la Biblia es una cualidad de las personas principalmente, y de las proposiciones solamente en segundo término: significa estabilidad, confianza, firmeza, veracidad; la cualidad de la persona que es enteramente consecuente, sincera, realista, no engañada. Así es Dios: la verdad en este sentido es su naturaleza, y no está en él ser de otro modo. Por eso es que él no puede mentir: “…Dios, que no miente…” (Tito 1:2); “Dios no es hombre, para que mienta” (Números 23:19); “es imposible que Dios mienta” (Hebreos 6:18). Es por eso que sus palabras son verdad y no pueden ser otra cosa que verdad. Constituyen el índice de lo real: ellas nos muestran las cosas tal como son, y como lo serán para nosotros en el futuro, según que acatemos o no las palabras de Dios para nosotros.”
“No tengo mayor gozo que el de oír que mis hijos andan en la verdad”, dice Juan, porque era la prueba de que sus “hijos espirituales” no sólo habían creído el mensaje de la salvación que él les había enseñado, sino que lo vivían diariamente; era una alegría para él porque sabía de la situación difícil por la que pasaban esos primeros cristianos que estaban sufriendo la persecución por, precisamente, seguir esa verdad, conociendo él como conocía que había muchos de esos supuestos cristianos que se habían apartado de la verdad por miedo o por no creer de verdad en el mensaje. La auténtica fe se demuestra en las obras que se hacen y en cómo se hacen, obras que generan un testimonio, testimonio que se ve y que es la evidencia a los demás que “algo” ha transformado a esa persona porque ha decidido seguir y obedecer a la Verdad y andar en ella. 

lunes, 18 de abril de 2016

Terremoto

terremotoAyer, domingo 17, nos hemos levantado con la noticia de un terremoto en Ecuador que, hasta el momento, llevaba registrados 270 muertos. También el sábado ha habido varios de menor intensidad en Japón; lo último que he podido saber es que había unos 40 muertos.
No puedo evitar recordar las palabras de Jesús cuando oigo estas terribles noticias: “Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores.” (Mateo 24:7-8); es parte de la respuesta que dio cuando sus discípulos le preguntaron sobre que señales habría del fin del mundo. Ya sé que los terremotos los ha habido siempre a través de la historia y no sé si se ha hecho algún tipo de estudios de estos estadísticos para saber si se han incrementado en los últimos años, pero cuando oigo de alguno me acuerdo de esas palabras de Jesús, palabras que, como cualquier profecía, generan muchas opiniones y teorías que se deben afrontar siempre con mucho cuidado y humildad desde nuestra ignorancia. No voy a entrar a diseccionar la profecía ni las mencionadas teorías porque ni es el momento ni el lugar para hacerlo, solo quiero dejar constancia del valor que tiene estar atento a estas “señales” que nos recuerdan lo vulnerables e indefensos que estamos ante las fuerzas descontroladas de la naturaleza cuando nos cogen por medio.
En lo que parecen coincidir los comentaristas es que las guerras, las enfermedades que éstas generan, así como el hambre y los terremotos, que supongo hacen referencia a cualquier tipo de catástrofe producida por la propia naturaleza, sucederán al final de los tiempos que es lo que le preguntaban los discípulos a su Maestro, un tiempo que Él denominó “principio de dolores”, dolores que muchas veces se traducen por angustia y otras veces por desesperación; se comparan estos “dolores” a los preliminares de un parto que no son tan fuertes que los que se tienen en el momento de dar a luz. Ese momento de “dar a luz” es el que en la Biblia se llama el tiempo de la tribulación del que se habla especialmente en el libro del Apocalipsis en el capítulo 6, donde habla de acontecimiento en un tiempo posterior a la Iglesia y que preceden a la segunda venida del Hijo de Dios. Me consta que hay otras teorías que creen que la Iglesia estará aún en este mundo cuando suceda la gran tribulación, pero yo sigo la línea comentada.
También es verdad que cuando ha habido las grandes guerras mundiales o grandes terremotos, en seguida se empezaba a especular si estábamos llegando al fin del mundo ya que la expresión “últimos tiempos” en la Biblia se refiere al tiempo que va desde que Jesús ascendió al cielo hasta ahora. Pero la profecía en palabras de Jesús habla de que el incremento de las guerras entre las naciones precederá a su segunda venida, ya que toda esa actividad militar culminará en una guerra final mencionada en el cap. 19 de Apocalipsis, la llamada “batalla de Armagedón”. La mejor descripción de todo lo que sucederá en ese tiempo es leyendo el libro del Apocalipsis y así se puede entender el alcance de las palabras del Maestro.
En medio de ese terrible ambiente de guerra, enfermedad y hambre, el planeta tierra se conmoverá de manera violenta produciendo los terremotos anunciados, una forma utilizada muchas veces por Dios para juicio “Porque las cosas invisibles de él [Dios], su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Romanos 1:20). Pero el hombre nunca quiso saber nada de Dios ni tenerlo en cuenta, pero bien que se pregunta irónicamente “¿Dónde está Dios, si es que existe, para avisarnos de esta catástrofe?” La prueba de que lo necesitamos es que, cuando Él forma parte de nuestra vida diariamente, cuando llegan estas catástrofes o las de cualquier otro tipo, los creyentes nos agarramos de Sus promesas de manera que podemos decir con confianza: “¿Qué pues diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Romanos 8:31). Como escribió el Doctor Lacueva: “Los discípulos eran hombres de poca fe, alarmados por la tormenta cuando llevaban consigo a Cristo en la barca. Si nuestra fe en Cristo es firme, la barquilla de nuestra alma no estará a merced de las olas”.


lunes, 11 de abril de 2016

¿Dónde está tu Dios?

“Mis lágrimas han sido mi alimento de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?... Mientras mis huesos se quebrantan, mis enemigos me afrentan diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?” (Salmo 42:3 y 10)
buscando
Es fácil caer en la duda cuando las cosas vienen mal dadas, cuando no salen como nos gustaría, cuando hay enfermedad, cuando la situación es complicada, cuando… cuando… ¿cuántas situaciones podríamos describir? La duda es un aguijón que picotea con insistencia “¿Dónde está la ayuda de Dios? ¿Por qué no responde ahora que necesitas Su socorro?” Es un ataque a nuestra fe pero también lo es a Dios mismo. El Salmo que cito en su versículo 10 parece que estuviese recordándonos la experiencia de Jesús en la cruz mientras sufría este mismo tipo de ataque: “Ha confiado en Dios. Que lo libre ahora si le quiere, porque dijo: Soy Hijo de Dios.” (Mateo 27:43). Salvando la distancia es similar al maltrato verbal que pueda sufrir cualquier cristiano que ha asegurado que es hijo de Dios (Juan 1:12), que de repente se ve sometido a una fuerte crisis y que sirve de pretexto para que lo que lo conocen le hagan la misma pregunta: “¿Dónde está tu Dios ahora? ¿No confías en Él? ¿No tiene poder para librarte de esa situación…?”
¿Qué se hace en esta situación? ¿Nos callamos? Es una buena ocasión para probar nuestra fe. De hecho, Dios permite las pruebas y las tentaciones para enseñarnos a no confiar en nosotros mismos sino para que confiemos exclusivamente en el Señor Jesucristo, para enseñarnos lo que Él tiene en mente para nosotros. Son los momentos para poner en práctica la teoría que tenemos acumulada. Lo hemos dicho, lo hemos repetido: Mi vida, lo que tengo, lo que soy, está en manos de mi Dios. ¿Sí? Pues muy bien, ¡ahora es el momento de demostrarlo! ¿Confío en Dios o confío en mis fuerzas, en mis recursos?
Los acosadores estarán observándonos. Aquellos que observaban a Jesús no tenían ni idea de lo que estaba pasando en aquella cruz. No sabían que si Dios venía a ayudar a Jesús y lo bajaba de la cruz, toda la obra de salvación se vendría abajo con Él. Jesús estaba pagando el castigo de nuestra salvación. Sólo Él podía hacerlo. Si Él descendía de la cruz ¿qué otra solución tendríamos para nuestra vida, para nuestro encuentro con Dios? Ninguna. Él es la única puerta. Estaríamos condenados en nuestros pecados. No habría esperanza. Jesús había venido a eso a esta tierra: A revelar a Su padre y a cumplir el plan de salvación elaborado desde la eternidad por amor a la humanidad. Dios no podía estar con Su Hijo en aquel terrible momento porque Su Hijo llevaba el pecado de todos, y Dios no puede tener relación con el pecado. Pero aquellos que se burlaban de Él no lo sabían, no habían ni siquiera querido saberlo, no le oían, le odiaban, le despreciaban, como han seguido despreciando a todos los que han querido seguir al crucificado… y después resucitado. “¿Cristiano? ¿Dónde está tu Cristo ahora que lo estás pasando mal?”
¿Qué hizo Jesús? Sencillamente oró por aquellos que se burlaban: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. ¿Parece sencillo? No lo es. Jesús nos enseñó a amar a nuestros enemigos, pero a nosotros nos cuesta… y menos, perdonarlos, por eso, cuando se burlan, intentamos balbuceantes disculpas, o nos escondemos, o cualquier otra cosa… menos encomendarnos a Dios. ¡Es poner en práctica lo que ya sabemos! ¿Dónde está mi Dios? ¡Muy cerca! Y mucho más cerca cuando somos atacados, cuando soportamos el odio o la injusticia de los que se burlan… de los que se burlan por su propia inseguridad, porque necesitan saber si hay algo o no, y si nosotros parece que creemos en algo… “¡que lo demuestren!”
Y ahí está nuestra oportunidad. Si nos mantenemos firmes en la fe, seguros en las promesas divinas, si no cedemos bajo la presión, entonces les estaremos demostrando que Dios está vivo y nos sostiene porque siempre cumple sus promesas y nunca nos dejará solos… aunque a “ellos” les parezca que sí.
Una cosa es lo que a ellos les parezca y otra es la certeza de la realidad de Dios, Señor, Creador, Salvador y Padre.

lunes, 21 de marzo de 2016

Desesperación

huida
No he podido escribir todo este tiempo a causa de una operación que me ha dejado lo suficientemente
mermado… Gracias a Dios voy recuperándome, ya puedo hacer cosas, ya me queda menos para hacer vida normal. Es increíble la cantidad de cosas “normales” que hacemos que no nos damos cuenta hasta que, justamente, no las podemos hacer.
En todo este tiempo he leído, también he visto. La semana pasada quise ver y no fui capaz, no porque perdiese visión, sino porque no resistí las imágenes: se trataba de un reportaje sobre el éxodo de los refugiados que huyen de la guerra de Siria, un reportaje desde dentro de manera que prácticamente estabas a su lado… Entonces apareció una valla, una valla de alambres espinosos, cortantes, que impedía avanzar a un grupo que se movía de noche, con mujeres, con niños. Alguien vigilaba a las patrullas de soldados y alguien cortaba los alambres y hacía un agujero improvisado en esos alambres por el que se podía pasar con mucha dificultad. Dieron la voz: “¡Ahora! ¡No hay vigilancia, vamos, que pasen las familias juntas!” Y pasó una mujer, y dos niñitos. Dios mío, dos niños pequeños cruzando por aquel agujero, de noche, con miedo, en un lado su madre, en el otro aún, su padre, animándolos y ayudándolos para que no se cortasen o quedasen enganchados en los alambres… Y llegó una pareja de soldados. Las personas que estaban en este lado de la valla les imploraron que dejasen pasar al padre, era el único que faltaba, y le dejaron ¿Qué más les daba? No iban a llegar muy lejos.
No sé si fue esa misma noche o la siguiente, una multitud parece que consigue avanzar hacia la frontera para pasar a la tan ansiada Europa. Hay mujeres, hay niños, hay personas en carros de inválidos, hay muchos jóvenes arengando a los demás para animarlos a seguir… y de repente la multitud se frena: hay un cordón de militares que les impide seguir. Y empiezan las carreras, los gritos, los empujones de los que quieren seguir y no pueden porque los de delante están obligados a parar. Y los niños… Ahí fue donde no pude seguir. Dios mío, pensé, ¿Qué pasa con esos niños? Es de noche, se ven rodeados de hombres que gritan, de luces de linternas, golpeados, empujados, indefensos, cansados, hambrientos, mojados… ¡realidad desesperante!
Apagué la televisión, huí de la realidad, ¿Qué más podía hacer? Solo pedir por ellos, pedir que el corazón de los dirigentes que apagan sus televisores sea tocado, se sienta generoso, aparque su egoísmo, tenga misericordia de esos niños. ¿Qué culpa tienen ellos de la atrocidad del hombre que se sumerge en una guerra brutal como si no se supieran las consecuencias de este acto de barbarie?
¿Acaso nadie ve las consecuencias de una guerra? ¿Nadie ve la destrucción, la miseria, la necesidad de las personas inocentes de la animalidad a la que se llega cuando la guerra consigue adueñarse de las ciudades, de los campos, de un país? ¿Es que nos hemos vuelto tan insensibles?
Como leía el sábado pasado, “el problema del mundo es ante todo un problema moral”. No es un problema político, económico, ecológico o social. Es un problema de la condición del hombre, de su corazón, de nuestro corazón. El hombre no es capaz de lo mejor porque al final siempre estropeará todo por su orgullos, egoísmo y falta de rectitud moral.
Sólo Dios puede cambiar ese corazón, solo una vida en Cristo Jesús cambiará nuestra vieja naturaleza en una persona nueva, renovada, capaz de amar, capaz de sentir amor por los demás, capaz de tender una mano. Sólo la fe en Cristo, creyendo en Él, puede producir el cambio.
¡Que Él nos ayude para que así sea!


miércoles, 24 de febrero de 2016

Cifras engañosas

orador
Estoy leyendo el libro “Fuego extraño” de John MacArthur (Grupo Nelson), un libro que toca el tema de los pentecostales y carismáticos en el “mundo protestante”, y no dejan de asombrarme las cifras que se manejan sobre el “crecimiento” de las iglesias protestantes en los últimos años: Más de 500 millones de pentecostales y carismáticos en todo el mundo, repartidos en Norteamérica con 80 millones, 141 millones en América Latina, 135 mill. en Asia, 126 mill. en África y 38 mill. en Europa, de manera que “el cristianismo carismático representa una cuarta parte de la cristiandad mundial.” ¿Qué origina este impresionante crecimiento? ¿Hay “algo” detrás que lo produzca?
Efectivamente hay “algo”, lo que en Gálatas 1:6-7 se denomina “un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.”
Está muy bien este libro para aquellos que se quieran asomar a la triste realidad de estos movimientos y lo haga con humildad, curiosidad y mucha prudencia. Seguramente ya sabes con lo que te vas a encontrar, lo que me sorprende es que haya tantísima gente que no lo sepa. “Evangelio de la prosperidad”, “lenguas”, “sanaciones milagrosas”, todo esto te puede resultar familiar pero para millones de ingenuos se trata de un cebo difícil de sortear porque se trata de un cebo muy apetecible porque, ¿a quién no le interesa conseguir dinero con facilidad, o abastecer los apetitos personales sin esfuerzo, o acercarse a una vida llena de experiencias espirituales totalmente impensables en una vida normal de las que, además, se puede sacar beneficio, a veces material, a veces de satisfacción espiritual (temporal)?
A mí lo que me apena es el concepto que se genera en la calle respecto a los “protestantes”, porque la gente en la calle no va a entrar en detalles: para ellos son protestantes y ahí entran todos en el mismo saco. Cuando Jesús estuvo en la Tierra pasaba algo muy parecido: si había más de 5000 personas siguiéndole y alimentándose gratuitamente, para los observadores podrían tratarse de más de 5000 cristianos (seguidores de Cristo). Pero cuando Jesús empezó a hablar de compromiso, de tomar la cruz para seguirle, de empezar a actuar conforme a lo que predicaba, la gran mayoría dio media vuelta y ¿Cuántos seguidores de verdad quedaron? Poco más de 100 auténticos creyentes de verdad.
La pregunta surge rápidamente: ¿Qué sucede? ¿500 millones de personas en todo el mundo están equivocados? Pienso que a lo mejor los 500 millones no, pero sí la gran mayoría, y no quiero pecar de creerme el amo absoluto de la verdad como en seguida nos acusan cuando que no de cosas peores como integristas o radicales, pero es la lucha que el verdadero cristianismo ha tenido desde el principio y que seguirá teniendo mientras estemos en este mundo. Cuando Jesús habla de Sus seguidores les llama “manada pequeña” y cuando se refiere al acceso a su discipulado lo describe como un camino angosto o una puerta estrecha por el que entra muy poca gente porque seguir a Cristo no tiene como objetivo la felicidad material y el éxito en el mundo, sino el gozo interno y la victoria contra lo que nos rodea imitando a Jesucristo en su victoria en la cruz, la más grande imagen de humillación y obediencia para obedecer a Su Padre y conseguir así romper la barrera que impide al hombre reconciliarse con Dios desde el capítulo 3 de Génesis, ese capítulo en el que se narra la triste historia de la caída del hombre y la mujer en el pecado y la separación consiguiente con Dios el cual no puede tener comunión con el pecado.
“Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1 Corintios 2:1-5) Ésta es la actitud que tenía Pablo a la hora de presentar el Evangelio del Reino de los Cielos a sus contemporáneos, mensaje que no se parece en nada al de los telepredicadores y apóstoles y profetas que de repente han aparecido en los últimos tiempos predicando éxito, salud, riquezas y no sé cuántas cosas más. ¿En que se parece eso al mensaje de la cruz que habla de sufrimiento, tortura, dolor, humillación, obediencia? En nada. Esta gente ha quitado la cruz de sus mensajes porque, como dirían los contemporáneos de Jesús “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6:60).
Si lees la Biblia deberías estar avisado de que todo esto ocurriría, todo esto me refiero a la aparición de “falsos profetas” y “falsos maestros”: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras, y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre sí mismos destrucción repentina. Y muchos seguirán sus disoluciones, por causa de los cuales el camino de la verdad será blasfemado, y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas.” (2 Pedro 2:1-3). “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.” (Judas 4). “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.” (Mateo 7:15-16).
Como también dice el Señor: “El que tenga oídos para oír, oiga”.